A la puesta de sol

Parecía que llevara descendiendo esas malditas escaleras toda una vida, el mantenimiento era escaso y la humedad condensaba en la desgastada piedra haciéndolas resbalizadas y peligrosas. Aerys comenzó a reír ante la imagen de su cuerpo, sin vida al fondo de unas escaleras mohosas de la Fortaleza Roja cuando había sobrevivido a batallas, intentos de asesinato y traiciones de todo tipo. La risa retumbó por los oscuros pasillos mientras la comitiva continuaba hacia su destino.

La sala en la que se encontraban era pequeña, tan solo un 4 pares de ojos la ocupaban y pese a ello parecía abarrotada. El único mobiliario era una mesa donde el reo luchaba por respirar mientras la sangre brotaba de sus labios.

¿Queréis preguntarle algo, alteza?

Todavía no, seguid con vuestra tarea, estáis haciendo un magnífico trabajo, ya tendrá tiempo de firmar— respondió el rey

Lady Mellario sollozaba mientras veía el estado en el que su marido se encontraba, las marcas de hierros al rojo, la sangre corriendo por sus antes rollizas mejillas, las carnes sangrantes en su costado. Doran Martell llevaba días sufriendo y parecía que seguiría haciéndolo por bastantes más.

Cuchillos, tenazas, cadenas y cuerdas mas la experta mano del interrogador real prolongaron la agonía. Cada cierto tiempo los lloros de Lady Mellario o la voz del interrogador diciendo al rey si quería preguntar algo al reo. La respuesta siempre era la misma, aún no, ya tendría tiempo de firmar.

Fue poco antes del mediodía de la tercera jornada cuando la rutina cambió, Doran había perdido la consciencia docenas de veces los pasados días, pero esta vez parecía que ni la más profunda de las hojas conseguía sacarle de su estado.

Alteza— el interrogador se secó el sudor, temiendo la respuesta del rey —Me temo que el reo ha muerto.

El rey sonrió y tan solo dijo —Oh, vaya, que desafortunado

Bebió un trago de vino, pero el dulce néctar se le hacía amargo en la boca. Hacía unas horas que le habían dado la noticia. Ellaria, a su lado, lo miraba preocupada. No había dicho una palabra desde entonces.

Se levantó de la butaca y empezó a ponerse la armadura. Ellaria se levantó a ayudarle y, aún en silencio, se la ajustó hasta que el rojo metal se le pegó al cuerpo como una segunda piel. Mientras le ajustaba la gorguera vio que en sus ojos, que parecían mirar sin ver, crepitaba un fuego. Un fuego que supo que no se apagaría hasta la muerte, ya fuera la de Oberyn, o la de quien había provocado su cólera.

Cuando salió de la tienda los señores vasallos ya le esperaban. Los susurros terminaron en un instante cuando le vieron el rostro.

-El rey Aerys ha matado a mi hermano -declamó con voz vibrante, contenida-. Ha matado a su esposa. Ha matado a mi tío. Ha insultado a mi hermana. Ha azuzado a los perros de Antigua contra Lanza del Sol. Ha humillado a Dorne. El rey Aerys es el Azote de Dorne.

-Y por ello, el Rey Aerys de la Casa Targaryen morirá por mi mano. No descansaré hasta que su cabeza esté clavada sobre el trono en la Fortaleza Roja, para servir como recordatorio a los futuros monarcas de que Dorne paga las ofensas con sangre. Yo, Oberyn Nymeros Martell, Señor de Lanza del Sol y Príncipe de Dorne, lo juro ante los dioses y los hombres.