Bon appetit

No pensó Lady Arryn que recibiría aquella noticia cuando deambulaba por un estrecho pasillo, alumbrado por unas tenues antorchas y en las que convivían varios tipos de insectos y alguna rata que se dejaba ver intentando camuflarse en las sombras. Dejaba atrás una alcoba nada ostentosa, un escritorio en el que descansaban dos copas con restos de buen vino del Rejo y una botella de cristal finamente ornamentada que acabó bien apurada, una mullida cama de paramentos para cubrir las intimidades que pudiesen ocurrir sobre el cómodo colchón de plumas, un armario de dos puertas de madera de roble con sendas águilas en sus puertas y apenas un par de antorchas en las paredes. El olor a sexo aún fuertemente presente era difícil de disimular pues la ausencia de ventanas hacía que se reconcentrase.

El estrecho pasillo surgía de la pared que se situaba tras el armario, era por allí y no por la puerta principal por la que Lady Jeyne había abandonado la estancia, dejando al joven Ser Jorah, al que casi doblaba la edad, descansando extenuado en la cama, durmiendo como un bebé. Aunque el pasillo se bifurcaba en varias ramas, la señora del Nido de Águilas era conocedora de cada uno de sus recovecos, de pequeña le divertía el hecho de desaparecer por aquellos pasillo y sorprender a aquellos que se escondían detrás de las paredes, y en esta ocasión sus pies la llevaron directa al comedor, cuando una puerta corredera tras una estatua se abrió y apareció Lady Jeyne todos corrieron de aquí para allá para ultimar los platos que degustaría la señora.

Ninguno de sus señores o consejeros estaban en la sala, tampoco ningún familiar o allegado, todos sabían que después de sus intimidades a Lady Jeyne le gustaba estar sola, coger fuerzas y meditar. Para cuando Lady Jeyne se sentó en su silla presidencial sus camareras ya le habían colocado sus cubiertos y le habían colocado un primer plato que consistía en una especie de pure de patatas con pimentón y alguna otra especia y dos huevos cocidos, dejando de lado el vino, el cual ya había tomado en buena cantidad horas antes en la mesa la copa estaba llena de agua de manantial.

Para cuando acabó con su primer plato, y antes de que llegase el segundo, los guardias que permanecían en la puerta principal anunciaron la llegada de un mensajero que ante el gesto de Lady Jeyne avanzó hasta ella para entregarle un mensaje que leyó con premura, depositó el áspero papel en la mesa y despachó al mensajero con un gesto - Llamad a mi consejo. - ordenó a uno de los guardias mientras la camarera le colocaba un sublime plato de codillo en salsa, uno de sus platos favoritos - Traed vino, aceitunas y seis copas, preparad comida y cena para todo el consejo, el día será largo. - le dijo con dulzura a la misma camarera que le había servido, no le gustaba hacer trabajar de más a aquellas mujeres pero pronto sonarían cuernos de guerra en Poniente y debían estar preparados pues olía una lucha fratricida en la que cualquiera de los dos bandos podrían acabar con la paz del Valle.

El Rey Viserys había muerto, había sentido una profunda admiración por aquel hombre y su gran labor para mantener la paz en los Siete Reinos “Bon appetit Viserys, que el Desconocido sea benévolo.” pensó mientras alzaba un pedazo de su codillo y se lo llevaba a la boca, paladeándolo degustando su sabor antes de tragárselo y pasar al siguiente pedazo.

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