El laberinto del Dominio

El Alto Mariscal del Dominio había convocado a los dos señores que habíase llevado consigo para la labor de devastar las tierras de la Casa Hightower. Lord Ormund se había encerrado con los suyos en Antigua y había dejado su rica campiña presta para ser saqueada. A Lord Peake le había encantado su propuesta y le había dado visto bueno para ejecutarla. Quizá también pesase que Peake no quisiera compartir el éxito de la toma de Antigua con nadie. Lo cierto es que esto último le importaba a Ser Arthur un rábano.

Tyrell hacía su papel de hijo segundón, de seguidor y no de cabecilla, y como hijo segundón que era, se supeditaba al poder de Unwin Peake, al menos de cara a la galería. A fin de cuentas, eso era lo único importante: lo que los demás pensasen. La imagen que uno proyectaba.

Para desgracia de Ser Arthur, el joven Archibald Florent había sido el primero en llegar, y le estaba haciendo soportar una charla tan aburrida como vacua. Si aguantaba con cortesía y con buen humor era porque los Florent eran el único apoyo con el que los Tyrell podían contar en cualquier circunstancia. Afortunadamente no tuvo que esperar demasiado a que la calva de Lord Rowan hiciera acto de presencia.

Os habéis retrasado un poco, Lord Thaddeus —señaló Tyrell—. Menos mal que Lord Florent ha acudido para sacarme del tedio…

Os ruego mis disculpas, Lord Mariscal —repuso el señor de Sotodeoro con calma—. Me he demorado admirando la desolación que nos rodea. He decir que estoy sorprendido. Vuestro celo rapiñando estas tierras es… extraordinario.

Y es una pena —añadió Florent con tristeza—. Esta zona del sur es particularmente bella. Los pueblos bonitos arden bonito, ¿no creéis?

Esto es la guerra, Lord Thaddeus —respondió Ser Arthur sin prestar atención a Florent— ¿Qué queréis que os diga? Las tierras arden y las gentes mueren. No esperaréis que me quede sentado esperando delante de una ciudad que puede seguir abasteciéndose por mar… los ejércitos que se quedan fijos se evaporan por su propia inactividad.

Oh, no creáis que no sé vuestro juego. Debilitáis al principal feudatario de Altojardín al tiempo que dejáis que toda la culpa recaiga sobre Unwin Peake… a la altura de vuestra astucia, Ser Arthur —Lord Rowan sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos. Examinaba al Alto Mariscal del Dominio con ojos duros como piedras—. Igual que vuestro matrimonio. Os felicito por él.

Gracias, gracias —Ser Arthur mostró todos sus dientes al sonreír, pero pagó a Rowan con la misma mirada—. Pero eso me lleva a preguntaros, ¿no creéis que me haya casado por amor? Vos visteis a mi mujer el día de mi boda, ya sabéis: esa indómita cabellera morena… esos brillantes y vivaces ojos oscuros… que uno podría estar bebiendo por décadas. Y mejor no entro en detalles sobre como es en la alcoba. Mi lady Teresita es toda una fierecilla.

Os dejáis lo mejor para el final, supongo: el señorío de Fawnton, con todas sus rentas e ingresos —señaló Thaddeus Rowan poniendo los ojos en blanco.

Lo más importante, lo más importante, sin duda —asintió Lord Florent entre risas—. Pero me alegro por Ser Arthur. Ya era hora de que un hombre de su valía tuviera un feudo por derecho propio. ¡Sus esfuerzos han dado sus frutos!

La gente tiene una reputación muy equivoca sobre mí —comentó Tyrell con aparente despreocupación—. No soy un hombre despiadado. En verdad, soy un hombre clemente. Todos nos equivocamos en alguna ocasión, ¿no? Pero los Siete abren la puerta al perdón y al arrepentimiento. Yo he hecho dos o tres cosas… de las que estoy realmente arrepentido.

En verdad todos somos imperfectos, de una manera u otra.

Exacto. En verdad todos somos imperfectos. Dame las manos, hermano Rowan —Ser Arthur sonrió al tiempo que tomaba los antebrazos de Rowan con sus manos—. Yo te perdono… con todo mi corazón.

No entiendo qué queréis decir —respondió con una nota de inseguridad en su voz el señor de Sotodeoro, pero sin rechazar al Mariscal del Dominio.

Por cada agente que tiene Peake en el campamento de Antigua, yo tengo dos —la sonrisa de Tyrell se había borrado de su rostro, su boca se había convertido en una fina línea que surcaba su rostro—. Si ahora mismo una roca está impactando contra las murallas de Antigua, estoy escuchando ese sonido como si estuviéramos a cinco varas de él. Así que hermano, escúchame atentamente —Ser Arthur apretó con Thaddeus dejó escapar un leve gemido de dolor—. Si vuelvo alguna vez a escuchar tu nombre conectado a los que entre susurros planean traicionarnos, te cortaré estas suaves y blancas manos rosadas y las colgaré de las puertas de Altojardín.

El joven Lord Archibald Florent observaba la escena nervioso y sin saber qué hacer, solo quería escapar de allí. Cuando Tyrell soltó al señor de Sotodeoro, este mostraba un rostro pálido.

Ser Arthur —inquirió el señor de Aguasclaras con voz queda, tragando saliva—. ¿Cuál era la noticia que queríais darnos?

Oh, sí. Que memoria la mía —Ser Arthur sonrió como un zorro—. Llegó un correo hace cuatro días al campamento de Antigua. El primer dragón de la guerra ha caído. El príncipe Daeron Targaryen fue abatido con su dragón en Puerto Gaviota por Daemon Targaryen —ser Arthur se dio la vuelta y empezó a caminar de vuelta a su campamento, dando por terminada la reunión. Solo añadió un último comentario antes de irse—. Ese hombre es un maldito prodigio, ¿eh?

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