El Reino del Valle, las Montañas, los Dedos y las Islas del Arryn

La mula conocía el camino de manera que no era necesaria ninguna orden. Sharra recordaba la primera vez que había hecho tal camino. Estaba asustada, aterrada al notar como, poco a poco, la subida hacia el Nido de Águilas se hacía con mayor pendiente y la distancia hasta el suelo era más acuciada. Se sintió mareada, y se agarró fuerte al animal en su subida. Recordaba que había querido hacer el viaje a pie, pero esa posibilidad la descartó tras la primera hora de caminata. Ahora ese miedo se había perdido y Sharra había aprendido que aquel animal tenía tanta importancia como el mejor de los equinos del Valle, y así los trataba.

¿Entonces Artys Arryn cruzó la Lanza del Gigante para rodearles? – Su hijo Ronnel iba delante de ella, montado en otra de las mulas.- ¡Y no se enfrentó en la batalla con sus hombres!

Por suerte, pensó Sharra, ninguno de sus hijos habían tomado ese miedo a la subida y bajada del Nido de Águilas, quizás era la costumbre de los Arryn, no temer a las alturas. Al fin y al cabo el Halcón era el animal de su escudo de armas.

No. No lo hizo. Al menos al comienzo. – Sharra se balanceaba de un lado a otro, según los pasos del animal. Ella, la llamada Flor de la Montaña, mantenía su belleza casi intacta, aunque el tiempo había dado sus primeras pinceladas en ella.- Pero fue él quien terminó con la vida del Rey Robar, y quien consiguió que los hombres se arrodillasen. A veces no es necesario ser el primero en la batalla, Ronnel. Pero si no lo eres debes ser capaz de ser determinante de alguna otra forma.- Mantuvo la vista en la espalda de su hijo. Aprendía deprisa, pero los tiempos que se presentaban eran difíciles, complicados, y quizás era insuficiente. Tan solo era un niño.

Se llamaba como papá. – Lo dijo con inocencia, pero aquello produjo un pellizco en Sharra. Cuanto echaba de menos a Artys desde la llegada de aquella carta con el sello de los Targaryen. Desde el día de su muerte la corona le pesaba el doble, pero había decidido tomar el puesto que la historia le tenía previsto. Más allá, sin estar a su vista, escuchó el agua caer de las lágrimas de Alyssa. Ella no dejó caer ninguna más.

¿Recuerdas por qué vinimos a estas tierras, Ronnel? – La espalda del niño se movía rítmicamente, frente a ella. Pudo ver que asentía con su cabeza.

Si, madre. Por los dragones. Los dragones mataban a nuestro pueblo. Los dragones venían y comían a todos. Los dragones fundían el acero de los caballeros e incendiaban las ciudades que construíamos. – Sharra asintió y llevó su mano al pecho derecho. Allí guardaba la carta de Aegon Targaryen. Volvió la vista a la izquierda y entonces un halcón voló sobre el Valle del Arryn.

Lo cierto era que en las Puertas de la Luna no había gran cantidad de gente. Los banderizos de los Arryn habían sido llamados a la Fortaleza para el llamado Torneo del Sol. Este torneo no parecía dirigido a entretener a las masas, o hubiese sido convocado en Puerto Gaviota o Piedra de las Runas. Hasta los menos avispados de los señores se habrían dado cuenta de que la verdadera finalidad de aquella reunión era la de provocar la unión de toda la nobleza del Valle.

La Señora de Arryn se había reunido con todos sus vasallos, con algunos en una única cita, con otros en cónclaves más pequeños e íntimos. En la mayoría, la Reina se había acompañado del Comandante de los ejércitos del Valle. Sin duda aquella reunión tenía una finalidad más política que de divertimento. Pero aún así aquello era un Torneo, el Torneo del Sol.

Muchos participaron en aquella contienda, pero lo cierto es que al final quedaron cuatro caballeros con opciones. El primero de ellos era muy reconocido por la Señora del Valle, pues era Ser Brand Corbray, su propio hermano, un gran caballero que siempre solía disputar aquellos lances, con victorias a sus espaldas. Ser Arthur Elesham no era tan conocido en estas lides, pero lo cierto era que había conseguido llegar hasta esa jornada final, con las mismas opciones que todos. El tercero de ellos, Ser Frank Grafton, el Juglar como todos le llamaban, reía a carcajadas en cada una de sus cargas, como si un loco fuese, y siempre que desbancaba a alguien cantaba una canción en honor del caído. Y el último era Ser Michael Hunter, el Águila, un hombre ya entrado en su plenitud pero que, seguramente, era el más respetado de todos los contendientes.

Las lanzas se prepararon, los caballos se ensillaron y el torneo dirimió que la final se produjese entre el Corbray y el Hunter. Muchos aplaudieron los lances, pues fueron igualados, y otros rieron con la canción de Ser Grafton acerca de su caída. El ambiente era festivo, al menos en la mayoría de los palcos. Y la final provocó que muchos se arrimasen al campo de justas para ver al vencedor, a Ser Michael Hunter, el cual dirigió su corona de flores a su esposa, Lady Minisa.

En el banquete consiguiente, el tabardo de los Hunter quedó al lado del halcón de los Arryn. Se sirvió cerveza, y vino proveniente del sur. La comida, a base de lampreas, verduras y carne del ganado, era suficiente para todos. Aunque se limitó el vino a la noche, pues aún quedaban dos pruebas por celebrarse, aquella que enfrentaba a los hombres sin caballos y la dirigida a la destreza con el arco.

Y nada pareció alterar a las gentes del Valle…ni aún cuando algunos esperasen el sonido de las alas batir. Sharra Arryn no se decepcionaría…pero quizás lamentaba la no presencia de alguien en concreto.

Ser Gerard Arryn, la espada del Valle, el comandante de los ejércitos que se encontraban en el Valle y las Montañas del Arryn, cruzó el patio de armas de las Puertas de la Luna con paso rápido, pero no acelerado.

El torneo había llegado a su conclusión, y algunos de los nobles habían partido, sobre todo aquellos que pertenecían a tierras más distantes, como los Dedos o las Islas. Lo cierto era que no le importaba demasiado aquello.

Al llegar al Gran Salón, ahora ocupado por su sobrino Ronnel, Gerard mantuvo su dirección hasta llegar frente a él y a la Reina Madre, la cual tenía junto a si al más pequeño de sus hijos, Jonos. Gerard inclinó su cabeza y dirigió la vista hasta la mujer que se encontraba sentada en un trono al lado de su primogénito. Recordaba con claridad la conversación que tuvieron hace tiempo, aquella en la que Sharra había querido saber a quien dirigía su lealtad. Era normal dudar. Una mujer sola con sus dos hijos, pequeños…era tentador poder tomar el poder que pocos le podrían haber reprochado. Gerard era admirado por muchos en el Valle del Arryn, y seguramente lo considerarían como su propio Rey. Pero el no había tenido tal intención. Y ahora lucharía por su sangre.

Las antorchas crepitaban, iluminando el salón del trono, una estancia que se encontraba ligada a la historia de la familia Arryn desde el alumbramiento de aquellas piedras. Y silenciando ese sonido los pasos tras el propio General del Valle. Cinco hombres se acercaban a él, y los cinco se arrodillaron ante su Rey. Las velas de los hermanos Waxley, el Yunque y el Martillo; Las runas de los Royce tras el arrodillado Uro de Piedra de las Runas; La rueda de sable rota de aquel que llamaban el Guantelete, de los Waynwood; Y el Caballero de la Dama, con los cuervos como guías.

Así, en aquella noche, los estandartes de las cuatro casas quedaron ligados a los Arryn, y a su Rey Ronnel Arryn, y a la Reina Madre Sharra Arryn. Ese día nació la Guardia Real de los Valles y las Montañas, de los Dedos y las Islas.

  • Ser Brand Corbray, El Caballero de la Dama.
  • Ser Lucio Waynwood, El Guantelete de Hierro.
  • Ser Barristan Royce, El Uro de las Runas.
  • Ser Wullfrigd Waxley, El Martillo de Serbaledo.
  • Ser Willem Waxley, El Yunque de Serbaledo.