Enmendar un error

Hoster se encaminó por entre las calles de Desembarco del Rey. Aquello que estaba haciendo Jon Connington era una locura. No entendía demasiado bien cual eran los actos que le movían. Decía que el honor, pero también había dicho eso cuando desenvainó su espada en Aguasdulces. Hoster había aprendido a que el honor, a veces, era ciego. El siempre había sabido verlo, pero otros hombres no. Y seguramente este era el caso de Jon Connington…y seguramente de su hermano Brynden al lanzar ese ataque sobre la comitiva real.

No negaba que estuviese nervioso. Si por algún casual alguien daba con ellos sabía su final…pero al fin y al cabo sabía donde acabaría de igual forma. Brynden ahora no se rendiría, solo por la defensa de Catelyn. Por eso Hoster se movió más rápidamente tras la figura de el otro pelirrojo. Cayó en cuenta de ese parecido de ambos. Serían bastante reconocidos por cualquiera.

Connington parecía haber estudiado con detalle todo aquel movimiento, y le extrañaba mucho que hubiesen burlado a la Araña. Hoster tenía en su pensamiento que en cualquier momento las capas doradas se cernirían sobre ellos. Pero no fue así. Hasta la misma Puerta del Rey nadie les salió al paso, exceptuando los hombres que le tendieron los caballos para que se montasen en él. Y al primer paso fuera de aquella ciudad Hoster respiró profundamente. Aquella era una respiración de un hombre libre, después de un tiempo retenido. Quizás hubiese estado más apesadumbrado si supiese que días más tarde su hija Lysa entraría por esa misma puerta…pero ese no era el momento.

Hoster abandonó Desembarco del Rey, sin mirar atrás. Ahora solo miraba al frente, a un caballeor al que debía de estar agradecido de por vida. Se dijo que si volvía a esa ciudad sería para ver como Aerys Targaryen moría en ella. Nunca jamás los Tully confiarían en tal sangre.