— ¿Por qué estoy rodeado de ineptos y traidores? — la furia del rey era implacable, había mostrado clemencia y así se lo pagaban, a partir de ahora solo vería el fuego del dragón. — Que me traigan a Hoster Tully y a quien sea su captor, ¡que vean la furia del dragón!
Lord Hoster se había alojado con todas las comodidades de su título, en uno de los rincones más fríos de la Fortaleza, pero tratado conforme al señor que fue hasta hace apenas unas semanas. El desconcierto fue tal que por un momento Hoster Tully se había creído en un sueño. La situación era digna de un pasaje cualquiera de los libros que rezaban los grandes sucesos de la edad de los héroes. Jon Connington no ganaba nada con aquello ¿o quizás sí? Aún así el acto suicida realizado por el señor de Nido de Grifos no sería olvidado. Muchos serían los cortesanos y sirvientes que acabarían sus días entre gritos en las celdas negras, era evidente que un acto así requería de todos tus amigos y favores a cobrar en un nido de comadrejas como era Desembarco del Rey.
Los dos hombres rasurados habían conseguido cruzar el Aguasnegras gracias a un humilde barquero, ese tipo de personas que aprecian más la seguridad de un bolsillo repleto que el de saber si colaboraba con dos fugitivos cualquiera, nadie habría tomado a aquellas dos figuras por dos de los señores más influyentes de los Siete Reinos.
Tras un día entero deambulando por las profundidades del Bosque Real la curiosa pareja alcanzó el punto de encuentro, Jon había conseguido comprar a una pareja de mercenarios que se habían unido a los guardias que pudo mandar lejos de la capital sin que resultara sospechoso. Aquel variopinto grupo donde destacaban Merro Sangrante y Gared, los mercenarios que fingían liderar el grupo, parecía que avanzaba sin dificultades y sin encontrarse con nadie. Más llegado el momento deberían aventurarse por el Camino Real, su ruta debía cruzar por allí si querían alcanzar la seguridad de Bastión, donde Lord Robert Baratheon les recibiría, esperaba Jon que de manera cortés.
Ser Jonothor Darry se esperaba aquello. No podía volver a fallar a su rey tras el desastre acaecido en sus tierras y el destino de su familia. Debía prevalecer, hacerlo por el honor de su casa y el de su capa blanca. Los guardias habían cantado como moscas, por miedo a ser delatados y por miedo al rey se habían vendido como ratas, desconocedores de que su futuro sería el mismo, el rey no hacía excepciones. Saber la dirección y utilizando unas cuantas monedas pronto acabaron descubriendo al pobre barquero que ya nunca podría gastar sus monedas y descubriendo también el plan de Jon. Astuto, desde luego. Jamás habrían conseguido alcanzar los Ríos con vida. Llevaban días esperándolos en aquel embudo natural cerca del Camino Real, muchas habían sido las batidas de caza por aquel bosque y tras lo sucedido con la Hermandad era un sitio mucho más seguro y difícil donde operar en la sombra.
No supo reconocer a Lord Hoster, con heridas en el rostro y con aquel aspecto empeorado por las noches en el bosque, pero los miembros de la Casa Connington eran inconfundibles, aquel color de pelo, aquellos ojos, sabía que estaba ante aquel señor que tan amigo del Príncipe era.
-Soltad las armas, nos acompañáis, -miró ligeramente hacia atrás comprobando como sus veinticuatro compañeros desenvainaban las espadas- vivos, por vuestro propio pie; o con vuestros cadáveres atados a los caballos.
Aquello podía suceder, es más, lo habían estado esperando y el plan no se vislumbraba mucho más allá de la única posibilidad. Los mercenarios, sabedores de la cuantiosa paga que les esperaba si lograban su cometido salieron al galope tras la señal de Jon, llevando con ellos al antaño orgulloso señor de Aguasdulces. Este y sus doce compañeros rezaron una plegaria mientras sacaban sus armas al unísono.
-Si hoy es el día de nuestra muerte -las sonrisas de los compañeros de Jon eran comparables a las suya, la fe en los valores de su señor era inquebrantable- que sea por algo.
Y así fue. Los doce compañeros yacerían para siempre en aquel tupido bosque. Pero el futuro del señor de Nido de Grifo no sería aquel, las órdenes eran claras. Al grifo, al amigo de mi querido regente, a ese traédmelo con vida.
No habían vencido, no se podía vencer ante el rey sin algo más que las espadas y los brazos bienintencionados de los que las empuñaban, pero al menos Hoster Tully viviría otro día para limpiar su nombre, si es que Robert Baratheon confiaba en su inocencia.