La batalla del Valleoscuro

Tío y sobrino se disponían para despegar en la plaza mayor del Valleoscuro. Dentro de las murallas, no había un lugar abierto más grande en el que poder alojar a los dragones, aunque la guarnición tuvo que improvisar para adaptar el lugar para unas necesidades para las cuales no estaba evidentemente diseñado.

Recuerda lo que hemos hablado, muchacho. No hagas estupideces, las flotas se pueden reponer, los dragones, no. Tu madre no me lo perdonaría. —le dio al joven Lucerys un par de palmadas en el rostro—. Fuerza y valor. Suerte. —se dirigió entonces hacia Lord Gunthor—. Quiero a todo ser vivo capaz de portar un arco en las murallas atento al cielo, Lord Darklyn. Os los pondré bien a tiro para que podáis arrojar al suelo cretino traidor de mi sobrino.


Fuera de las murallas, otro monarca y sus dos hermanos se disponían igualmente para despegar.

Vamos a darles una paliza a esos traidores, mis queridos hermanos —Aegon sonrió mostrando todos sus dientes, estaba de buen humor y confiado, esta vez tenían un dragón de más y habían llevado un ejército considerable con ellos—. Esta vez no habrá bochornosas retiradas. Es hora de demostrar al reino quién es el más fuerte y aplastar ese refugio de traidores.

—asintió sombrío el principe Aemond —. Hay deudas pendientes de saldar.

El príncipe Daeron Targaryen no comentó nada. A diferencia de sus hermanos, no compartía esa desmedida sed de sangre y venganza, y estaba más concentrado en sobrevivir y en no dejar en evidencia el nombre de su familia.


El sol se alzó en lo alto cuando las cinco bestias aladas emprendieron el vuelo hacia los cielos que se alzaban sobre la bahía del Aguasnegras. Los tres dragones de los Verdes se colocaron a la entrada del puerto, pero lejos del alcance de los arqueros y escorpiones de los Darklyn, esperando respuesta de sus adversarios. Y los dragones de los Negros, salieron, en apariencia, aceptando el lance. Las primeras llamaradas fueron vertidas, y desde el cielo, los ejércitos de cada bando observaban, expectantes. Desde el suelo podían ver claramente como se iban aproximando más y más hacia el Valleoscuro, tal y como pretendía Daemon, pero desde el aire, los jinetes estaban demasiado concentrados en el lance aéreo como para darse cuenta en aquel detalle.

El primero en percatarse de ello fue el príncipe Aemond, al ver como el virote de un escorpión hendía el aire sin alcanzar su objetivo a su izquierda. Vhagar era el más grande de los dragones y el blanco más fácil, captaba las miradas preferentes de buena parte de los defensores. No obstante, Aemond entendió que si estaban sobrevolando la ciudad, la flota estaba al alcance de su potencia de fuego. Y se dispuso a intentar quemar la flota del rival, pero entonces el príncipe Daemon salió a su encuentro para interceptarlo.

El príncipe Lucerys se había quedado momentáneamente solo, y se limitó a cumplir con las órdenes del rey consorte meticulosamente, aprovechando la agilidad de su dragón que parecía inalcanzable. Daeron y Aegon le perseguían a cierta distancia bien compenetrados, Daeron con prudencia, Aegon con entusiasmo asesino. La oportunidad de ambos llegó cuando Lucerys hizo un brusco cambio de sentido y Arrax chocó inesperadamente con Tessarion. Daeron, asustado, hizo retroceder a su bestia, pero esta confusión dio tiempo suficiente para que Fuegosolar se uniera a la refriega, con intención de matar. Arrax y Fuegosolar se enzarzaron en una dura pelea y el primero se llevó con mucho la peor parte. Desde el suelo, el ejército de los verdes empezó a vitorear a su señor monarca, que victorioso, parecía que iba a cobrarse su primera víctima…

Daemon, al ver lo que sucedía, espoleó rápido a Caraxes para ayudar al joven Lucerys. Aemond sonrió, era la oportunidad que había estado esperando. Ahora tenía la flota a su merced, libre para prenderle fuego. Y no iba a perder la oportunidad que se le había brindado…

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