Los Siete lo disponen

Leyton había salido casi al amanecer del Faro seguido por un nutrido grupo de soldados y caballeros. Los comerciantes empezaban a montar sus puestos cuando vieron pasar a su señor y su gran escolta, más de un centenar de hombres en total. El revuelo que se montó paralizó momentáneamente la ciudad pues muchos, curiosos, siguieron a la comitiva hasta la gran plaza del Septo Estrellado. Una vez allí les fue imposible continuar pues los soldados formaron muros de escudos en todas las entradas y accesos al recinto mientras el septon Morris, que vivía y estaba al cargo del más famoso de los septos de Antigua salía apresurado del interior del templo.

¡Mi señor! ¡¿Mi señor Lord Leyton que sucede?! – preguntó el septón mientras bajaba la escalinata con el rostro congestionado por la carrera.

Lord Leyton avanzó hasta el septón flanqueado por sus caballeros, con paso firme y deteniéndose solo ante el hombre por un instante – vengo a buscar algo que lleva escondido en este septo mucho tiempo. No entraré sin vuestro permiso. ¿Lo tengo? – dijo mientras los caballeros formaban a los flancos del señor y este miraba fijamente al septón Morris.

¿Qué? ¿Cómo decís? – preguntó confuso el septón sin saber a que diantre se refería el señor de Antigua mientras un sudor frío empezaba a recorrer su espalda al ver tantos hombres a su alrededor.

Necesito el permiso de la Fe, es decir, el vuestro, dádmelo y os contaré más en el interior – repitió Leyton, esta vez con el tono de voz bastante más autoritario. No quería seguir perdiendo el tiempo en la plaza pues sabía que dentro se encontraba un tesoro necesario para la ciudad si sus sospechas eran ciertas.

Lo tenéis, lo tenéis Lord Leyton – dijo el hombre haciéndose a un lado para dejar pasar a los caballeros y a su señor, mirando impotente como ingresaban en el sagrado templo con varios martillos de grandes dimensiones.

Al verlo corrió tras ellos, temeroso de lo que pudiera suceder y durante largo rato en la plaza no hubo más movimiento. La gente de Antigua se había ido agolpando a las entradas, atraída por los rumores de que iba a suceder alguna especie de acto importante. Entre el gentío podía oírse de todo, desde los que hablaban de extraños conjuros hasta los que decían que Lord Leyton había perdido el juicio.

En el interior sin embargo no había murmullos, solo un hombre de pelo blanco con un libro tan viejo como el septo moviéndose de acá para allá en busca de algo que nadie más lograba adivinar. Pasado un buen rato el señor del Faro señaló un punto de la pared tras la estatua del Desconocido y ordenó a sus hombres que picaran justo ahí – se restaurará hasta la última piedra, no os preocupéis – dijo mirando al septon justo antes de que el primer martillazo resonara en toda la nave. La piedra fue cediendo y un pequeño y angosto pasillo apareció tras la pared. A los lados había restos de antiguas argollas para colocar velas y lámparas pero hacía siglos que todo había sido consumido por el tiempo. Lord Leyton no se lo pensó demasiado y avanzó al frente de sus hombres con la primera antorcha, nervioso cual chiquillo, cosa que hacía más de veinte años que no le sucedía.

Al final del corredor, el frío y la humedad reinaban en una cámara antigua, más antigua que el propio septo por las piedras de sus paredes. Con la llegada de todos los caballeros de confianza de Leyton y del propio septon se iluminó mejor la estancia y ante ellos apareció un sepulcro de mármol cubierto por siglos de polvo. Aun así podían apreciarse inscripciones en el idioma de los primeros andalos, una estrella de siete puntas coronándolo todo y la escultura de un hombre tumbado con las facciones ya redondeadas y desgastadas en la tapa con una vieja corona - ¡por el padre! ¿Eso es lo que creo Lord Leyton? – dijo el septon avanzando hasta colocarse junto al señor, que por derecho, estaba delante de todos, apunto de tocar el féretro.

Se detuvo al ver al septon a su lado – así es, es Hugor de la Colina, el primer rey de los andalos, traido aquí desde Andalia por sus descendientes para que reposase en la capital de la Fe. Antigua – dijo henchido de orgullo como pocas veces. Había encontrado al primer rey andalo, al gran héroe de la Fe de los Siete, el que, según la leyenda había portado la corona hecha por los Siete.


Cuando el astro rey ya alcanzaba su cenit y con media ciudad paralizada los guardias de Antigua recibieron órdenes del interior del templo. Poco a poco y tratando de mantener el orden fueron abriendo el paso a la gente para que se acercase hasta el septo. Allí, bajo la escalinata esperaba una segunda línea de guardias por si la multitud se desbocaba. Lord Leyton no había dejado nada a la suerte esta vez.

Minutos después y con la plaza llena ya de los ciudadanos de Antigua, los viajeros y los propios guardias y caballeros se abrieron las grandes puertas del septo. Del interior salió Lord Leyton junto al septon Morris, ambos flanqueados por los caballeros de Antigua. Algunos llevaban ligeras manchas de tierra y sudor pero todos ellos tenían el aspecto de haber visto algo único.

Lord Leyton dijo algo al oído del septon y este asintió dando un paso al frente, quedando justo al borde de la escalinata. – Ciudadanos de Antigua, esta mañana, cuando he despertado y he comenzado mis oraciones no esperaba que apareciese ante mis puertas Lord Leyton, protector de esta ciudad y noble señor del Faro. Ha tenido a bien pedir permiso a la Fe para adentrarse en el templo y gracias a él y a su investigación hemos hecho un hallazgo que marcará un antes y un después – el septon miró de refilón al noble y este asintió con disimulo – Son tiempos aciagos. Son tiempos oscuros los que nos ha tocado vivir. La guerra prende cual incendio por todos los rincones de los Siete Reinos pero he aquí que los Siete nos han enviado una señal.

El pueblo de Antigua empezó a murmurar mientras del interior del septo ocho fornidos caballeros sacaban un pesado cofre de hierro forjado finamente labrado con estrellas de siete puntas en todas sus caras. El septon sacó una llave de su manga y abriendo el cofre ante el gentío sacó del interior un objeto que brillaba con luz propia, un objeto que dejo absorta a toda la ciudad y que durante unos segundos hizo silenciar a todo el pueblo de Antigua. - ¡Es una señal de la Fe! ¡Antigua debe regir de nuevo la Fe! ¡Debemos acabar con los pecados que están consumiendo los Siete Reinos! ¡Los Siete lo disponen! – gritó al cielo el septon, ya metido totalmente en su papel y el pueblo respondió, imbuido por el resplandor del objeto - ¡Los Siete lo disponen! ¡Lo disponen!