Palabras que no valen nada, nada, nada

En una fría noche a orillas del Ojo de Dioses, los campesinos de Harrenhal se reunían junto a la fogata, en silencio al principio, pero con las voces aumentando a medida que el vino aguado soltaba sus lenguas. Hombres y mujeres, curtidos por el trabajo y la miseria, miraban con inquietud las sombras de sus propias aldeas, reducidas ahora a cenizas y humo. Sabían que las llamas habían sido obra de los hombres de Tully, quienes, en nombre de sus señores y alianzas, habían pasado por el río como un vendaval destructivo.

¿Cómo puede ser esto justo? Tully es nuestro señor también, ¿no? murmuró una anciana, sacudiendo la cabeza con amargura. Que destruyan nuestras aldeas es como si quemaran su propia casa. Somos sus siervos, sus vasallos… ¿Por qué tratarnos así?

Un joven campesino, de rostro endurecido por la desilusión, escupió al suelo y asintió con los brazos cruzados.

Prometió su hija a Larys Strong, eso decían las habladurías… y al final, ¿qué? No se ha visto boda ni alianza. Todo fue mentira, solo palabras vacías para hacernos creer que habría paz en estos campos. Con promesas falsas se juega con nuestras esperanzas, como si fuéramos piezas en su maldito tablero.

Y dicen que otro Tully iba a casarse con una Lannister, ¿no es cierto? añadió otro hombre de barba gris. Tantas proesas… tantas palabras bonitas. Pero si eso también es mentira, entonces nada es sagrado, nada es real. Si los juramentos entre señores son solo humo, ¿qué nos queda a nosotros?

Las voces, llenas de resentimiento y temor, siguieron sonando bajo la noche. Los campesinos comprendían que su mundo, donde las promesas de los grandes eran su única esperanza de estabilidad, estaba tambaleándose. Si los Tully mentían, si no había honor en sus palabras, ¿qué esperanzas les quedaban a los humildes en tierras de guerra y traición?

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