A propósito del tallo de la flor

El Príncipe Gawen, frente al espejo, miraba con preocupación un granito que le había salido en la sien.

-Por los Siete Infiernos… ¿Qué he hecho yo para tener esta piel de campesina octogenaria? -declamó indignado, aunque el espejo devolvía un rostro agraciado de cutis perfecto- ¿Cómo se puede tener una piel seca y grasa a la vez, eh? Dime, ¿cómo? -interpeló a alguien a su espalda.

-Bah, Gawen, tampoco es como para… -empezó a decir un joven caballero fornido que se incorporaba en el lecho.

-Príncipe -le interrumpió gélidamente. Ante su silencio, remarcó-. Príncipe Gawen. O Príncipe a secas. Pero no Gawen. Tú quién coño te crees para tutearme.

-Pero… antes…

-Antes era antes y ahora es ahora. ¿Me ves ahora de rodillas chupándote esa polla patética tuya? No, ¿verdad? Pues entonces llámame Príncipe.

El joven moreno miró hacia abajo avergonzado y musitó un “sí, príncipe”.

-Y sí, es patética. Por los Siete -dijo mirándole en el espejo- ¿Es que cuando te forjaron en acero se les olvidó esa parte, y en el último momento te colgaron un pingajo que les sobraba? ¿Y entonces para qué coño sirves? ¿Solo para mirarte? Vete de aquí, anda. Vete. ¡Fuera! -le ordenó señalando a la puerta.

El joven, confuso y anonadado, se fue mientras se subía los pantalones. Gawen bufó y decidió finalmente dejar caer un rizo sobre el granito. Mientras no corriera aire, todo iría bien.


Cuando Gawen llegó a la sala de audiencias, como de costumbre, se encontró a Harlan sentado en una espartana silla de madera frente al desocupado Trono de Espinas. La habitual fila de peticionarios frente al Lord Mayordomo le confirmaba que ya había comenzado la audiencia.

Harlan hizo como que no le veía, hasta que Gawen se colocó de pie a su lado y carraspeó para acallar al pastor que explicaba apasionadamente cómo se había dado cuenta de que su vecino le había cambiado una oveja por otra.

El Lord Mayordomo lo miró con su habitual expresión de educado desinterés.

-Buenos días, Príncipe. Vuestro padre se encuentra indispuesto -dijo a modo de explicación.

-Ya. ¿Y Edmund?

-Vuestro hermano también se encuentra indispuesto.

-Ajá. ¿Y creéis que algún día de estos, alguno de los dos se levantará dispuesto? Mi padre lleva tantas mañanas encontrándose indispuesto que empiezo a temer por su vida.

Harlan miró a la gente que contemplaba la escena y lanzó una mirada de desaprobación a Gawen, a la que este respondió con un bufido. El príncipe se dio la vuelta para irse, pero el Lord Mayordomo lo interrumpió con un gesto.

-Ah, quizá queráis leer esto. Llegó esta madrugada -le dijo dándole un sobre manoseado con una carta.

Gawen lo miró por encima y, cuando vio el nombre, miró intrigado a Harlan, que asintió. Leyó la carta entera, con su rostro pasando de la sorpresa a la ira, la incredulidad y todos los estadios intermedios.

-¿Sabe mi padre…? -le preguntó en cuanto terminó de leerla.

-Cuando deje de encontrarse indispuesto, se lo comunicaré -dijo Harlan, con una nota de resignación en la voz.

-Ya se lo digo yo -replicó el príncipe yéndose con la carta. Harlan se encogió de hombros y le dijo al pastor que continuara su relato.