Daemon observaba desde el adarve de la muralla cómo los Verdes se retiraban. El bueno, el feo y el malo habían llegado a Valleoscuro con la intención de rendir la ciudad de una vez por todas. La fuerza combinada de los tres hermanos haría inútil la defensa de los valerosos Darklyn. ¿Quién en su sano juicio plantaría batalla al dragón más grande de Poniente? Habían cuadrado su ataque en el momento preciso. Rhaenys y Meleys habían acudido a romper el asedio de Sotomiel. Si los Negros acudían a defender la ciudad, lo harían en inferioridad de condiciones.
Algo que no había amilanado a Daemon. Vhagar podría ser el dragón vivo de mayor tamaño, pero no el más feroz. No cuando su jinete era un muchacho inexperto como Aemond. No. El rey Consorte no temía al tuerto. Sin embargo, la situación no era la mejor para sus intereses. Sí, él podría hacer frente al segundo de sus sobrinos, sin embargo, Aegon y Daeron podrían acabar con Lucerys y Arrax sin mayores complicaciones.
Aquello había salvado a los Verdes el primer día de asalto sobre los cielos del Valleoscuro. Daemon no había podido centrar sus esfuerzos en Vhagar, sino que había tenido que estar pendiente de que su hijastro no se dejara matar. Rhaenyra no se lo hubiera perdonado. El muchacho era valeroso y el ímpetu de la juventud lo embriagaba, mas no dejaba de ser un niño jugando a la guerra. Igual que sus otros sobrinos.
El primer asalto se saldó con un empate, en el que los Verdes habían quemado las flotas de los mercenarios que Lord Corlys había contratado, sin embargo, Valleoscuro no tuvo que lamentar ninguna muerte. Las indicaciones del Rey Consorte se habían cumplido a la perfección, y los soldados, al no temer un asalto, y el resto de ciudadanos habían apagado los incendios que el fuegodragón había provocado. Y no haber perdido aquel primer día, realmente había sido una victoria para los defensores.
Tan pronto Daemon aterrizó en la ciudad, y tras el nombramiento Lucerys como caballero por parte de Lord Gunthor, el valyrio avanzó a grandes zancadas en dirección a la cuervería de la fortaleza. No fue en búsqueda del maestre, sino que simplemente se valió de un pequeño pergamino para escribir una única frase: Se reclama la presencia de Addam Mares y Bruma en Valleoscuro a la mayor brevedad posible.
El dragón de Laenor Velaryon había sido domado sólo unos días antes. Un muchacho que Lord Corlys había presentado como su nieto bastardo había conseguido establecer el vínculo. Y pese a que el muchacho carecía de experiencia incluso volando a su montura, sin duda podría ayudar. En los Peldaños de Piedra, Laenor había conducido a la bestia a la guerra, con lo que tendría más experiencia que Tessarion y Fuegosolar… Sólo tendría que evitar que lo matasen.
El día siguiente no hubo ataque por parte de los verdes. Desde la muralla, Daemon observó cómo se afanaban en completar las armas de asedio. Casi parecía que la intención de Aegon era rendir la ciudad por hambre. Una labor complicada cuando el Mar Angosto les pertenecía. No le preocupó. El tiempo jugaba a su favor, pues pronto Bruma llegaría a la ciudad, y según pasasen los días, Meleys también lo haría, cambiando las tornas.
Y a media mañana, llegó el cambio que esperaba. Al este, en el horizonte, un dragón llegaba sobrevolando el mar Angosto. Una taimada sonrisa curvó los labios de Daemon, pues pronto estarían en igualdad de condiciones. Sin embargo, los Verdes no habían cejado en su empeño de disfrutar de la ventaja de la que disponían, y pronto pudo ver cómo Vhagar levantaba el vuelo. Realmente era la única opción que tenían y que Daemon preveía. Si Bruma llegaba a la ciudad, con el apoyo de los arqueros de Valleoscuro, la victoria sería suya. Sin embargo, a varias leguas de la costa, la ventaja aún sería de sus sobrinos.
No perdió el tiempo, sino que buscó a su sobrino para darle las órdenes que debía trasladar a Addam y se encaramó a Caraxes. Arrax era el dragón más rápido, con lo que alcanzaría a Bruma antes que los Verdes mientras Daemon mantenía a raya a Vhagar.
Fue un combate sin precedentes. Nunca antes tantos dragones habían danzado al unísono. Daemon debía esforzarse no sólo en Vhagar, sino también en que el pequeño Arrax y el inexperto Addam no se vieran superados por Aegon y Daeron. Fue una contienda dura que se decidió cuando Tessarion recibió heridas suficientes como para hacerlo huir. También ellos habían sangrado, pero cuando aterrizaron en Valleoscuro, nuevamente los vítores los recibieron.
Aquel día la victoria sí estuvo de su lado. Y al día siguiente, si Aegon y Aemond atacaban, por vez primera lo harían en inferioridad.
Sin embargo, aquello no sucedería.
Al amparo de la noche, un mensajero se acercó a las murallas de la ciudad y lanzó una flecha con un mensaje enrollado en ella. El soldado que la encontró pensó abrirla, pero el nombre que estaba garabateado fue suficiente para que su curiosidad se desvaneciera. Daemon. Una única palabra cuya mera mención causaba pavor. Más aún después de lo que había sucedido aquel día.
Sin dilación alguna, le llevaron el escrito al Príncipe Canalla, quien aún seguía dando órdenes para preparar el posible asalto del día siguiente. Daemon recibió la nota y despidió al soldado con un ademán. Y tras leerla, su ceño se arrugó. Casi parecía demasiado bueno para ser verdad. Una trampa. Desde luego, en la situación de Aemond, es lo que él mismo hubiera hecho. Si no podía matarlo sobre un dragón, le daría muerte con la oscuridad como testigo.
Sin embargo, después de lo sucedido aquel día, aquel era un encuentro razonable. Un parlamento sin testigos. Después de dos intentos de toma de Valleoscuro, los verdes no podían permitirse una nueva derrota. Y la pequeña victoria que habían obtenido al quemar la flota, unido a una pequeña negociación, les podía permitir salvar los muebles. Daemon no tenía necesidad. Un asedio no fructificaría y un asalto se saldaría con miles de hombres muertos en ambos bandos, seguramente con una proporción de tres verdes por cada dos negros si su cálculos eran correctos.
Además, con la huida de Daeron, todo parecía estar de cara para los intereses del Rey Consorte. Fue por ello que decidió acudir al encuentro de su sobrino. — A enemigo que huye, puente de plata — solía decirse. Era evidente que no se lanzarían al ataque. Y perseguirlos también era un gran riesgo para él, pues era dejar al azar un nuevo encuentro con Vhagar. Había salido airoso en dos ocasiones… pero no merecía la pena tentar a la suerte. La guerra no acabaría en Valleoscuro.
Dejó la ciudad a lomos de Caraxes, dirigéndose al lugar convenido. Alejados de miradas indiscretas. Pudo ver en la distancia a Vhagar. Los separaban 200 varas, y sólo cuando su sobrino descabalgó, él hizo lo propio. Atrás quedaron los dragones mientras ambos se dirigían a terreno neutral. Ambos con la mano en la empuñadura de la espada.
Cuando los separaban una docena de pasos, se detuvieron y se miraron. La desconfianza era patente, pero ambos tenían cosas de las que hablar.