Áskoranirkelebin

Al principio parecía un rumor, como el del río que baja. Luego, cuando el oído se había acostumbrado, el rumor recordaba a un alud lejano. Finalmente, se distinguieron sonidos que ni el agua ni la roca podían hacer por sí solos, y no fueron pocos los que dirigieron su mirada hacia el centro de Kvölbergen, donde el Eldjökullhvammur comenzaba a rugir. El volcán no había dado señales de actividades en décadas y quedaban pocos fiskos vivos que pudieran decir que lo hubieran visto en acción; y, sin embargo, un fino hilo de humo comenzó a salir desde el mismo. El rumor que había ido creciendo en las últimas horas no se asemejaba al de un volcán en erupción pero era difícil negar la evidencia.

Como si de un plan sincronizado se tratase, conforme los primeros pies lorelanos pisaron tierra fiska, diversas bombas volcánicas salieron disparadas desde el cráter del volcán elevándose por los cielos y perdiéndose entre las nubes para, minutos después, comenzar a caer sobre Fiskeyja sin orden ni concierto. Parecieron meteroritos, no solo por la forma en que se precipitaron desde las alturas sino porque el volcán no llegó a entrar en erupción; ni tan siquiera hubieron sonidos una vez los proyectiles salieron de la montaña habiendo cesado el rumor que se estuvo escuchando todo el tiempo de forma seca y tajante.

Las bombas en llamas cayeron en diversos puntos de la isla. Una lo hizo sobre Junkerdalt, junto al Jornír, como si la hubiera una comunicación aérea entre ambos volcanes. Otro aterrizó en Ukaliqnunat, en tierras de los extraños Na Mucan Mara. Un tercero cayó tan cerca de Kaven que, de no haber estado preparándose para recibir a los lorelanos bien podría haber caído sobre uno de ellos. Otro cayó en Björneyja, alejada y aislada, donde hacía mucho ningún Fiska se aventuraba. Un último meteoro fue en el mar, muy cerca del asentamiento de los Valdisjar, al sur.