Bajo el mar, nieva hacia arriba y la lluvia es seca como un hueso viejo

La luz del sol se reflejaba en las aguas del mar, ofreciendo un paisaje sereno desde los balcones de la Fortaleza Roja. Robert Arryn se encontraba allí junto a Shireen Baratheon, la hija de Stannis. Ambos niños observaban el horizonte, disfrutando del aire salado y la vista que se extendía más allá de las murallas.

Robalito, con su constitución frágil y su salud delicada, se apoyaba en la barandilla mientras Shireen le contaba historias sobre el mar y las aventuras de su padre, Stannis. La amistad entre los dos jóvenes había florecido durante la visita de Robalito a Desembarco del Rey, una rara ocasión en la que la política y la familia se entrelazaban en una danza compleja.

Cerca de ellos, Caramanchada, el bufón de Stannis, observaba con una expresión inquieta. Su comportamiento errático y su tendencia a recitar versos incoherentes habían sido una fuente constante de incomodidad, pero hasta entonces, nunca había mostrado signos de violencia.

De repente, Caramanchada comenzó a farfullar, su voz un murmullo creciente que se hizo más fuerte y más frenético. “Bajo el mar,” murmuró, sus ojos desorbitados y su rostro torcido en una mueca de pavor. “Bajo el mar, las sombras bailan y los peces cantan.”

Shireen y Robalito intercambiaron miradas de confusión y preocupación. Antes de que pudieran reaccionar, Caramanchada se acercó más, sus palabras desvariadas resonando en el balcón. “Bajo el mar, la nieve es negra y los barcos navegan al revés.”

El bufón comenzó a agitarse, sus movimientos erráticos y cada vez más descontrolados. Los guardias que custodiaban a los niños dieron un paso adelante, pero antes de que pudieran intervenir, Caramanchada hizo algo inesperado. Con una velocidad sorprendente, salió corriendo hacia Robalito.

Agarrando al niño con una fuerza que nadie hubiera esperado de él, Caramanchada levantó a Robalito del suelo. Shireen gritó, y los guardias se precipitaron hacia adelante, pero estaban demasiado lejos.

“Bajo el mar,” gritó Caramanchada, sus palabras un eco de locura mientras corría hacia el borde del balcón. “Nieva hacia arriba, y la lluvia es seca como un hueso viejo.”

En un acto desesperado, saltó del balcón con Robalito en sus brazos. Los gritos de Shireen y los guardias resonaron en el aire mientras las figuras caían hacia el mar. El tiempo pareció detenerse cuando ambos desaparecieron en las aguas, dejando solo un silencio aturdidor detrás.

El mar, que había sido tan tranquilo momentos antes, ahora se agitaba con el impacto de los cuerpos. Los guardias y sirvientes se apresuraron hacia la orilla, pero la corriente era fuerte y las esperanzas de encontrar a Robalito con vida se desvanecían rápidamente.

El pesar y la ira llenaron el aire de la Fortaleza Roja. Shireen, conmocionada, fue llevada de regreso a sus aposentos, sus sollozos apenas audibles a través de las gruesas paredes.

Ni el cuerpo de Caramanchada ni el de Robalito no fueron encontrados. El joven señor del Nido de Águilas se había perdido en las profundidades del mar, y con él, una parte de la inocencia de la corte.

La tragedia dejó una marca indeleble en todos los presentes, un recordatorio de lo frágil que podía ser la vida, incluso en la Fortaleza Roja, y de los peligros que podían acechar, invisibles, bajo la superficie.