Bienaventurados los mansos

Hermanos en los Siete, como cabeza de la Fe yo os conmino a no caer en las provocaciones y a mantener la paz del Reyno. Así como el Padre perdona y acoge a los hijos pródigos que han errado, recibiéndolos en su arrepentimiento, si cabe con mayor alegría que a sus otros hijos, así también les advierte con paternal firmeza que quienes persistan en su error serán excomulgados y alejados del seno de su Septo.

Septón Supremo, Luceon Frey.

Acontecimientos previos a la coronación de Aemon

El Sol se acercaba ya a su zenit cuando la extensa comitiva de grandes señores y autoridades alcanzó la plaza que se abría al Gran Septo. Las Capas Doradas se empleaban al máximo para separar a la muchedumbre que se agolpaba a ambos lados de la plaza, separada por su credo como por una línea imaginaria. El ambiente estaba extremamente caldeado y el sol impenitente no ayudaba a calmar los ánimos.

La comitiva ascendió la escalinata que subía hacia el Gran Septo ganando altura sobre la muchedumbre que se agolpaba a sus pies. La multitud gritaba el nombre de su favorito, el grito de Aemon Rey! de sus seguidores era replicado por gritos de primogénito! y Aegon Rey!. El Septon Supremo, junto con un nutrido grupo de septones flanqueaba a Aegon, dejando clara la simpatía de la Fe. En un momento dado el Septon se dirigió a la muchedumbre:

-Hermanos en la Fe, es la voluntad de El Padre…

Fue como la chispa necesaria para encender la yesca, los gritos de Aemon Rey! se multiplicaron ensordeciendo todo lo demás y una multitud de seguidores de R’hallor rompió la barrera de las Capas Doradas como una marea incontenible desborda un improvisado dique de sacos de arena, precipitándose escaleras arriba hacia dónde se encontraban los representantes de la Fe en la tierra. Varios septones murieron bajo los golpes de porras y mayales antes de que las Capas Doradas y la guardia de la Mano pudieran reaccionar a la sorpresa inicial. El propio Septon Supremo intentó huir escaleras arriba apoyándose en pies y manos pero pisó su propia túnica y tropezó, siendo alcanzado por la enfurecida turba.

Intentó zafarse de las manos que lo asían y le rasgaban las vestiduras, sintió una punzada fría en el muslo y en el abdomen, y su mano se empapó de sangre cuando la llevó hasta la herida. Vio los rostros desencajados de rabia y odio, cerró los ojos y se encomendó al Padre. Cuando volvió a abrirlos, lo que vio fue la enorme mole y el rostro duro salpicado de sangre del bárbaro norteño que acompañaba a todas partes a la Reina. Miró a su alrededor, las Capas Doradas habían conseguido restablecer una línea de lanzas, los enfrentamientos se habían desplazado a las calles aledañas y en la escalinata solo quedaban los muertos. Aegon había desaparecido. Fue entonces cuando perdió el conocimiento.