Bienvenida

Nunca habían estado tan llenos los calabozos de maleantes, ni los callejones de guardias. La seguridad en Lanza del Sol era draconiana para recibir al príncipe. Estaba claro que, con lo delicado de la situación política, Doran no quería que en la visita pasara nada que él no hubiera previsto.

El Príncipe Doran y la corte esperaron en el puerto a que el Príncipe desembarcara y, tras los formalismos pertinentes, lo acompañaron con su séquito al palacio. Una vez allí, tras una breve charla de cortesía, el príncipe Doran condujo a Rhaegar a la torre en la que la princesa se alojaba desde su vuelta, y discretamente se marchó con Barristan, a quien Rhaegar pidió que le dejara solo un rato. Era evidente que ni un hermano ni un guardaespaldas tenían cabida en esa conversación. Quedaba entre Rhaegar y Elia.

El largo viaje había sido agotador. Al cansancio físico se unía la fatiga mental, aún más demoledora, si cabe. El príncipe Rhaegar se devanaba los sesos pensando en los asuntos que había dejado atrás en la capital y eran raras las horas en que no pensaba en ellos. Rhaegar percibía que una silenciosa amenaza se cernía sobre el reino pero no alcanzaba a dilucidar que era. Tan sólo podía contar con la compañía de Ser Richard Lonmouth para aliviar su carga, pues el aprecio de Ser Barristan estaba más ligado al deber que al sentir.

Fueron estos tres hombres los que encabezaron la marcha y los primeros en entrar en la seguridad del palacio de los Martell, acompañados de un joven Clement Crabb que portaba con palpable orgullo el estandarte de los Targaryen. La recepción fue más que aceptable, se notaba que los dornienses habían puesto grandes esfuerzos en recibirlos con lujo y pompa, con el fin de causar gran impresión. Rhaegar interpretó que el príncipe Doran tenía intención de dialogar y de solucionar las diferencias sin tener que llegar a las espadas. Todo transcurría sin imprevistos y según lo planeado. Durante la audiencia en palacio y los protocolos de rigor buscó con la mirada a su esposa, pero no la encontró. Su cuñado debió de percatarse de ello, pues al poco tiempo lo acompañó a los aposentos personales de la princesa Elia, y con sumo tacto y discreción, se llevó a ser Barristan consigo para dejarles a solas.

El príncipe Rhaegar inspiró hondo antes de entrar en la habitación. De nada le había servido haber preparado unas palabras para la esperada reconciliación, pues estas ahora se disolvían en su mente, ahogadas por el ansia de ver qué se encontraría al otro lado de la puerta. Optó por abrirla con suma delicadeza y por entrar con sosiego. La princesa Elia le esperaba sentada en su cama, con la gracia y fragilidad que solo pueden tener las mujeres embarazadas. Había olvidado su hermosura, y en cierta manera, el embarazo la había acentuado. Sus brazos cruzados sobre su barriga intentaban transmitir cierta calma y serenidad. Era esta, sin embargo, una serenidad gélida. En circunstancias normales se habría llenado de felicidad tras volver a verla después de tanto tiempo, habría deseado abrazarla y estrecharla entre sus brazos, pero verla así le heló el corazón. Le habría sentado mejor un puñal en las tripas. Rhaegar la miró a los ojos. Y a pesar de todo lo que había leído, y a pesar de todas las canciones que había cantado, no habría encontrado palabras para describir aquel vacío de emociones que había encontrado en ellos.

Elia… —empezó Rhaegar—. Yo… Lo siento. Lo siento de verdad.

«Idiota, idiota, idiota». Desde luego, no eran esas palabras con las que había planeado empezar, pero eran las únicas que le habían acudido a su boca. Su amada permaneció en silencio, expectante. Rhaegar lo consideró una invitación a proseguir.

Cometí un gran error en el torneo de Harrenhal. Me dejé llevar por la situación sin pensar en absoluto por las consecuencias. Muchos inocentes pagaron cara mi imprudencia, y no hay día en que no me arrepienta por lo que hice.

Evitó nombrar al príncipe Lewyn. Era una herida demasiado reciente para ambos y no conseguiría nada hurgando en ella.

Sé que te humillé delante de todo el reino, y sé que nunca lo olvidarás. Sé que el dolor que he pasado durante este tiempo palidece en comparación con el tuyo. Sé que es posible que nunca me termines de perdonar del todo. Y lo entiendo. Pero te necesito a mi lado, ahora y siempre. Desde que te conocí has sido mi mayor apoyo. Mi mejor y más leal consejera. Mi mejor confidente, dulce, cariñosa, atenta, la que en mis peores días me ayudaba a levantarme y me daba fuerzas para seguir adelante. Y más que nunca necesito tu apoyo para las horas venideras, pues los dos sabemos que son negras. No eres la reina que elegí, pero si la que habría elegido, después de conocerte como te conozco. Tienes que creerme, Elia. Necesito que me creas. Y necesito que me perdones.

Cerramos esto, pus el coqueto grupo se ha separado, podía haberse ido Elia con Rhaegar y lo dejábamos en marcha.

Aunque si Rhaegar se lleva algún token de Martell lo dejamos en rueda para que podías coordinaros y tener un sitio donde postear roleos.

Oye, no me acordaba de este subforo, xD

@Jaime @Rafael que os parece si lo reutilizamos para la batalla que se viene contra los Lannister.

¡Hola! Aerys lo ve todo.
Rhaegar, dice tu madre que te cojas una rebequita, que por las noches refresca

Ay, la Mamá Rhaella. Tendré que dedicarle un lacrimógeno roleo cuando la vuelva a ver.

Arreglado. Estaba por lo de barristan