Bosque de Sauces

Ser Edmure bajó de su caballo y se lo entregó a unos de los hombres de la Hermandad. —Cuídamelo, lo necesitaré mañana

El norteño sonrió, había viajado con Lord Eddard hacia el sur hacía más de un año, luego partió con Lord Dondarrion a los ríos —donde lo vio caer por primera vez, bajo los cascos del semental de la Montaña—, luego al Dominio y a Occidente —donde Lord Beric cayó por segunda vez, ante los salvajes del Valle— y de nuevo a los ríos, cumpliendo la voluntad de un rey y una mano que ya no vivían.

Lord Beric volvió a pasar revista a los hombres, jinetes de los forcas, acostumbrados a montar en los embarrados terrenos que les rodeaban, habían luchado con él en Sarsfield y sabía eran hombres de probado valor, pero siempre había que hablar con ellos, la llama de cada hombre es valiosa.

Hijos de los ríos, una vez más Occidente amenaza vuestras tierras, y una vez las defenderéis. A mí jinetes, démosles fuego e hierro


Ser Brynden había escogido a los hombres de Salinas especialmente. Ser Cox los había entrenado bien y eran capaces de marchar como el relámpago por tierras mucho más difíciles que estas, y el Pez Negro las conocía mejor que nadie. Hacía décadas que no los pisaba, pero había luchado en cada palmo de ellas, cada riachuelo y cada bosque estaba fresco en su memoria. El bosque susurrante era denso y difícil de maniobrar, pero había una vereda que les ayudaría. Solo necesitaba que su sobrino aguantara las líneas.


¡Aguantad!— el grito de Ser Edmure recorrió las líneas de infantería mientras las flechas volaban por encima de ellos. Su tío había acertado, los occidentales no tenían otro movimiento, cada hora que pasaba estaban más acorralados y se habían lanzado a la carga. —¡Hijos de los ríos! Defendimos los pasos una vez, y ahora los derrotarémos por todas. Aguantad las líneas, solo tenemos que aguantar.

El choque se produjo poco después, los occidentales tenían más caballería y probaron contra las líneas de Aguasdulces una y otra vez, pero las barricadas levantadas en las horas anteriores hicieron su trabajo y cada pequeño hueco que se creaba era cerrado o bien por más hombres de los ríos o por la caballería de Lord Beric.

Las horas pasaron y poco a poco la superioridad de los ribereños comenzó a hacerse patente, las líneas occidentales no cubrían sus huecos con toda la velocidad necesaria. Un nutrido grupo de hombres de Marcaceniza fueron rodeados y aniquilados por los hombres de Princesa Rosada liderados por Ser Lewys Piper que continuó empujando rompiendo la formación occidental en dos.

Pero no todo estaba ganado, los jinetes de Occidente consiguieron romper el flanco derecho, haciendo huir a los hombres de Lord Roote que tomando su caballo se retiró tratando de reagrupar a los supervivientes. Con el camino libre, el veterano mercenario que lideraba a los occidentales tomó rumbo directo hacia la caballería ribereña. El choque no fue bonito, y las tácticas empleadas no dignas de un caballero, pero Bronn no lo era, y sin más despachó a la montura de Lord Beric y atravesó su pecho con su espada. El mercenario levantó el arma para acabar con su escudero, pero como llamado por un relámpago, Thoros de Myr, envuelto en llamas le hizo huir y tomó el cadáver de su señor retirándose a la retaguardia.

Y con todo, la batalla seguía cayendo del lado ribereño, con las fuerzas Lannister partidas en dos la llegada de Ser Brynden desde el oeste con los hombres de Salinas lo decantó todo. Todo el flanco fue rodeado y aniquilado mientras el resto de los hombres occidentales comenzaron a romper la disciplina y nada más quedó, las cornetas llamaron a la retirada y los estandartes de Roca Casterly que dominaban la retaguardia abandonaron la posición.

La presa se les escapaba, pero una victoria.


Visión parcial de lo sucedido, tengo muy poca info, me lo he inventado casi todo con las 3 cosas que me ha dado Kevan y mi táctica. @Rafael , añade lo que quieras!

3 Me gusta

La llegada de los hombres de los Gemelos fue providencial, los hombres de Ser Edmure estaban cansados y sin los frescos hombres dirigidos por Walder el Negro nunca se habrían dispuesto a la carrera.

Apenas despuntó el alba Ser Brynden junto con algunos de los mercenarios que los Frey habian pagado con el oro de occidente se lanzaron a la persecución azotando la retaguardia de los restos de los ejércitos Lannister. Mientras, el resto de las fuerzas, 10.000 hombres cansados y desesperados por acabar una guerra que parecía no acabar nunca los siguieron.

La persecución abandonó el bosque susurrante y se internó primero en las colinas, y luego por pasos de montaña que los ribereños no conocían tan bien, pero la pericia del Pez Negro no abandonó el rastro y como guiados por los siete, poco a poco, las leguas que los separaban de su objetivo se acortaban.

Edmur cabalgaba junto a Walder el Negro y el resto de sus señores vasallos, Ser Tristan Ryger, Ser Ellery Vance, Ser Lewys Piper, Ser Quincy Cox, Lord Theomar Smallwood, Lord Tytos Blackwood y muchos otros—Mi señor padre siempre llamó a vuestro bisabuelo “el tardío Lord Frey”, nunca le perdonó que no llegara al Tridente a tiempo. Pero el tiempo cambia todas las tornas, me enorgullece haber cabalgado a vuestro lado. Estamos todos cansados, pero una y otra vez nos han mostrado que Occidente no dejará que la guerra termine, tendremos que acabarla nosotros. ¡Una última marcha hermanos!

El campamento de los ribereños era escueto, ninguna empalizada los defendía pues no había quién les amenazara ni aún tan dentro de las tierras de los Estren. Apenas unas horas de sueño es esperaban, la calma tensa impedía que la mayoria las aprovecharan. Como salido de ninguna parte Ser Brynden Tully apareció entre las sombras de la noche a cambiar su caballo y portando noticias.

Sobrino, querías saber quién comandaba las tropas Lannister, ¿verdad?— El Pez Negro sonrió —El premio está al alcance de nuestra mano.


La superioridad numérica de las tropas del Tridente era abrumadora. Habían estado a punto de llegar a su objetivo, pues Refugio de Plata se atisbaba en el horizonte. Pero no lo habían logrado y en aquel momento miles de hombres de Occidente se disponían a morir por su señor.

Los mensajeros del Tridente habían llegado con una oferta; una buena oferta. Dejar que Lord Tywin Lannister fuera ajusticiado por romper la paz del rey Robert a cambio de sus vidas. Lord Serrett había dudado, y por ello, había tratado de mediar con Ser Edmure Tully. Una solución de compromiso… Haber permitido que Lord Tywin vistiera el negro podría haber satisfecho a todos. Pero tras la derrota en Bosque de Sauces, la generosidad era más difícil de obtener; menos aún cuando el final de aquella batalla ya estaba escrito.

Pese a todo, las filas occidentales se formaron a toda prisa, dispuestas a mantener la posición, pero tan pronto la batalla comenzó, estas se rompieron y muchos hombres desertaron. El grueso de aquellos hombres lo componían los propios hombres de las tierras de Salón del Viento, que no dudaron en dirigirse a sus hogares, aunque muchos no lo lograron.

Peor final tuvo Lord Tywin Lannister. Altivo, el león observó cómo todo se desmoronaba a su alrededor hasta verse rodeado por los hombres que Lord Eddard Stark había enviado para prender a la Montaña. No pudieron capturar a Ser Gregor, pero ahí tenían a quien había dado la orden. No pidió clemencia Lord Tywin, pues tampoco la esperaba. El sonido de un arco quebró aquel silencio, siendo un joven que respondía al nombre de Anguy quien puso final al que muchos consideraban como uno de los prohombres más importantes del último medio siglo.


La carnicería fue innecesaria, pocos escaparon y muchos de los que lo hicieron eran los salvajes que Tyrion Lannister habían traído.

Un problema más para occidente— Ser Lewys Piper no mostraba su odio, las llamas de Princesa Rosada aún alimentaban su corazón.

¿Y cuando hagan de estas montañas su hogar y caigan en la primavera contra Bosque de Sauces y Aguasdulces qué es lo que haremos?— Ser Brynden no dudó ni un momento —Lewys, conmigo, Ser Cox y vuestros hombres, son los más rápidos que tenemos. Lord Beric, que los vuestros se internen en las colinas. Que no escapen.

Lord Beric Dondarrion y los suyos volvieron a montar, siempre incansables, su deber había sido cumplido y si seguían esta orden era por decisión propia, por fin eran hombres libres. Fueron los primeros en marchar y un alma pudo agradecer que fueran ellos quienes marcharon los primeros. Bronn, que había estado a órdenes de los Lannister desde hacia mas de un año abandonó su contrato en cuanto los occidentales decidieron presentar batalla, pero en sus escaramuzas con los exploradores Tully perdió su caballo y cuando los hombres de la hermandad lo encontraron no pudo más que desenvainar su espada y prepararse para lo peor.

Có … cómo … ¿cómo estais aquí?— balbuceó aterrorizado cuando vio la figura del señor del relampago descabalgar ante él.

A la oscuridad me mandaste, y de a oscuridad he vuelto. La noche es oscura y alberga horrores, pero el señor de la luz todo lo puede.

Bronn hizo un amago de levantar la espada pero el primer golpe de mano de Lord Dondarrion se la arrebató. Lord Beric agarró las mejillas del mercenario, susurró unas palabras inaudibles y tan pronto como llegó, marchó, dejando tan solo unas quemaduras en la piel del mercenario allí donde sus dedos habían estado, y el creciente sentimiento de que le debía su vida a un poder superior.

Pese a que la batalla había terminado la lucha no descansó hasta casi el anochecer del día siguiente, pero uno a uno los hombres de los clanes fueron perseguidos y muertos con lanza, espada, arco e incluso la horca para aquellos que se rindieron.


Los hombres de los ríos emprendieron la marcha, cansados. Habían cumplido su trabajo, pero los amigos muertos no volverian, y pagarian el precio las cosechas perdidas durante el invierno. Palafrenes y destreros cargaban con trigo de occidente para paliar el daño sufrido, cerdos, vacas, cabras y ovejas seguían a la comitiva. Pero cualquiera fuera el botín de guerra apenas podría pagar por los daños infligidos. Tanto los ríos como occidente sufrirían ese invierno, Ser Edmure solo esperaba que sus acciones no hubieran agravado ese daño.

A casa, amigos, a casa. Tenemos una boda que celebrar. Que sea el rey quien pacifique el resto de Occidente, nosotros ya hemos cumplido.


Los cuervos cayeron sobre los restos de la batalla, nadie se había parado a enterrar los cadáveres. Quizás los Estren volvieran a marcar el lugar y tratar de erigir una tumba. No sería el tridente quién les ayudaría a encontrar el cuerpo del infame.

1 me gusta

Buenmercado era un hervidero de actividad, el botín de la última incursión se estaba canalizando por el desolado pueblo y las casas que hacía escasos días habían ardido tenían nuevos tejados, aunque el antaño sencillo puente que solidificaba el dominio de Buenmercado de las reiberas del Forca Azul yacía semiderruido sobre el cauce del río. Pero por todas partes los campesinos y comerciantes se afanaban a preparar las barcazas para enviar los bienes río abajo, donde los hombres de Ser Quincy Cox se afanarían de que encontrarn buen precio, bien fuera en las Ciudades Libres o en Desembarco, donde los acontecimientos hacían que la ciudad demandara acero como no lo había hecho en décadas.

El vagabundo llevaba meses en el camino, había cambiado mucho y hacía demasiado tiempo que no pisaba estas tierras y todo le intrigaba de sobremanera. ―¿Qué ha pasado aqui, muchacho?― preguntó mientras agarraba a un chiquillo que se afanaba por cargar un barril en un borrico.

Tywin Lannister― pronunció escupiendo como quien musita una maldición ―Cayó sobre el pueblo y lo saqueó todo, luego marchó hacia Bosque de Sauces pero Ser Edmure Tully le obligó a retirarse y lo persiguión hasta Occidente donde lo mató en combate singular.

No seas bono― gritó otro muchacho ―¡Fue el señor del relámpago quien lo mató! Murió tres veces, y por tres veces se levantó sin descansar hasta que lo decapitó.

¿Tywin Lannister ha muerto?― el vagabundo sonrió y como quien cambia de camisa, cambió su postura y su voz y comenzó a gritar órdenes. ―¿Dónde está Ser Edmure ahora mismo? Muchacho, trae un caballo, y blasones de Buenmercado, ¡tengo que partir!

Ser Kirth Vance miró al vagabundo con aire de desdén y mientras lo rodeaba sin desmontar de su córcel. ―¿Y tú quién eres para ir dando órdenes en Buenmercado? Aguasdulces me ha encomendado a mi el gobierno de la plaza por el momento, y ten por seguro que ningún pordiosero puede venir dando ordenes en mi presencia.

El vagabundo se descubrió y Ser Kirth se preguntó dónde había visto ese rostro anteriormente. La barba era nueva, recortada en un estilo desconocido en los ríos, el pelo también, ¿quizás los braavosi lo usaban? ¿O eran los lysenos? La nariz se había roto hace no mucho y no había soldado bien, y las orejas estaban llenas de cicatrices. El vagabundo había peleado mucho para llegar hasta donde estaba, pero Ser Kirth no lograa ubicarle.

¿No te acuerdas de un viejo amigo cuando viene a verte, Kirth?― preguntó el vagabundo con un gesto amable que el caballero de Atranta reconoción.

¡Lymond! ¿Pero dónde has estado?

A su debido tiempo, Kirth, pero ahora … un caballo, ¡debo partir a Aguasdulces!

1 me gusta