Campos de sangre

¿Estás seguro, muchacho?

Si, mi señor. Sin duda.

Sea pues.

El ejército de la Tormenta avanzó al unisono como un molino bien engrasado. Poco a poco se fueron dividiendo en tres columnas. Visenya vio clara su táctica: utilizar su superioridad numérica para rodearlos. No pudo si no estar de acuerdo con Argilac, es lo mismo que hubiera hecho ella. Bueno no… ella tenía a Vhagar.

La posición elegida por Visenya les daba ventaja a estos y las recientes lluvias hacían muy complicado avanzar cuesta arriba a las pesadas tropas Tormentis, pero no cejaron en su empeño. con el estandarte Durrandon a la cabeza, estos cargaron una y otra vez contra vasallos directos de los Targaryen. Las bajas eran cuantiosas en ambos bandos pero no se retiraron.

Ser Arthor Celtigar se tomó unos instantes para sujetar el cuerpo de su padre en brazos mientras este se desangraba.

Mi señor.— dijo con las lágrimas anegando sus ojos. — Mi señor… ¡Padre!

Ahora tú eres el señor…— Dijo lord Celtigar casi en un susurro mientras le entregaba el hacha de acero valyrio que era el orgullo de su casa. — y el centro aguantará!

Con fuerzas renovadas, el ahora lord Arthor Celtigar volvió al combate y el grito de “¡El centro aguantará!” se convirtió en el grito de cada soldado que caía, dándoles fuerzas a los demás. La sangre corría ladera abajo. Las pesadas tropas de Durrandon cargaron una vez y otra y otra más… y el centro aguantó.

Cuando la batalla estaba en su punto álgido la muerte vino desde el cielo. Vhagar quemó, Vhagar aplastó, Vhagar aniquiló aquí y allá. Visenya sabía lo que se hacía y no permanecía mucho rato en ningún lugar. Se lanzaba a por una unidad y antes de que se recompusiera, volaba y caía sobre otra. Nadie pudo hacerle una sola herida a la bestia, pues los pocos valientes que le atacaron se encontraron con unas escamas duras como el acero.

Ante semejante masacre y sabiendo la importancia futura de esta batalla, Argilac, rey de la Tormenta encabezó la carga de su caballería y a punto estuvo de conseguir partir al ejército Targaryen por la mitad, pero un hombre se plantó ante él.

Tenemos algo pendiente, majestad.— dijo Orys Baratheon con tono calmado.

La batalla pareció detenerse. Ya no importaban los gritos, ni los golpes de acero contra el acero. Sólo esas dos personas. El Rey y el Bastardo, sólo ellos importaban, nadie más.

Todavía me duele la mandíbula de nuestro último encuentro… — comenzó a decir Baratheon con cortesía.

Cállate y pelea, bastardo— cortó el rey escupiendo sus palabras.

Ambos contendientes se conocían de antes y se probaron una vez más. La juventud de Baratheon contra la experiencia de Durrandon. Poco a poco la pelea se caldeó, cerraron distancias. Baratheon sabía que, de alargarse, el rey se cansaría antes que él. Durrandon también. La guardia del rey quedó abierta durante un instante y su oponente pareció lanzarse, picando el anzuelo de la finta que el rey preparó para después golpear con la otra mano, igual que había hecho la vez anterior. Ese fue su error, intentar lo mismo que la otra vez. Baratheon pareció lanzarse hacia el hueco de la guardia, pero luego giró su cuerpo y lanzó un tajo descendente hacia el brazo izquierdo de su enemigo.

Argilac no notó dolor. Simplemente vio que su golpe no llegaba. Durante un instante miró a Orys y luego a su brazo, que ahora descansaba en el suelo. Miró otra vez a Orys. Pareció que el rey iba a hablar o gritar pero la espada del bastardo le traspasó la garganta.

Aún con unas pérdidas tremendas el ejército de la Tormenta era claramente superior. Sus hombres estaban mejor armados y tenían mucha más experiencia que sus oponentes, además, casi los triplicaban en número. O eso era en un principio, cuando las tropas de Massey y Sunglass se dieron la vuelta y cargaron contra los flancos de los que habían sido sus compañeros hasta hacía un momento el ejército de Argilac se desbarató y se dio a la fuga.

Los muertos se contaban por miles, las tierras enfangadas parecían ahora arcillosas pues había más sangre de la que podían tragar y esta llegaba a la rodilla.

Visenya Targaryen miró el campo de batalla, 5000 de sus 7000 hombres yacían sobre el barro pero… había ganado.

Los hombres se batían en retirada, cientos dejaban caer las armas, rodeados por los enemigos y el fuego de dragón. Muchas miraban con odio a los traidores que habían vuelto sus armas contra ellos, pero muchos otros observaban con ojos tan temerosos como admirados a la figura de Orys Baratheon, que sostenía en su mano derecha el brazo izquierdo de Argalic. De sus dedos mortecinos extrajo un anillo dorado y con delicadeza lo introdujo en uno de sus dedos, maravillado.

Finalmente se arrodilló ante el cadáver del rey, al que cerró los ojos en un gestó de reconocimiento. A escasos pasos yacía la corona de la Tormenta. La sostuvo entre sus manos. Por un breve instante sopesó la idea de colocársela en la cabeza, tras ese pequeño lapsus lo guardó en su zurrón.

Alzó la mano donde brillaba el anillo del rey,

¡Traedme a los prisioneros! Quien segue la vida de un hombre que no esté herido de muerte tendrá que vérselas con él -dijo señalando a Vhagar, que engullía al último de los locos que estuvo dispuesto a enfrentarse a él-.