Unas pocas semanas atrás…
Tocaron la puerta del despacho de Lord Farman. Un cuervo de La Roca había llegado. Lord Farman lo leyó con visible preocupación en el rostro y cuando alzó la mirada buscó las de su heredero e hija mayor.
-Lord Jason nos ha escrito. Nos cuenta que sus espías de en las islas han avisado de que la flota del hierro se reúne en Pyke. Nos advierte que estamos en primera línea. Que es muy probable que vengan a por nosotros primero. Nos invita a evacuar a civiles y personal no esencial.
La hija mayor de Lord Farman, una belleza de melena rubia y ondulada que había rechazado pretendientes durante la mitad de su vida, preguntó a su padre.
-Si Lord Jason sabe que nos van a atacar. ¿Porque no manda tropas? ¿Porque no manda ayuda?
Jon escuchaba a su padre y hermana, no tenía mucho que añadir, su hermana había formulado la pregunta que el también se hacía.
-Hijos míos. La guerra civil está a punto de extenderse por todo el reino. Lord Jason, es un hombre mejor para divertirse que para dirigir, es ingenioso, divertido, valiente. Un gran amigo, pero como señor… No es fácil. No se que haría yo en su lugar. Pero hay varias cuestiones que a mi me marcarían para tomar la decisión que toma el ahora. Sabe que los isleños vendrán más que probablemente. Si Geyjoy vacía sus cloacas, reunirá varias decenas de miles de hombres. Nosotros tendremos que retirarnos al castillo para resistir y confiar en que nos envíen ayuda. En este castillo no podemos guarecer mas de un par de miles de soldados. Y Lord Jason no tiene barcos para traer tantos hombres como necesitaríamos para pelear en campo abierto y ganar.
Esta carta que me ha enviado es a la vez una excusa por no poder ayudarme, una petición de comprensión y una opción para que salve lo que me es más preciado. No hay título al que no renunciaría por mis hijos. Vosotros dos y las pequeñas. Lord Jason me plantea en la carta que si lo deseo, su casa está abierta para vosotros.
La hija de lord Farman abrió la boca para protestar. Pero fue acallada por su padre.
-Hija mía. Este es tu momento, te he criado lo mejor que he podido, no te he obligado a casarte, te he dejado empuñar armas en vez de agujas de tejer. Tu puedes quedarte, ayudame a mantenerme firme en la defensa de lo que nuestra familia ha construido y mantenido durante generaciones.
Jon se empezó a oler la tostada y preguntó.
-Padre. ¿No estaréis pensando que os voy a dejar aquí solo para irme a esconder a La Roca?
Lord Farman sonrió. Su hijo, alto y corpulento, era sin duda la imagen del guerrero que cualquier niño soñaba con ser. Educado en las letras por el septón Gilbert que como había sido mercenario en Essos antes de encontrar la fe, también había sabido enseñarle al alma cándida que era Jon a pelear. A pelear de verdad, nada de trucos de salón ni técnicas de torneo.
El septón Gilbert había enseñado a Jon a matar. Es más, mientras el chico pedía espadas, el septón guerrero le daba lanzas de hoja ancha y astil largo. El niño no entendía porque le obligaba el anciano a usar armas de plebeyo. Pero entre protesta y protesta, hacía lo que se le mandaba.
Una espada o un hacha, le había dicho Gilbert a Lord Farman, las puede usar cualquiera, alto o bajo. No aportan nada especial. Pero un arma ligera y de alcance, en manos de un hombre joven y rápido, que a todas luces acabaría por ser un gigante de extremidades superiores largas como las de un mono, daría una ventaja enorme en combates navales o defendiendo murallas.
-Jon. Tu padre no te pide que dejes Islabella para que te escondas en La Roca. Tu señor, Lord Farman, le encarga a su heredero poner a salvo a su esposa e hijas. Le encarga casarse y engendrar descendencia. Le encarga hacer todo lo que esté en sus manos para traer ayuda y si no pudiera vengar su muerte y las de sus hombres. ¿Entiendes hijo? Tienes la responsabilidad de vivir. Cuando yo muera serás Lord Farman y harás como gustes. Pero mientras yo viva, tu deber es cumplir mi voluntad.
Jon estaba lívido. Entendía la responsabilidad, pero a la vez, estaba convencido de que debía quedarse y pelear. Pudo su afán de complacer.
-Padre. Obedeceré. Pero sabed que mi sitio está con vos y mi hermana, que no marcho con gusto y que deciros adiós me pesará siempre si caéis sin que yo esté junto a vos.
Melessa sonrió a su hermano y le dijo.
-Te toca lo más difícil hermano. Buscar esposa y preñarla, al menos una vez si lo haces bien.
Acto seguido, abrazo a su hermano y le susurró al oído.
-Si padre muere, no morirá solo. Yo estaré a su lado, por el, por ti y por todos.