Marea Alta
Una fría y densa niebla cubría Marcaderiva aquella noche. La fortaleza ancestral de la Casa Velaryon, un bastión a orillas del mar Angosto, estaba inquietantemente silenciosa. Sólo el eco del viento que rugía a través de las velas de los barcos y las olas que se estrellaban contra las rocas se atrevía a interrumpir el letargo de la noche. En el gran salón de la fortaleza, Corlys Velaryon, el famoso Serpiente Marina, caminaba en círculos, con el ceño fruncido y los puños apretados tras su espalda. Frente a él, sentada junto al fuego, Lady Rhaenys Targaryen, conocida como la Reina Que Nunca Fue, observaba las llamas, su rostro iluminado por la tenue luz anaranjada.
La noticia había llegado apenas unos momentos antes, traída por un mensajero exhausto y empapado por el rocío nocturno. Aegon II había sido coronado Rey en Desembarco del Rey por orden de Otto Hightower, la Mano del Rey. Habían ignorado la voluntad del difunto rey Viserys, quien había nombrado heredera a su hija, Rhaenyra Targaryen. Era un acto de traición y usurpación, un golpe destinado a desencadenar una guerra.
Corlys, deteniéndose, miró a Rhaenys con una mezcla de preocupación y frustración. “Esto era inevitable, pero no deja de ser una afrenta. Rhaenyra fue nombrada por Viserys. ¡Es su legítima heredera!”, exclamó, con la voz ronca por la rabia contenida.
Rhaenys, inmóvil en su silla, levantó la mirada lentamente hacia su esposo. Su expresión era más serena, aunque había una sombra de amargura en sus ojos. “Sabíamos que los Hightower no dejarían esto en manos del destino. Otto ha movido sus piezas con precisión y rapidez. Y ahora, Aegon se sienta en el Trono de Hierro. Si tomamos partido por Rhaenyra, habrá guerra. Y nuestras familias, nuestras tierras… estarán en juego.”
Corlys bufó, volviendo a caminar de un lado a otro. “¿Qué otra opción tenemos? ¿Abandonar a Rhaenyra? Si nos mantenemos al margen, los Hightower consolidarán su poder, y nuestra Casa será arrastrada a su sombra. He pasado mi vida asegurando que los Velaryon sean una potencia en los mares, y no pienso dejar que seamos meros espectadores en esta guerra de dragones.”
Rhaenys se levantó lentamente, con una gracia majestuosa, y caminó hacia él. “Yo también lo he dado todo, Corlys. He luchado contra las expectativas, contra las tradiciones. Y mira lo que nos ha costado. Mi propio derecho al trono fue negado por los mismos hombres que ahora coronan a Aegon. Pero esta no es solo nuestra batalla. Esta es una guerra entre Targaryens. Entre nuestros propios familiares. No podemos decidir esto a la ligera.”
Corlys la miró intensamente, su semblante suavizándose ligeramente ante las palabras de su esposa. “Tú fuiste la Reina Que Nunca Fue. Si hay alguien que entiende lo que significa que le arrebaten su derecho, es Rhaenyra. ¿Cómo podemos negarle nuestro apoyo? Si nos unimos a su causa, ella ganará. Tiene a los dragones, la lealtad de Rocadragón…”
“Y también tiene enemigos poderosos en Desembarco”, replicó Rhaenys con voz firme. “Los Verdes no vacilarán en enviar ejércitos contra nosotros si nos ponemos del lado de Rhaenyra. Los Lannister, el Dominio… son aliados fuertes de Aegon. Esto no será una batalla fácil.”
Corlys la tomó de las manos, apretándolas suavemente. “Entonces, ¿qué sugieres, Rhaenys? ¿Qué hacemos? ¿Dejamos que Rhaenyra luche sola mientras los Hightower retuercen todo lo que hemos trabajado por lograr?”
Rhaenys lo miró fijamente, con la mirada llena de una sabiduría que solo los años de sacrificio y experiencia podían otorgar. “No sugiero que nos quedemos al margen. Pero tampoco podemos lanzarnos ciegamente a esta guerra. Necesitamos estrategia. La guerra no se gana solo con dragones. Se gana con alianzas, con una visión clara de lo que está por venir. Aegon es joven, inexperto. Otto lo maneja como un títere. Si somos cuidadosos, si jugamos nuestras cartas correctamente, Rhaenyra puede prevalecer. Pero debemos ser pacientes.”
Corlys asintió lentamente, aunque la impaciencia aún brillaba en sus ojos. Sabía que su esposa tenía razón. Rhaenys se permitió una pequeña sonrisa. “Debemos asegurarnos de que cuando llegue el momento de la guerra, estemos preparados para todo lo que venga. La Danza de Dragones ha comenzado, Corlys. Y si vamos a bailar, debemos hacerlo con astucia y sin titubeos.”
El fuego seguía crepitando en la chimenea mientras ambos se quedaban en silencio, contemplando las llamas. La noticia había llegado, y la tormenta que se avecinaba sería feroz. Pero los Velaryon, al igual que el mar que los rodeaba, no se doblegarían tan fácilmente.