El Nido de Águilas se alzaba imponente sobre el Valle, sus torres bañadas por la luz del sol naciente que parecía un presagio de tiempos inciertos. La muerte de Robert Arryn había dejado un vacío insondable en el corazón de Lysa, un vacío que ni siquiera la muerte de Petyr Baelish había logrado llenar. Su hijo, su dulce y frágil Robert, se había ido, arrebatado por la cruel mano del destino. Y ahora, en su lugar, un nuevo matrimonio se gestaba, uno que la llenaba de recelo y temor.
Lysa se encontraba en sus aposentos, su mirada perdida en el horizonte mientras sus manos temblorosas trataban de acomodar el vestido nupcial. La seda blanca parecía una burla, un reflejo de la pureza que ella sentía haber perdido hace tanto tiempo. Yohn Royce, el hombre con el que estaba a punto de casarse, era un guerrero respetado, un hombre de honor y lealtad. Pero para Lysa, no era más que un extraño, una figura distante que no podría jamás entender el torbellino de emociones que la consumía.
Los vasallos del Valle habían llegado al Nido de Águilas, sus rostros serios y expectantes. El salón principal estaba decorado con guirnaldas de flores y estandartes que ondeaban con el emblema de la Casa Arryn y la Casa Royce. A pesar de la solemnidad del evento, el aire estaba cargado de murmullos y miradas de preocupación. Todos sabían que este matrimonio no era uno de amor, sino una alianza estratégica para mantener la estabilidad en el Valle tras la muerte de Robert y la ejecución de Petyr Baelish.
Lysa descendió por las escaleras, sus pasos lentos y vacilantes. La presencia de los invitados la hacía sentirse expuesta, como si sus pensamientos y emociones pudieran ser leídos por todos los presentes. Yohn Royce la esperaba al pie de las escaleras, su rostro serio y su mirada firme. No había amor en sus ojos, solo una resolución férrea.
La ceremonia fue breve, las palabras del septón resonando en el gran salón como un eco distante. Lysa apenas escuchaba, su mente sumida en recuerdos de su hijo, de Petyr, y de los días en los que había sentido algún tipo de control sobre su vida. Ahora, todo le parecía un caos incontrolable, un remolino de incertidumbre y miedo.
Cuando el septón declaró la unión, Lysa sintió que el peso del mundo caía sobre sus hombros. Yohn tomó su mano, su agarre firme y protector, pero ella solo sentía un frío abrumador. Mientras los invitados aplaudían y brindaban por la nueva pareja, Lysa solo podía pensar en cómo había llegado a este punto, cómo su vida se había convertido en una serie de decisiones desesperadas y dolorosas.
La fiesta continuó, el salón llenándose de música y risas forzadas. Lysa permanecía en su trono, su rostro pálido y sus ojos vacíos. Yohn se acercó a ella, inclinándose para susurrar algo que ella apenas escuchó. Asintió mecánicamente, su mente vagando en lugares oscuros y tristes.
Esa noche, en la soledad de sus aposentos, Lysa miró el cielo estrellado a través de la ventana. El Nido de Águilas, que una vez había sido su refugio, ahora se sentía como una prisión. Su esposo dormía a su lado, su respiración profunda y constante. Pero ella no podía encontrar la paz. Sus pensamientos eran un tumulto, su corazón un nudo de dolor y confusión.
El Valle necesitaba un líder fuerte, y Yohn Royce era ese líder. Pero Lysa se sentía más sola que nunca, atrapada en una vida que no había elegido. Mientras las estrellas brillaban en el cielo nocturno, Lysa se prometió a sí misma que encontraría una forma de recuperar algo de control, de hallar algún tipo de paz en medio del caos que se había convertido su vida. Pero por ahora, solo podía esperar y ver qué traería el nuevo día.