Pocas veces la Zarina abandonaba la fortaleza de la capital de Kislev. Prefería mantenerse en un segundo plano pero siempre atenta a cualquier acontecimiento que pudiera afectar su reino. Y aunque hacía relativamente mucho tiempo que no sufrían ataques de los siervos del caos, era evidente que se acercaban tiempos de guerra. Pieles verdes y hombres bestias asolaban las tierras del imperio por varios frentes, y tarde o temprano, Kislev estaría bajo ataque. Cuando ese momento llegara, estarían preparados.
“La foca coja” era la taberna más concurrida del puerto de Erengrado y los últimos días no daban abasto. La gran demanda hacía peligrar las reservas de cerveza helada y carne de foca ahumada, especialidad de la casa. Pronto no quedaría nada que servir a los sedientos kislevitas, que no habían parado de trabajar en la construcción de la flota que la misma Zarina estaba dirigiendo.
-Te estoy diciendo que la vi, ¡estaba allí mismo! – Todo el mundo la vio.
-Pobre chico, fueron imaginaciones tuyas. ¿Sabes cuándo fue la última vez que la Zarina visitó nuestra ciudad? – el marinero hizo una pausa antes de estallar en risas – ¡Nunca!
En ese momento un estruendo inundó el interior de la estancia, quizás uno de los mástiles había cedido al peso, pero no había sido esa la fuente. Un par de curiosos se asomaron para ver de donde procedía el sonido y enseguida una avalancha de campesinos y marinos se amontonaron junto a las ventanas que daban al muelle. – ¡es ella!, La Zarina ¡Te lo he dicho! –
La mujer más poderosa y respetada del Norte, Katarin Bokha, la Reina de Hielo de Kislev, se encontraba delante de una de las embarcaciones. Estaba de pie con las manos alzadas, a unos diez metros de la proa. Agua desbordada se elevaba dando forma a pequeños remolinos suspendidos en el aire. La Zarina entonó unas palabras y el vaho de su aliento entró en contacto con los remolinos, proyectándolos con fuerza hacia el casco de la embarcación. Una ola de poder atravesó a los espectadores que visionaban el choque. Un frío como el que nunca habían sentido calaba en sus huesos, en lo más profundo de su ser.
La embarcación lucía un nuevo aspecto, una fría coraza envolvía parte del casco dotándolo de un deslumbrante color azul. Vetas transparentes con un extraño líquido en su interior serpenteaban sobre el hielo, conectando con el exterior en algunos puntos a través de pequeños poros de donde manaba un denso gas azulado.
La Zarina había terminado su obra de arte y se marchaba sin mediar palabra con nadie, alabada por los que habían quedado impresionado por tal demostración de poder. Un grupo de súbditos rodeaba a la reina evitando que cualquier desconocido se acercara demasiado, aunque no les hacía falta actuar. El pueblo de Kislev respetaba y sabía que la Zarina prefería la distancia, y sus enemigos no se atrevían a acercarse tanto.