Una etapa más del camino. ¿Una prueba más? No, sólo otro trámite de mi eterna condena, una muesca más para la advertencia en la que me he convertido.
Notaba en la cara el frío lacerante que acompaña a las primeras luces del día. Los días pasaban y el otoño comenzaba a arreciar arrastrado por los vientos del Norte. Delante asomaban las primeras sombras que arrebatan a la noche su dominio y que dejan entrever las formas de lo que aguarda a pocos pasos de distancia. Un mar de tierra, gris y marrón, aparecía perezoso por entre los árboles.
Amanece. Es el momento.
Dió unos pasos al frente, entre las raíces profundas de aquel bosque corrupto, acercándose al linde de los árboles. Cada paso era un rugido, acompasado por el clangor de su armadura caótica, por el repiqueteo muerto de los huesos trofeo, por la templanza con la que recortaba la distancia que le separaba del destino inevitable de la sangre.
¡Ahora!
El único legado de Torgald salió de su vaina cortando el aire y anticipando lo que estaba por venir, lejos ya de las ramas de los árboles. Wulfrik giró la cabeza y posó por un instante la vista en las sombras del bosque, para enseguida volver a mirar al frente y ya no dejar de hacerlo. Respiró hondo y se lanzó a la carrera. Lo que vino después fue una fugaz eternidad…
De los bosques cercanos al antiguo fuerte kislevita empezaron a emerger decenas, centenas, miles de norteños, clamando guerra y muerte. De las empalizadas kurgan la respuesta no espero y pronto un bosque de saetas, lanzas y espadas asomó por entre los troncos que componían los muros. Una lluvia de flechas cayó sobre los norteños que rápidamente buscaron cobertura en escudos, en el terreno o manteniendo la carrera y encomendándose a Khorne.
El sonido de la batalla llegaba a los oídos de Wulfrik y eso le gustaba. Continuaba a la carrera, acompañado por sus fieles hombres, hacia la empalizada. Pronto los primeros norse consiguieron alcanzar los troncos y las hachas empezaron a morder la madera y a tratar de abrir hueco entre los muros.
El Sol ya lucía con fuerza en el cielo. Los huecos que se abrían en la empalizada se cerraban con sangre, con entrañas derramadas, con muerte y pronto se convirtió lo que era un muro protector en un altar de la peor de las maldiciones. Conforme avanzaba el tiempo, la mayor pericia del ejército norteño pesaba sobre los defensores y los primeros norse atravesaban la empalizada y se internaban dentro del fuerte para llevar la batalla al interior de las defensas, como la marea en un fiordo. Conforme el tiempo pasaba, el suelo se embarró con la sangre de los guerreros y se llenó de raíces formadas por los cuerpos de los caídos. Los frentes de batalla se rompieron y los hombres se dividieron en pequeñas contiendas individuales, más parecidas a peleas callejeras que a una lucha táctica. Un Caos de carne, sangre y muerte.
De pronto, en los diversos dialectos norteños, los hombres empezaron a gritar y kurgan y norse poco a poco se detuvieron para mirar a un punto del interior de la fortaleza, como si hubieran sido objeto de un hechizo antiguo…allí, foco de todas esas miradas cansadas, se encontraba Wulfrik, de alguna manera sobresaliendo sobre los demás y levantando con una mano la cabeza decapitada de Hellios Romprecráneos, el señor de aquellas tierras.
La batalla había terminado. Khorne había sido complacido.