De Marienburgo y el Tratado.
Marienburgo era majestuosa. O al menos lo era para la gran mayoría de vidas en aquel mundo. No para Teclis, el cual estaba acostumbrado a Lothern, Tor Yvresse o Tor Elyr, ciudades donde el arte de los elfos estaba muy por encima de los hombres. Aún así existía un remanente de ellos mismos en aquella ciudad y se hacía notar en algunas edificaciones. Y uno de ellos era el Directorio, un lugar donde los gobernantes hablaban a todos los hombre sy mujeres de la ciudad.
Para los hombres lo que parece muchas veces es más importante de lo que es. Teclis había aprendido eso de ellos años atrás, cuando ya había viajado hasta el Viejo Mundo ayudándoles en una ocasión anterior. Ahora pondría en práctica todo aquello que había aprendido de la Corte del Rey Fénix. Seguramente su hermano Tyrion se hubiese exasperado, pero él estaba más acostumbrado a todos los movimientos de la Corte.
Por todo ello entró en el directorio portando los objetos que le hacían ser el Señor del Conocimiento, con la Corona y el Báculo a la vista de todos. Caminaba justo detrás de Aislinn, mayor en altura y en anchura, un elfo mucho más marcial que él, sin duda. Y a su alrededor cuatro grandes espaderos de Hoeth que caminaban en silencio. El protocolo había sido cuidado para mostrar grandiosidad frente a un Consejo que ya sabía lo que era aquello, pues todo el comercio del Viejo Mundo llegaba a aquel puerto. Sin embargo Teclis sabía que los elfos levantaban un misterio en los hombres. A eso se aferraba. Y así se demostró cuando, en el estrado del Directorio, pudo ver que el lugar se encontraba a rebosar de hombres y mujeres de la ciudad.
– Ulthuan y Marienburgo siempre han estado unidas.- Así empezó.- Y así seguirá.- Zanjó.- Desde hace muchos años hemos estado unidos a un Tratado por el que ambos hemos prosperado, pero sin embargo la guerra ha llegado a Ulthuan. Y vencimos, aún a coste de muchas vidas.- Suponía que de eso sabrían los hombres de allí, versados en las historias que provenían de los marineros. Así eran los puertos.- Pero hay algo más allá de aquellos que atacaron nuestras costas, algo que empuja desde el Norte, desde más allá de los Mares del Caos y de Norsca. Los Vientos rugen de rabia y el olor de la putrefacción de Ulthuan se revolvió hacia allí cuando fue rechazado.- Así lo entendía. Era el Caos, los Dioses que se disponían a jugar con el mundo que vivían.- Los Asur venimos a cumplir el tratado que firmamos, venimos a defender Marienburgo de las amenazas que están por venir. Pero os pedimos que cumplais vuestro parte para, juntos, conseguir todo aquello que nos propusimos hace mucho.
Sabía que no tenía pruebas de lo que decía, pero tampoco es que muchos pudiesen dudar de él, el más versado de todos los dominadores de los vientos de ese mundo. ¿Quién se opondría a lo que decía? Solo tenía dos respuestas, aquellos que en verdad estuviesen gobernados por el miedo…o por los mismos dioses que se había jurado combatir.
Después de las declaraciones del Archimago, los hombres rompieron a aplaudir en la sala. Incluso aquellos patriarcas de las Grandes Casas que no se habían mostrado convencidos en reuniones previas, quién sabe si por presión social o por verdadero convencimiento, se levantaron de sus asientos para dedicar unas palmadas al alto elfo. Solo una persona se mantenía incólume en el mar de sonrisas y agradecimientos al Asur. Era el Sacerdote de Haendryk, que también se incorporó, pero para dedicar unas palabras.
-Mi Señor Teclis, Archimago de Ulthuan. - Inclinó la cabeza respetuosamente. - Vos estuvisteis aquí hace muchos años y ayudasteis a esta ciudad y el Imperio en una hora de necesidad. Y por ello os respeto y os agradezco que volváis. Sin embargo, yo soy un miembro del Directorio de Marienburgo, y un siervo del Dios del comercio. Y para el comercio, las guerras son malas. La plaga, el hambre, la desolación y la miseria avanzan caminando con ella, y los Vientos de la Magia que vos convocáis se arremolinan en los campos para destruir demasiadas vidas. Mi señor Teclis, decidme, ¿qué queréis exactamente que hagamos?
¿Queréis que Marienburgo despliegue sus tropas?, ¿que invirtamos nuestros recursos en levantar ejércitos?, ¿que marchemos con vos, exactamente a dónde? Todos somos temerosos del mal que habita en las estepas del norte, y sabemos del peligro de los Druchii. Pero no puedo aceptar, no sin pruebas, que me digáis que los Cuatro Poderes regresan y que amenazan esta ciudad. ¿Qué exigís de Marienburgo, mi señor?
– No exijo, mi señor. Os demando ayuda. - El dios del comercio para los hombres de Marienburgo era casi tan importante como Asuryan para él, o Lileath. No iba a cuestionar donde posicionaban su fe los hombres, tan solo bastaba con tener en cuenta sus prioridades.- La guerra se encuentra en vuestras puertas, Sacerdote. No soy yo el que viene a traerla ni quien quiere llevarla al lejano Norte, pero si soy el que desea que esteis, y estemos, preparados para ella. Marienburgo debe estrechar los lazos con el Imperio ante este peligro. Y si quereis una respuesta directa a lo que me preguntais, os diré que necesitamos prepararnos de los hombres de Norsca, que atacaran estas tierras. Os pido que Marienburgo no sea solo su ciudad, sino el resto de los hombres y aliados que hay en este Viejo Mundo. Solos no tenemos oportunidad. Unidos seremos capaces de hacer frente a los males del Norte. - Se reposicionó entonces.- No tengo la capacidad de ver lo que vendrá, mi señor. Mis capacidades son muchas, pero entre ellas no está la clarividencia en el futuro. No puedo pediros más que el compromiso a responder a los Cuatro Poderes y todos aquellos que les acompañan. El compromiso de Marienburgo contra todo aquello que significa ruina, depravación y desolación.
Y entonces, tras esto, los aplausos volvieron a colmar el lugar. Teclis no sonrió. Aquello no era una victoria propia, sino una victoria contra los poderes ruinosos.