Cuando la guerra llama a tu puerta

El día amaneció claro, con algunas nubes lejanas en el horizonte que se acercaban poco a poco al son del viento que entraba por el Canal de los Susurros. Aquello no era bueno, no era bueno cuando la Flota del Hierro en su totalidad se acercaba por el mismo camino pero así lo querían los dioses. Dos días atrás habían sido avisados por las patrullas que el señor del Faro había ordenado que partieran tras el acuerdo con Lord Quellon. Confiaba en el hombre pero no en sus vastagos y más valía ser precavido.

A media mañana y tras un desayuno ligero uno de los vigías del muro empezó a ver las negras velas de los Greyjoy y sus vasallos y dio la voz de alarma. Los hombres de armas fueron a sus puestos, corriendo por las calles en formaciones cerradas mientras en las casas y los negocios la gente se apresuraba en cerrar puertas y ventanas lo mejor posible. Lord Leyton y su estado mayor se dirigieron al puerto para observar la llegada del barco que transportaba al reo pero conforme se acercaban los murmullos les alertaron de que algo no iba según lo planeado.

No era uno, eran docenas, más de un centenar de naves las que se aproximaban con el viento a favor. Tras ellas otras parecían seguirlas y solo unas pocas parecían quedarse rezagadas según apreciaba la ya cansada vista de Lord Leyton. Maldijo para sus adentros al ver aquello. Toda la Flota del Hierro, la más poderosa y temible flota de Poniente se aproximaba a su ciudad.

Que los barcos bloqueen la entrada del puerto, hay que impedirles entrar – si no lograban detenerlos esperaba que al menos los escombros hundidos acabasen por cegar la entrada. No quería aferrarse a semejante alternativa pero pocas más había. Enfrentarse en mar abierto a semejante flota era un suicidio – y llamad a Lord Quellon, que venga – dijo a sus capitanes antes de girarse hacía los hombres.

La mayoría eran soldados entrenados, hombres dispuestos para la lucha y que sabrían valerse en el combate pero aun en los mejores de todos ellos podía apreciar el miedo en su mirada. Su guardia personal trajo unos minutos después al Lord Segador de Pyke y muchos lo miraron con recelo. No entendían que estando allí su señor sus propios barcos estuviesen amenazando la ciudad.

Lord Quellon, vuestros hijos nos han traicionado. La Flota del Hierro parece ser que ya no sigue vuestras ordenes – dijo mientras le dejaba pasar hasta la almena, colocándose a su lado.

No…no puede ser Lord Leyton, Victarion no me haría esto. Victarion no. Esto es cosa de Euron – dijo apartándose, débil como estaba. La enfermedad no había remitido y el otrora poderoso guerrero era ahora poco más que un frágil anciano. Si hubiese sido posible el señor de Antigua hubiese jurado que en ese mismo instante Quellon había envejecido una década.

Pronto lo descubriremos me temo, marchaos de nuevo al Faro. Allí no llegará la batalla – dijo Lord Leyton apartándose también de las almenas. Había dispuesto un punto de reunión para dirigir toda la defensa de manera ordenada y tratando de parecer tranquilo y calmado se dirigió hacia allí mientras empezaba a rezar a los Siete.

Los señores isleños no estaban de acuerdo en entregar a Euron al señor de Antigua, aun siendo orden directa del Lord Segador de Pyke, que además la mayoría habían dado por muerto. Pero Balon y Victarion estaban de acuerdo y hasta el mismísimo Euron lo estaba. Además, los isleños, llevaban largo tiempo navegando sin rumbo fijo y algunos de ellos deseaban volver a su hogar dando por terminada la larga travesía. Por lo que, sin más demora, dejaron atrás las aguas dornienses para dirigirse a Antigua y finalmente volver a las Islas del Hierro.

Durante el trayecto, Victarion se encargaba personalmente de Euron y sus necesidades. Balon se había desentendido totalmente, el mayor de los hermanos Greyjoy había decidido no parar en Antigua y dirigirse directamente a Pyke. Lo que ocurriera entre su padre y hermanos no le importaba demasiado. Era consciente de que Euron tramaba algo y en más de una ocasión intentó hacérselo ver a Victarion, pero éste aseguraba tenerlo todo bajo control. Al llegar a la entrada al canal de los Susurros, Balon junto a unas pocas embarcaciones continuaron navegando hacia el norte.

Desde Antigua habían dejado muy claro que sólo una de las embarcaciones isleñas tendría permiso para adentrarse en el canal y llegar al puerto de la ciudad. Victarion daría la orden a la flota del Hierro de permanecer a la espera hasta su vuelta. Solo quedaba ir a por su hermano Euron, en una de las cámaras del Gran Kraken. Victarion entró y permaneció unos minutos observando a su hermano. Euron parecía dormir, estaba tumbado en una de las esquinas al fondo en posición fetal, maniatado de piernas y manos. Por un momento pensó si sus actos eran los correctos, volvió a pensar en la posibilidad de que Quellon ya estuviera muerto y que todo aquello solo fuera una trampa de los Hightower. Inesperadamente alguien lo golpeó desde atrás directamente en la cabeza. Victarion cayó desorientado e intentó darse la vuelta para poder ver a su agresor. Su hermano Euron se alzaba ante él, sonriente.

Hermano, no entiendes nada. Al final será cierto que eres igual que nuestro padre, un sucio traidor. Pero tranquilo, duerme, cuando despiertes… tu querido hermanito… lo habrá solucionado todo— Euron golpeó de nuevo a Victarion dejandolo inconsciente.

Euron subió a cubierta y respiró, allí lo esperaba quien le había ayudado a escapar que enseguida se acercó a él para celebrarlo. Pero Euron solo prestaba atención al gran faro de Antigua del que tan cerca estaban. Todo había salido según sus planes.

Escuchadme hijos del hierro, mi padre, Quellon Greyjoy, Lord Segador de Pyke, Señor de las Islas, lo tienen retenido contra su voluntad en Antigua. Debemos salvarlo y castigar a aquellos que se interpongan en nuestro camino. Somos la flota más temida de los Siete Reinos, no tenemos rival y así lo hemos demostrado una y otra vez. Durante largo tiempo hemos navegado sin rumbo… o eso creíamos. Pero no es cierto, los Dioses nos han guiado desde el principio y nos han traído hasta aquí. Delante de vosotros tenéis la ciudad más antigua de Poniente, a rebosar de oro, mujeres y todo tipo de riquezas. Recuperemos a mi padre y cosechemos por última vez antes de volver a nuestro hogar. El día de hoy será recordado para siempre. ¡Adelante!

Los isleños aclamaron las palabras de Euron. Algunos se preguntaban dónde estaba Victarion, pero ninguno de ellos indagó pues comenzaba a formarse una fila de galeras de Antigua frente al faro y los marinos estaban completamente pendientes del asalto que iban a llevar a cabo.

La flota de Antigua formó un embudo frente al puerto, una barrera infranqueable tripulada por marineros expertos, ya curtidos en las luchas contra la flota de Euron Greyjoy. Decenas de barcoluengos se hundirían frente a los orgullosos buques de la Ciudad del Faro, muchos señores isleños cayeron y por un instante Lord Leyton, desde su habitación en lo alto del Faro pensó que su ciudad jamás caería. Un espejismo, tras horas el cerco se rompió y uno a uno los barcos fueron hundidos y los isleños, como infernales servidores del Desconocido tomaban las playas y el puerto.

La lucha en las murallas fue enconada, más de 20.000 hombres armados con hachas y otros utensilios de navegación se agolpaban y trataban de desbordar a los defensores trepando por garfios, usando rudimentarias escalas y bombardeando los sectores más cercanos al mar con las escasas armas de asedio que podían transportar las mayores embarcaciones de la Flota del Hierro.

Victarion despertó rodeado en llamas, a medida que recuperaba los sentidos se hacía más evidente que se encontraba en medio de un campo de batalla. Sobre él habían caído escombros que le impedían moverse. Sentía el calor del fuego cada vez más cerca, tenía que salir de allí cuanto antes o moriría calcinado. Logró salir de la embarcación y una vez fuera observó que se encontraba en el puerto de Antigua. Decenas de embarcaciones de la flota del Hierro ardían a ambos lados, los isleños saqueaban los comercios y terminaban con la vida de los pocos campesinos que habían sobrevivido a aquello. La furia se apoderó de Victarion cuando recordó el rostro sonriente de su hermano, antes de noquearlo.

El puerto calló y de las llamas surgió un infernal Euron Greyjoy, decapitando a Lord Cuy y rebanando una mano del Príncipe Mor de Tyrosh, cuyos mercenarios mantenían la lucha en los aledaños del puerto. Garth Hightower, al mando de los pocos campesinos que habían sobrevivido al largo asalto se encaminaron a decapitar a aquel demonio que amenazaba con borrar a su familia del recuerdo de Poniente. Apenas unos pocos centenares habían sobrevivido de los casi tres millares que durante semanas fueron llegando a la ciudad, forzados a tomar las armas por Lord Leyton, forzados a combatir si no lo querían perder todo. Habían sobrevivido los más adultos de entre los jóvenes y los más jóvenes de entre los viejos y armados con los pertrechos de sus compañeros caídos presentaban una escolta que en nada tenían a la todo poderosa Guardia de la Ciudad, que con voluntad y disciplina férrea mantenía la batalla en todo el perímetro de la ciudad.

El combate duró escasos minutos, el joven hijo menor de Lord Leyton no era rival para Euron y pese a devolver dos o tres envites pronto cayó al suelo, frente al alfanje de aquel hombre con los ojos inyectados en sangre.

¡Detente! La voz había surgido de entre la multitud. Con una tranquilidad absoluta avanzaba entre embates de espadas y cadáveres Lord Quellon Greyjoy, dispuesto a detener al más indomable de sus hijos. ¡Detente Euron! Eres el mejor de mis hijos y el peor a la vez, traerás la desgracia y la muerte a nuestras islas. ¡Mira hacia el futuro Euron! Las siguientes palabras que intercambiaron padre e hijo serían inaudibles par los hombres que morían a su alrededor, pero sí lo serían las últimas.

¡Yo soy el futuro!, padre - tras este último y condenatorio grito caía el cuerpo del Lord Segador de Pyke, apuñalado en las entrañas por su propio hijo.

Lo que sucedió después aún nadie se lo explica, pero los que trabajan en la reconstrucción de las murallas tardarán mucho en olvidar como los mismos Hijos del Hierro que se los llevaban a la tumba llegaron para salvarlos. Un grupo, liderado por Victarion Greyjoy llegó para detener el ataque, durante unos largos minutos la batalla se convirtió en una auténtica matanza, no habían aliados ni enemigos, todo hombre que seguía con vida luchaba por mantenerla. En el centro de aquella vorágine, Euron y Victarion mantenían un épico duelo. Pero el pequeño de los hermanos terminó sucumbiendo a Euron, que parecía ganar fuerza cuanta más sangre derramaba.

Harras Harlaw había observado el duelo atentamente e intercedió justo antes de que Euron acabara con Victarion.

— Morirás hoy, dale recuerdos a nuestro padre— Euron sentenció.

— ¡Alto! Suelta el hacha, Euron — Harras Harlaw, el caballero, amigo de la infancia de Victarion, le apuntaba entre ceja y ceja con su arco a menos de un palmo de distancia. — ¿Este era tu plan desde el principio? ¿te has vuelto más loco de lo que ya estabas? Mira a tu alrededor, la ciudad ha caído y nuestros hombres continúan luchando, derramando la sangre de sus hermanos. No morirán más hijos del hierro hoy. Márchate, desaparece, no vuelvas.

Unas lagrimas enrojecidas por la sangre recorrieron las mejillas de Euron, Harras jamás había visto tanto odio y rabia en un rostro. Obligado a cumplir con lo que le pedía, abandonó el lugar, pero no sin antes dedicar unas últimas palabras a aquel que se había entrometido en su camino.

Pagarás por esto Harras, pagarás tú y la casa Harlaw. Algún día volveré y me encargaré personalmente de enterrar a todos y cada uno de tus familiares.

Por fin los isleños se retiraron, dejando atrás una ciudad llena de cadáveres. Harras ayudó a Victarion a levantarse y lo acercó hasta su padre que yacía solo a unos metros de distancia. Victarion se desplomó junto a Quellon, que aun respiraba a pesar de la gravedad de su herida.

Padre, padre, ¿me escuchas? Despierta padre — Victarion hubiera chillado, hubiera golpeado a su padre o intentado reanimarle, pero no le quedaban fuerzas.

Victarion, ¿eres tú?

Padre, aguanta.

Hijo mío, no te preocupes, mi vida estaba sentenciada hace años, huye, abandona este lugar.

La batalla ha terminado, Euron ha huido. Te he fallado padre, no he logrado nada de lo que me pediste. He fallado una y otra vez…

No, no… — la sangre manaba de la boca de Quellon, que utilizaba sus últimas fuerzas para continuar hablando — Estoy orgulloso de ti. Mi legado no morirá conmigo hoy, continuará contigo. Lo lograremos juntos, por última vez, lograremos el cambio que nuestro pueblo necesita…

Aquellas fueron las últimas palabras de Quellon, dejando la vida con una sonrisa, pues moría junto a su hijo, él que le había sido fiel siempre y que sabía que jamás le fallaría.

Las tropas de Antigua habían ido cediendo terreno durante la jornada ante el empuje de las veteranas y furiosas hordas de saqueadores. La guardia había sido el baluarte, los hombres que habían acudido a cada rincón en los momentos de mayor necesidad. Habían ido a apoyar a los mercenarios de Tyrosh cuando la confusión había cundido entre los hombres al ver caer herido a su comandante, el príncipe Mor. También habían estado durante largo tiempo supliendo a los soldados de la casa Cuy, con muchos de sus caballeros yaciendo ya en el empedrado suelo de la ciudad. Y pese a haber estado en cada rincón no había sido solo su presencia lo que había salvado Antigua.

Lord Leyton y los acólitos de La Ciudadela recorrían las calles. Los segundos atendiendo a los heridos, llevándolos a las grandes carpas montadas en las plazas para atenderlas y el primero alentando a los hombres, consolando a los desahuciados y dando palabras de ánimo a aquellos rotos por el terror de la batalla. En ello estaba Lord Leyton cuando vio entre un buen puñado de muertos isleños, cerca del puerto a un joven arrodillado junto a un anciano. Las ropas del anciano eran extrañas, demasiado coloridas para un hijo del hierro y Lord Leyton comprendió enseguida que había sucedido allí.

Tu padre era un buen hombre, ¿Victarion? – estaba seguro de que era su hijo mas no lo había visto jamás y era mejor preguntar - Lamento su muerte. Nos encargaremos de que sea atendido con todo el respeto que merece. Ve al Faro y descansa, creo que hoy has contribuido a que Antigua vea un nuevo amanecer – dijo Lord Leyton poniéndole una mano en el hombro. Él ya había perdido a un hijo por culpa de todo aquello, su Baelor, su primogénito, y podía entender el dolor que sentía el joven hijo del hierro.

Apenas un instante después el mismísimo príncipe tyroshi con el antebrazo vendado recién cauterizado avanzó entre los heridos hacía el señor del Faro. De sus sienes grandes regueros de sudor mezclados con polvo y hollín recorrían su rostro y el hombre aferraba con su única mano el antebrazo herido, mirando cada poco el lugar que antaño había ocupado su mano.

¡Lord Leyton! – dijo siendo ayudado por uno de los caballeros de la escolta de Lord Hightower – Tengo malas noticias Lord Leyton. Mientras me retiraba vi a vuestro hijo entrar en combate seguido por algunos de los campesinos que reclutasteis a última hora. Fue directo hacía Euron Greyjoy y ninguno de mis hombres lo ha vuelto a ver. Fue en esa calle de allí, lo recuerdo bien. Quizás este herido – dijo sabiendo que probablemente sería algo peor. Sin embargo el viejo de Antigua apenas escuchó el final pues sus pies ya le llevaban hacía el lugar indicado por el manco.

La calle era una grotesca escena digna de cualquier masacre de las leyendas. Los cuerpos se amontonaban a los laterales y los lamentos y quejidos rompían el silencio cada poco tiempo. Lord Leyton avanzaba sin miramientos, pisando y apartando todo lo que le molestase cuando creía ver a su hijo. Sus hombres, caballeros curtidos que trataban de evitar que su señor se expusiese apenas tenían tiempo de seguir el ritmo del ya anciano defensor del Faro.

A la altura de una tienda de tintes cerrada y con su fachada destrozada encontró al fin lo que buscaba. Su cuerpo asomaba de entre otros dos, mostrando la mirada vacía y perdida de quienes ya han abandonado el mundo acompañando al Desconocido. Y entonces, al final, tras toda la guerra, la batalla, las decisiones difíciles y los actos quizás poco nobles que había cometido Leyton Hightower sintió el peso de sus acciones y cayó de rodillas junto a su hijo. No dijo nada, no hacía falta.