La flota de Antigua formó un embudo frente al puerto, una barrera infranqueable tripulada por marineros expertos, ya curtidos en las luchas contra la flota de Euron Greyjoy. Decenas de barcoluengos se hundirían frente a los orgullosos buques de la Ciudad del Faro, muchos señores isleños cayeron y por un instante Lord Leyton, desde su habitación en lo alto del Faro pensó que su ciudad jamás caería. Un espejismo, tras horas el cerco se rompió y uno a uno los barcos fueron hundidos y los isleños, como infernales servidores del Desconocido tomaban las playas y el puerto.
La lucha en las murallas fue enconada, más de 20.000 hombres armados con hachas y otros utensilios de navegación se agolpaban y trataban de desbordar a los defensores trepando por garfios, usando rudimentarias escalas y bombardeando los sectores más cercanos al mar con las escasas armas de asedio que podían transportar las mayores embarcaciones de la Flota del Hierro.
Victarion despertó rodeado en llamas, a medida que recuperaba los sentidos se hacía más evidente que se encontraba en medio de un campo de batalla. Sobre él habían caído escombros que le impedían moverse. Sentía el calor del fuego cada vez más cerca, tenía que salir de allí cuanto antes o moriría calcinado. Logró salir de la embarcación y una vez fuera observó que se encontraba en el puerto de Antigua. Decenas de embarcaciones de la flota del Hierro ardían a ambos lados, los isleños saqueaban los comercios y terminaban con la vida de los pocos campesinos que habían sobrevivido a aquello. La furia se apoderó de Victarion cuando recordó el rostro sonriente de su hermano, antes de noquearlo.
El puerto calló y de las llamas surgió un infernal Euron Greyjoy, decapitando a Lord Cuy y rebanando una mano del Príncipe Mor de Tyrosh, cuyos mercenarios mantenían la lucha en los aledaños del puerto. Garth Hightower, al mando de los pocos campesinos que habían sobrevivido al largo asalto se encaminaron a decapitar a aquel demonio que amenazaba con borrar a su familia del recuerdo de Poniente. Apenas unos pocos centenares habían sobrevivido de los casi tres millares que durante semanas fueron llegando a la ciudad, forzados a tomar las armas por Lord Leyton, forzados a combatir si no lo querían perder todo. Habían sobrevivido los más adultos de entre los jóvenes y los más jóvenes de entre los viejos y armados con los pertrechos de sus compañeros caídos presentaban una escolta que en nada tenían a la todo poderosa Guardia de la Ciudad, que con voluntad y disciplina férrea mantenía la batalla en todo el perímetro de la ciudad.
El combate duró escasos minutos, el joven hijo menor de Lord Leyton no era rival para Euron y pese a devolver dos o tres envites pronto cayó al suelo, frente al alfanje de aquel hombre con los ojos inyectados en sangre.
¡Detente! La voz había surgido de entre la multitud. Con una tranquilidad absoluta avanzaba entre embates de espadas y cadáveres Lord Quellon Greyjoy, dispuesto a detener al más indomable de sus hijos. ¡Detente Euron! Eres el mejor de mis hijos y el peor a la vez, traerás la desgracia y la muerte a nuestras islas. ¡Mira hacia el futuro Euron! Las siguientes palabras que intercambiaron padre e hijo serían inaudibles par los hombres que morían a su alrededor, pero sí lo serían las últimas.
—¡Yo soy el futuro!, padre - tras este último y condenatorio grito caía el cuerpo del Lord Segador de Pyke, apuñalado en las entrañas por su propio hijo.
Lo que sucedió después aún nadie se lo explica, pero los que trabajan en la reconstrucción de las murallas tardarán mucho en olvidar como los mismos Hijos del Hierro que se los llevaban a la tumba llegaron para salvarlos. Un grupo, liderado por Victarion Greyjoy llegó para detener el ataque, durante unos largos minutos la batalla se convirtió en una auténtica matanza, no habían aliados ni enemigos, todo hombre que seguía con vida luchaba por mantenerla. En el centro de aquella vorágine, Euron y Victarion mantenían un épico duelo. Pero el pequeño de los hermanos terminó sucumbiendo a Euron, que parecía ganar fuerza cuanta más sangre derramaba.
Harras Harlaw había observado el duelo atentamente e intercedió justo antes de que Euron acabara con Victarion.
— Morirás hoy, dale recuerdos a nuestro padre— Euron sentenció.
— ¡Alto! Suelta el hacha, Euron — Harras Harlaw, el caballero, amigo de la infancia de Victarion, le apuntaba entre ceja y ceja con su arco a menos de un palmo de distancia. — ¿Este era tu plan desde el principio? ¿te has vuelto más loco de lo que ya estabas? Mira a tu alrededor, la ciudad ha caído y nuestros hombres continúan luchando, derramando la sangre de sus hermanos. No morirán más hijos del hierro hoy. Márchate, desaparece, no vuelvas.
Unas lagrimas enrojecidas por la sangre recorrieron las mejillas de Euron, Harras jamás había visto tanto odio y rabia en un rostro. Obligado a cumplir con lo que le pedía, abandonó el lugar, pero no sin antes dedicar unas últimas palabras a aquel que se había entrometido en su camino.
— Pagarás por esto Harras, pagarás tú y la casa Harlaw. Algún día volveré y me encargaré personalmente de enterrar a todos y cada uno de tus familiares.
Por fin los isleños se retiraron, dejando atrás una ciudad llena de cadáveres. Harras ayudó a Victarion a levantarse y lo acercó hasta su padre que yacía solo a unos metros de distancia. Victarion se desplomó junto a Quellon, que aun respiraba a pesar de la gravedad de su herida.
— Padre, padre, ¿me escuchas? Despierta padre — Victarion hubiera chillado, hubiera golpeado a su padre o intentado reanimarle, pero no le quedaban fuerzas.
— Victarion, ¿eres tú?
— Padre, aguanta.
— Hijo mío, no te preocupes, mi vida estaba sentenciada hace años, huye, abandona este lugar.
— La batalla ha terminado, Euron ha huido. Te he fallado padre, no he logrado nada de lo que me pediste. He fallado una y otra vez…
— No, no… — la sangre manaba de la boca de Quellon, que utilizaba sus últimas fuerzas para continuar hablando — Estoy orgulloso de ti. Mi legado no morirá conmigo hoy, continuará contigo. Lo lograremos juntos, por última vez, lograremos el cambio que nuestro pueblo necesita…
Aquellas fueron las últimas palabras de Quellon, dejando la vida con una sonrisa, pues moría junto a su hijo, él que le había sido fiel siempre y que sabía que jamás le fallaría.