De las crónicas Targaryen

El campamento se extendía a lo largo de una gran llanura, a escasa media jornada a galope al sur desde Poza de la Doncella y de la gran desembocadura del Tridente. Se encontraban ante la frontera que separaba las tierras de las casas Buckwell y Mooton, bajo un gran páramo donde se iniciaban las tierras bajo control de las Astas. Las dos huestes habían unido sus fuerzas, los hombres habían estrechado sus brazos y comido juntos. Se habían alzado cientos de tiendas y pabellones de decenas de las grandes casas que tenían su hogar en las tierras que se extendían desde Punta Zarpa Rota hasta la Desembocadura del Aguasnegras. Alrededor del pabellón central ondeaban las heráldicas de las casas más importantes de la región, bajo las que peleaban otros tantos caballeros menores y jinetes libres. Al sol del mediodía los variopintos colores, del aproximadamente un centenar de estandartes, decoraban las calles improvisadas del campamento. Pulcros y con sus costuras firmes se alzaban: los rombos de sable sobre campo de oro y escudos blancos sobre una franja de gules de la Casa Darklyn, el salmón de gules en campo plata de la Casa Mooton, la garra de oso en campo blanco de la Casa Brune, las alas de sable de la Casa Stauton, los cangrejos de gules sobre campo de plata de los Celtigar, y el caballo de mar plateado de los Velaryon. Sobre todos ellos se elevaba el dragón rojo de la Casa Targaryen.

El rey había estado recorriendo las tiendas de las pequeñas y grandes casas, intercambiando saludos con los hombres y ayudando apagar los pequeños fuegos que pudieran encenderse por los ánimos caldeados o por la necesidad de levantar rápidamente aquel inmenso campamento. Su pequeña comitiva estaba formada por una decena de caballeros y Lord Steffon el cojo. Aegon gustaba de rodearse de los espadachines con los que entrenaba cada mañana, Ser Gregor y Ser Griffith Goode, Ser Humfrey apodado “el Titiritero” y otros tantos a los que confiaría su vida. Una vez calmado el tránsito de carretas y levantadas la gran mayoría de tiendas el grupo real puso rumbo hacia el pabellón central, todos los señores y los caballeros de mayor reputación habían sido convocados para prestar juramento. Apenas unos metros antes de llegar el viento agito sus cabelleras y los hombres alzaron las cabezas para observar el aterrizaje de Meraxes, dispuestos a disfrutar aquella escena tanto como la de la figura de Rhaenys descender por su lomo. Vhagar y Meraxes se enzarzaron en una refriega que espantó a los más curiosos y para cuando sus protectores quisieron darse cuenta el monarca avanzaba hacía las bestias con el afán de recibir las noticias el primero de todos, en total intimidad.

Tras conocer todo lo que Rhaenys había observado desde el cielo y justo cuando iban a entrar en el pabellón un pequeño escudero atareado martilleaba torpemente el asta del estandarte de su casa. Esta caía una y otra vez, mostrando la ineptitud o el nerviosismo del pequeño escudero. Aegon se decidió por comprobarlo. El pequeño se afanó en limpiar los bonitos colores de la heráldica de su casa, que el rey reconoció rápidamente como el emblema de la casa Crabb, una de las casas que mayor número de hombres había unido a sus fuerzas. Al notar el avance del monarca se puso firme y realizó una medio decente reverencia. Clement Crabb mi rey, a su servicio.


El rey y la reina avanzaron por el pasillo que habían dejado los señores hasta llegar al extremo donde les esperaba la reina Visenya, sentada ya en una de las tres sillas adornadas con pieles que servían de tronos improvisados, que les recibió con una fría sonrisa y un saludo que dedicó en especial a su hermana. Esta última había sido incapaz de rendir Rosby hasta la llegada de Visenya, que tras el infierno de Stokeworth estaba exultante. Aegon dedicó una mirada firme de reprobación a su hermana-esposa, con la que ya había pasado la noche anterior para repasar exhaustivamente el significado de la palabra delicadeza. Tras tomar asiento e intercambiar unas pequeñas frases en Alto Valyrio el rey se dirigió a los hombres que aguardaban espectantes.

Lord Ruper Rosby se retrasará unos cuantos días, las fuerzas de las que disponemos son las que emplearemos - Aegon se dirigía a la primera línea de señores, pero sobre todo hacia el deforme señor del Valleoscuro, que destacaba frente a todos los demas-. Los Hoare han decidido enfrentarse a su destino valerosamente. Sus huestes avanzan hacía nosotros. El castigo que merece Harren el Negro es inevitable. Todos los aquí presentes habéis tomado la decisión correcta. Arrodillaos, prestad juramento de lealtad hacia nosotros y jamás volveréis a temer por los vuestros. Juntos aplastaremos a nuestros enemigos.

– Stokeworth, unas semanas antes de la batalla entre Aegon y Harry el Sucio.

La espera era aburrida. No había hombres con los que practicar en combate y no estaba Aegon para montarlo. Deseaba estar allí donde su rey, doblegando a los orgullosos Darklyn y su bonito pueblo amurallado. Pero para eso debía acudir con el ejército que en ese mismo momento se refugiaba tras las murallas.

Harta de esperar, consciente de que una respuesta positiva habría llegado ya, decidió no perder más el tiempo. Montó en Vhagar y empezó el juego. El fuego volatilizó las almenas y los pocos guardias que había en ellas. Le gustaba el riesgo y con la cola su montura barría los tejados de alguna casa cercana a las murallas. Las campanas resonaron en el castillo, hasta que se fundieron bajo un calor superior a cualquier incendio. Se retiró, de nuevo al mismo lugar, tras incendiar la mayor torre del castillo y dejando a los más de mil hombres del asentamiento más atareados que en años. Su alegría se esfumó cuando pese a ello se negaban a rendirle pleitesía. La ira hizo presa de ella y se apresuró a terminar aquello que había comenzado.

Vhagar escupió fuego una y otra vez sobre la fortaleza. Con cada pasada los gritos de los habitantes se intensificaban y Visenya reía y reía. Aunque fueron pocos los supervivientes que pudieron escapar, la propia mujer dejó a algunos para que contasen lo ocurrido aquí. Finalmente, mientras el castillo ardía hasta sus cimientos, Vhagar se posó en el patio y Visenya bajó de su montura para enfrentarse a Lord Stokeworth mano a mano. El combate fue rápido y sangriento, Hermana Oscura bloqueó y contratacó una, dos, tres veces. Finalmente, el lord arrodillado escupió a la Targaryen quien lo descabezó sin dudar. Pero mientras observaba con gusto su obra, no se percató de que uno de los muertos no lo estaba tanto y una flecha se clavó en su hombro. Se vió muerta durante un instante, sin embargo, mientras el arquero recargaba, Vhagar actuó.

Stokeworth había sido arrasado hasta los cimientos, el humo se veía desde varias leguas a la distancia y eran pocos los supervivientes que puideron escapar con vida, desperdigándose. Si había algo de la bondad de Rhaenys en su hermana, esa, había muerto aquel día.


El hollín cubría sus mejillas cuando descendió sobre el campamento a orillas del Aguasnegras. Ningún hombre era capaz de mirarla a los ojos. Pasada la euforia de la batalla Visenya solo podía pensar en el rostro de su hermano cuando se enterase de lo ocurrido. Pero no, ella estaba segura de haber hecho lo correcto. Por dos veces la habían rechazado, pese a sus nulas posibilidades de supervivencia, ahora todo Poniente conocería el poder de destrucción su casa y no osarían cuestionarles. El orden de prioridades estaba claro y primero, para ser respetado, debes ser temido.

Recibió la carta de manos de un lamentable eunuco que los seguía a todas partes, el escuálido hombre dejo escapar un pequeño gemido cuando los ojos púrpuras de la Targaryen se clavaron en sus delicadas facciones faciales. Al fin un pez gordo . Apenas terminó de leer la carta y Visenya salió de nuevo de su tienda comiendo una manzana, matar le daba apetito, pero no quedaba tiempo. Cuanto antes partiera mayores serían las posibilidades de encontrar débil al enemigo.

Durante varios días estuvo Visenya aterrando a los lugareños de los Ríos, temerosos de que cualquier día las historias que venían desde Stokeworth llegaran a sus puertas. Cuando la furia volvía tomar presa de ella atisbó un pequeño jinete en la lejanía que portaba la heráldica de su casa. La alegría volvió a ella, iba a poder darle una lección a la presuntuosa de su hermana. Al final del día Lord Ruper Rosby hincaría la rodilla o sufriría el mismo destino que sus vecinos.

Unas cuantas palabras en Alto Valyrio bastaron para que las dos hermanas alzaran e vuelo. La batalla había sido breve y los hombres se regocijaban ante aquella victoria. Dio las órdenes oportunas a los señores de Vallepardo, Poza de la Doncella y las islas del Mar Angosto, nadie debía huir de aquel campo antes de reunirse con el rey. Antes de dirigirse a Lord Steffon, Aegon posó su mano derecha en el hombro de la espigada figura que lo acompañaba, solemne pero triste, que había observado todo el espectáculo en sepulcral silencio.

– Vuestro señor era un auténtico héroe, seguiréis sus pasos y alcanzaréis la gloria que le prometí. Si vuestro padre os lo permite, aquí y ahora podéis consideraros mi escudero. Os ganaréis las espuelas en esta guerra, combatiendo a mi lado. ¿Qué decís Lord Steffon?

Acordados los detalles y los intercambios de gratitud el rey se dispuso a hacer lo que mejor se le daba, comandar.

– Los señores de los ríos tendrán una opción más para tomar el camino correcto. Los hombres de Vallepardo y de los demás castillos llevarán mis órdenes. Vos, debéis recomponer el ejército de la Casa Darklyn para las guerras que se avecinan. Volved a casa, armaos y volved a mí. Pero antes, entre los cadáveres hay muy buen acero y buenas armaduras, esas que habéis pagado año tras año a Harren el Negro. Tomadlas y equipad a aquellos que nos siguen. En lo que tarda una luna llena en desaparecer nos encontraremos en la desembocadura del Aguasnegras, tengo grandes planes para el reino y para todos vosotros.


La vanguardia hacia varias horas que había partido. Poner aquel ejército en marcha de forma adecuada no era fácil y Aegon ultimaba sus últimos planes con el ayudante del Maestre de Rocadragón, que le había acompañado hasta allí. Justo antes de dar la orden a la columna central de avanzar decenas de cuervos echaron a volar de uno de los carros. Las palabras habían sido dictadas y la última oportunidad otorgada. En unos cuantos días el destino de los ríos quedaría sellado. Una o varias dinastías desaparecerían y el calado auténtico de aquellos hombres quedarían al descubierto.

– Avanzad y no os detengáis hasta alcanzar los muros del enemigo. Respetad a todo aquel que se rinda y decida acompañarnos. Adelante pues, vayamos a destruir a los enemigos del reino, a los enemigos de la paz.

Con el traqueteo de las carretas y el dulce sonido del armónico paso de la caballería Aegon recordó las palabras escritas la última noche. Más allá de la guerra, donde residía la causa de todo, le juzgarían, juzgarían sus actos como…¿un hombre justo? Deseaba acabar con la guerra en aquella parte del mundo, un viejo amigo le estaba esperando.

Durante días la caballería de vanguardia de Rocadragon hostigaba a los pequeños grupos que se mantenían unidos. Vhagar procuró que los hombres no se marcharán muy lejos, engullendo alguno que otro e incendiado alguna que otra colina. Finalmente los capitanes de cada ejércitos, grandes y no tan grandes señores de los ríos, se reunían frente a Aegon y su hermana Visenya, que los miraba como buscando una excusa para calcinarlos a todos.

No he venido aquí a destruir vuestras casas, ni a someteres. Estoy aquí para terminar con el reinado de terror de Harren Hoare, para que todo hombre, mujer y niño de la tierra de los Ríos vuelva a vivir en paz.

*Durante una pausa demasiado larga Aegon disfrutó de la inquetud de sus futuros vasallos. Desde luego la presencia de Vahagar y su montura eran un reclamo perfecto para llamar su atención. Sus siguiente palabras debían contraponer todo aquello, debía demostrar a esos hombres que había justicia y generosidad en el corazón de su futuro rey. *

– En los Ríos, como en ningún otro reino, volverá a haber Reyes que se alcen sobre el resto de vosotros. Conviviréis como iguales y gozaréis de vidas largas sujetas a mi protección. Nadie volverá a saquear vuestras tierras, a exijiros un pago más alto de lo debido. Esos tiempos han pasado. En Poniente sólo habrá un rey, un rey que traerá la paz y la justicia a todos los rincones de los Siete Reinos. Maldito aquel que desee lo contrario y que suponga un peligro para todos vosotros, pues deberá enfrentarse al dragón .

Fue entonces cuando Vhagar rugió con todo su ser, escupiendo fuego al cielo. No era Balerion, pero sin duda era más que imponente para todos aquellos señores.

Mas para que haya paz debe de haber orden. Sólo los Ríos se regirán a si mismos y de entre vosotros surigirá una casa, una que se asegure de cumplir para con los deberes de un buen señor y que responderá directamente ante mí. Nunca más un extranjero se inmiscuirá en los asuntos de los Ríos y la Casa Targaryen se asegurará de ello .

Había llegado el final, por ahora era suficiente.

Salid ahí fuera como hombres que no se someterán más a la tiranía de un un rey isleño, del Valle o la Tormenta. Acompañadme y sed testigos de la caída de Harren, de la generosidad de la Casa Targaryen que castiga a quien os aflige.


La batalla había terminado. Los señores de los Ríos se mostraron como auténticos guerreros, redimiendo todos sus actos en anteriores batallas. Aegon observaba con la mirada a Ser Petyr Mallister, auténtico valedor del futuro de aquellas tierras, el orgullo de su pueblo, no era un guerrero pero su determinación y astucia representaban el deseo de aquellas tierras de vivir en paz y undas. Conversando estaban Lord Halmon y su hija guerrera, habían limpiado de sobra el rumor que se extendía sobre la cobardía de los de Princesa Rosada, pues habían sido los principales instigadores de la deserción en masa que había condenado al ejército de Harry el Sucio. Al rey lo habían servido bien, pero aquel día se habían probado como excelentes comandantes.

En la memoria de todos residía aún la carga enloquecida hacia las llameantes puertas de Lord Bracken y Lord Blackwood, cualquiera de los dos sería un excelente señor para todos, pero jamás entre ellos. Lord Vance de Descanso del Caminante había muerto y Lord Harroway estaba herido , por lo tanto, quedaba desplazado de los hechos históricos que en aquel campo de batalla sin cadáveres iban a acontecer, frente a la imponente y humeante fortaleza. Frente a él, orgullosos, se alzaban: Lord Edmyn Tully, junto a Petyr Mallister y Lord Vance de Atranta, un paso por detrás el humilde señor de Torreón Bellota, Lord Smallwood; a los lados, Lord Bracken y Lord Blackwood; junto a este último estaba Lord Halmon Piper, dispuesto una vez más a hablar en nombre de gran parte de los ribereños.

Habían jurado ser fieles al dragón (me pierdo en cuando se arrodillan, vosotros, cuando roleeis algo en los hilos que abra ponedlo, o que diga @Raul , pero imagino que si lo habéis hecho los PoV y estos os siguen habrá sucedido también) y él había cumplido su promesa, tomando aquel castillo y siendo el primero en atacar la fortaleza desde dentro a lomos del terrible Balerion. Se habían asentado los lazos de un fructífera relación, solo faltaba establecer las condiciones.

Habéis peleado bien, podéis sentiros honrados. Sé que vuestros hogares están amenazados por los cobardes sin hogar que ahora bagan por vuestras tierras, os juro que no tardaré en darles caza y serviroslos en bandeja. Más ha llegado el momento de elegir a uno de vosotros, uno que cabalgará a mi lado, velará por los intereses de las tierras de los Ríos y tendrá voz en el gobierno de los Siete Reinos. Antes de tomar una decisión, ¿qué tenéis que decir al respecto?


(Fulkin)

Halmon se alegraba de la victoria en Harrenhal. Habían arrebatado el mayor trofeo de la casa Hoare, sin duda habría sido un duro golpe para ellos. Pero a su vez sentía temor por las consecuencias de aquello. Ni Harren el Negro ni ninguno de sus hijos habían caído en el asalto, al parecer no había ni rastro de ellos. Halmon se preguntaba donde estarían y no podía evitar preocuparse por la seguridad de Princesa Rosada. Pero ahora requería centrarse en el futuro de los Ríos.

Señores, antes de nada agradecer a todo Señor de los Ríos que ha luchado hoy, pues sin vosotros no habría sido posible tomar la fortaleza. Y por supuesto gracias a Aegon Targaryen, Rey de Poniente, pues ha cumplido su palabra y continuará haciéndolo para hacer de nuestro Reino un lugar libre de guerras y muerte. Tenemos ante nosotros el poder de decidir sobre el futuro de los Ríos, ahora más que nunca necesitamos un Señor de los Ríos valiente y decidido para hacer frente a lo que se avecina, pues aun debemos enfrentarnos a la amenaza que supone Harren el Negro y sus hijos — hizo una pausa mientras buscaba a su candidato entre los presentes. — Petyr Mallister, Liane, hija mía, acercaos. — el chico avanzó hasta situarse frente a Halmon, aunque aun no entendía por donde iban los tiros. — Propongo a Petyr Mallister, heredero de Varamar, y a mi hija Liane Piper, como Señores Supremos de los Ríos.


(Nemo)

Petyr trataba de parecer un hombre seguro de sí mismo pero lo había pasado realmente mal en la batalla; nunca había luchado y todo lo que sabía de batallar era por su padre o por Foster. Había tenido que alejarse de Ser Donald porque este mo rehuía el combate pero en cuanto todo hubo terminado lo buscó con ahínco para compartir su gloria, la del caballero de Pantano de la Bruja, claro.

Las palabras de Aegon sonaron como música para sus oídos, nunca antes había sido partícipe de una victoria y el rey estaba compartiéndola con ellos. Y entonces hablaron de señores y el heredero Mallister supo que era su momento.

Cuando Lord Piper se le adelantó casi le dio un soponcio pero se contuvo y se preparó para la réplica. Sin embargo, no estaba preparado para lo que el Señor de Doncella Rosada dijo; bastó sin embargo un cruce de miradas con él para comprender. Y aceptó encantado.

Majestad . – Dijo inclinándose ante Aegon como primera medida. – Es un gran honor el que me hace Lord Halmon y uno que no puedo negar. Si la gentil Lady Liane me acepta, pondría mi vida a su servicio, al de los Ríos y al de la dinastía Targaryen.


Aegón escrutó la mirada del resto de señores, en particular la de Lord Edmyn Tully. Nadie realizó ni una simple mueca de disconformidad. Incluso alguno esbozaba un semblante de orgullo ante el espectáculo. El rey bajo la mirada y observó la nuca del joven heredero de Varamar. Como una estatua que cobraba vida y de un rápido movimiento Fuegoscuro quedó desenvainada.

Yo, Aegon de la Casa Targaryen, Rey de Poniente, primero de mi nombre. Os nombro Ser Petyr Mallister, Señor Supremo de todas las Tierras de los Ríos. Alzaos ahora como el mejor de entre iguales, y ocupad el lugar que os corresponde a mi lado.


(Nemo)

Petyr se arrodilló como correspondía y cuando sintió el leve toque del acero valyrio en sus hombros y las palabras de su rey, sonrió como nunca antes lo había hecho.

Juro serviros, Rey Aegon, y luchar por vos y los Ríos.

Cuando se levantó dudó unos instantes pero fue hacia Halmon y le ofreció primero la mano y luego los brazos.

Gracias, Lord Halmon. Trataré a vuestra hija como se merece y los Piper y Mallister irán de la mano siempre.