El príncipe Doran y Lady Mellario fueron escoltados por Ser Jonothor Darry hasta la sala del Consejo Privado donde tan solo 6 figuras esperaban: Ser Barristan Selmy, Ser Oswell Whent, el Gran Maestre Pycelle, Lord Varys, el príncipe Rhaegar y el propio rey. Sobre la mesa del consejo un cadáver cubierto por un sudario descansaba mientras los hombres discutían. El silencio se hizo ante la llegada de los invitados, nadie parecía querer decir la primera palabra pero finalmente fue el propio Aerys quién comenzó a hablar.
— Un dorniense nunca decepciona, ¿verdad, príncipe Doran? — el rey parecía cansado, el peso de la jornada anterior le cubría la consciencia — ¿sabéis quién reposa sobre la mesa? Es el catador real, un buen muchacho, creo, apenas le he visto un par de veces en los últimos años. Los cambio cada día, los escojo al azar, para que nadie pueda ganarse su confianza. Pero siempre hay locos que lo intentan — El tono acusador del rey no dejaba dudas de la gravedad lo que se trataba en aquella estancia
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Doran, con total tranquilidad, miró al muchacho y torció el gesto.
-Terrible. Terrible. La muerte de este pobre muchacho, y que alguien os haya intentado envenenar. Imagino que nos habéis llamado para que averigüemos qué veneno es, y así podáis discernir quién lo ha hecho, ¿no es así? Me temo que mi esposa y yo no sabemos tanto de venenos como los dornienses de los cuentos y las canciones. Seguro que el gran maestre Pycelle os podrá informar mejor. A no ser que… ¿no pensaréis que he sido yo? -dijo consternado.
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— ¿Pensar? No príncipe Doran, no lo pienso, lo aseguro. Quizás porque hombres de más confianza que vos me habían advertido de vuestros tejemanejes, quizás porque no habéis hecho más que escupir en el estandarte del dragón desde que el Trono de Hierro os ha necesitado. No estamos aquí para discernir quién es el culpable. Sino para que me intentéis convencer de que os mantenga con vida, víbora rastrera.
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-Si vos ya habéis encontrado vuestro culpable, no me corresponde a mí llevaros la contra. Solo os pido que tengáis un punto en cuenta. Si yo soy ajusticiado por los crímenes de los que me acusáis, Dorne pasará a las manos de mi hermano Oberyn.
Hizo una pausa dramática para que el rey contemplara las consecuencias de eso.
-Quizá penséis que la solución sería despojarme de mis tierras y títulos. Nadie en Dorne aceptaría eso. Ni una sola casa. De morir yo, todos aclamarían a Oberyn como príncipe y vilipendiarían unánimemente a quien vos hubierais nombrado. ¿Que les haréis la guerra? ¿Con qué ejércitos? Dorne es el único de los Siete Reinos que está con vos. Todos los demás os rechazan. No tenéis a nadie a quien mandar a luchar con Dorne, porque no tenéis a nadie, salvo a cuatro señorzuelos insignificantes de la Bahía y un puñado de mercenarios.
-Mi rey, esto es muy simple. Soy el único hombre que puede mantener a Dorne de vuestro lado. Soy vuestra mejor opción. Soy vuestro mayor aliado. Lo creáis o no, lo soy. Si me matáis, perderéis el trono. No por lo que yo haga en contra vuestra, sino por lo que deje de hacer a vuestro favor. Mi vida está ligada a la vuestra, majestad. Si me matáis moriréis a manos de mi hermano, cuando vuestro único aliado se convierta en vuestro más enconado enemigo. No es una amenaza, es un hecho terriblemente obvio y tristemente inevitable.
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Rhaegar Targaryen se había resistido hasta el último momento a tomar parte en tal penosa reunión, pero al final, acorralado por las circunstancias, no había tenido más remedio. Su padre lo taladraba con una mirada inquisidora, expectante. Había visto aquel porte en demasiadas ocasiones para saber lo que el Rey esperaba de él. Inspiró hondo y miró a su cuñado a los ojos.
— Es una pobre retórica la que recurre a amenazas para defender sus postulados, príncipe Doran.
«Y el Trono de Hierro cuenta con más apoyos de los que enumeráis»; pensó el príncipe para sus adentros. No había necesidad de enumerarlos todos, pero pretender hacer ver que Dorne era el principal sostén de la Casa Targaryen era una hipérbole.
— Hay algo que es verdad, Padre, y es que Oberyn Martell no se quedará de brazos cruzados. En los meses pasados pasé bastante tiempo con él y pude hacer un retrato bastante vívido de su personalidad —Rhaegar puso mala cara al recordar al dorniense, no tenía un buen recuerdo de él y en lo personal deseaba no volver a verlo— . Es un hombre con un concepto demasiado elevado de sí mismo, orgulloso y testarudo; pero por encima de todo eso, es vengativo. No descansará hasta ver muertos a los que considere que hayan tenido algo que ver con el destino de su hermano. Si decidís deshaceros del príncipe Doran, no os quepa duda de que tendréis que lidiar también con el príncipe Oberyn. Y a excepción de los dornienses que se han quedado en sus hogares y, tal vez, los Dayne, el resto de casas de Dorne lo seguirán.
Hizo una pequeña pausa para ver la actitud de los presentes. Todos le miraban atentos y expectantes a lo que tenía que decir.
— En cualquier caso, no podemos fingir que aquí no ha sucedido nada. Las pruebas aportadas por Lord Varys son suficientes como para encarcelarlo preventivamente, lo que sin duda provocará la ira de Oberyn. Y desatada la tormenta, poco importará ya el destino del príncipe Doran. Oberyn Martell no es un hombre que ceda a chantajes. Creo, Padre, que el proceder esta claro.
Tras acabar su discurso, la Mano del Rey se recostó en su asiento y perdió su vista en el horizonte. Que fuera su padre el que dijera lo que él no se atrevía a decir.
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-Entonces ¿he de asumir que vos también estáis en el complot, príncipe? -preguntó Doran inocentemente-. Ese complot del que vine a prevenir al rey, en cuanto tuviéramos un momento en privado, lejos de los oídos indiscretos de la corte. Pero como parece que, una vez más, los enemigos del reino se han salido con la suya, y que no tendré más oportunidad que esta para revelarlo, pues que así sea. Que lo oigan todos.
-Tenéis al enemigo en casa, Rey Aerys. Lo habéis tenido desde el principio. Envíe a mi esposa aquí porque sospechaba que había alguien cercano al trono envenenando vuestros oídos. Y como ella os podrá decir, mis sospechas eran ciertas.
-Así es -dijo Mellario en tono muy serio, con su encantador acento norvosi-. Lord Velaryon. El Gran Maestre. Incluso el mismo Jonothor Darry de la Guardia Real. Y otros cuya identidad no he llegado a averiguar. Se reúnen a vuestras espaldas para planear la caída del reino y la vuestra. He estado presente en una de sus reuniones, y oí como hablaban de sublevar al reino contra vos, de entregárselo a Lord Lannister a cambio de sacas de oro. Están esperando a que lo perdáis todo, a que todos se hayan vuelto contra vos, y entonces os matarán y le entregarán la ciudad y las cabezas de vuestra familia. Lo he oído de sus propios labios. Lo juro por mis hijos. Que se caigan muertos si miento.
-Cuando mi esposa me puso al corriente de lo que pasaba, a mi llegada a Braavos, volví raudo a Desembarco del Rey para avisaros del peligro que corríais, del cáncer que se estaba comiendo por dentro al reino. Pero ellos han sido más rápidos que nosotros. Temiendo lo que pudiéramos deciros, han hecho un burdo intento de envenenaros, asumo que con un veneno dorniense, justo cuando yo he llegado, para que no os quepa duda de quién es el responsable, y acallar así para siempre la única voz dispuesta a decir la verdad en estos salones.
-Unos príncipes dornienses de visitaintentan envenenar al rey: que historia más simple, ¿verdad? Que sencillo es todo. Qué directo. Permitidme que os recuerde, como vos sabéis bien, que en la corte nada es nunca tan simple como eso. Pero, si hubiéramos querido envenenaros, ¿no habríamos dejado aquí a algún hombre de confianza y habríamos huido? ¿Por qué íbamos a quedarnos y asumir las consecuencias de un fracaso? No tiene sentido. ¿Y cual será el resultado de todo esto? Que Dorne se vuelva contra vos; y nada más. Otra victoria para los enemigos del reino, y otra derrota para los justos.
-Rey Aerys, el enemigo del reino no soy yo ni es Dorne. El enemigo del reino está aquí, le consideráis un amigo, y goza de vuestra confianza. Confianza que ha estado traicionando desde hace años y años, para su enriquecimiento personal. No os traguéis una burda mentira, un plan impropio de gente de la categoría de mi esposa y yo, que de haber querido envenenaros, lo habríamos hecho de una forma mucho más inteligente que esa. Ved la verdad oculta tras las mentiras. Sois un hombre sagaz, sabéis cuando algo no encaja, cuando algo no puede ser tan simple. Pensadlo, Rey Aerys. Pensadlo y os daréis cuenta de que ahora que sabéis que vuestros consejeros os son desleales, todos los males del reino tienen por fin una explicación. Sospecho que Jon Connington era uno de los conspiradores, pero aún quedan más. Por ejemplo, ¿como puede ser que Varys no os haya dicho nada de esto? ¿Es que algo pasa sin que él lo sepa?
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Coged las palomitas que ha llegado Doran el Películas, el Steven Spielberg de Poniente. ¿No quieres paranoia?, pues toma dos tazas.