El príncipe Rhaegar no podía decir que no se alegrase de ver al más joven de sus cuñados. Con él llegaban las lanzas de Dorne que con tanto ahínco había esperado. Había llegado al Dominio al mando de poco más de un millar de hombres y ahora tenía bajo su mando casi seis mil. Seguía sin ser un número suficiente, y todos sabían que sin la mano del príncipe Doran la suya era una causa muerta.
En cualquier caso, siempre se sentía algo incómodo en su presencia. Sin duda el príncipe Oberyn se contaba entre uno de los hombres más peligrosos del reino, su dominio de la lanza era mortífero y su genio incontenible, como había podido comprobar en Harrenhal. Cuando estuvo en Lanza había ido a verle un par de veces, aún recuperándose de sus fatales heridas, pero tenía serias dudas de que el dorniense se hubiese percatado de su presencia. Tampoco pensaba que a Oberyn Martell le hubiese importado mucho: aquellos días los había pasado entre el fino filo del sueño pasajero y eterno. No le sorprendieron todas las faltas al protocolo y las confianzas que se tomaba su cuñado, pues ya sabía qué esperar.
— Al final no hubo asedio, príncipe Oberyn. Lord Tyrell optó por la prudencia —explicó con pragmática serenidad—. Encantada, lady Ellaria. Es un placer conoceros.
Analizó con una mirada fugaz a la mujer que le habían presentado. Tenía el mismo descaro que Oberyn y no le faltaban encantos. A juzgar por lo que veía, debía de ser su amante, pero a Rhaegar no se le habría pasado por la cabeza llevar a la guerra a una persona querida.
— Según los últimos informes de los exploradores que envíe ayer, Lord Tyrell se ha replegado a la seguridad de Altojardín. Avanzó hacia Colina Cuerno, pero inexplicablemente se detuvo ahí. Temo que quiera unir fuerzas con Lord Tywin, es lo único que tiene lógica. Contaba con veinte mil hombres, fuerza más que suficiente para aplastarnos sin oposición. Por ello os pedí que vinieseis con la máxima presteza posible.
» Mi intención es marchar al norte, hacia Desembarco del Rey. Quedarse cruzados de brazos es entregar la iniciativa al enemigo y por otra parte, aquí no hacemos nada. Ya he reunido a todos los hombres que he podido, los señores del Dominio que siguen encerrados en sus castillos y los que han seguido a la rosa a regañadientes no nos apoyarán hasta que la venzamos. No tenemos medios ni hombres suficientes para asediar Altojardín. Una vez que lleguemos a Desembarco veremos qué hacer. La guerra me ha enseñado que es inútil hablar de los caminos que no podemos tomar aún.
» En cualquier caso, príncipe Oberyn, si tenéis un plan mejor de acción, os invito a que lo planteéis. Soy todo oídos.
Tras escuchar la respuesta de Rhaegar se mantuvo un rato en silencio, pensativo. Se acercó a una ventana y contempló desde ahí el mar de banderas a sus pies. Ellaria se acercó y le susurró algo al oído; el príncipe asintió. Finalmente se giró hacia Rhaegar, mirándole a los ojos.
-Desembarco del Rey no queda cerca de aquí. No os confundáis, Dorne se ha movilizado para pacificar las Marcas. Y… parecen bastante pacíficas. Si hubiéramos venido para marchar a Desembarco del Rey, muchos de los estandartes de ahí fuera -señaló con un gesto de la cabeza- no habrían acudido.
-Dorne no es como los demás reinos. Los señores no piensan igual. ¿Sabéis que Yronwood también ha marchado? El hijo del Lord Yronwood al que dicen que maté. ¿Y sabéis por que se ha tragado el orgullo y está aquí? Porque un ejército del Dominio viene a conquistar Dorne. Y los dornienses jamás volveremos a caer bajo el yugo ponienti. Excepto bajo el de vuestra dinastía, claro. Ese es un yugo cómodo, nacido del interés mutuo. El gran acierto de Daeron fue no venir con un ejército.
-Si un ejército del Dominio ya no viene a conquistar Dorne… -hizo una pausa, negando con la cabeza- entonces ya no estamos hablando de lo mismo. Puedo marchar al norte con parte de las tropas, y el resto se quedarán aquí guardando la entrada a Dorne bajo el mando de su padre -dijo rodeando con el brazo a Ellaria, que sonrió-. No estoy proponiendo un plan, os estoy informando de por qué han venido aquí esa gente que espera frente a las murallas. Hasta que no tengan la absoluta certeza de que Dorne está seguro, no consentirán otra cosa. La gente de ahí fuera no son muñequitos de madera a los que mover por un mapa. Tienen opiniones sobre las cosas. Muchas opiniones.
No esperaba Rhaegar que todo Dorne le apoyase, pero los que no lo hacían cubrían con cantos de sirena sus intenciones, que no eran otras que la de defender sus intereses y no los del reino. Ya había oído suficientes alegatos de ese tipo en la ruta que había hecho en el Dominio, buscando en vano nuevos apoyos. “Si partimos a la guerra, mi príncipe, ¿quién defenderá nuestras tierras?”, “No queremos ofenderle, Lord Regente, pero no queremos colaborar a agrandar la locura de sangre y horror que se ha desatado”, o también algún más directo “Vuestra causa no nos inspira la suficiente confianza como para apoyaros”. Lo único que sacaba en claro es que necesitaba otra victoria para atraer a más hombres a su causa, pues la diplomacia se tornaba inútil. Así había conseguido ganar a los señores de Caron, Selmy, Tarly y Peake.
Podía imaginarse a Lord Randyll Tarly acusando abiertamente a esos señores dornienses de traición, y lo mismo a los marqueños encabezados por lord Bryce Caron, el Señor de las Marcas. Hay quién diría que estaban en lo cierto, pero pensar como ellos tampoco le iba a aportar nada ni le iba a abrir muchas puertas. Como en Altojardín, no tenía más remedio que ser la encarnación de la humildad y recato. Y así iba a seguir.
— Como digáis. Si hay señores que no quieren abandonar sus tierras ante la amenaza, los entiendo y respeto perfectamente, aunque… Si podéis convencer a algún indeciso de acudir con nosotros, sería de agradecer.
Tamborileó la mesa con sus dedos. Si no ponía ninguna pega más, no había mucho más que hablar. La mirada que le dedicó el dorniense, sin embargo, sugería lo contrario. Sin dejar de mirar a sus ojos, habló con suave calma.
— ¿Algo más que queráis añadir, príncipe Oberyn?
La expresión de Oberyn se endureció, y soltó a Ellaria. Se acerco a Rhaegar lentamente, casi zigzagueando, como una culebra, hasta estar quizá demasiado cerca de él, frente a frente. Siendo ambos príncipes hombres altos, de la misma altura, sus ojos estaban a la altura de los de Rhaegar. Y sus ojos empezaron a hablar antes de que él lo hiciera.
-Conozco bien a Elia -dijo con voz queda y semblante contenido aunque algún temblor involuntario traicionaba la enorme tensión que sentía. Ellaria, discretamente, se puso tras él y le apretó la mano- . Conozco a Elia mucho mejor que vos. Todos mis primeros recuerdos son de Elia. Y los suyos son de mí. Sé lo que le pasa por la cabeza. Sé lo que no dice. Y sé por qué no lo dice.
Guardó silencio durante un segundo, respirando profundamente.
-Mi hermana no solo os entregó su nombre y su vientre cuando se desposó con vos. Mi hermana os entregó su corazón. Cuando os fue conociendo tras la boda, vio algo en vos que los demás no vemos -espetó con cierta gratuidad- y decidió entregarse a vos por completo. Os ha dado a una hija primorosa, y os ha dado a un heredero varón, sano, fuerte. Un niño al que ni siquiera vuestro padre podría sacar ninguna falta.
Su rostro empezó a enrojecerse. Estaba claro que le estaba costando mantener las formas.
-¿Y vos qué habéis hecho? Vos habéis cogido el corazón de mi hermana, lo habéis arrugado y lo habéis tirado a la basura, como un pergamino con tachones. Y a la vez habéis sumido el reino en una guerra con vuestro comportamiento errático. Sí, vos. Vos lo habéis hecho. Con la ayuda de vuestro padre, qué duda cabe. Pero ¿creéis que esta guerra con Robert Baratheon tiene a otro culpable que vos? ¿Creéis que Lord Stark se habría arrojado alegremente a los brazos de los rebeldes, de no ser por vos? ¿Creéis que la mayoría de los señores del reino habría decidido que Tywin es un garante mucho mejor de la paz que vos y vuestro padre, de no ser por vos y vuestra pedante, pueril, demente, búsqueda mística de un príncipe prometido en una profecía? -preguntó, aún en voz baja pero con creciente agresividad. Estaba bien informado sobre las locuras de Rhaegar; Elia no tenía secretos para él.
Ellaria le apretaba el brazo con fuerza al príncipe, pero Oberyn estaba temblando visiblemente de rabia.
-El reino no es vuestro, Rhaegar, para que lo perdáis si os apetece, porque en lo que estáis centrados es en cumplir una importante profecía -dijo con desprecio- . El reino es el patrimonio de vuestro linaje. El reino es de Aegon, de vuestro hijo. Del hijo de Elia. Estáis obligado, obligado -remarcó-, a conservarlo y entregárselo. Estáis obligado a sanar al reino que habéis herido. A ganar la guerra que habéis pergeñado. Y a mantener el reino indemne. Nada importa más que eso. Nada. Y si pensáis de otra manera, sois un necio.
La respiración de Oberyn se fue haciendo más pausada. Parecía que lo peor había pasado. Quizá.
-Y si a vos no os interesa salvar vuestro reino, si tenéis otras prioridades, entonces lo salvaré yo sin vos. Si vos seguís siendo un obstáculo para la paz, entonces yo conseguiré la paz, y si vos sois el precio, lo pagaré. Porque los Siete Reinos no son vuestros. Son de mi sobrino. Y de sus hijos. Y sus nietos. Y no dejaré que se los arrebatéis. No, Rhaegar. No lo haré.
Tras una última mirada, se dio la vuelta y se fue con Ellaria.