Dragones y Rosas

Antigua se veía ya en la distancia, con sus enormes murallas, el mar desdibujándose en la luz de la mañana y el inmenso faro dando la bienvenida al ejército que se aproximaba. El camino que llevaba hasta las puertas estaba alfombrado de cadáveres, villas saqueadas y campos rapiñados. Las huestes que había acaudillado Peake para asediar la ciudad de su abuelo se habían entregado al forrajeo, pero los muros de la ciudad, al parecer, habían contenido su cólera.

Volando a escasa distancia del suelo Aemond podía observar los estandartes de la hueste que lo acompañaba. Hombres de todas partes del Dominio, marchando bajo el estandarte del dragón y la torre. Habían descendido desde Altojardín como una inmensa marea humana, bien aprovisionados y armados para poner fin al conflicto que devastaba el sur del Reino. Pocos días antes le había llegado un cuervo sobre los disturbios de Desembarco. Su esposa, le aseguraban, estaba a salvo, pero en su corazón bullía una rabia que no acallaba la presencia de su fiel dragona ni el sonido de tambores y cuernos retumbando para señalar a Peake que este era su final.

Aemond Targaryen tendría su venganza y su justicia. No habría lugar de Poniente en que aquellos que le habían traicionado y decepcionado tuvieran sitio para esconderse. El reino merecía paz, justicia y firmeza, y no la promesa de traición, asesinato y muerte que traían Rhaenyra, Daemon y su corte de los extraños milagros. Antigua sería solo el principio.

Sus hombres se preparaban ya para comenzar el asedio. Un emisario cabalgaba para acercarse a las puertas, dañadas por el asalto, e informar a Peake, que tan alto había intentado volar, de los términos de su rendición. Estandartes, máquinas de guerra y arcos se aprestaban mientras Vhagar alzaba el vuelo para amenazar a toda la mitad oriental de la ciudad, donde los hombres que habían sobrevivido al asalto habrían de temblar y pedir por sus vidas.

“Quien deponga las armas, vivirá. Quienes continúen en su ofensa al reino, habrán de perder honra y vida, por espada y fuego”


Por la presente, yo, Aemond Targaryen, Príncipe del Reino, proclamo la necesidad de que todos los hombres buenos y justos de los Siete Reinos se alcen en defensa de la Corona ante el asalto al que se ve sometida. Sea Occidente, el Norte, los Ríos o el Valle, los Siete sonríen y ayudan a aquellos que empuñen la espada por defender los derechos de sucesión legítimos según la voluntad de mi padre, el Buen Rey, Viserys I.

Allí donde el bando que se hace llamar negro ha actuado solo ha traído la violencia, el desorden y la muerte. Asaltaron Sotogris y mataron a mujeres y niños, degollando a placer incluso a aquellos que tiraban las armas. Incendiaron Grajal e hicieron desaparecer el castillo. Trataron de secuestrar a mi esposa, atacaron a la población de Desembarco y asesinaron a los hijos de mi hermano. Todo cuanto tocan se convierte en polvo, ceniza y desolación. Su aspiración es la de hacer un desierto y llamarlo paz.

Por ello yo os convoco, señores y hombres de Poniente, a que os reunáis conmigo para poner fin a esta rebelión. Para que la crueldad, la sinrazón y la injusticia no tengan cabida en los Siete Reinos. Quien esté conmigo luchará del bando del honor y la paz. Aquellos que se opongan sabremos que predican un mundo de conspiraciones, asesinatos y miseria. Que los Siete guíen vuestra elección

Príncipe Aemond Targaryen

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