Dulces sueños

El Príncipe Gawen cayó de rodillas, con un estruendo metálico, notando cómo la sangre empapaba su jubón. Sintió cómo alguien le arrastraba entre gritos, y cómo el estruendo de la batalla y el rugido del Aguasnegras iba disminuyendo hasta desaparecer. Entonces, dejó de oír sonido alguno.


El brillo en los ojos de Theo era lo que siempre le había gustado más a Gawen del hijo del Lord Mayordomo de Altojardín. La mayoría de los caballeros de su padre confundían el espíritu marcial con la ignorancia, pero todo lo que Theo Tyrell decía y hacía era prudente y meditado. Lo que creaba un marcado contraste con Edmund, el hermano mayor de Gawen, de quien había sido la sombra desde pequeño, con el cometido implícito de evitar que hiciera locuras.

Después vino el banquete del torneo de Lord Fossoway. Cuando les sentaron frente a frente, y empezaron a hablar, y la noche se hizo día. Gawen era poco más que un chaval, lleno de rabia, que no entendía las cosas que le estaban pasando. Theo, un par de años mayor, se las explicó. Se abrió a él, le confió sus secretos, y Gawen hizo lo mismo. Una luz se abrió en la oscuridad.


No sabía donde estaba ahora. ¿Era un sueño? Gawen pensó que debía de serlo, porque todo estaba borroso.

-Viviréis, príncipe -dijo una voz-. Pero intentad descansar. Si no se os abrirán las heridas. ¿Queréis más leche de amapola?

Un latigazo de dolor le hizo cerrar los ojos y estremecerse. Asintió con dificultad, y al poco se volvió a sumir en el estupor.


Era noche cerrada y estaban sentados en la orilla del Mander. Los brazos de Theo le rodeaban, y se sentía más seguro que con todos los caballeros del Dominio formados a su alrededor.

-Tenemos que parar, Gawen. No podemos hacer esto más. Ni tú ni yo nos podemos tomar este riesgo. Lo sabes tan bien como yo.

No pudo convencerle de lo contrario. Porque como de costumbre, Theo tenía razón. Pero eso no hizo que le doliera menos, ni le sirvió de ayuda para recomponer los pedazos de su corazón. Esa noche, en la ribera del Mander, nació el Gawen sardónico al que el Dominio conocía.


Sentía un dolor sordo en la espalda, que se acrecentó cuando intentó estirar el brazo para llegar a la copa de vino. En lugar de asirla la derramó sobre la mesa, y maldijo a gritos su destino. El soldado que hacía guardia en la puerta vino corriendo, le sirvió otra y se la acercó a los labios. Cuando terminó le interpeló, con la voz aún raspándole la garganta reseca.

-¿Por qué no estaban ahí los refuerzos? ¿Quien dio la orden de que asaltaremos la fortaleza de Aegon sin esperarles?

-Ser… Ser Theo estaba al mando, mi príncipe.

Gawen asintió, y le indicó que se fuera. Las ruedas en su cabeza empezaron a girar a toda velocidad, aunque quedaron interrumpidas cuando volvió a caer en la incosciencia.


-¿Crees que lo de las balsas funcionará? -preguntó Gawen. Ambos observaban la ribera del Aguasnegras, donde los hombres empezaban a acumular plataformas de madera.

Theo asintió sin mucha convicción.

-Debería. Pero perderemos tropas.

-Eso es lo que nos sobra.

-Exacto. Por eso lo hacemos.

El silencio se instaló entre ellos. Gawen recordó otro río, otra ribera, otros tiempos. Y tímidamente, acercó su mano a la de Theo. Que a su vez, la apartó.

-Me he prometido con lady Alysse Oakheart -dijo de repente-. Dicen que es guapa. Un buen partido -comentó en tono neutro.

-Ah. Me alegro. Felicidades -le respondió Gawen en el mismo tono.

Se excusó musitando algo ininteligible y se marchó.


Cuando volvió a abrir los ojos, le vio. Parecía que acababa de entrar.

-Mi príncipe- empezó a decir mientras se acercaba, pero Gawen le interrumpió.

-Estabas al mando. Tú dabas las órdenes. Entonces, ¿por qué teníamos que atacar nosotros primero? ¿Por qué no podíamos esperar al resto? ¿Por qué diste esa orden?

-Fue una orden directa del rey. No podía contradecirle. Intenté convencerle, pero… no pude. Lamento que os hirieran, Príncipe -le dijo Theo, apartando los ojos avergonzado.

Gawen negó con la cabeza.

-Querías que me mataran. Querías librarte de mí. Igual que le metiste historias en la cabeza a mi hermano para que fuera a la muerte. Y luego te librarás de mi padre. Porque ansías el trono, Theo, oh hijo de la gran puta. Por eso te acercaste a mí. Era todo mentira. Todo ha sido mentira. Tú y tu padre sois una familia de ratas. Sois todos… ratas -terminó rojo de ira.

El rostro de Theo se petrificó.

-No. Eso no es cierto. Las cosas no son así como dices, Gawen. No es así -dijo con voz átona, conteniéndose a duras penas.

-Vete. Quiero descansar. Vete.

Tras una última mirada, Theo hizo una rígida reverencia y salió de la sala. Gawen mantuvo sus ojos clavados en él hasta que se fue, como si pudiera matarlo con la mirada. Luego enterró la cara en la almohada y lloró durante horas.