Edictos de Arryn

Casa Arryn de Nido de Águilas

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Brynden Tully, conocido como el Pez Negro, cabalgaba con determinación por los senderos serpenteantes que conducían desde el Valle del Arryn hacia Aguasdulces. Su rostro tallado por años de experiencia y batallas reflejaba preocupación, pero también una determinación inquebrantable. Había dejado atrás su puesto como Caballero de la Puerta, renunciando a los lujos y la seguridad de su posición en el Nido de Águilas, todo por una razón: su hermano, Hoster Tully.

La noticia de la grave enfermedad de Hoster había llegado a Brynden como una marea oscura que amenazaba con arrastrar todo lo que amaba. A pesar de sus diferencias, los lazos de sangre entre los Tully eran irrompibles, y Brynden no podía permitirse el lujo de dejar que su orgullo lo mantuviera alejado de su hermano en sus momentos más oscuros.

Finalmente, tras días de viaje agotador, Brynden llegó a Aguasdulces. El castillo parecía estar en un estado de conmoción silenciosa, con sus habitantes susurrando entre sí sobre la grave enfermedad que había caído sobre el Señor de Aguasdulces. Sin perder tiempo, Brynden se dirigió hacia las cámaras de su hermano.

Al entrar en la habitación, el corazón de Brynden se encogió al ver a Hoster. El hombre que una vez fue robusto y lleno de vida ahora parecía una sombra de su antiguo yo. Su piel estaba pálida y sus rasgos consumidos por la enfermedad. Apenas podía reconocer a Brynden cuando este se acercó a su lado.

- ¿Brynden?- La voz de Hoster era apenas un susurro, pero resonaba con sorpresa y debilidad.

- Sí, Hoster, soy yo.- Respondió Brynden, tomando la mano de su hermano con ternura.- He venido aquí tan pronto como Edmure me escribió. Estoy aquí contigo ahora.

Hubo un destello de reconocimiento en los ojos cansados de Hoster mientras miraba a su hermano. A pesar de la debilidad que lo consumía, un atisbo de emoción brilló en su rostro.

- Brynden…- Murmuró Hoster, luchando por encontrar las palabras.- Lo siento… por… todo…

Las palabras de disculpa de Hoster cortaron el corazón de Brynden. Durante años, había existido un abismo entre los dos hermanos, alimentado por malentendidos y orgullo obstinado. Pero en ese momento, todas esas disputas parecían triviales en comparación con la conexión fraternal que siempre habían compartido.

- No importa, Hoster.- respondió Brynden con voz suave, apretando la mano de su hermano con cierta fuerza.- No importa.

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En las sombras de Desembarco del Rey, Petyr Baelish se movía con la agilidad de un gato astuto. Había percibido el cambio en el aire, una tensión sutil pero inconfundible que precedía a la tormenta. Desde su red de informantes, Petyr supo antes que nadie que el Consejo Privado, dirigido por la reina Cersei Lannister, había ordenado su captura.

Los festejos por la coronación de Joffrey Baratheon y el torneo que se llevaba a cabo en su honor eran la cortina perfecta para sus enemigos. En las calles llenas de alegría fingida y borrachos desenfrenados, Petyr se movía con discreción, sus ojos agudos escudriñando cada esquina en busca de sus perseguidores.

Con astucia y desesperación, Petyr activó sus conexiones secretas. Los barqueros en el puerto, los vendedores en el mercado negro, los espías en las tabernas sucias: todos fueron convocados para ayudar en su escape. Los favores acumulados y los secretos guardados se convirtieron en moneda de cambio vital en esa noche oscura.

Mientras los nobles brindaban y los caballeros competían en el torneo, Petyr aseguró una vía de escape. Un barco mercante anónimo aguardaba en las sombras del puerto, listo para zarpar en cuanto él lo ordenara. Pero Petyr Baelish no dejaría Desembarco del Rey sin más que una simple huida.

Con su característica habilidad para anticipar jugadas y mover piezas, Petyr tejió un plan final. A medida que la noche avanzaba y las sombras se alargaban, dejó pistas cuidadosamente calculadas para aquellos que lo perseguían. Información delicadamente filtrada, documentos estratégicamente dejados en lugares claves, rumores sembrados en oídos dispuestos a escuchar.

El alba encontró a Desembarco del Rey revuelto. La noticia de la fuga de Petyr Baelish se extendió como una marea oscura entre los pasillos del poder. La reina Cersei Lannister, siempre acostumbrada a anticipar los movimientos de otros, se encontraba con las manos vacías y una ciudad en caos.

Petyr Baelish, el Maestro de la Moneda que siempre había jugado en las sombras, había escapado una vez más. Pero esta vez, dejó un regalo amargo para la reina: una advertencia clara de que sus hilos se extendían más lejos de lo que ella había imaginado y que en el juego del trono, nadie escapaba impune de sus intrigas.

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En lo alto del Nido de Águilas, rodeada por las majestuosas montañas del Valle de Arryn, Lady Lysa Arryn contemplaba el horizonte con una mirada preocupada. La Gran Sala resonaba con el murmullo de los señores y caballeros reunidos, cada uno representando un dilema que pesaba sobre sus hombros.

El eco de las palabras de Lord Yohn Royce sobre las tropas enviadas al Tridente resonaba en su mente. “Nuestras fuerzas han llegado al Tridente, pero el destino de Aguasdulces sigue siendo incierto, mi señora”, el mensajero había comunicado las nuevas desde la tierra bañada en ríos que un día hubiese abandonado, hacía muchos años.

Lysa se mordió el labio. El futuro de su tío, Brynden Tully, pendía de un hilo, atrapado entre las maquinaciones de los Lannister y los Tyrell. ¿Sería suficiente el apoyo del Valle para inclinar la balanza a su favor?

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la noticia de la huida de Petyr Baelish de Desembarco del Rey. Petyr, el hombre en quien había depositado su confianza y con quien había compartido tantos secretos, ahora era una figura errante, una sombra inquietante en el tablero de juego. ¿Qué planes tendría ahora? Lysa no podía evitar preguntarse si su propia posición estaba en peligro.

Pero las preocupaciones de Lysa no terminaban ahí. La cuestión del apoyo al reclamo al Trono de Hierro también la mantenía en vilo. Stannis Baratheon había conquistado la ciudad y se alzaba como Rey de los Siete Reinos. Sin embargo, las propuestas aún se sucedían como una alternativa intrigante y desconocida.

Mientras tanto, el destino inmediato de su hijo, Robert Arryn, era una preocupación que la atormentaba día y noche. Robert, su querido hijo enfermizo, había estado bajo el ala protectora de Rudiger Melcolm como escudero. Sin embargo, Lysa sabía que todos aquellos cambios le obligarían a tomar decisiones que le llevarían más allá de la fortaleza de los Arryn.

Con todos estos pensamientos tumultuosos mezclándose en su mente, Lady Lysa Arryn se enfrentaba a una encrucijada. En lo alto de su fortaleza, rodeada por las altas montañas y las corrientes de aire fresco, sentía el peso de las decisiones que debía tomar. En un mundo de lealtades frágiles y traiciones ocultas, cada movimiento que hiciera tendría consecuencias para ella, su hijo y el futuro del Valle de Arryn. Y a veces se preguntaba como sería sentirse liberada, guiada por las corrientes.

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La noche en Desembarco del Rey era tan silenciosa como podía serlo en una ciudad bulliciosa. En la Fortaleza Roja, las sombras se alargaban y la oscuridad envolvía los pasillos. Los guardias hacían sus rondas habituales, ajenos a lo que estaba por suceder en uno de los aposentos más vigilados de la fortaleza.

Petyr Baelish, también conocido como Meñique, dormía plácidamente en su cama, confiado en las medidas de seguridad que había establecido. Sus juegos de poder y manipulación le habían otorgado muchos enemigos, pero también había sembrado miedo y respeto en igual medida. Esta noche, sin embargo, la fortuna no estaría de su lado.

En la penumbra, un grupo de figuras encapuchadas se movía con sigilo, sus pasos amortiguados por el grosor de las alfombras. Llegaron a la puerta de los aposentos de Baelish y, con la habilidad de quien ha cometido actos oscuros en más de una ocasión, forzaron la cerradura sin hacer ruido. La puerta se abrió con un leve crujido, pero no lo suficiente como para despertar al hombre que dormía adentro.

Entraron en la habitación, deslizándose como sombras. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, iluminando tenuemente la figura dormida de Baelish. Uno de los atacantes, un hombre de complexión robusta, se adelantó, empuñando un cuchillo cuya hoja brillaba con una amenaza silenciosa.

Se acercaron a la cama, y el líder del grupo hizo una señal. En un movimiento sincronizado, los atacantes se abalanzaron sobre Petyr Baelish. La primera puñalada fue precisa y mortal, dirigida al corazón. Baelish se despertó con un jadeo ahogado, sus ojos abiertos en una mezcla de sorpresa y agonía. Trató de gritar, pero otra puñalada le atravesó la garganta, silenciándolo para siempre.

La sangre manchó las sábanas de seda mientras los atacantes continuaban, asegurándose de que no hubiera posibilidad de supervivencia. En cuestión de segundos, todo había terminado. Petyr Baelish, el maestro de las intrigas y manipulaciones, yacía inmóvil en un charco de su propia sangre.

Los asesinos retrocedieron, sus rostros ocultos en las sombras de sus capuchas. Habían cumplido su misión con una eficiencia fría y despiadada. Sin dejar rastro, se desvanecieron en la oscuridad, abandonando la habitación por la misma puerta por la que habían entrado.

Al amanecer, el grito de una sirvienta rompió el silencio cuando descubrió el cadáver de Baelish. La noticia se propagó rápidamente por la Fortaleza Roja y Desembarco del Rey. Los rumores y las teorías sobre quién podía haber ordenado el asesinato comenzaron a circular. Sin embargo, en los círculos de poder, muchos entendieron que en el juego de tronos, las piezas se mueven en silencio y las vidas se pierden en la oscuridad.

Petyr Baelish, el hombre que había tejido tantas redes de engaño, encontró su final a manos de aquellos que permanecieron en las sombras, vengándose en silencio por los incontables actos que había cometido. Y así, la Fortaleza Roja se convirtió una vez más en el escenario de un misterio sangriento, con su último maestro de intrigas convertido en una víctima más del juego que él mismo había perfeccionado.

By Nemo

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El Nido de Águilas se alzaba imponente sobre el Valle, sus torres bañadas por la luz del sol naciente que parecía un presagio de tiempos inciertos. La muerte de Robert Arryn había dejado un vacío insondable en el corazón de Lysa, un vacío que ni siquiera la muerte de Petyr Baelish había logrado llenar. Su hijo, su dulce y frágil Robert, se había ido, arrebatado por la cruel mano del destino. Y ahora, en su lugar, un nuevo matrimonio se gestaba, uno que la llenaba de recelo y temor.

Lysa se encontraba en sus aposentos, su mirada perdida en el horizonte mientras sus manos temblorosas trataban de acomodar el vestido nupcial. La seda blanca parecía una burla, un reflejo de la pureza que ella sentía haber perdido hace tanto tiempo. Yohn Royce, el hombre con el que estaba a punto de casarse, era un guerrero respetado, un hombre de honor y lealtad. Pero para Lysa, no era más que un extraño, una figura distante que no podría jamás entender el torbellino de emociones que la consumía.

Los vasallos del Valle habían llegado al Nido de Águilas, sus rostros serios y expectantes. El salón principal estaba decorado con guirnaldas de flores y estandartes que ondeaban con el emblema de la Casa Arryn y la Casa Royce. A pesar de la solemnidad del evento, el aire estaba cargado de murmullos y miradas de preocupación. Todos sabían que este matrimonio no era uno de amor, sino una alianza estratégica para mantener la estabilidad en el Valle tras la muerte de Robert y la ejecución de Petyr Baelish.

Lysa descendió por las escaleras, sus pasos lentos y vacilantes. La presencia de los invitados la hacía sentirse expuesta, como si sus pensamientos y emociones pudieran ser leídos por todos los presentes. Yohn Royce la esperaba al pie de las escaleras, su rostro serio y su mirada firme. No había amor en sus ojos, solo una resolución férrea.

La ceremonia fue breve, las palabras del septón resonando en el gran salón como un eco distante. Lysa apenas escuchaba, su mente sumida en recuerdos de su hijo, de Petyr, y de los días en los que había sentido algún tipo de control sobre su vida. Ahora, todo le parecía un caos incontrolable, un remolino de incertidumbre y miedo.

Cuando el septón declaró la unión, Lysa sintió que el peso del mundo caía sobre sus hombros. Yohn tomó su mano, su agarre firme y protector, pero ella solo sentía un frío abrumador. Mientras los invitados aplaudían y brindaban por la nueva pareja, Lysa solo podía pensar en cómo había llegado a este punto, cómo su vida se había convertido en una serie de decisiones desesperadas y dolorosas.

La fiesta continuó, el salón llenándose de música y risas forzadas. Lysa permanecía en su trono, su rostro pálido y sus ojos vacíos. Yohn se acercó a ella, inclinándose para susurrar algo que ella apenas escuchó. Asintió mecánicamente, su mente vagando en lugares oscuros y tristes.

Esa noche, en la soledad de sus aposentos, Lysa miró el cielo estrellado a través de la ventana. El Nido de Águilas, que una vez había sido su refugio, ahora se sentía como una prisión. Su esposo dormía a su lado, su respiración profunda y constante. Pero ella no podía encontrar la paz. Sus pensamientos eran un tumulto, su corazón un nudo de dolor y confusión.

El Valle necesitaba un líder fuerte, y Yohn Royce era ese líder. Pero Lysa se sentía más sola que nunca, atrapada en una vida que no había elegido. Mientras las estrellas brillaban en el cielo nocturno, Lysa se prometió a sí misma que encontraría una forma de recuperar algo de control, de hallar algún tipo de paz en medio del caos que se había convertido su vida. Pero por ahora, solo podía esperar y ver qué traería el nuevo día.

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El día del casamiento entre Sansa Stark y Harrold Hardying amaneció con un cielo despejado en Desembarco del Rey, como si los propios dioses quisieran bendecir la unión. La ciudad estaba adornada con banderines y flores, y el ambiente festivo se mezclaba con la expectativa de la nobleza y el pueblo por igual. Este matrimonio no solo simbolizaba una alianza estratégica, sino también la esperanza de tiempos más prósperos para los Siete Reinos.

El Septo de Baelor, imponente y majestuoso, se erguía como el lugar elegido para la ceremonia. Los muros de mármol relucían a la luz del sol y las puertas estaban flanqueadas por guardias reales con sus armaduras relucientes. La nobleza y las figuras más prominentes de los reinos se reunían dentro, ocupando sus lugares mientras los murmullos de anticipación llenaban el aire.

Sansa Stark, radiante en un vestido de seda blanca bordado con hilos de plata, hizo su entrada con gracia. Su cabello rojo, cuidadosamente trenzado y adornado con pequeños zafiros, caía como un río de fuego sobre sus hombros. A su lado, Gerold Grafton, el consejero de la moneda, observaba con orgullo. Había trabajado arduamente para asegurar los fondos necesarios para las celebraciones y veía este matrimonio como una consolidación del poder y la estabilidad financiera del reino.

Harrold Hardying, vestido con una armadura ceremonial que brillaba bajo la luz de los candelabros, esperaba a su novia en el altar. Su porte noble y su mirada decidida mostraban a todos que estaba listo para asumir su futuro papel como heredero del Valle del Arryn y señor del Nido de Águilas. Los ojos de los presentes se centraron en él, admirando su presencia imponente y la dignidad con la que llevaba su armadura.

Entre los invitados destacados, Lyn Corbray, ahora una Capa Blanca de la Familia Real, se encontraba en posición de honor cerca del altar. Su expresión seria y vigilante no dejaba dudas de su lealtad al trono y su compromiso con la seguridad de la familia real. La legendaria espada Dama Desesperada, colgada a su lado, era un recordatorio silencioso de su destreza en combate y su papel crucial en la protección del reino.

En la primera fila, Shireen Baratheon, la hija del rey Stannis Baratheon, observaba con una mezcla de curiosidad y alegría. Vestida con un elegante vestido dorado, sus ojos brillaban con la inocencia de la juventud y la sabiduría de alguien que ha visto más de lo que debería a su edad. Su presencia no solo simbolizaba el apoyo del rey a esta unión, sino también la esperanza de una nueva era de paz y cooperación entre las casas más poderosas de Poniente.

La ceremonia fue solemne y emotiva. El septón recitó las palabras sagradas mientras Sansa y Harrold intercambiaban votos, prometiéndose amor, lealtad y protección. Cuando llegó el momento de intercambiar los anillos, un suspiro colectivo recorrió la sala, y cuando el septón declaró a los novios como esposo y esposa, los aplausos resonaron con fuerza entre los muros del septo.

La fiesta posterior se celebró en la Fortaleza Roja, en un gran salón decorado con estandartes y flores. La comida y el vino fluían sin cesar, y la música llenaba el aire mientras los invitados bailaban y reían. Gerold Grafton fue visto en animadas conversaciones con otros consejeros, discutiendo los futuros planes financieros del reino. Lyn Corbray, aunque siempre vigilante, permitió que una pequeña sonrisa se asomara en sus labios mientras observaba la felicidad de los recién casados.

Shireen Baratheon se acercó a Sansa en un momento de la noche, ofreciéndole sus mejores deseos y un pequeño obsequio, un amuleto de dragonglass, un símbolo de protección y fuerza. Sansa, conmovida, agradeció a la joven princesa con un cálido abrazo.

A medida que la noche avanzaba, la alegría y el júbilo llenaban cada rincón de la Fortaleza Roja. El matrimonio entre Sansa Stark y Harrold Hardying no solo consolidaba una poderosa alianza, sino que también simbolizaba la esperanza de un futuro más brillante para los Siete Reinos, una esperanza que todos los presentes compartían en sus corazones.

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