El ajustamiento de Varys

El sol se deslizaba perezosamente por el horizonte, tiñendo de tonos rojizos y dorados las murallas de Invernalia. La nieve crujía bajo los pies de los presentes, y el aire frío del norte se colaba por cada rendija, helando hasta los huesos. En el centro del patio principal, se había levantado un estrado improvisado, donde se llevaría a cabo el ajusticiamiento. Los estandartes del ciervo coronado y el halcón blanco ondeaban al viento, símbolos de la autoridad de Stannis Baratheon y Harrold Arryn.

Varys, el eunuco, estaba de pie en el centro del estrado. Sus ropajes, aunque todavía ostentaban la elegancia que lo había caracterizado, ahora estaban deslucidos y manchados. Sus manos, atadas frente a él, temblaban ligeramente, ya fuera por el frío o por la anticipación de lo que estaba por venir. Su mirada, sin embargo, permanecía serena, observando a los presentes con una mezcla de curiosidad y resignación.

A un lado del estrado, Stannis Baratheon, el Rey de los Siete Reinos, se mantenía erguido. Su expresión era implacable, y sus ojos, dos pozos de determinación, no se apartaban del prisionero. La mano de Stannis descansaba sobre el pomo de su espada, un recordatorio constante de su autoridad y su propósito.

Harrold Arryn, el nuevo señor del Valle, estaba en el otro lado del estrado. Su rostro joven mostraba una severidad que contrastaba con su edad, y sus ojos brillaban con una mezcla de justicia y venganza. Había sido él quien había ordenado este ajusticiamiento, acusando a Varys de los asesinatos de Petyr Baelish y Robert Arryn, crímenes que habían sacudido los cimientos del Valle y dejado una herida profunda en su corazón y en los de Lady Lysa Arryn.

Lyn Corbray, el verdugo designado, estaba preparado. Su espada, Dama Desesperada, brillaba con un fulgor amenazante bajo la luz del sol poniente. Corbray, conocido tanto por su habilidad con la espada como por su temperamento impredecible, había aceptado con gusto la tarea de eliminar a Varys. Mientras caminaba hacia el centro del estrado, sus ojos no mostraban piedad, solo una fría determinación.

El silencio se apoderó del patio cuando Harrold Arryn levantó una mano para dar inicio al juicio. Su voz resonó clara y firme en el aire helado.

—Varys, conocido como la Araña, eres acusado de los asesinatos de Petyr Baelish y Robert Arryn. Por estos crímenes, has sido condenado a muerte. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

Varys levantó la cabeza, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

—Solo diré que todo lo que hice, lo hice por el bien del reino. La historia juzgará mis acciones mejor que cualquiera de nosotros.

Un murmullo recorrió a los presentes, pero la expresión de Harold Arryn no se inmutó. Asintió ligeramente, dando su permiso para que el verdugo procediera.

Lyn Corbray avanzó, levantando la espada con ambas manos. El brillo de Dama Desesprada reflejaba la última luz del día, y un susurro de anticipación recorrió a los espectadores. Stannis Baratheon observaba con una intensidad implacable, su presencia recordando a todos el peso de la justicia real.

—Que los dioses tengan piedad de tu alma, Varys —murmuró Lyn Corbray antes de dejar caer la espada.

Con un movimiento rápido y certero, la hoja descendió, separando la cabeza de Varys de su cuerpo. Un suspiro colectivo escapó de los presentes, y el silencio volvió a reinar en el patio de Invernalia.

Harrold asintió con aprobación. Para él, este era un paso más hacia la restauración del orden en el Valle. Sin embargo, en lo profundo de su mente, sabía que la justicia no siempre traía paz, y que los fantasmas del pasado seguirían acechando a todos ellos, incluso en el frío abrazo del norte.