El asunto dorniense

Tywin expuso el tema con la información de la que disponía: Oberyn y Elia habían huido de la capital llevándose a Rhaenys con ellos; Lewyn les había ayudado y ahora estaba más muerto que vivo.

El asunto es serio, – dijo la Mano con expresión pétrea. – Dorne tiene oportunidad de enmendar el error de Oberyn si obligan a la princesa a volver a la Fortaleza Roja; pero el problema no está en Elia solamente sino en el hecho de que Rhaenys se fue con ellos y es un miembro de la familia real. Es un Targaryen.

Tampoco podemos olvidarnos del Príncipe Lewyn. Se enfrentó a uno de sus hermanos de la Guardia Real y ayudó a la huida de Elia y no puede excusarse en que protegía a Elia o Rhaenys porque no estaban en peligro hasta que decidieron marcharse apresuradamente. Lord Gerold, vos sabéis qué significa eso.

El príncipe evitó poner mala cara al escuchar el frío relato de la Mano, la herida era demasiado reciente y aún no había terminado de cicatrizar.

Creo sinceramente que lo peor puede ser evitado. Ha sido sin duda un acto impulsivo, más propio del genio tumultuoso del príncipe Oberyn que de la mente calmada de mi mujer. Si el Consejo no pone objeciones, me gustaría tener a mi cargo las negociaciones con Dorne. Soy el que mejor conoce a los Martell entre los presentes, y sin duda el más cercano a ellos. Por lo que me ha contado Elia su hermano, el príncipe Doran, es un hombre sensato y cabal. Seguro que podemos llegar a un acuerdo que satisfaga a todos y pueda dejar atrás este fatal desliz.

El príncipe carraspeó antes de continuar. La mención del príncipe Lewyn le evocó en su mente la imagen del otrora corpulento dorniense agonizando lentamente sobre su lecho. Una lastimosa imagen que jamás podría ya olvidar.

Antes de emitir un juicio sobre las acciones del príncipe Lewyn debemos esperar. Está siendo atendido en mis aposentos por los mejores médicos que he podido reunir. Todos coinciden en que, a pesar de todos sus esfuerzos, es muy probable que muera. Así que, hiciera lo que hiciese, ya no se le podrían pedir cuentas, y todo debate sería inútil.

¡Maldita víbora! – dijo el rey visiblemente enfadado – Todo es culpa de Oberyn Martell, ojalá el palmo de acero que Ser Oswell le clavó haya acabado con su vida.

El rey se revolvía en su asiendo, estaba intranquilo, las amenazas se cernía sobre su trono, ¡en la propia Desembarco! –Hablad con Lord Doran, hijo mío, que actúe para detener a su hermano, que todas los rincones del reino sepan que Oberyn Martell es un traidor a Poniente y cualquiera que lo aprese será recompensado con un señorío.

Pero sobre Lewyn, no hay discusión alguna. Antes del anochecer se le ejecutará. Un guardia real no puede ignorar mis órdenes. Ha todo su juramento y como tal morirá.

Tywin escuchó a uno y otro y supo que si Rhaegar callaba, ambos, padre e hijo, conseguirían lo que querían. La cuestión era el precio a pagar. Le preocupaba la ejecución del Principe Lewyn, en efecto, pero coincidía con el rey: el Guardia Real había sellado su destino.

Si nadie tiene nada que añadir, el Consejero de Edictos debe redactar lo que aquí se ha decidido acerca del Príncipe Lewyn.

Alteza, – Dijo dirigiéndose a Rhaegar. – No sabemos cómo reaccionará Oberyn ante la ejecución de su tío, pues aunque es algo que debía dar por hecho no lo hará más fácil. Os aconsejo premura a la hora de tratar con Lord Doran.