El concilio del Faro

La excusa era el torneo, pero realmente allí estaban para lo que todos los vasallos del Dominio habían acudido. En el gran salón del Faro se había reunido todos y cada uno de los vasallos del Dominio, cerrado a cal y canto y protegido por un gran número de soldados.

Presidida por tres tronos uno de ellos más impresionante que el resto, justo en el medio, se sentaba el Rey Mern IX Gardener máximo exponente del Dominio acompañado a su derecha por el anfitrión Lord Manfred Higtower y a su siniestra por el heredero de Occidente el Príncipe Lyman Lannister. Detrás de ellos el Septón Supremo con una túnica raida aguardaba apoyado en un báculo y a su lado el Gran Maestre de la Ciudadela, ambos invitados para aportar sus conocimientos a aquel acto.

La algarabía y los corrillos que habían ido surgiendo mientras todos los hombres iban llenando la sala cesaron en el momento en el que Lord Manfred mandó cerrar más puertas y tomó la palabra alzando la voz - MIS SEÑORES, OS RUEGO ATENCIÓN!! - cuando todos ya le prestaban atención bajó el tono pero siguió con un volumen elevado para que todos pudiesen escucharlo - De nuevo os agradezco a todos vuestra presencia en Antigua, es un gran honor para la Casa Hightower, tenéis vuestro hogar aquí cuando lo requirais. Y es un privilegio contar en esta reunión con el Príncipe Lyman heredero de Occidente, de aquí en adelante contaremos con los Lannister como una casa hermana, estoy seguro. -

-Pero, sin más dilación, cedo la palabra a quien nos ha convocado, ¡Viva el Rey Mern! - “VIVA EL REY!” se escucho corear a la sala - Majestad… -

Mern, el Noveno de su Nombre, investido con la Corona de Viñas y Flores y con el Cetro de Zarzas, se alzó. Era un tipo alto, aunque empezaba a encorvarse un poco, y daba una imagen muy regia; dar una imagen regia era de hecho de las cosas que mejor hacía. Pero dar discursos preparados tampoco se le daba mal.

-Lores del Dominio -comenzó-. Ladies. Caballeros. Y Príncipe Lyman de Occidente. Me gustaría deciros: ¡festejad! -un murmullo de asentimiento respondió al rey-. ¡Olvidad vuestras preocupaciones! -el murmullo aumentó-. Pero no es el momento de festejar -declaró con voz severa. Le respondió el silencio. Varios de los presentes se bajaron apresuradamente la copa de los labios. Uno de ellos, Lord Merryweather, se atragantó e intentó disimular las toses mientras su esposa le daba golpes en la espalda.

-Todos hemos leído la carta. Un valyrio, Aegon de Rocadragón, pretende conquistar los Siete Reinos. Quiere que todos nos arrodillemos. Hmpf. Qué insolencia -dijo con desdén-. ¿Alguno de los presentes tiene por costumbre arrodillarse ante extranjeros? -un murmullo de desdén sirvió de confirmación-. Y no solo eso. A los dornienses les ha ofrecido exactamente lo mismo que a nosotros. Les mandó la misma carta. A los ojos de Aegon, los dornienses y nosotros somos iguales.

Los nobles, enrojecidos, refunfuñaban en tono airado. Samwell Tarly, o como todos le llamaban Sam el Salvaje, que recientemente había heredado el título de su padre, se puso en pie y desenvainó el mandoble de acero valyrio que nadie se había atrevido a quitarle antes de entrar.

-¡Que venga aquí Aegon y le enseñaré la diferencia entre un dorniense y yo! -vociferó con una voz como un huracán- ¡Y si no viene, iré yo! -exclamó, tras lo que partió la mesa frente a él en dos, limpiamente, incluyendo los platos, la comida y una copa, y quedándose en el movimiento a tres pulgadas de cortarle la cabeza a Lord Merryweather, al que se le pasó la tos del susto. Algunos cabellos cayeron flotando en la mesa.

Mern alzó la mano pidiendo silencio.

-Todos valoramos vuestra lealtad y arrojo, Lord Samwell, pero os rogamos que mantengáis Veneno de Corazón enfundado -el aludido hizo una reverencia, guardó la hoja y se sentó. Mern retomó el hilo-. El argumento del infame Aegon para conquistar los Siete Reinos es sencillo. Dragones. Sí, los tiene. Tres de ellos. Los rumores no mienten -los señores se lanzaban miradas de súbita preocupación-. Pero ¿qué es lo que tenemos que temer de esos dragones? ¿Acaso un puñado de lagartijas incendiarias sería capaz de derrotar a todas las fuerzas de nuestro reino? ¡Ja! Los valyrios reinaban sobre esclavos. Sobre gente con miedo a bichos voladores, gente que se plegaba a las amenazas. Pero nunca invadieron Poniente. Porque sabían que no podían con nosotros.

Se veía en los ojos de los vasallos como se envalentonaban.

-La auténtica amenaza no son los dragones. Son los cobardes. Me consta que varios nobles ribereños, muertos de miedo, se han arrodillado a Aegon, temerosos de que ordene a sus monstruitos devorarles. Mostrémosle que el Dominio está hecho de otra pasta. Mostrémosle que nosotros no nos dejamos atemorizar por extranjeros petulantes.

-Señores del Dominio. Príncipe Lyman. Desde hoy estamos en guerra con Aegon de Rocadragón. Y no terminará hasta que él, su incestuosa familia y sus aberraciones aladas estén muertos y enterrados. Reunid a vuestras huestes. Abrillantad vuestras lanzas. Desplegaremos la fuerza más formidable que el mundo haya visto jamás. Y cabalgaremos hacia el este, cabalgaremos sin descanso, cabalgaremos sobre las olas si es necesario, hasta encontrar al valyrio, perseguirlo y matarlo como a un perro. Y la próxima vez que nos reunamos, las cabezas de los dragones adornarán la sala. Yo, Mern Gardener, juro por mi nombre y por el honor de mi casa que mataré a Aegon el Insolente.

Esperó unos minutos a que se calmara la algarabía, aún de pie, e interpeló al Príncipe Lyman.

-Decidnos, príncipe, ¿se nos unirán las fuerzas de vuestro padre?

La intervención del príncipe Lyman Lannister fue corta, no estaba allí para hacer política, su presencia era mera cortesía mas la Roca no se rendiría ante los dragones como habían hecho los ribereños.

Tras ello la celebración, y el torneo, y multitud de habladurías, reuniones en las sombras, promesas, pactos y tramas. La historia diría si el Gran Torneo de Antigua sería recordado o no, pero los nombres de Ser Ormond Osgrey y Ser Thomas Mullendore que rompieron siete lanzas en la última liza antes de que Ser Ormond se declarara vencedor quedarían para siempre registrados en los anales de Antigua

El torneo había durado casi una semana, el concilio mucho más. El Dominio era demasiado grande y difícil de gobernar, demasiadas voces, demasiados hombres. Pero el rey había sabido hacer valer su voz y parecía claro que marcharían a la guerra, ¿pero cuando?

Poco a poco los grandes señores abandonan Antigua, con la sensación de que habían pasado demasiado tiempo en la ciudad y conseguido poca cosa.