El eco del pasado

-No cabe duda, mi señor. Los lorelanos regresan. Rumores de tierras cercanas y lejanas, voces que hablan de barcos en los mares y de botas en el terreno. Han vuelto a alzar sus estandartes.

Se hizo el silencio en aquella pequeña sala dentro del palacio de madera del caudillo de Nathul, Arëon, el Décimo con aquel nombre, donde apenas estaban cinco personas de su confianza: sus dos hermanos, el Alto Druida, la mujer que lideraba su Guardia Personal y su mujer. El explorador bajó la cabeza ante un gesto de su líder, que lo conminó a marcharse.

-No esperaba un regreso tan temprano. Lo de hace cinco años… - Arëon miró hacia la puerta por la que se había marchado el mensajero. - Lo de hace cinco años segó la vida de muchos jóvenes, suyos y nuestros. ¿Por qué habrían de tener ganas de regresar?

-El poder es dulce, mi señor - Audëbud, su esposa, se situaba a su lado. - ¿Por qué habrían de renunciar a la tierra que fue suya?, ¿por qué marcharse, si aun quedan hombres dispuestos a morir por ella?

-Cometimos un error una vez, hermano. - Ahora era Sigurd, el mejor espadachín del oeste, el que hablaba. - No hagas lo mismo que hizo padre entonces. ¿Por qué habríamos de confiar en ellos?

Sigurd hablaba también por la familia de su esposa, los Varrëgor, que se habían opuesto a las reformas impulsadas hace años por Arëon. También a cualquier acercamiento a nadie que no fuese un habitante de la isla, proponiendo hierro y fuego como solución a cualquier posible regreso lorelano. La política, por supuesto, requería de un trabajo más sutil que el de prender fuego a cualquier posibilidad de diálogo.

-No tomaremos ninguna acción hasta no saber de sus intenciones, aunque creo adivinarlas. No hemos construido la paz y prosperidad de estas tierras para lanzarlas a los pies de Vändalore en cuanto haya el más mínimo riesgo. - Miró a sus hermanos. - Escucharé a las familias, a los lorelanos y al resto de tribus, como hemos hecho siempre. No será mía la palabra que lleve a más de los nuestros a la muerte.


Apenas un día después, el cielo se iluminaba con las explosiones procedentes de un volcán lejano. Los estallidos y la cólera de las piedras que volaban retumbaron por entre casas, canteras y árboles.

Entre el bullicio y las apelaciones a los dioses, un druida permanecía imperturbable en su bosque, consultando a los espíritus.

¿Qué significa todo esto?