El Gran Banquete

Muchos años después, frente a la muerte enemiga que vino a cubrir con tinieblas sus ojos, Lord Walder Whent había de recordar el Gran Banquete que reunió en el Salón de las Cien Chimeneas a todos los grandes nobles de Poniente. Era la noche anterior comienzo de la gran justa que tendría lugar en Harrenhal, para gloria y memoria de la Casa Whent. Era una noche sin viento ni luna, una noche oscura y callada, cuando los espectros malditos dejaban de plañir por sus penas y recorrían silenciosos los pasillos y los salones de la anciana fortaleza.

Había tanta noche allá fuera, que no podía haber más luz dentro de las cuatro paredes del salón. Pareciera que habían traído todas las velas y candelabros de Poniente a reflejarse en los cálices, la vajilla y la cubertería de plata, en las grandes fuentes de comida y hasta en los bordados de oro de las túnicas de los mejores hombres Poniente. Todos los invitados de la Casa Real, las Casas Mayores y las Casas Menores estaban sentados a lo largo de una inacabable mesa de nogal que cruzaba de lado a lado aquel inmenso salón con sus Cien Chimeneas, que ardían en hermandad con las velas y los candelabros, caldeando el cargado ambiente de conspiraciones que casi parecían derretirse en sudor sobre ciertas cabezas. Tan inacabables como la mesa eran sus platos, renovados al instante por el ejército de siervos que recorrían de lado a lado la mesa trayendo nuevos y suculentos manjares: pastel caliente de cangrejo, pastel de pichón, codornices bañadas en mantequilla, uro asado, sopa cremosa de hongos, sopa de caracoles, ensalada de hierbas frescas, ciruelas y frutos secos, nabos fritos con mantequilla, conejo asado a la miel, toro asado, jabalí, ciervo, perdiz y hasta un pavo real que, servido con sus multicolores plumas, se había colocado para disfrute de la vista y el gusto de Su Majestad el príncipe Rhaegar y sus allegados. Sin olvidarnos de los placeres de los paladares más dulces, como la crema de arándanos, melocotones con miel, pan de avena cargado de frutas y nueces y, por supuesto, pastelitos de limón. Todo ello bañado en mares tintos de los mejores vinos de Dorne y del Rejo.

La mesa estaba coronada, dado que el rey Aerys no había querido otorgar el gran placer de su presencia a los invitados (para gran pena de todos ellos), por el príncipe Rhaegar de cabellos de plata y su noble y bella princesa que portaba en la piel la más bella arena tostada de Dorne, Elia Martell. Después los diferentes nobles estaban repartidos a lo largo de la mesa por razón geográfica, empezando desde los ardientes parientes de la princesa, que se sentaban a su lado con sus ropajes naranjas y su gran lanza escarlata atravesando el sol escarlata de sus pecheras. A continuación se hallaba la flor dorada de la nobleza ponienti, todo un campo verde de sonrisas lideradas por las arrugas ligeras que empezaban a constreñir la piel serena de Lady Olenna de Tyrell y Redwyne. Más allá estaban los bravíos y caníbales cervatos de astas de oro y piel gualda liderados por la voz más potente del Salón y una de sus más valientes espadas, el joven Lord Robert Baratheon, ya rodeado por las más bellas sirvientas. A su lado rugían ante sus excesos los orgullosos leones con sus doradas cabelleras como sus bolsillos y sus rojas túnicas como sus pensamientos, bajo la atenta y sobria mirada de Lord Tywin, estratega del campo de batalla al igual que del de la comida y la bebida, y que las elegía con sumo acierto y medida, atento al menor desliz en la lengua de su prójimo. Pero a su lado estaba el resbaladizo Lord Tully, que ni una palabra de más dejaba escapar de sus labios expertos. En torno a él, su azulgrana estirpe, a lo largo del banco sus familiares truchas con sus flexibles pero firmes escamas de deber y honor. A su lado estaban también Lord Whent, que en un delirio continuo de vino y verborrea, ya confundía los murciélagos de su pechera gualda con los que revoloteaban por los oscuros y altos techados del salón, y entre copa y copa hablaba de matrimonios y grandes futuros con su tocayo Lord Walder Frey, que apenas soportaba la elocuencia de su futuro consuegro. También estaban sus hijos, quiero decir los de Lord Whent, el noble Ser Duncan, el oscuro Ser Aegon, los joviales Ser Rogerin y Ser Triston y la invisible Dana, con quien mantenía una oscura y secreta conversación su madre de cabellos caoba, casi pelirrojos. Por supuesto, también se encontraban, a lo largo de tres o cuatro bancadas, los descendientes de Lord Frey, y más allá ciertos monstruos marinos de largos tentáculos que rezaban a su Dios Ahogado para que se ahogaran todos estos blandos cortesanos que he mencionado y por fin se acabara este suplicio de galantería y buenos modales. Los nobles del Valle muy serenos revoloteaban en torno al gran águila blanca, mente clara y vidente de Lord Jon, que apoyado en su bastón de años, dirigía a su alrededor una mirada triste como el eterno mar que bañaba sus Dedos. Y finalmente los fieros lobos de Invernalia, el invierno había llegado por último pero se había hecho notar en ciertos escalofríos que no quisieran haber tenido otros tranquilos nobles que llenaban sus estómagos y sus vejigas con fingida despreocupación.

Lord Walder Whent, desde el centro de la mesa, no cabía en sí de su orgullo. Para liberarlo, no sin antes disculparse ante sus vecinos, se levantó justificando una necesaria visita al excusado. Hacia allá se dirigió con pasos temblorosos y ojos de vidrio esmerilado. Un sirviente le ofreció sus brazo, que rechazó con una amable carcajada. Al doblar la esquina de la puerta del Salón de las Cien Chimeneas, toda su luz se había apagado y los pasillos de Harrenhal volvían a vestir su hábito de noche, su hábito de maldiciones y malos augurios. Mientras avanzaba con el eco de sus pasos en la fría piedra del recuerdo de todos sus muertos, Lord Whent creyó vislumbrar una oscura y fantasmagórica figura al final del pasillo, que después atribuiría a su ebriedad. Creyó ver una sonrisa en las sombras, en el rostro espectral de Harren el Negro, y quien sabe cuántos fantasmas más habría visto de haber continuado su paseo. Supo que no sería el único a quien visitarían aquella noche y un escalofrío lo recorrió entero, como cada vez que veía las grandes torres derretidas a fuego lento de dragón de Harrenhal, mientras el recuerdo de los gritos de los quemados se fundía en sus mente con el recuerdo de los gritos de su mujer.

-¡Disculpad un instante señores! Quisiera proponer un brindis, con la venia del principe y de nuestro querido anfitrion, el muy noble Lord Walter Whent. Brindemos por su majestad Aerys de la casa Targaryen, el segundo de su nombre. Rey de los Andalos, los Roynar y los Primeros Hombres. ¡Por el rey!

Un brindis mas. ¡Por el anfitrion! ¡Demosle las gracias por este magnifico evento!

La gente alzó las copas. Brindó por Aerys Targaryen, y luego por Lord Whent. Hoster Tully buscó con la mirada a la Princesa del Reino, a Elia Martell, y alzó su copa hacia ella, mostrando sus respetos a aquella mujer grácil y bella que llamaba la atención tanto a todos. A él también.

Pero Hoster solamente estuvo allí durante unos minutos. Después del alboroto se levantó, y posó una mano en el hombro de su hija. Era el momento y supo que se puso nerviosa por el respingo que pegó. Catelyn siempre había sido una muchacha inteligente, capaz y que había hecho todo lo posible por ser la heredera de la casa, hasta que llegó Edmure.

Caminaron por entre los asistentes, primero Hoster y después Catelyn. Y juntos se presentaron ante los hombres del Norte, los Stark de Invernalia. Allí Hoster saludó a Rickard, y allí también Catelyn Tully pudo observar a Brandon Stark por primera vez en su vida, aquel hombre con el que debería de desposarse.

Oberyn, recostado en el asiento como en el salón de su casa, alzó la copa en el brindis y se la llevó a los labios para darle un sorbito.

-¡Y otro por el Príncipe y la Princesa! ¡Que reinen muchos años! -declamó alzando de nuevo la copa.

Elia se levantó sonriente e hizo una graciosa reverencia a los señores presentes para agradecérselo. Cuando se sentó de nuevo, el brazo de su hermano la rodeó.

-¿Por qué no te vienes a Lanza del Sol? -le pidió al oído-. Que los niños se críen jugando en los Jardines del Agua, no en ese agujero de mierda lleno de ponientis.

-Tengo que estar con mi esposo, Oberyn, ya lo sabes -le contestó Elia, no sin cierta tristeza en su sonrisa-. Y ese agujero de… -tosió delicadamente- es la capital del reino.

-Es la Princesa del Reino, Oberyn -dijo una voz grave desde sus espaldas-. Si no quitas el brazo tendré que cortártelo.

-Oh, vamos, tío Lewyn, no seas tan serio -se quejó Oberyn, apartando el brazo y volviéndose a la figura embutida en armadura completa que permanecía tras los príncipes-. Bebe algo, ¿no irás a estar toda la noche ahí como un pasmarote?

-Eso juré, Oberyn -respondió con rostro impasible pero de buen humor-. Pasar el resto de mis días aquí como un pasmarote. Además… -se acercó- ya tomaremos algo cuando acabe la guardia. Sabes que aún te puedo tumbar, niñato.

-Chocheas, abuelo -le respondió riéndose.

Echó un vistazo alrededor. Su mirada se cruzó con la del joven Robert Baratheon, sentado cerca, a quien no tenía el gusto de conocer, y se le ocurrió otro buen brindis.

-Brindad conmigo, Lord Robert. ¡Por las Marcas de Dorne! -exclamó levantando la copa. “A ver qué hace”, pensó divertido.

“Interesante”

Jon observó a su señor, el amo de Bastión de Tormentas. Robert Baratheon estaba rojo como un tomate, los ojos azules y resplandecientes pasando de su copa de vino a los pechos de una doncella cercana que se afanaba en retirar platos. Jamás cambiaría. Jamás sería digno de defender al ciervo y de servir al reino.

A su príncipe plateado.

Rhaegar, que había saludado majestuosamente tras el brindis que le habían dedicado. Los ojos violetas más tristes que la sonrisa que había esbozado. A su lado, Elia Martell, la delicada princesa de Dorne que no le merecía. Tan…simple. Tan vana.

Tan querida por él.

“Haz algo, Robert, joder. El dorniense se ríe de ti”

Unas mesas más allá se sentaban los Tully. El Pez Negro le observaba y levantaba ligeramente la comisura de los labios. Había cabalgado bien aquel día, a pesar de caer en la justa. Un hombre de honor para servir al reino. Alzó ligeramente la copa hacia él y la sonrisa de Tully se amplió. ¿Qué le ocurría?

Gerion dio un codazo a Jaime cuando Oberyn propuso a Robert brindar por las Marcas.

Atiende, muchacho. – El menor de los hermanos de Tywin se echó hacia atrás en su silla mientras sorbía vino y manchaba sus barbas. A su lado, el Señor de Roca Casterly parecía estar fulminando con la mirada a la mitad del convite. –Y no pierdas detalle no sólo de Robert, cualquier tormenti puede sentirse ofendido. Hoy en día todos se ofenden por algo.

Tywin se acercó a Gerion y le dijo algo al oído y la sonrisa se le quedó helada en el rostro a este, girándose hacia su hermano con una inquisición en la mirada. Después volvió a prestar atención al banquete pero no sonreía. Ni bebía.

– ¡Por el Rey!

La comitiva del Dominio brindó al unísono con las proclamas de los señores hacia la Casa Real. Los Whent se habían gastado un dineral en aquel banquete, como bien sabía Mace, ya que buena parte de todos aquellos manjares y bebidas habían salido de las fértiles tierras que el señoreaba y de las que obtenía sus jugosos diezmos por ventas como aquellas. ¿Cuántos barriles del Rejo había llegado aquí para abastecer todos los días del torneo? ¡Una nueva victoria del Dominio y más si uno se fijaba que el vino preferido por los más nobles comensales era el isleño y que la peor ralea se conformaba con el caldo dorniense, de mucha peor calidad. O eso querían ver los ojos del señor de Altojardín.

– … ¡Por las Marcas de Dorne!

Algo detuvo a Mace antes de levantar la copa…¿Y ahora qué?

Cuando el rechonchito señor de Altojardín se levantó, para sobresalto de todos los presentes, brindando por las palabras del Príncipe Oberyn, las risas inundaron el banquete, la tensión por la evidente doble intención del dorniense se esfumó y una estúpida sonrisa satisfactoria, pero muy sincera, inundó el rostro de Lord Mace Tyrell. Que gran señor, soy, por mí, ¡por Altojardín! Pensaba mientras tomaba asiento y seguía devorando un manjar tras otro.

Lord Robert estaba bebiendo de un gran cáliz y lo vació a la salud del Rey. ¡Viva Aerys, Arriba Poniente! Era el tercero. Cuando escuchó la proclama del príncipe Oberyn sacó la cabeza de escote de la doncella pelirroja de generoso seno y estalló en carcajadas mientras sostenía un muslo de faisán de considerables proporciones.
Buscó a Lord Caron, a Dondarrion y a los otros señores marqueños con la mirada. De repente se dio cuenta de que todo el mundo estaba atento a sus palabras. No debía dejar pasar esa muestra de ironía. ¿Quien se había creído ese dorniense?. “El vino marqueño es bueno y también las baladas marqueñas. Miró a Lord Bryen. Brindemos por las Marcas, pues. Que tengamos muchos años de paz y que tengamos siempre que defenderlas de la virilidad de los dornienses.” Jajaja. La mayoría de hombres de la Tormenta rió y también algunos hombres del Dominio lo hicieron abiertamente. “Hay que decir también que este vino es muy fino, aceptaremos unos barriles en son de paz.” Jajaja. Llenó su copa de vino dorniense. “¡Por las Marcas!”

-El vino, las baladas, y se os olvida lo mejor, Lord Robert. ¡Sus mujeres! Sin duda en ningún lugar de los Siete Reinos son tan cálidas las sábanas como en las Marcas, ¿no es así, Lord Robert? ¿Lord Connington?

Alguien que no conociera lo suficiente a Rhaegar Targaryen pensaría que el príncipe aguantaba con estoicismo un banquete que no le interesaba lo más mínimo, al ver a aquel rostro de cabellos plateados esbozar fugaces y melancólicas sonrisas; abrumado tal vez por ser el centro de todas las miradas. Ciertamente se encontraba cómodo, como siempre que tenía a Elia a su lado, más no encontraba nada extraordinario en la mesa llena de viandas, que le parecía una oda al exceso y al desenfreno. Comía con frugalidad, sin rechazar ningún plato que le servían ni dejar pasar los brindis que se proponían, que conforme avanzaban la velada se tornaban más frecuentes y absurdos.

Tuvo la oportunidad de charlar con el príncipe Oberyn sobre los antiguos usos y costumbres de los rhoynar: Rhaegar desconocía que el dorniense fuera un hombre tan cultivado y le dejó con grata impresión. Mientras los dos hombres debatían, Richard Lonmouth y Robert Baratheon se habían enfrascado en un duelo de copas de vino, mientras varios señores jóvenes hacían un corro alrededor de ellos y les vitoreaban cada vez que una copa de tinto del Rejo era vaciada por sus insaciables gargantas. Ser Myles Mooton intentaba cortejar sin mucho éxito a una bellísima Ashara Dayne que era observada con mal disimulada lujuria por muchos nobles varones presentes. Si no era la doncella más bella de la sala, era, sin duda, la que más atenciones suscitaba.

Cuando la luna se encontraba en su punto más alto, el príncipe se levantó y se excusó ante los presentes, alegando que necesitaba despejarse. Al poco tiempo volvió al Gran Salón de la Cien Chimeneas acompañado de su lira, y con delicadeza y pasión las notas que arrancaba de sus cuerdas empezaron a llenar los oídos de los presentes. «La música tiene que tener el rostro de la mujer a la que quieres enamorar», le había dicho su maestro, y esa visión intentó transmitir a quienes le escuchaban. Cantó sobre gloriosos tiempos del pasado que ya no habrían del volver, se lamentó amargamente por las tragedias azarosas de la vida, de la futilidad de la belleza y de la fugacidad de la existencia. Y cuando sus tristes acordes cesaron, eran pocas las doncellas que no lloraban o disimulaban sus lágrimas, y eran pocos los hombres que no miraban con cierta melancolía al heredero del reino.

Cuando se aburrió de provocar a los tormenteños (al menos por el momento) Oberyn pareció recordar algo. Se levantó y reclamó la atención de la sala golpeando en su copa.

-Tengo una sorpresa -le dijo a Elia.

Cuando las conversaciones cesaron, Oberyn, con gesto complacido, se dirigió a los lores reunidos.

-Hoy es un día aciago para las damas de Poniente, y para algún caballero -su mirada se cruzó por un instante, de manera sin duda totalmente casual, con la de Lord Connington-. Tras una provechosa conversación con Lord Tywin -alzó la copa hacia él- tengo el placer de anunciar mi futuro enlace con su hija Lady Cersei -dejó pasar unos segundos para que los “oooh” de la concurrencia resonaran-, que pasará así a ser la Princesa Cersei. Estáis todos invitados a la boda, que se celebrará en breves y será de una magnificencia nunca antes vista. ¡Por la Casa Lannister, y por su lord, que tan buen ojo tiene para los yernos! -brindó.

El banquete estaba sucediendo como era de esperar, el vino y la comida corrían a raudales y a excepción de Lord William Dustin, que se había retirado con apenas un plato y una copa de vino engullida a toda prisa, los norteños lo pasaban en grande… el ataque por los bandidos habían quedado atrás tras un manto de vino de El Rejo y todos reían, juraban y retaban a otros iguales, señores y caballeros norteños y sureños sin mayores por quel momento.

No había pasado demasiado tiempo cuando de algunas mesas más allá Lord Rickard vió llegar a Lord Hoster Tully y su hija Catelyn Tully siguiéndole. Un codazo llamó la atención de su hijo que dejó las carcajadas con sus compañeros y miró a su padre - Adecéntate y serénate. Ahí viene tu prometida - Lord Stark y su hijo se levantaron ante la inminente llegada del Señor del Tridente y la comitiva norteña se mantuvo a la expectativa.

-Lord Hoster, un placer el volver a veros. - Dijo de buena gana extendiendo el brazo de su homólogo sureño - Y vos Lady Catelyn, veo que los años os han vuelto una joven aún más hermosa. -

-Lord Hoster! - exclamó Brandon que se mostró algo nervioso, algo muy inusual en el joven norteño - Es un honor que haya concedido la mano de su hija. - miró a Lady Catelyn y casi con el mismo tono se dirigió a ella - Mi señora, seria el hombre más afortunado de Poniente si aceptase salir de esta sala para poder hablar a solas con vos. - Sus ojos azules le inundaron y sus perfectas curvas hicieron que su corazón latiese más rápido… esperó que la joven aceptase, no sin antes esperar el permiso de su padre y tan pronto aceptaron se dirigieron a la salida para poder conocerse un poco mejor antes de la inminente unión.


Pero la noche no había quedado ahí, tras una intensa charla de los dos lores, Lord Hoster marchó de nuevo a su mesa, mientras de más allá llegaban bravatas de la lengua de Oberyn que crearon mucha expectación en la mesa de los Stark, estaba en la sangre de los norteños el buscar peleas y más con unas copas de más y Jon Umber ya se había puesto en pie para acudir al otro lado del salón cuando Lord Robert apagó el fuego con los pechos de las doncellas que lo acompañaban… Jon se dejó caer de nuevo con el mal sabor de boca que tenían todos los norteños, dejando en la mesa alguna palabra de poca valentía por parte del señor de la Tormenta y las risas comenzaron a inundar de nuevo el ambiente de aquellos rudos hombres.

Lyanna paseaba aburrida de un lugar a otro, el alcohol corría de aquí para allá y más de un noble ponienti la pedía y prometía más de lo que ella podía o quería dar, no estaba allí para bailar con ningún Ser sureños y declinaba toda petición que recibía… hasta que escuchó una dulce melodía que salía de una lira y alzando la vista pudo contemplar aquellos cabellos plateados que se unían a un angelical rostro, y un suspiró se le escapó “El Príncipe Rhaegar…” como si estuviese hipnotizada Lyanna se acercó, y se acercó, y se acercó hasta que prácticamente se vió cara a cara con el Príncipe de los Siete Reinos.

Todos brindaron para la ocasión, era una unión muy importante y sorprendente… quién esperaría tal unión entre señores tan influyentes? pero Lord Rickard sabía que no podía dejar la cosa así y no dejó escapar la ocasión… no localizó a su hija que se había marchado hacía un rato, y Brandon no había vuelto tras marchar con Lady Catelyn, pero aún así tras el brindis y los vítores de la sala Lord Rickard hizo un gesto a Jon que golpeó la mesa de manera que casi la parte en dos, tras lo que los ojos de la sala se ubicaron en la mesa de El Norte. Rickard se puso en pie.

-Es un placer oír tales noticias, pero con su permiso Príncipe Oberyn, desde El Norte también tenemos algo que anunciar y con lo que brindar… - dejó que el climax de la sala siguiese aumentado - Tengo el honor de anunciaros la futura unión de Lord Robert Baratheon, Señor Supremo de las Tierras de la Tormenta y Señor de Bastión de Tormentas con mi joven hija Lyanna Stark, La Flor Del Norte. Por Lyanna y Por Robert, por la unión del Norte y La Tormenta! - espero a que su hija apareciera y a que Lord Robert hiciese el honor de levantarse de las faldas de las mujeres que lo acompañaban y a que las copas chocaran mientras el inundante ruido de norteños y hombres de la tormenta se iba apagando cuando retomó la palabra - Mi segundo brindis, pero sin duda no menos importante por ello, con el permiso de Lord Hoster, Señor de El Tridente - esperó a que se levantará tal y como habían hablando hacía unos minutos - y con la bendición que me dispensó el Rey Aerys II, Rey de los Ándalos, los Rhoynar y los Primeros Hombres, Señor de los Siete Reinos y Protector del Reino, quiero anunciar la unión de mi hijo Brandon Stark, heredero de Invernalia, y Lady Catelyn Tully, Primogénita de Lord Hoster. Por Lady Catelyn Tully y Brandon Stark!! Por el Norte!! Por el Tridente!! - Los vítores de la sala comenzaron a tronar y las copas chocaron más de una vez, pues la mayor parte de la sala eran ribereños, Lady Catelyn era muy querida en sus tierras y Brandon muy respetado en las suyas.


Las noticias parece que ya habían pasado y de nuevo todos estaban presentes en la sala, Catelyn y Brandon estaban de nuevo y el baile había comenzado. En el centro del grandísimo salón todos hombres y mujeres bailaban, otros bebían y reían y otros corrían a sus aposentos para calmar sus fuegos internos.

Eddard Stark se había levantado, desde que la cena había acabado no había cesado de mirar hacia una mujer, una que acaparaba muchísimas miradas además de la suya en la sala - Parece una buena mujer - le dijo a su hermano que lo acompañaba

-Catelyn tiene fuego en su interior hermano, lo noto. Y creeme que muchas mujeres me han mostrado su interior. - Dijo riendo sobre los hombros de Ned - Pero no hace falta intuir mucho para saber que a quien le has echado tú el ojo puede dejarte seco en la cama hermanito. - Acaso no piensas invitarla a bailar? Vamos no defraudes al Norte.-

Eddard no era como su hermano, era demasiado serio y honrado, algunos veían en él una persona fría y con mucha cabeza y poca valentía para el sexo opuesto. Brandon bufó - Espero que dejes el pabellón de Invernalia bien alto. - y marchó a hablar con Ashara Dayne que hacía compañia a la Princesa Elia mientras su hermano lo seguía a regañadientes. - Mis señoras - tras lo que hizo una gran reverencia - Es un honor saludaros Princesa, he visto a vuestro preciosa hija, estoy seguro que será digna de llevar la sangre del dragón y las arenas del desierto pero si me permitís venía a hablar con vuestra acompañante - miró a Ashara y sonrió…

-Mi señora sería un honor para mi hermano el invitaros a bailar, - señaló hacia Ned, que se mantenía con un porte rígido, tenso ante la respuesta de la Dorniense - es algo tímido, y si, yo también me pregunto si la sangre del lobo corre por sus venas, pero creedme quedaréis satisfecha si aceptais un baile con él. -

Jon había vuelto a dedicarse al faisán, pensando que Oberyn Martell había terminado. Pero la insaciable serpiente se levantaba de nuevo, un fugaz guiño hacia él, y volvía a introducir su sibilino veneno en los oídos de todos los presentes. Jon miró a Robert, que había salido airoso del primer duelo pero que parecía ya demasiado ocupado en asuntos menos concernientes a la alta política. Decidió intervenir. Mal que le pesara aquel bruto, siempre con la polla lista y sin un ápice de responsabilidad para con el reino, seguía siendo su señor.

-Hermosas son las mujeres en todos los Siete Reinos, mi señor de Martell. Sin embargo, he de decir que no solo las de las Marcas, sino todas aquellas que nacen y crecen desde las Marcas hasta la Puerta de Bronce y el Bosque Real… - Hizo una pausa y alzó la copa. - Son las mejores amantes de Poniente, mi señor, ¿no creéis? Brindemos por las mujeres de las Tormentas.

“Suficiente, espero”. Miró a Oberyn Martell y le dedicó una sonrisa. Era guapo, aquel príncipe. No tanto como Rhaegar, que conversaba educadamene con varios asistentes y cuya iel clara y cabello plateado hacían las delicias de algunas doncellas. Sintió un pinchazo de envidia y decidió volver a centrarse en la comida y, ¿por qué no en alguna mujer? No eran como el heredero del reino, ni siquiera como aquel hermoso dorniense, pero no estaban mal. Había alguna bella damisela correteando por allí.

Posó el tenedor y se dispuso a entablar conversación con alguna joven cercana. Con un poco de suerte podría tener la cama más caliente esa noche. Entonces vio a Robert golpeando la mesa con un puño, soltando carcajadas y acercando a una de las sirvientas a su regazo, entre las risas de varios de sus vasallos. Se le quitaron las ganas.

“¿A esto te lleva follarte a putas?”


Tras otra copa de vino había conseguido decidirse, entablando conversación con dos hermanos de una pequeña Casa Menor, apenas una torre con dos minúsculos pueblos, juramentada del Dominio. Él era atractivo, con suaves cabellos castaños y ojos del mismo color, pero estaba claramente más interesado en varias de las mujeres que rondaban por la sala. De hecho, murmuró una disculpa y se levantó. Ella le miraba con ojos dulces, y aunque no era la más hermosa de las damiselas, podía servir para…

“¿Otro brindis?”

Bodas. Muchas bodas. Cersei Lannister con Oberyn Martell. Los Stark, Brandon y Lyanna, con Catelyn Tully y con Robert Baratheon. Pobre muchacha, su futura señora. Era una mujer atractiva, de cuerpo esbelto y presencia dominante. Hubiera hecho una finísima guerrera si hubiera recibido entrenamiento, qué duda cabía. Una pena que fuera a desperdiciarse en aquel hombre. Sonrió a la muchacha que seguía a su lado y le indicó que debía brindar. Cumplió con el requisito y le tocó suavemene la mano para indicarle que lo había hecho bien. Pero todo el fuego que hubiera podido sentir se había desvanecido ahora. ¿Qué le proporcionaría acabar yaciendo con aquella pobre chica, probablemente enamorada del caballero con el Grifo en los ropajes? No era Rhaegar, no era Oberyn y no era, ni por asomo, Lyanna Stark. Solo una chica frágil que quería una aventura con un príncipe azul.

Se levantó, excusándose cortesmente. Quizás cambiara de opinió, pero ahora necesitaba caminar.


Frente a Rickard Stark había toda una corte de señores y damas felicitándole por los matrimonios de sus hijos. Jon se fijó en que cerca de allí, Eddard Stark, el más joven de ellos, bailaba, torpemente, con Ashara Daynem una auténtica beldad del sur. Volvió a fijarse en la cola frente a él, que iba disminuyendo, hasta que se encontró frente al señor de Invernalia.

-Mi señor. -Jon bajó la cabeza levemente en señal de respeto. -En nombre de Nido del Grifo os doy la enhorabuena. Que los Siete y los Dioses Antiguos colmen sus vidas de felicidad. - Adoptó un tono más grave. -Y que sepáis que contáis con la colaboración de la Casa Connington para lo que necesitéis. El incidente de Darry es una vergüenza para el Reino. Llamad y acudiremos.

Durante un rato Baelor había tratado de calcular el coste del festín como mero entretenimiento pero aquello se salía de todas las cuentas posibles. La cantidad de elaboraciones y caldos que se habían servido hubiera hecho palidecer las cuentas de la inmensa mayoría de casas de Poniente y no había podido imaginar que los Whent tuviesen semejante riqueza acumulada. Por el estado de su castillo cualquiera hubiera dicho que se encontraban más cercanos a la quiebra que a la opulencia pero allí estaban.

Los asientos asignados a cada reino para la opinión del heredero de Antigua no habían sido escogidos con demasiado acierto pero no dijo ni palabra. Aguantó la cena con estoicidad, bebiendo cuando tocaba un sorbo y probando un poco de cada plato mientras conversaba con el resto de hombres del Dominio. Muchos de ellos eran familia de los señores de Antigua gracias a las buenas relaciones de su padre Lord Leyton. Este le había dado órdenes claras y la principal era no destacar.

Ser Baelor reprobaba en silencio el comportamiento de otros caballeros allí presentes, su misión era tratar de tender puentes durante aquel torneo con quien juzgase más adecuado. Su padre así se lo había pedido y por lo que estaba viendo, no iba a ser demasiado difícil escoger a los que consideraba mejores.

Los platos se fueron sucediendo uno tras otro hasta que llegó el momento del príncipe Rhaegar y su lira. Jamás lo había oído tocar pero había que reconocerle el talento y se fijó en su hermana y los gruesos lagrimones que pugnaban por salir. Al acabar juzgó que era el momento para disculparse dado que él había ido a competir pero justo antes de levantarse se sucedieron una tras otra las noticias de futuros enlaces y dado que no pensaba acercarse al príncipe Oberyn Baelor fue a felicitar al Lord de Invernalia tras Jon Connington. – Lord Stark, reitero las palabras del buen Jon Connington, la casa Hightower hará lo que esté en su mano por ayudaros, lo que os ha pasado podría habernos pasado a cualquiera – dijo antes de hacerse a un lado para dejar paso al siguiente, girándose hacia el hombre de las tormentas. – No nos han presentado como es debido, ser Baelor Hightower – dijo el caballero ofreciendo la mano al tormenteño.

Durante el baile que siguio al banquete…

Ser Elbert hacia horas que habia fijado su presa, cual halcon tras su merienda. La escogida no era moco de pavo, una beldad rivereña, de casa noble y rica. Hija de un generoso señor y hermana de bravos caballeros. Quizas un baile no seria suficiente tiempo para satisfacer su curiosidad. La muchacha habia despertado su interes en mayor profundidad de lo que usualmente las mujeres lograban. Quizas esto fuera diferente. ¿Seria esto el amor a primera vista del que hablaban los juglares, las viejas pellejas y las jovencitas atolondradas?

Su cabeza llena de dudse despejo instaneamente al ver a Ned bailando con Ashara Dayne. Si el puede bailar con quien quiere. ¡Como no voy a poder yo que soy mas guapo!

Localizo a su presa y cual depredador se dispuso a lanzarse al ataque.

-¿Bailamos?- Dijo escuetamente a Daena Whent.

Lysa Tully tenía dos años menos que su hermana Catelyn, y no era tan guapa como ella, pero había heredado los rasgos de los Tully, un cabello cobrizo y unos ojos azules impactantes, y un cuerpo que se había transformado de niña a mujer en poco tiempo, con unos pechos firmes. El momento que le había llegado a su hermana le hacía alegrarse, pero también se preguntaba ella misma si su padre no estaría pensando en hacerle tal propuesta de compromiso.

Ella, allí sentada, observó a su alrededor a los hombres de las altas casas. Primero a los Stark…pero era muy improbable que su padre la descasase con uno de ellos teniendo ya el matrimonio de Cat. Pensó entonces que apenas había ningún hombre de bien más. Exceptuando aquellos que provenían del Valle y de Occidente. Por un momento dirigió su vista a Jaime Lannister y fantaseó con que ese fuera el hombre con quien se prometiese. Ella sería la señora de Occidente…y la mujer de aquel muchacho rubio que tanto llamaba su atención.

Pero no pudo atender mucho a aquello antes de que Willian Mooton, hermano gemelo de Myles Mooton, le propusiese bailar. Y ella aceptó de buena gana. Sin saberlo, Lysa Tully llamó la atención de los presentes. Al fin y al cabo pocos eran capaces de obviar el baile de tal cabellera caoba.

La llegada de Connington le supuso un agrado, era una persona allegada a Rhaegar Targaryen y un vasallo de Robert, que en principio sería su futuro yerno así que que se acercará a hablar con él era algo que le provocaba bienestar - Mi señor, es un honor aceptar vuestras bendiciones en nombre de los Stark. - Y adoptando un tono más solemne respondió a su propuesta - En cuanto al incidente, sin duda los Stark aceptamos cualquier ayuda de hombres honrados como vos. Los Siete os guíen mi señor. -

Al mismo tiempo la gran figura de un caballero con un blasón conocido apareció, hacía muchos años había conocido a aquel joven, cuando apenas era un niño - Es un honor Ser Baelor, os conocí cuando érais un niño, pero es sin duda un placer ver como el primogénito de Lord Leyton parece un digno sucesor de su padre. Y si conserváis los valores de la Casa Hightower, sin duda compartir esta misión tendrá el beneplácito de los dioses. -

Después de cruzar algunas palabras ambos caballeros comenzaron a cruzar palabras - Disculpen si interrumpo señores, Ser Baelor, más tarde si fuese posible me gustaría hablar con vos. - Espero a que el hombre aceptase, o declinase la oferta, y volvió a su mesa con sus vasallos.