El halcón pliega sus alas

Aerys estaba sentado en el trono, visiblemente intranquilo, ni por un segundo conseguía encontrar una posición cómoda y las afiladas espadas que daban nombre al asiento no le dejaban mucha libertad. Pero, pese a todo, su figura era regia. La tensión de la guerra, en lugar de consumirle, parecía haber devuelto el color a sus mejillas y sus ojos vibraban con el violeta de su estirpe.

Apenas un puñado de señores menores estaban presentes, Petyr Baelish, consejero de la moneda, y su esposa Lady Lysa Tully eran los de mayor renombre, y destacando sobre todos, el bravo caballero de la Guardia Real, Ser Barristan Selmy, recién vuelto de la campaña contra el león.

Me alegra saber que pese a todo lo acontecido aún veláis por el bienestar del Valle — comenzó a hablar el rey sin mayor preámbulo — sabéis de los crímenes de los que se os acusa, ¿qué tenéis que decir en vuestra defensa?

Majestad. Disculpad si os parezco excesivamente franco y os pido cierta indulgencia al respecto, no soy una persona que suela faltar al respeto de palabra a quienes están por encima de el. Como os dije en mi carta, he acudido a vuestra llamada. Decís crímenes, pero se puede resumir en un único y cierto hecho. Os juré lealtad y quebrante ese juramento, no hay nada que pueda yo decir que cambie eso. Puedo explicar lo que pensé y porque actué así, pero el hecho objetivo es que no cumplí con el juramento que os hice. Os falle y falle a mis vasallos al mismo tiempo, debí conducirlos por el camino correcto y a la victoria. Pero no puedo tampoco decir que alguna vez he dejado de servir al valle, pude errar pero, nunca busque nada que no fuera el bienestar de la gente de mi tierra.

Precisamente por eso estoy aquí, soy consciente de los cargos contra mi y del castigo habitual por ellos. No espero que mi viaje a la capital sea algo distinto a mi ultimo viaje. No soy un cobarde y fui educado para asumir y enmendar mis errores sin dejar otros cargaran con mi responsabilidad. Anhelo y rezo, porque mi castigo no suponga dolor a nadie fuera de mi persona, sabéis donde estaba yo cuando mis ejércitos marcharon junto a los estandartes de Lord Lannister, pero imagino que sabréis también que mi sobrino no estaba a mi lado. No compartía mi punto de vista respecto a lo que debíamos hacer y se exilio, no hizo nada distinto de sangrar por vos, os pido que lo tengáis en mente.

Vuestro destino quedó sellado el día que abandonasteis mi causa para uniros a la de mis enemigos, nada os puede salvar de la hoja del verdugo ahora mismo, mas el que acudáis a recibir vuestro castigo de buena gana y halláis enviado a vuestros ejércitos de vuelta al Valle no quedará sin recompensa — el rey no sonreía, ningún placer estaba obteniendo de esta sentencia — Vuestro sobrino heredará el Nido de las Águilas, y se le concederá voz y voto en el concilio que designe el próximo Señor Supremo del Valle. Pero antes de ejecutar la sentencia la corona os ordena informéis detalladamente de la situación en Harrenhal cuando marchasteis

Mentiría si dijera que caminé hacia mi muerte de buena gana. Acepto mi destino porque es lo correcto y porque nadie debería pensar que Jon Arryn era un cobarde, ese es el legado que quiero dejarle a mi sobrino. Aunque me atrevería a decir que mi muerte seria mas útil a la guardia de la noche en el muro que a su majestad aquí.

Cuando me fui de Harrenhal, los hombres del Valle se dirigían a Aldea de Lord Harroway y de allí a las puertas de la sangre. Lord Stark y Lord Tully continuaban haciendo preparativos para asaltar la fortaleza. Al partir los hombres del valle, la hueste allí reunida no era menor de los quince mil hombres. No puedo precisar ese numero, no conté los hombres que mandaba Tully pero sus palabras siempre sugerían mayor numero del que realmente tenia a sus ordenes, así que quince mil seguro.

Los ánimos no estaban boyantes, la fortaleza resistía bien y empezaban a escucharse rumores de desanimo. No es época agradable para acampar y los proyectiles de catapulta y los arietes no debilitan los robustos muros de Harrenhal a una la velocidad conveniente para los atacantes. ¿Queréis saber alguna cosa mas, majestad?

El rey se levantó con la velocidad de un relámpago y descendió del trono hacia el reo — Y con todo tenéis la desfachatez de insinuar lo que tengo o dejo de tener que hacer, ¡yo soy el rey! — la tez pálida del rey se ruborizó del esfuerzo de los gritos y los ojos brillaron con la furia de un millón de soles mientras se recreaba en la sentencia — ¡Que le corten la cabeza!

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Mientras la hoja del verdugo acudia al encuentro del cuello Lord Jon Arryn, por la mente de este ultimo pasaron un par de peregrinos pensamiento… veloces como solo la memoria pude ser. Un rey que necesita decir “Yo soy el rey” no es un rey de verdad. Y sin duda, la frase estandarte de su cuñado y amigo Elys Waynwood. Se sabe cuando un hombre tiene redaños porque estos le rozan entre si al andar y camina con las piernas separadas. Una ultima sonrisa ironica acudio a su rostro, casi tan rapida como el tajo del verdugo. El siempre habia caminado con las piernas una tanto separadas, mientras que el rey pisaba con el pie retrasado sobre la huella del adelantado…

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Lord Stannis Baratheon escuchó que Aerys había ejecutado a Lord Jon Arryn. A su lado, Jon el Tuerto se hurgaba la nariz, visiblemente aburrido. Stannis pensó “Extraño hombre Jon Arryn, Robert siempre lo buscó para su causa y lo consideró su principal referente. Podría estar gobernando los siete reinos si hubiera decidido apoyar a su hermano y ahora allí estaba, entregándose a la muerte por honor, después de haber luchado por los dragones y los leones. No lo entendía pero sin duda lo admiraba. En cambio él, había aprendido de su hermano que era preferible morir con armas en la mano y luchando por lo que se cree que bajo el hacha del verdugo.” Cuando lo supo Stannis no mostró ninguna emoción.

Han ajusticiado a Lord Arryn.

Tywin asintió a las palabras de su guardián quien le informaba de cuanto le llegaba sin importar quién era el encargado de vigilarle; todos los que habían sido designados para estar junto al prisionero Señor de Occidente lo habían tratado con respeto, sin olvidar quién era y que su por muy sellado que estuviera su destino, no era el último Lannister vivo.

El Señor de la Roca se quedó pensando acerca de lo que le habían dicho pero en su rostro no se pudo intuir nada acerca de lo que sentía acerca de lo ocurrido, es más, cualquiera diría que no le había pillado de sorpresa y que era una noticia que esperaba recibir más temprano que tarde.