El invierno de los héroes

-Y juro cumplir las exigencias de mi cargo, servir a la Casa Targaryen y traer prosperidad al reino, mientras viva. - Ronald inclinó la cabeza. - Ante los Siete Dioses, y ante el Rey Rhaegar, el Primero de su Nombre, que es su vicario en estas tierras, yo, Ronald Connington, señor del Nido del Grifo, así lo juro.

-Si así juráis, alzaos, Lord Ronald Connington, y hacedlo como Consejero del Reino. - Rhaegar le tocó en el hombro y Ronald se levantó. A su alrededor hubo un aplauso, como el que había acompañado a los otros nombrados para el Consejo Real. Casi dos años de larga guerra civil llegaban a su fin con aquel gesto y aquel acto, celebrado en una zona de la Fortaleza Roja que hacía de salón real hasta que las heridas causadas por el Fuego Valyrio se hubieran curado. Rhaegar había elegido como trono provisional un sencillo banco de madera, situado en una plataforma que lo alzaba por encima del resto de nobles, aunque no en exceso. El simbolismo parecía claro.

Ronald observó a Stannis Baratheon, que asintió. La larga melena recogida con un aro dorado y una capa con el ciervo de su casa adornando una vestimenta sencilla y marcial. No le disgustaba Stannis. Era mucho más parco en palabras que Robert, pero más astuto, y sería un buen consejero de la Moneda. Myles Mooton, que recibía en esos momentos la insignia que lo identificaría como Mano del Rey, había sido alabado por Jon varias veces, y se había probado en numerosas ocasiones en la guerra. Lo haría bien, estaba seguro. El reino lo necesitaba.

Pero Rhaegar. Ay, Rhaegar. Cuando pensó en Jon, Ronald sintió la cólera fría que lo había acompañado en el camino desde el Tridente crecer otra vez. Se contuvo para no mirar con desprecio la larga melena y los ojos violeta, que ahora observaban a los nobles allí reunidos mientras inauguraba formalmente su reino. Cuando la noticia había llegado a Harrenhal, él apenas había terminado de limpiar sus armas tras el asalto de los Whent. Había entrado en cólera, destrozado la carta y llorado en la oscuridad de su tienda, acompañado solamente por Hoster Tully, que había guardado respetuoso silencio mientras descargaba su ira con maldiciones y juramentos a los Siete. Al día siguiente, había cabalgado con las Casas de los Ríos y el Norte de vuelta a Desembarco, con la furia sustituida por determinación y el estandarte blanco con el grifo rojo teñido en negro. Así había entrado en la capital, y así lo había recibido Rhaegar, que lo había abrazado como si fuera su primo, el mismo al que había abandonado a su suerte.

Jon, muerto por honor. Jon, muerto por idiota. Él no repetiría su error.

La audiencia se levantó. El consejo estaba constituido. Ronald vio como el rey terminaba de departir con Mooton y Ser Barristan antes de dirigirse a él.

-Os espera. - Rhaegar clavó su mirada violeta en la suya. - Dadle merecido descanso y un funeral digno antes de regresar a la capital. Y…llevaos esto. - El rey cogió algo que le tendía Ser Barristan. Un viejo escudo de madera, con un dragón y un grifo pintados. - Cuando éramos más pequeños jugábamos a ser caballeros. Me regaló esto. Nunca fue un gran artesano. - La sonrisa que se asomaba a la cara del Targaryen se desvaneción enseguida. - Que yazca con él. Nos veremos pronto, Connington.

Ronald asintió y bajó la cabeza, retirándose de la sala mientras Rhaegar se acercaba a hablar con Stannis. Tras la puerta, esperaban varios Capas Doradas y soldados con la librea de los Targaryen, alrededor de un pequeño carruaje, sobre el que descansaba una caja de madera y un estandarte de la Casa Connington. Ronald se acercó y, luchando contra la voz en su cabeza que le pedía no hacerlo, alzó la parte superior de la bandera.

Bajo ella, yacía un cuerpo embalsamado. Las Hermanas Silenciosas habían hecho un buen trabajo, y solo la ligera curvatura de la boca traicionaba el rictus de seriedad con el que su primo se había ido a la tumba. Pero Ronald no podía parar de mirar a los ojos cerrados, que ya no volverían a abrirse, y al cabello rojizo, peinado con delicadeza para que no se apelmazara sobre el rostro.

-Adiós, primo. Ahora vives para siempre.


Dorian entró en la habitación mientras las campanas del amanecer retumbaban. Nido del Grifo y las villas de alrededor despertaban a un nuevo día. Ronald había llegado hace una semana y se había ocupado de atender los asuntos que su maestre le había dicho que estaban pendientes. Por fortuna, la guerra había pasado de lejos, y no había que lamentar más que la muerte de todos aquellos que habían caído al servicio de los Targaryen. Se aseguraría de que su sacrificio no fuera en vano.

-Jon ya descansa en paz y el pueblo ha enterrado a sus caídos. Habéis estado especialmente acertado con vuestras palabras, si me lo permitís. - Dorian le sonrió, triste. Los había criado a los dos, y la pérdida temprana de los padres de ambos había convertido al maestre en una figura paternal. - El invierno está aquí y pronto habrá otras preocupaciones. ¿Puedo asistiros en algo?

-Sí, mi querido Dorian. Sí. - Ronald le indicó una silla para que se sentara. - He de regresar a Desembarco del Rey mañana, el reino no puede esperar más. Tengo intención de traer justicia y ley a los Siete Reinos. Rhaegar es hijo de su padre, y no ha dudado en hacer cosas terribles por llegar a donde está. He de asegurarme de que se le mantiene a raya…y también a los que intenten rebeliones en el futuro.

-¿A todos los que intenten rebeliones?

Ronald le sonrió.

-No, no a todos. Hay causas y causas. - Suspiró. - Quiero que cojas a los cinco mejores jinetes que puedas. Leales, siervos de esta Casa desde siempre. Los cuervos no son seguros. Ellos serán…nuestros enlaces en Dorne.

Dorian fingió sorpresa.

-¿Un Consejero hablando con el enemigo?

-¿Quién es el verdadero enemigo?, ¿quién muere contigo o quien deja que te maten? En cualquier caso, no te preocupes. No tengo intención de incendiar los Siete Reinos de nuevo. Y…-.Se mordió los labios. - No soy Jon, no me lanzaré a una carrera que no puedo ganar. Pero eso no debe impedirnos…explorar opciones, ¿no?

-Siempre que sea lo mejor para el reino. - Asintió Dorian.

-Siempre que sea lo mejor para el reino. Eso juré hacer. - Se levantó y cogió un pergamino. - Haz eso. Y como te decía, mañana he de partir a Desembarco. He revisado la lista de casamenteras que me propusiste, si pudiéramos revisarla…

En la distancia, el viento pareció emitir un sonido diferente a su tradicional aullar. ¿El rugido de un dragón?, ¿el aleteo de una bestia que no se había visto en siglos? Lo que todos pudieron jurar es que aquella noche, el piar de un grifo retumbó en la distancia.