— Han llegado a Lanza del Sol malas nuevas —leyó el príncipe Rhaegar en un tono monocorde—. Se dice que la joven hija de lord Rickard Stark espera un hijo ilegítimo, y la muchacha se niega a revelar la identidad del padre. A pesar de no haberlo podido contrastar con certeza, son sin duda rumores convincentes, que explicarían la rebeldía de Lord Robert y la negativa de Stark a apoyaros. No voy a acusaros sin pruebas de algo que no habéis hecho, pero al final, no importan los hechos, si no lo que el mundo piensa. Y tras lo que sucedió en Harrenhal todo el mundo os señala como el padre de la criatura. Debéis acabar con esos rumores. De raíz. El honor de mi Casa y el de mi hermana así lo exigen.
Tras acabar de leer el contenido de la carta, Rhaegar la depositó suavemente sobre el lecho en el que estaba sentado. ¿Sería capaz Lord Doran de ordenar el asesinato de aquel bastardo? «Pues claro que sí», pensó con amargura. Tiempo atrás lo había negado con vehemencia, pero las últimas semanas habían sido un traumático baño de realidad para el príncipe. Los señores de la altura moral de Lord Connington eran más difíciles de encontrar que un oasis en un desierto. Ser Arthur se acariciaba el mentón con la mano derecha, pensativo.
— ¿Qué significa todo esto?
— Lyanna Stark espera un hijo mío.
De nada servía a Arthur negarle lo evidente. La noche de ardiente pasión que habían compartido tras la espectacular actuación de la norteña en la carrera de caballos había tenido sus frutos. El caballero blanco no perdió el tiempo en recriminaciones estúpidas y fue al grano.
— Entiendo los recelos de Lord Doran. El bastardo podría poner en peligro la sucesión de los hijos de Elia. Supongo que no le hará gracia que la seguridad de sus sobrinos corra peligro.
— Comprendo los sentimientos de mi cuñado. Pero Lord Doran es incapaz de ver el conjunto. Es la tercera cabeza del dragón, Arthur. Debe de sobrevivir. Así está escrito.
— Lord Doran esperará una respuesta, supongo. ¿Que pensáis decirle?
— Que me ocuparé personalmente del asunto. Es la única respuesta sensata, y por otra parte, eso evitará que tome cartas en el asunto. Por ahora.
No era lord Doran el único que le preocupaba. Eran muchos a los que la existencia de aquel bastardo le resultaba una molesta piedra en el camino, y que no dudarían en hacerlo desaparecer, con la madre incluso, si esta oponía resistencia. Debía de actuar, y debía hacerlo cuanto antes. El príncipe Rhaegar miró a su amigo Arthur. Se mordió el labio antes de hablar. Le pesaba en su conciencia grandemente lo que iba a decir a continuación. Iba a pedirle que realizase el mayor sacrificio que había hecho alguien por él hasta la fecha. Y siendo Arthur su mejor amigo, le dolía mucho. Pero no tenía otra opción, solo podía confiar en el para esta titánica tarea.
— Tienes que encontrar a Lyanna. Antes de que lo haga otro. Y ponerla a salvo.
Su amigo al principio no reaccionó. Sus palabras habían caído sobre el como si de un pozal de agua fría se tratase. Pronto, sin embargo, se recompuso de la conmoción inicial.
— No, Rhaegar. Tendrá que ser otra cosa. Pero eso no te lo puedo conceder. Mi lugar está contigo.
— En esto estás equivocado. Juraste protegerme, pero entre tus votos también está el de la obediencia.
— De acuerdo, pero si mueres, ¿qué será del reino? ¿quién podrá coser las heridas que tiene ahora? Si Tywin Lannister consigue el trono, no dejará cabos sueltos. Se asegurará de eliminar hasta la última rama del árbol Targaryen, incluyendo a vuestros hijos, legítimos o no. No es un hombre que conozca la piedad, los Reyne y los Tarbeck os lo podrían contar, si quedase alguno vivo. Aún tenéis mucho que hacer…
— ¡Mi vida ya no importa, Arthur! —Rhaegar le interrumpió, algo furioso. «Tú tienes que entenderlo, ¡más que ninguno!», pensó el príncipe. La frase murió en su cabeza y no llegó a su lengua. Prefirió serenarse antes de continuar—. Mi misión era traer las cabezas del dragón al mundo, y al parecer ya lo he hecho. Sobre ellos recaerá el liderazgo del mundo de los Hombres cuando la Larga Noche vuelva a caer. Por eso tienes que rescatar a Lyanna y a mi hijo. Solo tú puedes hacerlo, y solo a ti te pido este tremendo sacrificio.
— ¡Es una locura! ¡Ni siquiera sé donde se encuentra la muchacha! ¿Y si cuando la encuentro está con un embarazo tan avanzado que no puede viajar? O peor aún, si ya ha tenido el bebé. El pequeño sucumbirá al viaje.
— Menospreciáis a Lyanna. Y menospreciáis a su sangre. Sobrevivirán.
Ser Arthur resopló y hundió la cabeza entre sus manos. Era obvio que la situación no le agradaba en absoluto, pues estaba atrapado entre dos fuegos: el del deber y el de la amistad. Los dos le exigían embarcarse en aquella empresa que tan poco le entusiasmaba. Al final, tras un largo silencio, consintió.
— Que los Siete o quiénes sean que están ahí arriba me amparen. Puedes contar conmigo.
Para bien o para mal, la suerte estaba echada.