El reino de las arenas

-Mal ejecutado. Muy mal ejecutado. - Meria agitó la cabeza suavemente. A su lado, Rahman Allyrion asintió. El muy inepto probablemente quisiera ganarse su favor. - Veo que compartís mi desagrado, mi señor. ¿Cómo creéis que hubiese actuado mejor este decepcionante joven?

A Lord Allyrion se le congeló la sonrisa en la cara.

-Bueno, un delantal es un movimiento arriesgado. Está claro que no tenía suficiente experiencia para ejecutarlo con la clase que requiere. - Se acarició la barba negra y echó mano a la copa de vino que tenía cerca. - Si queréis mi opinión, yo lo hubiese esperado más agazapado y resuelto con una chicuelina. Más seguro.

Una respuesta extraída de los manuales de tauromaquia. No cabía duda de que el Señor de Bondadivina se había preparado bien aquella reunión.

-Una apreciación exquisita, mi querido Rahman. - Meria cogió una oliva y la masticó. - Sí, definitivamente el delantal no era el movimiento a escoger. Una pena, una auténtica pena. Era un muchacho tan prometedor…

En el centro de la plaza, mientras la multitud jaleaba al animal que había corneado al joven torero, varios guardias se encargaban de apartar al caído y llevárselo a la enfermería interior. Era un dorniense de la sal, una beldad morena que se había labrado un nombre en varios pueblos cerca del Sangreverde. Pero su primera lid en Lanza del Sol había sido desastrosa. Sobreviviría, que era lo importante. Meria apreciaba a los hombres valientes, y aquel muchacho lo era.

-Mi princesa, quisiera plantearos una cuestión. - Faltaba aún un poco para que saliera el siguiente toro. Meria se imaginaba lo que vendría a continuación. Había sido la comidilla de la corte durante el último día. A su lado, Nymor se removió inquieto. Sabía que no le había gustado su respuesta. - ¿Qué sabemos de la carta del autoproclamado Rey Aegon?, ¿qué hará Dorne?

-Sin duda, las noticias vuelan. - Meria le sonrió. Sabía que era un gesto cortés y, a la vez, uno desagradable. Su octogenario rostro estaba hinchado, arrugado y amarillento…pero vivo. Y tenía intención de que siguiera en ese estado durante mucho tiempo. - Sí, envió una carta a Lanza del Sol. Sí, reclamó que hincáramos la rodilla. Sí, rechacé cualquier pretensión. Dorne no se rinde. Dorne no se vende.

-¿Es cierto que tiene dragones?

En la psique del pueblo dorniense, orgulloso de su independencia, fiero en el combate a pie o a lomos de sus caballos, tozudo y obstinado hasta la muerte, aún estaba el recuerdo de los dragones del Feudo Franco de Valyria obligando a la legendaria Nymeria a huir con sus diez mil naves. ¿Habían vuelto aquellas bestias de leyenda?, ¿la pesadilla de su exilio se iba a repetir?

-Los tiene - Asintió Meria. - Y los usará. No me cabe duda. - Cogió otra oliva. - Pero se equivoca si cree que eso puede asustar a los dornienses, no, mi señor de Bondadivina?. - Volvió a sonreírle. - Si sangran, se pueden matar.

Aplausos de nuevo. Nymor, a su espalda, suspiró. Otro joven torero entraba en la arena para hacer frente a la bestia ante el rugido enfervorecido del público. Lanza del Sol disfrutaba.