El último juramento de los reyes

Diálogos de Stannis y algunas descripciones hechas por el compañero @Thaliontil. Disfruten.


Noche sin luna, negra sobre el carbón. El castillo de Invernalia dormía, en apariencia… aunque la reina dragón sabía que no era así. Conciliábulos de señores díscolos se reunían bajo los techos de sus estancias. Partidarios del venado, de la reina dragón y de quién sabe qué otros bandos. Doreah así lo afirmaba, entre otras cosas, porque había participado en algunos. Pero las intrigas políticas ya le poco importaban. Había citado al hermano del Usurpador a medianoche para hablar sobre una cuestión de gran importancia, y el rebelde había aceptado.

Daenerys se había hecho de rogar a propósito: una reina no esperaba a nadie. Una pareja los esperaba bajo la sombra de un inmenso arciano, el más grande de toda la fortaleza. Lord Stannis y Lady Melisandre. Algunos decían que la señora era su auténtica reina. Dany, que sabía lo que era tener una compañía tan particular en Quaithe, no lo creía así. Daenerys también se había hecho acompañar de su sacerdotisa. El rey la recibió con una seca cabezada y fue el primero en romper el silencio.

¿Por qué aquí? —inquirió el Baratheon con brusquedad, yendo al grano—. ¿Por qué no en otro lugar más discreto?

Para que los dioses nos oigan —respondió Daenerys escuetamente. «Y para que no haya oídos molestos». Nadie podía esconderse sin ser visto en la amplitud del bosque de dioses—. ¿Creéis en los dioses, Lord Stannis?

Somos los hombres los que forjamos nuestro destino, Daenerys Targaryen, no los dioses —Stannis observaba el arciano, no a la autoproclamada reina—. Pero sí he visto el poder de uno de ellos. Igual que vos, ¿no es cierto?

Sí. R’hllor. El Señor de Luz. ¿Los habéis visto en las llamas, verdad? —el rey apartó la vista del arciano ante su mención para mirarla por primera vez a los ojos—. Seres pálidos y fríos, con ojos azules. El ejército de los muertos. En Volantis miles me proclamaron su salvadora y libertadora. Benerro, el Sumo Sacerdote de los fieles de Rh’llor, me declaró la enviada de su Dios para salvar el mundo. Por un momento llegué a creerle, era muy tentador —Dany esbozó una sonrisa triste—. Ahora no sé qué pensar…

A veces pienso que los dioses no son más que instrumentos de la voluntad de los hombres para dar sentido a sus vidas o hacer que otros les sigan —clavó los ojos azules en Daenerys—. No sé si sois la enviada o lo soy yo, Daenerys Targaryen. Solo sé que yo también los he visto, y que ninguna profecía habla en línea recta. Pero es en nosotros en quien recae el proteger los reinos de los hombres.

Dany no pudo evitar sonreír. Era todo tan absurdo… Ella, hablando tan tranquilamente con el hermano del Usurpador. Los dos habían crecido a la sombra de sus hermanos. ¿Hasta qué punto les había marcado? A ambos les habían legado una pesada carga. Y allí estaban. No lo admitiría nunca, pero Lord Stannis estaba empezando a caerle bien. Al menos demostraba sentido común y voluntad para sacrificarse por su pueblo.

Sí. Las profecías solo comprometen a quienes creen en ellas. Y sin embargo, aquí estamos, queramos o no. Es nuestra obligación como reyes la que nos ha obligado a acudir aquí. Pero habéis gobernado. Sabéis bien que no puede haber dos soles en un mismo cielo. Es fácil luchar contra la muerte. Es nuestro enemigo común. Pero… ¿y luego?

Yo soy el legítimo rey, Daenerys Targaryen —Stannis apretó la mandíbula. Los ojos azules seguían clavados en los violetas—. Vuestro padre perdió el trono a manos de mi hermano, la dinastía Targaryen perdió su legitimidad, a ojos de hombres y… —miró a su alrededor— Dioses. He gobernado este reino durante el último año, luchando por evitar que se descomponga. No, no habrá dos soles en el cielo, aunque no quiera vuestra sangre. No la quise en la guerra, no la quise después y no la pediré ahora. Pero solo uno puede gobernar.

» Estoy dispuesto a parlamentar, Daenerys Targaryen. A que lleguemos a un acuerdo. Unir nuestras familias, traer paz a Poniente. Pero todo ello puede esperar a que derrotemos a la amenaza que se cierne sobre los Reinos. Una tregua por los hombres.

Habláis del derecho de conquista. Me parece justo. Os lo puedo aceptar –asintió Daenerys–. Pero es justo señalar que tengo dos dragones con los que puedo quemar, masacrar y destruir. Mantarys y Volantis nada pudieron contra ellos. Tampoco pudieron hacer nada hace tres siglos los reyes que gobernaron estas tierras. ¿Por qué habría de ser distinto ahora?

Daenerys esbozó su sonrisa de niña inocente que nunca había roto un plato antes de continuar.

Ahora bien, no he atravesado medio mundo para regresar a mi hogar y hundirlo en un mar de sangre. Hablad, pues. Escucharé lo que me tengáis que decir.

Lo es, son dos especímenes impresionantes. Pero ninguno de ellos es Balerion, el Terror Negro. Sé las historias, Daenerys Targaryen. Sé el poder que tienen, y mi buen Ser Davos lo comprobó en Antigua. Pero… ¿qué haríais si un castillo erizado de ballestas y escorpiones los derribara del cielo? Gestas mucho más improbables se han visto —Stannis agitó la mano, como descartando el pensamiento—. Pero no quiero hablar de muerte, sino de vida y luz. Celebro vuestra predisposición

Stannis se aclaró la garganta. Estaba… ¿nervioso? Sí, sin duda, lo estaba. Poniente entero dependía de sus siguientes palabras y actos.

Tenéis un hijo, yo tengo una hija. Ambos son jóvenes, pero dejarán de serlo. Prometámoslos —Miró los ojos violetas. ¿Un hijo? Sí…pero no suyo. Había escuchado los rumores sobre el Príncipe Rhaego. Pero fruto de su vientre o no, sería reconocido como tal por los que alzaban su estandarte por los Targaryen—. Cuando mi hija cumpla la mayoría de edad, habré de abdicar en ella. Targaryen y Baratheon unidos por matrimonio, vuestro hijo alcanza el trono junto a la mía y el Reino estará a salvo. ¿Qué me decís?

Ni para vos ni para mí —Había visto demasiados ojos ya para saber que Lord Stannis era de la clase de hombres que no cedería jamás. Habría preferido ser ella la única que marchase al Norte, pero ese testarudo rey no cedería jamás. Pues que así fuera. «Somos tan diferentes, pero a la vez, tan parecidos…»—. Bien, sea. Abdicaremos ambos de común acuerdo y reconoceremos a Rhaego y a Shireen como reyes propietarios de estos reinos. A ambos. Vos yo lucharemos juntos contra el mal más allá del Muro. Sin descanso. Sin misericordia. Hasta el fin de los tiempos. ¿Veis capaz de cumplir el acuerdo?

Hasta el final de los tiempos —Stannis Baratheon no pudo evitar sentir un ramalazo de admiración por Daenerys Targaryen. Desposeída, perseguida, retornada y llena de venganza. Pero dispuesta a dejarla atrás para cumplir con su deber. Quizás hubiera sido mejor reina que su hermano—. Así lo juro, Daenerys Targaryen. Nuestras disputas no son nada comparadas con el avance de la muerte. Que nuestros hijos traigan la paz a Poniente mientras nosotros garantizamos su defensa.

La eternidad…un combate sin fin en lo más lejano del mundo. Y sin ver nunca más a Shireen.

Hagámoslo.

Daenerys asintió pues. Estaba ya hecho. Para eso había nacido, ahora lo entendía. La vida le había puesto un sinfín de pruebas y obstáculos para llegar hasta donde estaba. Y ahora estaba ante su último examen, el sacrificio supremo. La voz de Quaithe resonaba en su cabeza. «Azor Ahai no lleva corona, Daenerys. Los fuegos no dejan lugar a dudas. El guardián de la humanidad no puede gobernar sobre ella».

Sea entonces. Juremos con sangre. Pronunciaremos un juramento inquebrantable. Quaithe, vuestro cuchillo de plata.

Magia de sangre —el rey puso mala cara. Le pareció ver un deje de inquietud en su voz. «No es la primera vez que la ha presenciado»—. Los rumores son ciertos, pues.

La Reina Bruja —Daenerys le dedicó una sonrisa feroz—. Sangre y fuego, es el lema de mi Casa. En el lejano Asshai de la Sombra vi y aprendí cosas que jamás habría imaginado. Soy joven, mi señor, pero tengo la sabiduría de una anciana…

¿Es la única manera?

El Matarreyes también hizo votos, y nada le impidió a ese infame matar a mi padre, al rey que juró proteger. Lejos está la intención de compararos con semejante basura, pero he aprendido por las malas que las palabras son aire. Sellaremos este juramento con sangre, y que quede maldito por siempre quien ose romperlo —Dany tomó el cuchillo de plata que Quaithe le tendía y se hizo un corte profundo en la palma de la mano. La sangre manó roja, cálida, espesa, y empezó a teñir de carmesí la nieve sobre la que los dos reyes se alzaban. Sangre de rey. Sangre con poder. Dany le tendió el cuchillo al Baratheon—. Vuestro turno.

Stannis no dijo nada y tomó el cuchillo con habilidad. Procedió a hacerse el mismo corte con calmada determinación y tras terminar se la entregó a Lady Melisandre. Daenerys entonces tomó la mano ensangrentada del rey con la suya y empezó a entonar un cántico en la vieja lengua de Valyria. Y el destino de ambos quedó sellado.

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