En busca de un hogar

El pequeño khalasar de la reina dragón continuaba su penosa marcha a través de la infinita estepa. En el erial rojo había poco forraje, y el agua escaseaba aún más. Era una tierra marchita y desolada, de colinas bajas y llanuras yermas azotadas por los vientos. Los ríos que cruzaron estaban tan secos como los huesos de los muertos. Sus monturas subsistían a base de la escasa gramilla reseca que crecía al pie de las rocas y de los árboles muertos. Cuanto más se adentraban en el erial, más pequeñas se hacían las charcas y más distancia había entre ellas. Si en aquel desierto de piedra, arena y barro rojo sin caminos había dioses, eran dioses duros y secos, sordos a cualquier plegaria que suplicara lluvia.

Su doncella Doreah le había advertido. «Las tierras rojas son un lugar horrible y sombrío». Pero no tenían elección. Hacia el Oeste merodeaban los khalasars que se habían formado a la muerte de Drogo. Si los encontraban, matarían a todos sus guerreros y esclavizarían al resto de los supervivientes. No quedaba más remedio que avanzar hacia el Este. Dany se convencía de que el cometa rojo que había aparecido en los cielos tras el nacimiento de sus dragones les marcaba el camino. Ser Jorah le había dicho que había visto mapas y le aseguraba que el erial rojo tenía fin, pues en el Este se alzaban ciudades de maravillosas riquezas, como Qarth, Ashabad o las del Imperio de Yi Ti. Lo que callaba era que quizá no vivirían para verlas.

Al tercer día de marcha tuvieron que lamentar la primera muerte. Se trataba de un anciano, enjuto y desdentado. Cayó exhausto de su silla de montar y ya no pudo volver a levantarse. Todos decían que era ley de vida, que su hora había llegado ya. Dany ordenó que matasen al caballo más moribundo, para que el viejo pudiera entrar cabalgando a las tierras de la noche, según las costumbres dothrakis. No malgastaron tiempo ni energías en enterrarlos. Pronto las moscas se empezaron a arremolinar alrededor de los cadáveres, como si quisieran transmitir mala suerte a los vivos. Dany sospechaba que en los próximos días iban a echar muy en falta la carne del equino que dejaban atrás, pero no podía permitir que la marcha empezase con malos augurios y sin cumplir los ritos pertinentes.

En el amanecer del quinto día Daenerys vió una solitaria figura humana en el horizonte aproximándose hacia su grupo. «Es un espejismo. Tiene que serlo. Nadie puede sobrevivir a una marcha en solitario en este desierto rojo». Tuvo que pedir a sus jinetes de sangre que confirmasen lo que estaba viendo para cerciorarse de que no estaba ante una ilusión. Tras unos minutos, el viajero había alcanzado a su khalasar. Era una figura alta y espigada. Cubría su rostro tras una máscara roja lacada, y con una capa con capucha de color negro, que sujetaba con un sencillo broche dorado. La túnica y las botas con las que vestía eran de un ominoso color oscuro.

Una domadora de sombras —le susurró Ser Jorah—. Asshai’i, probablemente.

Dany no necesitaba oír más. Había escuchado historias de los domadores de sombras, temibles hechiceros que practicaban sus conjuros al abrigo de la noche. Se decía de ellos que podían conjurar y controlar sombras para hacer su voluntad. Hasta hace unas semanas en su mente eran simplemente historias para asustar a los niños y a los crédulos. Ahora que había visto la magia de primera mano ya no sabía que creer. Observó a la figura desconocida con desconfianza.

Ni un paso más, maegi —advirtió Rakharo, amenazante—, o probaréis el filo de mi arakh.
Esperad, sangre de mi sangre —ordenó Daenerys—. Dejad que hable. ¿Quién sois?
Soy Quaithe de la Sombra —la voz de Quiathe era suave y calmada, como una tenue brisa. «Parece una mujer. Aunque quién sabe, con esa máscara. Y habla la Lengua Común. ¿Cómo es posible? ¿Es alguna clase de sortilegio?»—. Vengo en busca de dragones.
No busquéis más. Los habéis encontrado. ¿Cómo lo habéis sabido?
El cometa ha anunciado su llegada —Quaithe hizo énfasis en su declaración señalando al mismo en el cielo—. Y señala vuestro camino.
Mi camino. ¿Adónde me llevará la estrella sangrante?
Más allá. Para ir al norte tenéis que viajar hacia el sur. Para llegar al oeste debéis ir hacia el este. Para adelantaros tendréis que retroceder, y para tocar la luz debéis pasar bajo la sombra.
La sombra, decís. ¿Asshai? ¿Es eso lo que me queréis decir? ¿Qué encontraré en Asshai, Quaithe?

Dany nunca supo por qué lo hizo, pero tocó a su plata para avanzar los pocos pasos que la separaban de Quaithe. Sus jinetes de sangre y ser Jorah se aprestaron a seguirla. Ahora que estaba frente a la asshai’i advirtió tras la mascara unos ojos oscuros, profundos y brillantes. «En esta mirada hay sabiduría, no hay duda. ¿Pero debería prestar oídos a lo que tiene que decirme?». Tenía tantas, tantas preguntas… Su última experiencia con los hechiceros había sido nefasta y nada deseaba más que tenerlos bien lejos. Pero como todo lo desconocido, conseguía excitar su imaginación y curiosidad. Quizá, a pesar de todo, seguía siendo una niña.

La verdad —terminó respondiendo Quaithe tras un breve silencio—. Os espera un largo viaje. Muchos acudirán a veros. Desconfiad de ellos. Vendrán día y noche a contemplar las maravillas que habéis vuelto a traer al mundo. Y los desearán —en aquel instante, Quaithe dió un paso adelante y le tomó la muñeca izquierda. Sus manos estaban sorprendentemente cálidas. Notaba un cosquilleo allá donde la asshai’i le había tocado—. Pues los dragones son fuego hecho carne, y el fuego es poder.
No la toquéis, engendro de las sombras —Jhogo apartó a la hechicera sin ninguna delicadeza con el mango de su látigo—. Y no hagáis caso de lo que dice, khaleesi. Más vale comer escopiones vivos que confiar en las palabras de una bruja que se esconde tras una máscara. Lo sabe todo el mundo.
Ciertamente, en esto último os ha aconsejado bien —intervino Ser Jorah, que hasta entonces había permanecido en silencio—. Pero no me fío de ella. Recordad a Mirri Maz Duur, khaleesi.

Claro que la recordaba, ¿cómo no iba a hacerlo? Era una herida demasiado profunda y reciente. Ni siquiera sabía si algún día iba a terminar sanando. Recordó entonces a su hermano Viserys. Es cierto, le habían humillado y arrastrado por el oriente, un instrumento en manos de otros, siempre errando y mendigando, en pos de un futil sueño. Se había amargado y había terminado por desconfiar de todo el mundo, incluso de su propia hermana. Terminó totalmente solo, abandonado por todos, y encontrando su final en un caldero de oro fundido. No le parecía sabio transitar por el sendero de desconfianza absoluta. Y entonces tomó su decisión.

Podéis continuar el viaje con nosotros, Quaithe. Los caminos, a fin de cuentas, no tienen dueños. Pero os advierto: mis dothrakis son celosos y supersticiosos. Cuidad lo hacéis y lo que decís. Un paso en falso y quizá no volváis a ver un nuevo amanecer.

La portadora de sombras no dijo nada. Se limitó a asentir lentamente. Sus jinetes de sangre no se molestaban en disimular su hostilidad a la recién llegada, pero no discutieron su decisión. Dirigió la vista a su espalda. Todos tenían la vista fijada en ella y en la extraña asshai’i. Notaba la inquietud y la desconfianza en muchos de ellos. Ella, sin embargo, no podía permitirse tener miedo, ni dudas. «Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida».

Continuamos la marcha, siguiendo al cometa.

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Vamos, Doreah. Ánimo —Dany le apretó un hombro. La piel de la lysena, antaño suave y cálida, ahora se mostraba dura y seca—. Queda ya poco.

Los dioses te oigan, khaleesi —respondió la doncella con una voz débil—. Pero en esta tierra yerma ni siquiera las plegarias germinan…

Dany abrazó a la joven con fuerza. Desde los tres últimos días, las dos cabalgaban juntas a lomos de su plata, ya que Daenerys había advertido que las fuerzas de la doncella lysena flaqueaban. Su piel se había puesto pálida y su pelo estaba perdiendo su color rubio. No quería perderla. No podía perderla. Aparte de Ser Jorah, la lysena era la única de su grupo que sabía como era vivir en la civilización. Apreciaba y quería a sus dothrakis, pero en muchos aspectos no podían entenderla como lo hacían ellos dos.

Fijó entonces su mirada en Quaithe. La enigmática portadora de sombras continuaba la marcha, en su habitual silencio, a unos pasos de distancia del grueso del khalasar. Sólo Jorah y Doreah se atrevían a acercarle comida, cuando reposaban para alimentarse, para el resto de los dothrakis, era poco menos que un demonio. La noche anterior había sido la propia Daenerys la que le había acercado la cena, un pequeño trozo de carne del último caballo que habían sacrificado. «El siguiente anochecer lo contemplaréis bajo los muros de Qarth —le profetizó—. Pero no os dejéis embriagar por las ofrendas y alabanzas. Recordad quién sois. Si permanecéis demasiado tiempo en esa ciudad, no saldréis de ella jamás». Volvió a fijar entonces la vista hacia el horizonte. Dos figuras conocidas se acercaban al galope, eran Jhogo y Aggo, los habituales exploradores. Sus prisas parecían augurar novedades.

¡El mar, khaleesi! ¡El mar! —proclamó el joven Jhogo. Era incapaz de contener su entusiasmo y felicidad— ¡Hemos visto el Gran Océano! Estamos sólo a un par de leguas de allí, y de una gran ciudad amurallada.

Qarth —dedujo Ser Jorah—. Tiene que ser Qarth, no hay otra posibilidad. Estamos salvados, khaleesi.

Al fin —Dany suspiró, aliviada. Qarth era refugio, alimentos y descanso. Qarth era vida. Una emoción incontrolable recorrió todo su cuerpo. Dio la vuelta sobre su plata y se dirigió al khalasar—. ¡Pueblo mío! ¡Ya solo nos queda una última jornada de marcha! ¡Aggo y Jhogo han encontrado al fin la ruta hacia Qarth! ¡Hemos vencido al Desierto Rojo y a sus dioses crueles!


Las imponentes murallas de Qarth resultaban magníficas a unos escasos metros de distancia. Daenerys las contempló extasiada, una gruesa mole de quince varas de altura, de arenisca rojiza, decorada con animales: serpientes sinuosas, milanos en pleno vuelo, peces nadando, todos mezclados con lobos del desierto rojo, cebras rayadas y elefantes monstruosos.

A sus pies, una nutrida comitiva la esperaba. En el centro, frente a las grandes puertas exteriores, un grupo de notables insignes, que competían entre ellos para ver quién eclipsaba al resto con su esplendor y riqueza, acompañados de esclavos de su servicio. A sus lados, un grupo de jinetes sobre sus camellos, que vestían armaduras de escamas de cobre, y yelmos con hocicos de jabalí y colmillos también de cobre, rematados por largos penachos de seda negra, y las sillas de sus monturas estaban adornadas con rubíes y granates.

En comparación, su grupo parecía una caravana de apestados. Débiles y andrajosos, más que caminar, parecía que se arrastrasen por el suelo. Sólo algo de majestad podía encontrarse en Daenerys, con la fiera piel del hrakkar a modo de capucha y sus pequeños dragones, que se agarraban a sus brazos y a sus hombros, expectantes… todo ello malogrado por su aspecto sucio y desharrapado, y su intenso olor a caballo.

Nobles señores. Soy Daenerys de la Tormenta, Madre de Dragones —se presentó Daenerys frente a los qarthienses. Drogon siseó. Dany le dedicó un leve chasquido de lengua para que estuviera quieto sobre su hombro—, viuda de khal Drogo.

Vuestra fama os precede, oh, Daenerys de la Tormenta —respondió el hombre más adelantado de la comitiva. Era de mediana y edad estaba exquisitamente arreglado. Vestía con sedas sobrias y elegantes, e incontables anillos pendían de sus dedos. Una exótica esclava le acompañaba portando un parasol. Dany pronto reparó en que era el que encabezaba la comitiva de bienvenida—. Sin duda sois quién decís ser. Vuestros dragones dan buena cuenta de ello. Más debo corregiros: nosotros no somos señores, solo simples y humildes mercaderes —Dany no pudo evitar sonreír ante el descaro con el que lo había proclamado. «Es el humilde más enjoyado que he visto» — Mi nombre es Mathos Mallarawan, uno de los Sangrepura, los ilustres gobernantes de Qarth. Se me ha encargado el honor de recibiros.

» Pero tamaña tarea resultaría demasiado grande para un solo hombre. Me acompañan tres nobilísimos príncipes mercaderes. Xaro Xhoan Daxos, de los Trece —el aludido hizo una extravagante reverencia—. Saathos Sybasson, de la Hermandad de la Turmalina. Qarro Xhore, del Gremio de los Especieros. Y por último, Pyat Pree, de los brujos. —Pyat le dedicó una fina sonrisa. Sus labios eran totalmente azules. Dany lo miró con cierta desconfianza. «Oro, especias y labios azules. Tal y como me dijo Quaithe ».

Es un gran honor. El esplendor y la belleza de Carth…

Qarth —le interrumpió Qarro al tiempo que alzaba un dedo con petulancia. Las cadenas enjoyadas que portaba sobre su cuello tintinearon—. Se pronuncia Qarth.

—… Qarth —Dany se forzó a sonreír— son conocidos en todo el mundo. Hemos realizado un largo trayecto atravesando el largo Desierto Rojo para llegar hasta aquí. Mi pueblo está cansado y hambriento. Apelo a vuestra graciosa generosidad para darnos alojamiento y sustento hasta que podamos continuar vuestra marcha.

¿Marchar? —al tal Saathos su comentario le había parecido una ocurrencia muy graciosa—. En ningún otro lugar encontraréis riquezas y comodidades mayores que las que vais a encontrar aquí, dulce reina. Haríais bien en abandonar la vida nómada y reconsiderar a Qarth como vuestro nuevo hogar…

Es una oferta generosa, noble señor. Pero mi hogar está en Poniente, en los reinos del Ocaso.

Ciertamente, amigos míos, creo que todos ya hemos visto a los dragones. Por mi parte, ya estoy satisfecho —proclamó el especiero con calma—. No veo por qué deberíamos permitir el paso de un centenar de bárbaros tras nuestras murallas. ¿Acaso Qarth se ha hecho la ciudad más grande que ha habido y habrá dando cobertizo a incivilizados dothrakis?

Nada deseaba más Dany que agarrar con fuerza las lujosas cadenas de aquel petulante impertinente y apretarlas con fuerza contra su cuello, pero suponía que las puertas de Qarth se cerrarían para ella si decidía agredir frente a sus puertas a uno de los miembros del comité de bienvenida. Optó por dedicarle una cándida y cálida sonrisa de niña angelical.

En el lugar donde nací, a los invitados se les recibe con respeto —replicó Dany con falsa inocencia—. No con insultos.

Según vuestras costumbres. No las nuestras —Qarro esbozó una sonrisa de disculpa—. Os invito amablemente a regresar a vuestros reinos del Ocaso… con mis mejores deseos.

Dany dio un paso adelante, furiosa. Escuchó un susurro de Ser Jorah, «Tened cuidado, khaleesi».

Si nos mandáis de vuelta al Desierto Rojo nos condenaréis a la inanición… y a la muerte. ¿Entiendo que esa es la respuesta de Qarth?

Qarro Xhore simplemente le dedicó una sonrisa de suficiencia. Pero antes de que Dany pudiera continuar hablando, alguien se le adelantó.

No sabía que entre los especieros abundase el olor del miedo —cortó Xaro Xhoan Daxos con cierta sorna. Dany dedujo que aquellos dos eran, en apariencia, rivales—. ¿Acaso es propio de la ciudad más grande que ha habido y habrá mostrar temor de una joven chiquilla?

Confundís el miedo con la prudencia. Los cachorros de tigre pueden resultar adorables cuando nacen, pero crecen. Igual que estos dragones que contempláis ahora. No os engañéis: lamentaréis haber perdido la ocasión de sacrificarlos cuando aún eran indefensos y no suponían un peligro para el mundo.

Soy la Madre de Dragones. Estos dragones son mis hijos —respondió Daenerys, desafiante. «Y si hacemos caso a la maegi, los únicos que tendré»—. Quién quiera hacerles daño tendrá que pasar por encima de mi cadáver.

¡Qué terrible, qué terrible! —exclamó Xaro—. Matar a una joven tan inocente como hermosa por los supuestos crímenes que decís que va a cometer… ¡Vergüenza, vergüenza! —finas lágrimas empezaron a correr por el rostro de Xaro—. No toméis su voz como la de todos, dulce reina. Otros solo deseamos vuestro bienestar. Si hay aquí algo que deseéis, oh mujer bella entre las bellas, sólo tenéis que decirlo y será vuestro.

Todo Qarth es suyo —entonó el brujo Pyat Pree con sus labios azules, a su lado—, no necesita fruslerías. Oídme bien, khaleesi. Venid conmigo a la Casa de los Eternos, y beberéis de la verdad y la sabiduría. Allí encontraréis las respuestas que buscáis.

¿Para qué quiere ir a tu Palacio de Polvo, cuando yo puedo ofrecerle la luz del sol, el agua fresca y sedas para dormir? —replicó Xaro al brujo—. Los Trece pondrán una corona de jade negro y ópalos llameantes sobre su hermosa cabeza.

Todo lo que los Trece puedan obsequiaros no es nada comparado con lo que la Hermandad os puede ofrecer, Madre de Dragones —añadió Saathos Sybasson—. Permitidme el honor de ser vuestro anfitrión y os lo demostraré…

Amigos míos, por favor, es suficiente —el Sangrepura cortó aquella comedia de alabanzas y palabras vacías. En silencio, Daenerys se lo agradeció—. Daenerys de la Tormenta no es una reliquia. ¿Acaso no veis que ella y su pueblo necesitan reposo y descanso, y no lisonjas y agasajos? Ya habrá momento para todo ello más adelante. Madre de Dragones, en nombre de los Sangrepura, os abro las puertas de Qarth, la ciudad más grande que ha habido y habrá. Qarth se regocija de albergaros bajo sus muros y de poder contemplar las maravillas que habéis traído de vuelta al mundo.

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Un rumor empieza a correr en los puertos del Este: se dice que un dragón de tres cabezas ha anidado en Qarth, y es la maravilla de toda la ciudad y de cuantos tienen la fortuna de verlo.

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La noticia había corrido por toda Qarth como la pólvora: la Casa de los Eternos había sido consumida por las llamas, y la Madre de Dragones había emergido de ella, indemne. Los brujos clamaban venganza, y exigían sangre por sangre. Otros no llegaban tan lejos, aunque se mostraban hostiles. El Gremio de Especieros ya había solicitado en público la expulsión de Daenerys. Los Sangrepura, antaño cordiales, ahora se mostraban nerviosos e incómodos. Quizá habían recordado que tener dragones merodeando en los alrededores resultaba peligroso. Como era de suponer, ya no querían invitados problemáticos que alterasen la paz dentro de sus muros.

En cuanto a Xaro Xhoan Daxos, había pasado de ser un espléndido anfitrión a resultar una molestia constante. Cuando el comerciante comprendió que no tenía posibilidad ninguna de comprar uno de sus dragones llegó a la conclusión de que no ganaba nada manteniéndola dentro de sus salones. Los últimos mensajes que le había mandado habían sido a través de su senescal, cada uno más frío que el anterior. Le pedía que se fuera de su casa, que estaba cansado de alimentar a ella y a los suyos. Incluso le llegó a sugerir que le devolviese los regalos que le había hecho, porque los había aceptado de mala fe.

Y por supuesto, no podía olvidar a sus dothrakis, a su khalasar. Su vida estaba en las llanuras de cielo abierto, no encerrados entre casas y murallas. Muchos ya habían recuperado la fuerza y vigor que tenían antes de la brutal marcha por el Desierto Rojo y empezaban a estar inquietos. Era cuestión de tiempo que empezasen a provocar desórdenes y desmanes. No, estaba claro, tenía que salir de Qarth antes de que fuera demasiado tarde. La pregunta era hacia dónde. Porque a pesar de todas las experiencias por las que había pasado, seguía siendo, en el fondo, una reina mendiga, aunque los qarthienses se hubieran empeñado en vestirla como si no fuera tal. La Hermandad de la Turmalina le había regalado una corona con tres cabezas de dragón, Los Trece, un cetro en cuyo extremo habían tallado una fiera cabeza de dragón, con rubíes por ojos, y un orbe, que venía a representar su dominio sobre la tierra. Tenía muchos títulos y muchas pretensiones, pero no tenía riquezas ni ejércitos con las que hacerlas valer, pues sus dragones aún eran muy jóvenes. Y aquello le hacía sentir impotente y furiosa.

Ahora miraba al mar, reflexiva y pensativa. De fondo se escuchaba el bullicio del puerto de Qarth, con sus marineros cargando búcaros llenos del célebre paparajote qarthiense y otras exquisiteces, y las protestas de sus más fieles seguidores. Les había hecho partícipes de su próximo destino y expresaban su descontento. Era algo que, por otra parte, esperaba. Ni siquiera ella tenía claro que fuera el curso de acción más prudente, pero, ¿qué alternativa tenía? Al menos el viaje sería lo suficientemente largo y seguro como para dar tiempo a sus hijos alados a crecer un poco.

Khaleesi, por favor, os lo suplico —Ser Jorah se arrodilló y puso una rodilla en tierra. No era normal en él mostrar tanta vehemencia, y menos, en público—. Reconsiderad vuestra decisión.

Asshai es una tierra de demonios, brujos y monstruos de los más profundos abismos—declaró Rakharo, mostrando su aprobación—. Jorah el Ándalo dice bien, khaleesi. No vayáis.

Todo el mundo lo dice —corroboró Jhogo—. Es una tierra oscura y malvada, abandonada por los dioses.

Todo eso no me asusta —respondió Daenerys con firmeza—. La vida me ha puesto por delante pruebas más duras, y las he pasado. Donde otros han perecido, yo he triunfado. Así que os vuelvo a preguntar, ¿por qué no debería ir, entonces?

Porque el rey Robert ha muerto —respondió Ser Jorah con decisión, adelantándose a los jinetes de sangre—. Los perros del Usupador se pelearán a dentelladas por los restos de su cadáver. Lo que debemos hacer es apresurarnos en conseguir espadas y regresar a los Siete Reinos, cuando aún estén granados para la conquista. Alzad los pendones de vuestra Casa y muchos acudirán a luchar a vuestro lado… mientras la guerra civil dure. Pero esta no durará eternamente, y por ello, os debéis de dar prisa, antes de que sea tarde.

«Mi oso, siempre tan leal, dándome buenos consejos». Sí, aquello, en apariencia, era lo racional. Había recibido la noticia un par de días después de salir de la Casa de los Eternos, de la boca de un marinero de las islas del verano, negro como el tizón, con lágrimas de emoción emanando de sus ojos por haber podido contemplar a los dragones. ¡Qué felicidad había sentido el aquel momento! El Usurpador, aquel que le había arrebatado todo cuanto su familia tenía, muerto, al fin. Solo lamentaba que no hubiera podido acabar con él ella misma en persona.

Tenéis razón, mi buen ser —concedió Daenerys—. Pero, ¿dónde voy a conseguir tal ejército? Ya habéis visto lo que ha pasado aquí, en Qarth. Los qarthienses me han agasajado con oro y especias, pero siempre que les he pedido barcos y espadas, han huido como cervatillos asustados.

En la Bahía de los Esclavos, en Astapor —respondió Jorah al instante—. Dad buen uso al oro y a las ofrendas con la que los qarthienses nos han obsequiado. Allí podréis reclutar mercenarios y comprar a la mejor infantería del mundo conocido: los Inmaculados. Los ghiscaris aún recuerdan bien a la vieja Valyria. Para cuando lleguemos a Astapor, los dragones ya habrán crecido lo suficiente como para resultar peligrosos y no una curiosa atracción de feriante. Estarán encantados de veros marchar, y os darán regalos, como hacen con los khals que merodean amenazantes por sus ciudades. Saben que es más prudente pagar unas cuantas monedas de oro para evitar verse involucrados un conflicto incierto.

El barco que os llevará a Asshai está ya aquí, Daenerys —le recordó con solemnidad Quaithe de la Sombra. A través de la máscara roja lacada, sus ojos oscuros brillaban—. No estará atracado en puerto mucho más tiempo. Tenéis que decidiros ya, antes de que sea tarde.

Mi buen caballero —Daenerys tomó los brazos de Ser Jorah y le obligó a levantarse. Los dos se miraron fijamente, cara a cara, con intensidad—. Sin duda, los consejos que me habéis dado son buenos. Y creedme cuando os digo que os escucho y que sois la persona en quién más confío. Os habéis convertido en una suerte de segundo padre para mí.

» Pero si hubiera seguido al pie de la letra vuestras palabras, no sería la Madre de Dragones, pues no me habría adentrado en las llamas de la pira en la que ardía mi sol y estrellas. Soñé que un gran fuego haría eclosionar a mis dragones y así sucedió. Si os hubiera hecho caso, jamás habría entrado en la Casa de los Eternos y habría escuchado sus voces llenas de sabiduría. No soy una mujer corriente, ser. Mis sueños se cumplen. Mi determinación ahora es la misma que la que tenía entonces. Debo ir a Asshai.

Ser Jorah acusó el golpe, pues sabía que todo lo que decía era cierto. Emanó un profundo suspiro, pero seguía sin darse por vencido. «Es tan fiero como testarudo».

Los dragones pueden morir. Incluso los más hermosos y fuertes —respondió Jorah con una voz cansada. Le lanzó una mirada llena de tristeza—. Mi reina, os lo suplico. Asshai no es un lugar seguro para vuestros dragones. Apesta a magia y a incertidumbre. ¿Qué mejor lugar que el confín del mundo conocido para quienes quieran arrebatároslos? Os matarán si es menester… y yo no tendría ánimo para vivir en un mundo en el que no estuvierais vos —Daenerys abrió los ojos, visiblemente sorprendida por la revelación, pues sabía que no era una simple exageración para dar más fuerza a su discurso—. No vayáis a Asshai. Por favor…

En ese momento, Daenerys se separó de él y volvió a apartar su vista al mar. «Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida». Inspiró fuerte y se giró hacia su khalasar, que contenía el aliento, a la espera de saber su próximo destino. Y entonces, tomó su decisión.

Para llegar al oeste debo ir hacia el este. Para avanzar habré que retroceder, y para tocar la luz he pasar bajo la sombra —recitó de memoria Daenerys, entonando como si fuera una profecía antigua y olvidada—. Mi lugar está en Asshai. Allí encontraré respuesta a todas mis preguntas. Allí me será revelado el camino para retomar mi legítima herencia y mi destino. Pero no obligaré a nadie a acompañarme en contra de mi voluntad. El que quiera abandonarme, es libre de hacerlo ahora.

La Madre de Dragones ha abandonado Qarth en ruta hacia el Lejano Oriente. Hay quienes dicen que su destino es Asshai, el último confín del mundo. Entretanto, las tierras de Yi Ti vuelven a escuchar el sonido de los dragones surcando los cielos.

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Daenerys aún no terminaba de entender qué había pasado. Todo había sido sucedido de manera muy rápida y confusa. Al llegar a Yin, la capital de Yi Ti, todos daban por hecho que podrían reaprovisionarse y reposar un poco antes de continuar con el largo viaje que aún les quedaba. Los yitienses, sin embargo, les esperaban en el puerto, armados, como si alguien les hubiera avisado de antemano su llegada. Les acusaron de ser siervos del Rey Brujo, un usurpador al Trono Celestial de Yi Ti, y allí mismo procedieron a ejecutar la sentencia de muerte que había emitido el Emperador para con los rebeldes. Inútil resultó señalarles lo equivocados que estaban. Se habían salvado merced a la incompetencia de los orientales, que no habían preparado la asechanza con el debido tiento. De haberlo hecho, la historia de Daenerys de la Tormenta habría terminado en aquel remoto lugar del mundo, a miles de leguas de su hogar.

Habían apilado los cadáveres de los suyos que habían conseguido recuperar de la reciente batalla sobre un pequeño bote para realizar las debidas exequias. Sus doncellas Irri y Jhiqui lloraban. No eran las únicas. Rara era la persona del khalasar que no había perdido a algún amigo o familiar en aquel encontronazo. Daenerys había perdido a Rakharo, uno de sus jinetes de sangre. Había depositado sobre su cuerpo el espléndido y brillante arakh que en tiempos había pertenecido a Drogo, su sol y estrella.

Pagarán por lo que nos han hecho. Lo juro por el honor de mi Casa —declaró Dany. Su rostro era una máscara de piedra—. Algún día, no tengáis duda… Todo hombre, noble o plebeyo, cosechará lo que ha recibido. Estos hombres de Yi Ti, los Especieros, Khal Pono, Khal Jhaqo, los Perros del Usurpador… harán bien en recordarlo cuando les llegue la hora de su juicio.

Dany besó por última vez la frente de su difunto jinete de sangre y dio orden de que lo cargasen en el bote, junto al resto de valientes que habían caído en batalla. Todos portaban las armas que habían llevado en vida. Como guerreros habían muerto y como guerreros entrarían en la otra vida. Daenerys entonces tomó una antorcha y su jinete de sangre Aggo se dispuso a preparar su arco. Ser Jorah y otros dothrakis se encargaron de hacer botar la pequeña embarcación en el mar. Cuando se hubo alejado lo suficiente, Aggo cargó una flecha, tensó el arco y Dany se encargó de prenderle fuego a la punta del proyectil. Aggo entonces soltó la cuerda, y la flecha trazó un arco preciso en el aire hasta alcanzar su objetivo, y el bote empezó a arder. El khalasar contempló en solemne silencio como se consumía en las llamas.

Los días pasaron largos y pesarosos desde entonces. Ser Jorah no contribuía nada a que Dany estuviera de buen humor. No hacía más que quejarse y refunfuñar, contrariado. En una ocasión, el muy insolente había tenido la desfachatez de insinuar de que parte de la culpa era suya, por haber iniciado aquella absurda aventura al confín del mundo. «Bailáis al son de una bruja que ni siquiera se ha dignado en mostrar su rostro, y que se alimenta de vuestras esperanzas. Abrid los ojos antes de que sea demasiado tarde», le había dicho. Daenerys le había abofeteado, incapaz de contener su rabia. Pasó una semana hasta que se volvieron a dirigir la palabra, pero fue ella la que tuvo que dar el primer paso. A fin de cuentas, su oso era tan o más orgulloso que ella.

En sus ratos muertos aprovechaba para leer el más que fascinante libro de Galendro titulado Los fuegos del Feudo Franco, una historia general completa de Valyria escrita en alto valyrio. Daenerys lo estaba encontrando muy interesante: entre sus páginas había mucha historia sobre sus ancestros que su hermano Viserys no le había contado. «Es posible que ni la conociera. Pobre hermano mío». Lo había robado de la biblioteca personal de Xaro Xhoan Daxos el último día que estuvo como huésped en su casa. Al principio se sintió mal, pero sabía que el mercader jamás le daría de buena gana un libro de semejante rareza y que le pudiera ser de tanta utilidad. «Así podrá decir que cumplió con diligencia sus promesas de darme cuanto tuviera capacidad de desear». Sorprendentemente su doncella Doreah mostraba interés en el tema y la escuchaba con atención, pero no sabía leer, así que a Daenerys le tocaba hacer de narradora.

El recuerdo de los muertos pesaba mucho, y las dudas se empezaban a instalar entre el khalasar, igual que cuando comenzaron a marchar a través del Desierto Rojo. Pero siguieron adelante. Hicieron escala en la ciudad de Turrani, en la isla de Leng, porque no quedaba más remedio. Esta vez, las gentes de Leng los recibieron con hospitalidad, pero la experiencia de Yin seguía siendo dolorosamente reciente. Daenerys y los suyos se limitaron a reaprovisionarse de víveres y no estuvieron ni un minuto más atracados en puerto. La niña que había en Daenerys lamentaba no poder haber paseado con calma por la exótica ciudad oriental, porque una parte de ella sabía que probablemente no iba a tener oportunidad de verla nunca más, pero ahora era una reina y se debía a su pueblo. Y su pueblo le pedía partir.

Y el día llegó. En la distancia, Asshai se erguía majestuosa y sombría, una silueta imponente contra el horizonte oscuro. Las torres y los minaretes se alzaban en espirales hacia el cielo, envueltos en una bruma espesa que parecía ocultar secretos ancestrales y poderes mágicos. Las murallas de la ciudad estaban construidas con piedra negra y relucían con una luminiscencia sutil, como si estuvieran impregnadas de una energía antigua que emergía desde lo más profundo de la tierra.

Las calles estrechas y sinuosas se extendían desde el puerto hacia el corazón de la ciudad, serpenteando entre edificios antiguos y misteriosos. A lo largo de los muelles, se podían ver barcos extraños y exóticos atracados, procedentes de tierras lejanas y desconocidas. Las velas de seda multicolor y las banderas ondeaban al viento, mientras los mercaderes y marineros comerciaban con mercancías y objetos que solo eran comunes en aquel remoto lugar del mundo conocido.

Bienvenida a Asshai de la Sombra, Daenerys —proclamó Quaithe con su solemnidad característica—. Es aquí donde encontraréis las respuestas que buscáis.

¿Esas respuestas me ayudarán a reclamar mi herencia legítima? ¿Me dirán los asshai’i qué tengo que hacer para conseguir mis espadas y mis barcos?

Quizá. Asshai os ofrece la verdad —respondió Quaithe, con su habitual tono críptico—. Lo que hagáis con ella solo depende de vos. Muchos son los que ansían la verdad, y muchos son los que se arrepienten al descubrir el amargo trago que en ocasiones tras ella se esconde.

No he acudido al fin del mundo para ahora tener dudas —la voz de Daenerys era firme—. Guíame como lo has hecho hasta ahora, Quaithe. Soportaré lo que haya que soportar.

Daenerys Targaryen ha puesto tierra en el extremo más oriental del mundo conocido: Asshai. Los dragones vuelven a la patria que les vio nacer, si se hace caso a las más antiguas leyendas.

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Ced es mi nombre, hermosa reina —se presentó el joven en un fluido valyrio. Llevaba una suerte de pañuelo blanco en la cabeza que no alcanzaba a cubrir su salvaje mata de pelo teñido de verde, y vestía con ropajes verdes y blancos. La mujer que le acompañaba era joven y toda una belleza exótica, con un atípico pelo blanco, fino y liso, y vestía con sedas rojas y azules que se movían al son de su grácil caminar—. El mejor y más famoso bardo de Asshai y de este rincón del Oriente. Y la belleza que me acompaña es Ryla, aunque últimamente no hace más que comer y molestar —la aludida le dio un codazo—. Bueno, bueno, sabe cantar muy bien, aunque no mejor que yo —otro codazo, esta vez, más fuerte que el anterior. Dany sonrió, ella probablemente habría hecho lo mismo—. ¡Au, ese ha dolido! También baila. Os aseguro que su visión elevará vuestro ánimo, o el de vuestros hombres.

Para mí será un honor serviros, mi reina —la voz de Ryla era cantarina— Y para Ced también, aunque aún estáis a tiempo de rechazar sus servicios. Como veis, le gusta mucho hablar. Más de lo que debería.

Eso ya lo veo. Solo espero que vuestra pericia con los versos rivalice con vuestro dominio de la aeromancia.

No temáis, Madre de Dragones —le aseguró con confianza el bardo—. Mis cánticos llenan de emoción a la diosa de los vientos. Es ella quién, complacida, los invoca para mi deleite. Os aseguro que os serán de gran utilidad.

Dany se obligó a sonreírle, pero distaba mucho de estar complacida con la primera impresión. Sin duda habría disfrutado del dúo en otras circunstancias, ahora no tenía tiempo que perder. «Esto tiene que ser una broma de mal gusto». Se volvió entonces hacia Ser Jorah.

Os ha tomado el pelo de mala manera, ser —le comentó en la lengua común de Poniente. Daba por hecho que el fantoche de pelo verde no la iba a entender—. No voy a dejarme estafar por un bardo de tres al cuarto que sabe hacer cuatro truquitos. Quizá deberíais recordarle que los animalitos de la reina están hambrientos, y que nada les gusta más que la carne de los mentirosos.

Ser Jorah hizo caso omiso de su tono sarcástico y respondió de manera sorprendentemente sosegada.

No nací ayer, khaleesi. No os habría traído a un vendehúmos, el tipo lo parecerá, pero sabe hacer magia. No trucos de mercadillo, magia de la de verdad. Pedidle que os lo demuestre y vedlo con vuestros ojos. Así es como me convenció a mí.

¡Ah, Madre de Dragones! He viajado mucho y sé reconocer la decepción y la desconfianza en las miradas de los hombres —le interrumpió entonces Ced en valyrio. «¿Quizá sabe la lengua común? Es más astuto de lo que aparenta»—. Me herís: no tengo corazón para mentir a una mujer tan hermosa como vos. Pero aún así, os probaré que puedo demostrar lo que digo. Decidle a uno de vuestros dothrakis que desenvaine uno de sus arakhs y que lo alce bien alto en el aire, os lo ruego. Y que tenga el brazo bien extendido, claro, sería recomendable, no quisiera herirle.

Sea pues. Soy una reina justa. Demostrádmelo.

Dany llamó al anciano jaqqa rhan Rommo y le transmitió sus instrucciones. Ced no decía nada, solo sonreía y la miraba con ojos divertidos, como fuera partícipe de un chiste que sólo él conocía. Cuando el viejo dothraki estuvo listo, Ced susurró unas palabras que Dany no alcanzó a entender e hizo un movimiento brusco con ambos brazos en dirección a Rommo. Dany alcanzó a percibirlo, le pareció una suerte de pulso que alteró el aire a su alrededor… y al instante siguiente, el arakh de Rommo estaba limpiamente partido en dos. El anciano retrocedió, conmocionado y asustado, para apartarse de la trayectoria del acero que había saltado por los aires.

Impresionante… —musitó Dany—. Pero, ¿cómo…?

Mi reina, estáis ahora mismo sumergida en un mar lleno de un fluido invisible —Ced se puso serio repentinamente, y Dany le escuchó ávida. Desde que había empezado a interesarse por la hechicería, todo lo relacionado con ella le sabía a poco. Por eso Asshai la había cautivado de una manera especial—. No lo veis, claro, es aire, ¿quién puede verlo? Pero lo notáis cuando respiráis y llena vuestros pulmones, y lo notáis cuando se levanta y acaricia vuestra piel, fiero, siendo heraldo de una tormenta. El aire es dador de vida… y también puede ser dador de muerte. Quién sabe manipularlo puede obrar maravillas con él. Muchos se olvidan de su poder, como suele pasar con las cosas en las que no reparamos en el día a día.

Os pido mis disculpas, aeromante —respondió Dany con humildad, admitiendo su falta—. Lamento haber dudado de vuestras capacidades. Parto de regreso a mi hogar, a los reinos del Ocaso, pero no tengo tiempo que perder. Ayudadme, conjurad buenos vientos que lleven a mis naves rápido a buen puerto y seréis muy generosamente recompensado. Soy una Targaryen, la última Targaryen, y siempre cumplo mis promesas.

Las reinas no tienen por qué disculparse —intervino la bailarina—. Si os consuela, ni habéis sido la primera en tenerle a menos, ni seréis la última. Tampoco os culpo, Ced es un tonto que ha tenido la suerte de nacer con el don.

¿Lo veis, Majestad? Ya os advertí sobre Ryla. No sabe más que molestar. Tengo mucho que agradeceros… pero ya lo hablaremos más adelante. Ahora, como buen amigo y servidor vuestro que soy, tomad mi mano y dejad que mis buenos vientos os lleven de vuelta a casa.

La reina dragón ha partido de Asshai rumbo a los reinos del Ocaso, a reclamar su herencia legítima. Dos dragones grandes y fieros la acompañan, y se dice que los controla mediante hechicería y conjuros, que emplea también para doblegar a los hombres y controlar los vientos a placer.

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Dany, Ser Jorah y Doreah se habían congregado alrededor del escritorio que tenía el capitán de la coca Sirena Azul en su camarote. A Dany le costaba volver a mirar al caballero con los mismos ojos después de lo que había pasado durante la primera luna posterior a su partida en Asshai. Se habían quedado los dos a solas en ese mismo camarote hablando sobre el curso de acción a seguir en el futuro y en un momento dado la había forzado a darle un beso. No lo rechazó, pero desde entonces se cuidó de no volver a estar a solas nunca con él. Sabia que el caballero la deseaba, pero no pensaba que fuera a ser tan osado. El beso le había llevado a recordar sensaciones que creía haber olvidado de cuando estaba con su sol y estrellas, Khal Drogo. Alguna noche había soñado que volvía a yacer con un hombre, pero en ninguno de esos sueños el rostro del agraciado era el de Ser Jorah.

Le había ordenado a su doncella Doreah que estuviera presente, no sólo por estar acompañada, sino porque si iba a formar parte de su camarilla de gente de confianza con capacidad de decisión debía de conocer sus planes, para poder hablar en su nombre con fundamento.

Repetid de nuevo vuestro plan, ser Jorah, por favor —empezó Dany—. Quiero que Doreah lo escuche… y no me vendrá mal volverlo a oír, para ver si es posible otro curso de acción.

Como ordenéis, mi reina. Para conquistar los Siete Reinos necesitaremos un pequeño ejército que nos apoye, con los dragones no bastará. Precisaremos de hombres que puedan imponer nuestra autoridad y de guarniciones para asegurar el control del territorio. Y por otra parte, es mejor que sea un ejército totalmente leal a nuestra causa, no pagado o juramentado a otros que simpaticen con nosotros, porque los amigos de hoy pueden ser los enemigos del mañana. Por eso vamos a Astapor, para conseguir Inmaculados, la mejor infantería del mundo.

» Si acudimos a comprarlos por el método tradicional calculo que con suerte conseguiremos un millar. Insuficientes si queréis tener éxito en Poniente. Y por otra parte, no creo que podamos recurrir a ningún subterfugio ni golpe de mano. Los astaporis estarán en guardia desde el momento que sepan que nos aproximamos, nuestros dragones les harán desconfiar y no se sentirán seguros hasta que nos vayamos o estén plenamente seguros de nuestras intenciones. Por ello creo que la mejor opción que tenéis es apelar a su codicia.

Ser Jorah entonces hizo una breve pausar en la exposición para apoyarse sobre el mapa del mundo que tenían extendido sobre el escritorio. Era una excentricidad que le había regalado un geógrafo medio loco de Asshai, sorprendentemente detallado, hasta el punto que Dany no sabía qué era verdad y qué mentira. Tan solo le había pedido a cambio del mismo permitir darle de comer a uno de sus dragones. Ser Jorah entonces señaló un punto situado en el Camino del Demonio, una vieja carretera valyria que unía las ciudades de Meereen y Volantis.

Mantarys es la clave, y es lo que les ofreceremos a los esclavistas. Les revelaremos que pensamos marchar a Volantis por el Camino del Demonio, para embarcar allí hacia los Siete Reinos, lo que nos obligará a pasar por Mantarys. Les sugeriremos que si nos acompañan hasta ahí con todos sus Inmaculados, les entregaremos la ciudad y todas sus riquezas… pero una vez conquistada, habrán de entregarnos a los Inmaculados. Con los Inmaculados apoyando a los dragones, la toma de la ciudad es factible.

» ¿Por qué no una ciudad más cercana, podríais preguntarme? Porque las ciudades de la Bahía de los Esclavos son rivales, sí, pero no enemigas, además, todas descienden del tronco común que fue el Viejo Imperio de Ghis. Mantarys, en cambio, es heredera de la Antigua Valyria. Y es una ciudad de pésima reputación, de hombres siniestros y malvados, morada de monstruos deformes. Hay quién dice que están malditos por haber permanecido demasiado tiempo a la sombra de las tierras consumidas por la Maldición. Nadie lamentará su ruina.

» Personalmente tengo motivos para pensar que aceptarán esta propuesta. Ellos ganan por partida doble: obtienen un botín muy suculento y consiguen que os alejéis sin peligro de sus tierras, quedando además en buenos términos con vos. Al igual que con los khals, les resultará mejor para ellos alejarnos haciéndonos regalos. Para ellos resultará más barato que luchar.

«Más barato que luchar», pensó Dany. Ojalá para ella las cosas pudieran ser así de sencillas. Qué maravilloso sería llegar a Desembarco del Rey con sus dragones y pagarle un cofre de oro al niño rey, a Joffrey, para que se marchara.

¿De verdad creéis que no hay otra manera? —preguntó Dany, inquieta. No le gustaba nada aquel proceder, ni tampoco la fría tranquilidad con la que ser Jorah lo exponía—. ¿No podemos matar a los Bondadosos Amos y liberar a los soldados esclavos para que combatan por mí?

¿Sin arrasar Astapor? Lo veo complicado. Y quizá no fuera una labor tan sencilla, los Amos pondrían a todos los Inmaculados y a la guardia de la ciudad a combatir. Y aún si tuviéramos éxito, toda la Bahía de los Esclavos os sería hostil, y sentaréis un peligroso precedente a la hora de tratar con otros. Los dragones os abrirán muchas puertas, Majestad, pero no cometáis el error de confundir la matanza con la política. Otros antepasados vuestros ya lo hicieron, como el rey Maegor. Y sabéis como acabaron.

«Quizá mejor que vos». Viserys le había contado cosas, pero se había dejado mucho en el tintero. Tampoco ayudaba que la mayor parte del tiempo que estuvo con el fuera cuando era una niña demasiado pequeña para entender según que cuestiones. Para bien o para mal, los viajes en barco habían sido muy largos y con muy poco qué hacer, más allá matar el tiempo con partidas de cartas, sitrang e historias de vivencias vitales de otros miembros de su tripulación. Pero también había tenido mucho tiempo para leer los libros que había sustraído de la biblioteca personal de Xaro Xhoan Daxos y otros que había podido comprar en Asshai, y había aprendido mucho. Lo lógica del caballero era, en todo caso, inapelable, pero no por ello hacía su proceder menos cruel y despiadado.

Lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que seré una esclavista y la responsable directa de la ruina de una ciudad, con todos sus habitantes.

No, Majestad. Cuando los astaporis os entreguen a los Inmaculados, seréis libres de liberarlos. Y os seguirán, ¿qué otra opción tienen? No conocen otra vida más que la de la guerra. Y en cuanto a Mantarys, serán los astaporis los responsables de su ruina, no vos: son ellos decidirán qué hacer con sus habitantes una vez hayáis vencido. Cumpliréis vuestra parte del trato sin manchar el honor de vuestra Casa.

Magro consuelo me dais —suspiró Dany—. Eso no me ayudará a dormir mejor por las noches.

De Mantarys había oído historias cuando viajaban por el Oeste, claro. Se decían que eran gente mezquina y taimada, que era una ciudad que daba cobijo a monstruos, y que había magos que practicaban sin censura la vieja magia de sangre de los hechiceros valyrios para crear horribles híbridos de humano y animal empleando como víctimas a sus esclavos y a sus peores criminales. Quizá ser Jorah los viera poco menos que animales, claro, pero para ella estaba claro que había inocentes entre sus filas. Niños, en su mayoría, pero seguro que también había hombres y mujeres buenos. Ella no quería saquear la ciudad y dejar cientos de huérfanos y de vidas rotas, como hicieron los perros del Usurpador cuando saquearon Desembarco del Rey. Notó como se le empezaban a humedecer los ojos, y recordó la noche en la que perdió a Viserion. «No quiero nada de esto, pero probablemente no tenga otra salida. Las lágrimas no van a solucionar mis dilemas. Que los dioses me perdonen».

Khaleesi —insistió Ser Jorah cuando el silencio se hizo demasiado largo.

¿Qué opinas de todo esto, Doreah? —el proceder estaba casi decidido para Dany, pero no perdía nada por preguntar. «Quizá pueda aportar algo que se nos haya pasado»— ¿Eres del mismo parecer que ser Jorah?

Majestad, yo… —Doreah se mordió el labio y bajó la cabeza, incómoda. No estaba aún de todo acostumbrada a la nueva posición que Dany le había otorgado, aunque Dany notaba que hacía lo posible por aprovechar la oportunidad que le había dado. «Ella sé que no me traicionará. Es mi amiga y me debe todo. Me dará buenos consejos».

Vamos, Doreah, habla —la invitó Daenerys con delicadeza—. No te he llamado aquí para que estés callada. Me interesa oír tu opinión.

Lo siento, mi reina, pero debo apoyar a ser Jorah —comentó su doncella con incomodidad—. Entiendo vuestros reparos, si, los entiendo, pero si algo me ha enseñado la vida es que nadie da algo a cambio de nada… Si queréis a los Inmaculados, solo hay dos caminos: pactar con sus Amos o matarlos. Lo segundo os obligará a bañar en sangre toda la Bahía de los Esclavos. Cientos de miles morirán.

Mujer lista—asintió ser Jorah con aprobación—. No cometáis el error de iniciar un conflicto de impredecibles consecuencias, mi reina. El camino más seguro es el que os propongo.

Pensad que una vez que tengáis un ejército podréis hacer las cosas como siempre habéis deseado —añadió Doreah—. Pero, hasta entonces… nos toca bailar la música que otros tocan.

Es posible —concedió Dany—. Pero, aún así… me siento como una canalla. Muchos sufrirán y morirán por mi culpa.

No tenéis elección, Majestad —respondió ser Jorah con una voz no exenta de amabilidad—. Para tomar el Trono de Hierro tendréis que mancharos las manos de sangre tarde o temprano. Tenemos que trabajar en el mundo. Y el mundo es así. No podemos hacer otra cosa.

No, ser —Dany negó con voz cansada. Quizá su idealismo de la juventud la cegaba, pero toda su vida la había pasado persiguiendo un sueño y escapando de sus miedos, y no iba a cambiar ahora—. Nosotros hemos hecho el mundo así. Yo lo voy a hacer así. Nos hemos acostumbrado tanto al horror y a la barbarie que damos por hecho que no hay otro camino. Viserys habría aceptado vuestro plan sin reparo alguno. Habría quemado a quién se interpusiera en su camino para conseguir los Siete Reinos sin pensárselo dos veces. Pero en cierta ocasión dijisteis que yo era como Rhaegar…

Lo recuerdo, Daenerys.

Majestad —lo corrigió—. El príncipe Rhaegar iba a la batalla al frente de hombres libres, no de esclavos. Y el príncipe… jamás saqueó una ciudad para su propio beneficio. Viserys me decía que armaba a sus escuderos en persona, y obligaba a muchos otros caballeros a hacer lo mismo.

No había mayor honor que recibir el rango de caballero del príncipe de Rocadragón.

Decidme, pues… Cuando tocaba el hombro de un hombre con su espada, ¿qué le decía: «Ve y mata al débil» o «Ve y defiéndelo»? Todos aquellos valientes de los que hablaba Viserys, los del Tridente, los que murieron bajo nuestros estandartes de dragones… ¿dieron la vida porque creían en nuestra causa o azuzados por la perspectiva de un rico botín a expensas de los rebeldes?

Mi reina —respondió el hombretón con voz pausada—, todo lo que decís es verdad. Pero, en el Tridente, Rhaegar perdió. Perdió la batalla, perdió la guerra, perdió el reino y perdió la vida. Las aguas del río se llevaron su sangre, junto con los rubíes de su coraza. Robert el Usurpador cabalgó sobre su cadáver y robó el Trono de Hierro. Rhaegar luchó con valentía; Rhaegar luchó con nobleza. Y Rhaegar murió.


Dany inspiró hondo. Estaba solo con Doreah y sus jinetes de sangre, y ante ella estaban los más ilustres Bondadosos Amos de Astapor. Cuando vieron que sus dos fieros y grandes dragones se habían plantado delante de sus murallas, junto con su diminuto y salvaje khalasar, se apresuraron rápidamente a recibirla para relajar sus miedos y saber a qué podían atenerse. Todos tenían un aspecto muy semejante: eran achaparrados y gruesos, de piel ambarina, narices anchas y ojos oscuros. Tenían el cabello negro, rojo oscuro o de aquella extraña mezcla tan característica de Astapor. Y en todos, Dany vio en sus ojos el brillo de la codicia.

Dany sabía qué tenía que hacer, pero el sabor que le dejaba en la boca era tan amargo que ni el vino ácido se lo disipaba. Entonces habló con voz clara y firme y les expuso sus condiciones.

Daenerys Targaryen ha llegado a Astapor acompañada por sus fieles y por dos grandes y fieros dragones. Muchos son los que se preguntan cual será su próxima parada en su camino de vuelta a los reinos del Ocaso.

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Las gentes de Mantarys creíanse preparadas para la llegada de Daenerys. O eso pensaban, claro. Nadie está preparado para ver a dos fieros dragones adultos a las puertas de tu hogar natal, amenazando con quemarlo todo a su paso. Las legiones de Inmaculados se alzaban tras ellos en perfecta formación de batalla, en un ominoso silencio. La delegación de notables de la ciudad salió a recibirles, y escucharon con toda la dignidad posible las humillantes capitulaciones que les presentaron los Bondadosos Amos. Sin duda, era un día negro en su historia, pero, ¿qué podían hacer ante tales fuerzas en su contra? Con resignación, muchos agachaban la cabeza, abrumados, sin saber qué decir o dónde esconderse. Pero no eran todos, claro. Los había que se negaban a ser esclavos y se plantaron ante Daenerys, desafiantes y, a su manera, obscenos.

Somos de la sangre de la Antigua Valyria, igual que tú, presuntuosa chiquilla —le espetaba en ese momento el Arconte de la ciudad, su máxima autoridad, su voz destilaba veneno. Dany aguantaba el chaparrón impertérrita a lomos de Drogon. Tenía un aspecto sorprendentemente parecido al de su hermano Viserys, con ojos lilas, pelo plateado y un semblante serio y adusto. Sin duda era de la sangre del dragón—. Aunque si de verdad fueras una de los nuestros, sabrías que un dragón nunca se arrodilla. Ahí tienes tu respuesta —escupió al suelo, desafiante.

Exacto —añadió una mujer de bellas y delicadas facciones. Una cascada de rizos platinados le caía hasta la estrecha cintura, su voz era firme y dura—. Estarías en este lado de la muralla con nosotros, escupiendo fuego con vuestros dragones sobre estos seres inferiores y degenerados. Ya sometimos a estos ghiscarios una vez, será fácil hacerles recordar su lugar… Aún estáis a tiempo, Daenerys —la mujer le dedicó una sonrisa cargada de intenciones—. Quemad a estos indeseables y os daremos todo cuando os hayan prometido, y más. Unos hombres nacieron para gobernar y otros para servir. Los valyrios hemos nacido para gobernar sobre los hombres.

«Ojalá pudiera quemaros a vosotros y a los Bondadosos Amos. Mil Desconocidos se os lleven a todos», pensó Dany con amargura. No podía con la arrogancia, la crueldad y el ciego clasismo de unos y otros.

Tonterías y más tonterías, Madre de Dragones —señaló Skahaz mo Ullhor. Era el hijo de Grazdhan mo Ullhor, el hombre más rico de Astapor, y lo más parecido a un cabecilla que tenían los astaporis—. Ghis aceptó la primacía de Valyria y aceptamos los gobernadores que tuvieron a bien enviar a nuestras provincias. En virtud de ese nexo ancestral colaboramos de buena gana con vos. No hagáis caso a esas promesas vacías.

Así es —aportó Kraznys mo Nakloz, un esclavista tan gordo que tenía unas tetas del triple de tamaño que las suyas— Nosotros, bella reina, honramos nuestros compromisos con hechos, y no con palabras. Aquí tenéis el ejército que os prometimos —Kraznys señaló con su fusta a los Inmaculados—, y vuestro será en unas horas. No le hagáis caso, es una putilla desesperada.

Dejaos de este parloteo inútil y quemadlos ya —se quejó uno de los Grazdans de su grupo. ¿O era un Mazdhan? Había tantos que Dany había rehusado a aprender sus nombres—. Cuando estos valientes fantoches ardan el resto se quebrarán y os entregarán la ciudad. Lo he visto muchas veces ya, si se castiga a los esclavos revoltosos delante del rebaño, el rebaño vuelve a su ser. Hacedme caso, buena reina.

Ya está todo dicho —Daenerys no quería alargar más toda aquella mascarada y quería pasar el mal trago lo más rápido posible. Llegados a ese punto no tenía otro camino. Quizá fuera lo mejor, quebrando a sus líderes frente a sus murallas no parecía que fuera a ser necesario asaltar la ciudad y someterla a un brutal y despiadado saqueo. Había un hombre de mediana edad que se había adelantado con el Arconte y la mujer, pero aún no había dicho nada. Se dirigió hacia él— ¿Y tú, por qué no te arrodillas?

Por principios —explicó con serenidad el hombre—. Los países que se someten sin combatir están condenados a desaparecer de las páginas de la historia, pequeña reina. Si Mantarys claudica hoy de esta humillante manera, se diluirá en la más absoluta insignificancia. Y como ha dicho mi Arconte, un dragón no se arrodilla. Los Tendarys preferimos morir con honra a vivir con vilipendio.

Habréis de matarme a mi también —Dany escuchó una voz más aguda al tiempo que veía a un joven adolescente avanzar hacía el trío desafiante y unirse a ellos.

Detente y cierra la boca —le reprendió el tal Tendarys.

¿Y vos sois…?

Un mocoso estúpido —respondió el Tendarys antes de que el joven pudiera decir nada.

Soy Gael Tendarys. Hijo del patriarca Gaemond Tendarys.

No seas estúpido, joven, y haz caso a tu padre —comentó Dany, aunque en el fondo, era una súplica muda—. Ya se va a derramar demasiada sangre hoy aquí. No añadáis más inútilmente, no cambiará nada. Arrodíllate.

Respetuosamente debo rechazar. No me arrodillaré.

Dany recordó entonces lo que le había dicho Ser Jorah sobre su hermano. «Rhaegar luchó con valentía, Rhaegar luchó con nobleza. Y Rhaegar murió». ¿Es que no cabía lugar para la pureza de espíritu en este mundo?

Erras jin mahrazhi, Aggo, Jhogo —ordenó Dany en dothraki a los suyos.

Ai, khaleesi.

Aggo y Jhogo tomaron a varios guerreros del khalasar y apartaron a los condenados del grupo para que se dispusiera la sentencia. Dany alejó a Drogon unos pasos de donde estaban para asegurar que sus llamas no quemaran a nadie más por error. Cuando los cuatro estuvieron frente a Drogon, Dany hizo un gesto para que los dothrakis se retirasen.

Yo, Daenerys de la Casa Targaryen, Madre de Dragones y legítima reina propietaria de los Siete Reinos, os sentencio a morir. Si tenéis unas últimas palabras, es el momento.

Hoy cenaremos en el infierno, traidora a tu sangre —le dijo el Arconte—. Pero más pronto que tarde nos veremos, oh, sí, ya lo creo que nos veremos, putilla estúpida.

Un verdadero dragón no mata a los de su camada. No sois más que un gusano de fuego, deforme, y sin alas —sentenció la mujer—. Y como tal moriréis.

Los Tendarys, sin embargo, no dijeron nada. Padre e hijo se dieron un último abrazo, se murmuraron en bajo unas palabras que Dany no alcanzó a entender, se dieron las manos y aguardaron su final de manera serena y digna, con la cabeza bien alta y mirando al negro dragón que tenían frente a sus ojos. Dany cerro los ojos y tomó aire. Instantes después, musitó una sola palabra, y ejecutó la sentencia.

Dracarys.

Drogon exhaló una violenta llamarada, y lo siguiente que Dany escuchó fueron agónicos chillos de dolor. Dany se giró para ver a los esclavistas de su grupo, Skahaz mantenía un semblante serio, pero Kraznys casi babeaba de placer y el resto contemplaban con una mezcla de aprobación y diversión la escena. Tan sólo un par desviaron la mirada. Ella se forzó a mirar como los cuerpos ardían y se retorcían en el suelo, hasta que dejaron de moverse. Apenas vió como el resto de notables de Mantarys se arrodillaban, temerosos e impotentes, aceptando silenciosamente la más humillante de las rendiciones, y entregando su ciudad a los avariciosos astaporis.

Una coalición formada por la reina Daenerys Targaryen y los Bondadosos Amos de Astapor ha tomado la ciudad de Mantarys. Poco más se sabe del destino de la ciudad, mas allá de que al parecer, la reina dragón continua su avance hacia el Oeste, eso sí, con un ejército digno de tal nombre.

Los volantinos la llamaban la hierba de la paz. La sacaban de una planta muy parecida al cáñamo, y se fumaba, mezclada por lo general con otras sustancias. Ella lo hacía en una lujosa pipa de madera tallada con la forma de una serpiente. Llevaba tres días consumiéndola, y era lo único que conseguía alejarla del sufrimiento y del horrible mundo que la rodeaba. Pero cuando cesaban sus efectos, volvía a estar allí, en sus aposentos privados, llena de remordimientos y con el corazón vació.

Después de lo sucedido aquella nefasta noche, la reina se había aislado del mundo. Había exiliado a Jorah al siguiente amanecer, bajo amenaza de muerte. ¿Qué podía hacer? El caballero la había retado en público y había estado a punto de matar a uno de sus colaboradores más cercanos. Si no mostraba firmeza, su autoridad se vería socavada. La Viuda del Puerto le había aconsejado que lo matase. «Estos viejos ojos han visto mucho. Ese hombre jamás os perdonará, y buscará vengarse, cueste lo que cueste. Si no le matáis, os aseguro que os arrepentiréis. Y nadie os lo reprochará. Es un hombre solitario y, en el fondo, insignificante». Otros volantinos le aconsejaban lo mismo…pero la cruda verdad es que no había tenido valor para ello. Le había servido muy bien en el pasado, y por otra parte, no se castigaba a los hombres por los futuros crímenes que fueran a cometer.

En cuanto a Man Y’Chin… prefería no pensar en él. Los médicos aseguraban que sobreviviría, pero había perdido un ojo y su antaño bello rostro había quedado cruelmente desfigurado, una horrible cicatriz lo partía en dos, allí donde la espada de Jorah había atravesado la carne. Al parecer, también había perdido la capacidad de expresarse con coherencia. Balbuceaba sonidos ininteligibles y necesitaba de asistencia continua. Jamás volvería a ser el de antes. Debería haberle dado el don de la piedad, como hizo con su sol y estrellas, pero tampoco había sido capaz de hacerlo.

Llevaba ya varias horas sin fumar la hierba, y se disponía a llenar su pipa con más cuando oyó la puerta de su habitación abrirse. «Otra vez Dory. O el servicio, qué más da. No van a traerme lo que necesito». No se giró para recibir al visitante, prefería observar al horizonte, con la suave brisa meciendo sus delicados cabellos plateados, sentada en el suelo del balcón que daba a la Volantis que se extendía en el interior de la Muralla Negra. La voz de Doreah la sacó de sus tribulaciones.

Dany, por favor… Entiendo tu dolor. Lo entiendo, de verdad. Pero tienes que tranquilizar a tu ejército y a la corte. Están inquietos. Hace tres días que no saben nada de ti. Empiezan a correr habladurías, y no son buenas, te lo puedo asegurar.

Como un viejo amante —suspiró Dany, con voz queda, al tiempo que se giraba para recibir a su amiga—, perdonan, pero no olvidan.

Tienes que levantarte, Dany —le insistió Doreah con decisión, al tiempo que la agarraba por los hombros y le daba una pequeña sacudida—. Las personas que cambiaron el mundo no se arrepintieron de sus acciones. ¡Eres la Madre de Dragones, la Rompedora de Cadenas! ¡La reina legítima de los Siete Reinos! La autocompasión y el dolor te destruirán…

¿Tan arrogante y orgullosa me he vuelto que ya no soy capaz de ver qué ocurre a mi alrededor?

A veces, Dany, esperar lo mejor de lo demás es arrogancia.

Entonces Jorah tenía razón —Daenerys empezó a hacer pucheros y pronto sus ojos se llenaron de lágrimas—. Me he convertido en una loca y una tirana, como mi difunto padre. He fracasado totalmente… —Dany entonces rompió a llorar y apoyó su cabeza en el hombro de Doreah. La doncella la tomó con cariño y gentileza entre sus brazos. Cuando terminó con su llanto, levantó la cabeza para mirar a Doreah a la cara—. No he venido al mundo a traer esperanza, sino sangre y fuego. Los Eternos tenían razón. Déjame a solas con mi dolor.

Dany, por favor…

Diles al resto que mañana regresaré con ellos* —Daenerys se separó de su confidente—. Soy la reina, ¿verdad? Eso esperan de mí. Pero si de verdad me quieres, Doreah, déjame sola esta noche —se forzó a sonreírle. No quería rebajarse a suplicar—. Te prometo que mañana volveré a estar en la corte.

Doreah le devolvió una tenue sonrisa y asintió con lentitud. Le dio un último apretón de brazos antes de desaparecer por la puerta que había entrado y dejarla en soledad… o eso creía. Percibió entonces una presencia que se ocultaba entre las sombras. ¿Cuánto tiempo había estado escondida? Difícil era de discernir, pues había adormecido sus sentidos fumando hierba.

No te escondas, Quaithe. Sé que estás ahí.

Me alegra comprobar que no habéis olvidado las lecciones que os di en Asshai —respondió la hechicera en su habitual tono solemne—. Haríais bien en escuchar a vuestra amiga. Y haríais bien en dejar de evadiros de la realidad.

«Así que has estado aquí todo el rato. Y no has hecho nada». No sabía si eso era motivo de enfado o de alivio. En todo caso, planteaba preguntas.

Te busqué cuando tomé la ciudad, pero me evitaste. ¿Por qué?

No era el momento propicio para veros.

¿Y ahora sí? Háblame claro por una vez en tu vida, bruja. Y dime la verdad. ¿Sabías que todo esto iba a pasar?

Algunas cosas sí, otras, no.

¿¡Me estás diciendo que podías haber evitado lo que pasó hace tres noches!? ¿¡Lo sabías y no me dijiste nada!? —entonces a Daenerys se le ocurrió lo impensable—. Fui a Asshai por tu consejo. Y no me arrepiento de haber tomado esa decisión, de no haber ido allí, jamás habría conseguido descubrir según qué misterios. Pero jamás podré olvidar que allí perdí a mi Viserion. ¿Lo sabías? ¿¡Lo sabías!?

Sucedió lo que tenía que pasar —la voz de Quaithe no se alteró lo más mínimo—. Sólo el pasado está grabado en piedra. El futuro está siempre por escribir.

Daenerys notó como su furia brotaba y crecía incontenible en su interior. Su respiración se hizo más agitada y empezó a notar como la sangre le palpitaba en las sienes. Si hubiera tenido a Drogon a su lado, este habría empezado a rugir, no le cabía la menor de las dudas. ¿Es que no podía confiar en nadie? Los Eternos le habían dicho que era la exterminadora de mentiras. «Pues que así sea». Estaba ya cansada de todo.

Enséñame tu rostro, Quaithe —ordenó a la hechicera en un tono que no admitía discusión—. Siempre me he preguntado por qué me lo has ocultado. Los dothrakis me decían que no podía confiar en alguien que ni siquiera se dignaba a que el sol le acariciase con su luz, y qué razón tenían.

Ver quién soy en realidad no os hará ningún bien. Hay puertas que están mejor cerradas.

Enséñamelo, Quaithe. Quítate esa maldita máscara, o te juro que te agarraré y te tiraré por el balcón, aunque sea lo último que haga.

Como ordenéis.

En la voz de Quaithe le pareció notar cierta… ¿Tristeza? Pero no le importaba. Solo quería ver quién era la mentirosa que ocultaba su rostro a la luz del sol. La hechicera se retiró la capucha negra con delicadeza, y dejó ver la espesa cascada de rizos negros que Dany le intuía. Después, tomó entre sus manos su característica máscara roja lacada y se la retiró con lentitud… dando paso a un rostro blanco, con forma de corazón, de piel marfilina y delicada. Sólo pudo apreciarlo por unos momentos. El negro de los cabellos empezó a tornarse rojo, para después desaparecer o tornarse en su mayoría blanco y quebradizo. Su delicada piel se tornó en un amasijo arrugado y cicatrizado en buena parte de su rostro, y sus ojos oscuros se tornaron rojos. Daenerys había visto ya demasiado fuego para saber que esas heridas sólo podían ser resultado de unas quemaduras.

No… no, no, no, es una ilusión, tienes que estar jugando conmigo —Dany avanzó hacia ella y le acarició el rostro quemado con sus dedos. Notaba el tacto de la piel basta e irregular. No, ahí no había truco alguno—. Yo… lo siento.

Pues no lo sintáis. Era una mujer que creía saber qué era lo correcto. Hice cosas horribles en nombre de una causa en la que creía. Y este es el precio que pagué por una arrogancia desmedida. Intenté alcanzar el sol, me acerqué demasiado, y me quemé —Quaithe le dedicó una sonrisa triste—. Tú por ahora has tenido más suerte, Daenerys, pero ten cuidado. La gran partida comienza ahora y si no os movéis con cautela, acabaréis peor que yo.

Peor que tú… mi destino… ¿Por qué, Quaithe? ¿Por qué me ayudas?

Para guiaros. Para ayudaros. Para serviros. Y, sobre todo, porque creo en vos, Daenerys. Creo sinceramente que podéis hacer un mundo mejor.

La esperanza del mundo —Dany emitió una risa seca y negó con la cabeza—. Harías bien en buscar a otra campeona. Jorah tenía razón, hasta ahora, he estado a la sombra de otros. De la suya, de la tuya, de la de mi sol y estrellas, de la de mi hermano… por sí sola, yo no valgo nada…

Pocas cosas hay más poderosas e inspiradores que una buena historia. Y la vuestra es sin duda muy especial.

¿Mi historia, dices? Como no os refiráis a todas esas profecías y signos que en teoría me señalaban y atormentaron por generaciones a mi familia…

Las profecías solo tienen el valor que los hombres les quieren otorgar. Por sí solas, no son nada. Creía que a estas alturas ya lo teníais claro. Pero vos, Daenerys… sois la Madre de Dragones, La Que no Arde, Rompedora de Cadenas. Eso sí que es real.

¿Qué debería de hacer, entonces?

¡Vos sois la reina de vuestro destino! Vos tenéis que tomar las decisiones. Los demás solo podemos aconsejaros. Pero una reina sabia elige a su círculo de confianza con criterio, y escucha las opiniones de sus personas más cercanas. Pero la última palabra la tenéis vos, siempre vos. Nunca lo olvidéis.

¿Esa es la mejor cualidad que debe de tener una reina? ¿La capacidad de saber rodearse de gente hábil y experta?

No sabría deciros con certeza. Si me preguntáis a mí… es la idea del sacrificio, de anteponer el bien común a los intereses personales. Pero la respuesta a esa pregunta tendréis que encontrarla sola.

«El sacrificio. ¿Es que no he sufrido ya bastante? ¿Eso es lo que me quieres decir?». Había enterrado a un hermano, a un esposo y a su hijo nonato, había perdido a un dragón y a un amante. Seguía sin conocer el significado de la palabra «hogar». ¿A qué más iba a tener que renunciar? Dany no sabía si estaba preparada para seguir perdiendo cosas sin quebrarse. Quizá no tenía lo que tenía que tener para ser una buena reina, a fin de cuentas. Pero admitir eso sería claudicar, darse por vencida. Y eso no podía permitírselo. Ella era La Que No Arde. Un fuego que no podía apagarse. Cerró los ojos por largo rato y se quedó pensativa.

Os traigo noticias —comentó de repente Quaithe—. Noticias que quizá os interesen.

Dany volvió a abrir los ojos y asintió levemente, dando consentimiento tácito a que siguiera.

Durante mi estancia en Volantis tuve tiempo de informarme a conciencia sobre la situación de los reinos del Ocaso. Incluso un maestre renegado tuvo a bien informarme de primera mano de la situación. Tengo que poneros al día, porque al siguiente amanecer, recibiréis una visita de alguien muy especial, y debéis estar lista para reaccionar con sabiduría a todo lo que ella os cuente. La partida por el control de Poniente empieza mañana, Daenerys. Así que escuchadme bien.

«De nuevo, más visiones, y sólo me contará lo que ella considere. O quizá… ¿realmente sabe a ciencia cierta que es lo que ve?». Ella también había practicado el arte de la hechicería de las velas de vidriagón y distaba mucho de ser un arte exacto y preciso. Lo achacaba a su juventud e inexperiencia… pero quizá era una cuestión de la propia naturaleza del arte en sí. Tampoco tenía nada que perder escuchándola. Escucharía, y después, decidiría.

Háblame, pues. Te escucho.

La exposición de Quaithe fue sorprendentemente larga y explícita en detalles. A Daenerys le sorprendió que la hechicera dejase a un lado su críptico lenguaje para expresarse, por una vez, con claridad. Quizá eso ayudó a creer en todo lo que le contaba. Le habló de la coronación del hijo del Usurpador, de la caída en desgracia de Robb Stark, del ascenso del rey Stannis Baratheon, del fugaz ascenso y caída de alguien que decía ser su sobrino, Aegon Targaryen. Y le habló del infame que al parecer, había secuestrado a uno de sus hijos: Euron Greyjoy. Jamás perdonaría a ese villano. Ella de cuando en cuando la detenía para plantearle pequeñas preguntas o para cerciorarse de que había entendido bien todo.

Mi sobrino está muerto. Viserys me lo contó: durante el saqueo de Desembarco del Rey, un caballero que servía a los Lannister le reventó la cabeza contra el suelo. No era más que un bebé. Y todos así lo creían. Los asesinos del Usurpador nos buscaron a mi hermano y a mí, nunca a mi sobrino.

Pero en cuanto lo expresó en voz alta, dio con la clave. Nadie hacia preguntas por los muertos, y sin duda era una coartada muy buena para haberle protegido en su infancia. Recordó una frase que había leído en un libro cuyo título ya no recordaba. «La mejor manera de guardar un secreto entre dos personas es que las dos estén muertas». Nada la alegraría más que saber que no era la última Targaryen viva en el mundo, pero no creía en la verdadera identidad del supuesto Aegon. Quedaban muchos cabos sueltos.

Es el dragón del titiritero —le confirmó Quaithe— y vos habéis sido capaz de ver a través de la mentira al instante. Pero otros… ah, cuantas veces nuestros anhelos más profundos nos distorsionan la visión de las cosas. Nos hacen ver el mundo como deseamos que sea, y no como es.

Entonces mi hermano Viserys tenía razón. Eran muchos los que añoraban a los Targaryen en los reinos del Ocaso. Y, sin embargo, este falso sobrino se ha encargado de arrebatarme todos mis posibles apoyos.

Vuestros Siete Reinos no tenían añoranza de un Targaryen , me temo…

¿Pero no me habéis dicho antes que la mitad del reino se puso detrás de mi falso sobrino?

Pensadlo bien. Como os he contado, Poniente se desangra por una guerra civil que no termina, una guerra que está empezando a causar hambre y pobreza con un invierno muy duro al caer… el pueblo y los nobles suspiraban por un salvador, un monarca de ilustre apellido y poderoso ejército para imponer paz… Y así, muchos convirtieron a Aegon en dicho héroe. Vos no tenéis culpa alguna en eso. Pero, al igual que la fortuna sonrío a Aegon, podrá hacerlo con vos en un futuro.

No veo sinceramente cómo. Si no tengo apoyos en los reinos del Ocaso, mi causa estará condenada al fracaso… por mucho que tenga a Drogon y a Rhaegal de mi parte. He leído los libros, Quaithe. Conozco la historia de Maegor el Cruel.

Lo que trato de deciros es que habrá mucha gente a morir por vos, Daenerys, y no porque seáis una mujer excepcional. En Volantis, los esclavos llevaban sufriendo generaciones y suspiraban a R’hllor para que les enviase un elegido, alguien con el poder suficiente para que los liberase de su condición, alguien para guiarlos hacia la libertad y liderarlos hacia un horizonte mejor… y entonces aparecisteis vos.

» Sobre vuestros Siete Reinos se cierne una nueva era oscura. Los que han orquestado la guerra han perdido ya tanto que no se contentarán con otra cosa más que con la victoria más absoluta. Será el conflicto más brutal que se ha visto en siglos. Lejos de buscar la paz y prepararse para la tormenta que se avecina, buscarán alcanzar la victoria a cualquier precio. El pueblo llano será saqueado y humillado de las formas más indecorosas. Indefensos, muchos perderán la esperanza, al no encontrar un salvador, e incluso considerarán arrodillarse ante aquel que os arrebató a un dragón, que es el mal hecho carne. No tenéis mejor momento para llegar que ahora. Pero si no lo hacéis pronto, será ya demasiado tarde para todos.

» ¿Lo entendéis ahora? No hay profecía ninguna que valga. Nadie nace o escoge convertirse en un héroe. Se convierte en uno al esculpirse a través de las necesidades de las gentes que lo rodean. Podéis ser la voz de los que no tienen voz. Podéis ser una gran llama que ilumine los reinos de los hombres, Daenerys. La elección es sólo vuestra.


Dos semanas después de aquella conversación, Daenerys se preparaba para partir hacia el Oeste a lomos de Drogon, en el puerto de Volantis. Una inmensa multitud se había congregado para aclamarla y despedirla, Daenerys no había visto nunca tanto fervor y adoración hacia su persona. Por un instante dudó, pero ya había hecho ya su elección. Tenía ya claro quién quería ser, y no iba a permitir que nada ni nadie le volviera a hacer dudar de ello nunca más. Sin descanso. Sin misericordia. Costase lo que costase.

Daenerys Targaryen ha abandonado Volantis con su flota, sus ejércitos y sus dragones para volver a los reinos del Ocaso a reclamar su legítima herencia.

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La ceremonia simbólica se había preparado para la ocasión. Un pequeño séquito compuesto por Inmaculados y por la gente más influyente de la corte de la reina se había congregado en la ladera izquierda del Montedragón, a una legua de la fortaleza ancestral de los Targaryen, y muchas gentes del pueblo de Rocadragón se habían congregado, curiosas y expectantes por ver qué sucedía. Los tamborileros empezaron a marcar un toque rápido y continuo. Dany entonces tomó un estandarte con el pendón del dragón tricéfalo que le tendía uno de sus Inmaculados y lo clavó con firmeza en el suelo. Y cuando lo hizo, los tambores callaron.

— Yo, Daenerys Targaryen, legítima señora de estas tierras, tomo ahora posesión efectiva de todo cuanto en ellas hay: animales, ríos, valles, bosques y montañas. Si cualquier persona, noble o plebeya, se opone a mi voluntad… le haré saber que mi conquista es en beneficio de toda la humanidad y que no la mueve la codicia ni la sed de sangre —Dany hizo una breve pausa para tomar arena del cofre que a su lado Doreah le tendía, era arena que habían recogido de Mantarys, la tierra más cercana a Valyria que habían visitado. Una vez que tuvo el puño lleno, dejó que la arena se escurriese entre los dedos para que cayera en las verdes laderas de Montedragón—. Que nadie de atreva a disputarnos este nuevo Poniente que nace aquí y ahora para recibir a su legítima reina.

La reina legítima de los Siete Reinos ha regresado para reclamar lo que es suyo. Ha desembarcado en Rocadragón con sus leales, como hicieron sus ancestros hace varios siglos… solo los dioses saben si su fortuna será igual de propicia.

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