Los volantinos la llamaban la hierba de la paz. La sacaban de una planta muy parecida al cáñamo, y se fumaba, mezclada por lo general con otras sustancias. Ella lo hacía en una lujosa pipa de madera tallada con la forma de una serpiente. Llevaba tres días consumiéndola, y era lo único que conseguía alejarla del sufrimiento y del horrible mundo que la rodeaba. Pero cuando cesaban sus efectos, volvía a estar allí, en sus aposentos privados, llena de remordimientos y con el corazón vació.
Después de lo sucedido aquella nefasta noche, la reina se había aislado del mundo. Había exiliado a Jorah al siguiente amanecer, bajo amenaza de muerte. ¿Qué podía hacer? El caballero la había retado en público y había estado a punto de matar a uno de sus colaboradores más cercanos. Si no mostraba firmeza, su autoridad se vería socavada. La Viuda del Puerto le había aconsejado que lo matase. «Estos viejos ojos han visto mucho. Ese hombre jamás os perdonará, y buscará vengarse, cueste lo que cueste. Si no le matáis, os aseguro que os arrepentiréis. Y nadie os lo reprochará. Es un hombre solitario y, en el fondo, insignificante». Otros volantinos le aconsejaban lo mismo…pero la cruda verdad es que no había tenido valor para ello. Le había servido muy bien en el pasado, y por otra parte, no se castigaba a los hombres por los futuros crímenes que fueran a cometer.
En cuanto a Man Y’Chin… prefería no pensar en él. Los médicos aseguraban que sobreviviría, pero había perdido un ojo y su antaño bello rostro había quedado cruelmente desfigurado, una horrible cicatriz lo partía en dos, allí donde la espada de Jorah había atravesado la carne. Al parecer, también había perdido la capacidad de expresarse con coherencia. Balbuceaba sonidos ininteligibles y necesitaba de asistencia continua. Jamás volvería a ser el de antes. Debería haberle dado el don de la piedad, como hizo con su sol y estrellas, pero tampoco había sido capaz de hacerlo.
Llevaba ya varias horas sin fumar la hierba, y se disponía a llenar su pipa con más cuando oyó la puerta de su habitación abrirse. «Otra vez Dory. O el servicio, qué más da. No van a traerme lo que necesito». No se giró para recibir al visitante, prefería observar al horizonte, con la suave brisa meciendo sus delicados cabellos plateados, sentada en el suelo del balcón que daba a la Volantis que se extendía en el interior de la Muralla Negra. La voz de Doreah la sacó de sus tribulaciones.
— Dany, por favor… Entiendo tu dolor. Lo entiendo, de verdad. Pero tienes que tranquilizar a tu ejército y a la corte. Están inquietos. Hace tres días que no saben nada de ti. Empiezan a correr habladurías, y no son buenas, te lo puedo asegurar.
— Como un viejo amante —suspiró Dany, con voz queda, al tiempo que se giraba para recibir a su amiga—, perdonan, pero no olvidan.
— Tienes que levantarte, Dany —le insistió Doreah con decisión, al tiempo que la agarraba por los hombros y le daba una pequeña sacudida—. Las personas que cambiaron el mundo no se arrepintieron de sus acciones. ¡Eres la Madre de Dragones, la Rompedora de Cadenas! ¡La reina legítima de los Siete Reinos! La autocompasión y el dolor te destruirán…
— ¿Tan arrogante y orgullosa me he vuelto que ya no soy capaz de ver qué ocurre a mi alrededor?
— A veces, Dany, esperar lo mejor de lo demás es arrogancia.
— Entonces Jorah tenía razón —Daenerys empezó a hacer pucheros y pronto sus ojos se llenaron de lágrimas—. Me he convertido en una loca y una tirana, como mi difunto padre. He fracasado totalmente… —Dany entonces rompió a llorar y apoyó su cabeza en el hombro de Doreah. La doncella la tomó con cariño y gentileza entre sus brazos. Cuando terminó con su llanto, levantó la cabeza para mirar a Doreah a la cara—. No he venido al mundo a traer esperanza, sino sangre y fuego. Los Eternos tenían razón. Déjame a solas con mi dolor.
— Dany, por favor…
— Diles al resto que mañana regresaré con ellos* —Daenerys se separó de su confidente—. Soy la reina, ¿verdad? Eso esperan de mí. Pero si de verdad me quieres, Doreah, déjame sola esta noche —se forzó a sonreírle. No quería rebajarse a suplicar—. Te prometo que mañana volveré a estar en la corte.
Doreah le devolvió una tenue sonrisa y asintió con lentitud. Le dio un último apretón de brazos antes de desaparecer por la puerta que había entrado y dejarla en soledad… o eso creía. Percibió entonces una presencia que se ocultaba entre las sombras. ¿Cuánto tiempo había estado escondida? Difícil era de discernir, pues había adormecido sus sentidos fumando hierba.
— No te escondas, Quaithe. Sé que estás ahí.
— Me alegra comprobar que no habéis olvidado las lecciones que os di en Asshai —respondió la hechicera en su habitual tono solemne—. Haríais bien en escuchar a vuestra amiga. Y haríais bien en dejar de evadiros de la realidad.
«Así que has estado aquí todo el rato. Y no has hecho nada». No sabía si eso era motivo de enfado o de alivio. En todo caso, planteaba preguntas.
— Te busqué cuando tomé la ciudad, pero me evitaste. ¿Por qué?
— No era el momento propicio para veros.
— ¿Y ahora sí? Háblame claro por una vez en tu vida, bruja. Y dime la verdad. ¿Sabías que todo esto iba a pasar?
— Algunas cosas sí, otras, no.
— ¿¡Me estás diciendo que podías haber evitado lo que pasó hace tres noches!? ¿¡Lo sabías y no me dijiste nada!? —entonces a Daenerys se le ocurrió lo impensable—. Fui a Asshai por tu consejo. Y no me arrepiento de haber tomado esa decisión, de no haber ido allí, jamás habría conseguido descubrir según qué misterios. Pero jamás podré olvidar que allí perdí a mi Viserion. ¿Lo sabías? ¿¡Lo sabías!?
— Sucedió lo que tenía que pasar —la voz de Quaithe no se alteró lo más mínimo—. Sólo el pasado está grabado en piedra. El futuro está siempre por escribir.
Daenerys notó como su furia brotaba y crecía incontenible en su interior. Su respiración se hizo más agitada y empezó a notar como la sangre le palpitaba en las sienes. Si hubiera tenido a Drogon a su lado, este habría empezado a rugir, no le cabía la menor de las dudas. ¿Es que no podía confiar en nadie? Los Eternos le habían dicho que era la exterminadora de mentiras. «Pues que así sea». Estaba ya cansada de todo.
— Enséñame tu rostro, Quaithe —ordenó a la hechicera en un tono que no admitía discusión—. Siempre me he preguntado por qué me lo has ocultado. Los dothrakis me decían que no podía confiar en alguien que ni siquiera se dignaba a que el sol le acariciase con su luz, y qué razón tenían.
— Ver quién soy en realidad no os hará ningún bien. Hay puertas que están mejor cerradas.
— Enséñamelo, Quaithe. Quítate esa maldita máscara, o te juro que te agarraré y te tiraré por el balcón, aunque sea lo último que haga.
— Como ordenéis.
En la voz de Quaithe le pareció notar cierta… ¿Tristeza? Pero no le importaba. Solo quería ver quién era la mentirosa que ocultaba su rostro a la luz del sol. La hechicera se retiró la capucha negra con delicadeza, y dejó ver la espesa cascada de rizos negros que Dany le intuía. Después, tomó entre sus manos su característica máscara roja lacada y se la retiró con lentitud… dando paso a un rostro blanco, con forma de corazón, de piel marfilina y delicada. Sólo pudo apreciarlo por unos momentos. El negro de los cabellos empezó a tornarse rojo, para después desaparecer o tornarse en su mayoría blanco y quebradizo. Su delicada piel se tornó en un amasijo arrugado y cicatrizado en buena parte de su rostro, y sus ojos oscuros se tornaron rojos. Daenerys había visto ya demasiado fuego para saber que esas heridas sólo podían ser resultado de unas quemaduras.
— No… no, no, no, es una ilusión, tienes que estar jugando conmigo —Dany avanzó hacia ella y le acarició el rostro quemado con sus dedos. Notaba el tacto de la piel basta e irregular. No, ahí no había truco alguno—. Yo… lo siento.
— Pues no lo sintáis. Era una mujer que creía saber qué era lo correcto. Hice cosas horribles en nombre de una causa en la que creía. Y este es el precio que pagué por una arrogancia desmedida. Intenté alcanzar el sol, me acerqué demasiado, y me quemé —Quaithe le dedicó una sonrisa triste—. Tú por ahora has tenido más suerte, Daenerys, pero ten cuidado. La gran partida comienza ahora y si no os movéis con cautela, acabaréis peor que yo.
— Peor que tú… mi destino… ¿Por qué, Quaithe? ¿Por qué me ayudas?
— Para guiaros. Para ayudaros. Para serviros. Y, sobre todo, porque creo en vos, Daenerys. Creo sinceramente que podéis hacer un mundo mejor.
— La esperanza del mundo —Dany emitió una risa seca y negó con la cabeza—. Harías bien en buscar a otra campeona. Jorah tenía razón, hasta ahora, he estado a la sombra de otros. De la suya, de la tuya, de la de mi sol y estrellas, de la de mi hermano… por sí sola, yo no valgo nada…
— Pocas cosas hay más poderosas e inspiradores que una buena historia. Y la vuestra es sin duda muy especial.
— ¿Mi historia, dices? Como no os refiráis a todas esas profecías y signos que en teoría me señalaban y atormentaron por generaciones a mi familia…
— Las profecías solo tienen el valor que los hombres les quieren otorgar. Por sí solas, no son nada. Creía que a estas alturas ya lo teníais claro. Pero vos, Daenerys… sois la Madre de Dragones, La Que no Arde, Rompedora de Cadenas. Eso sí que es real.
—¿Qué debería de hacer, entonces?
— ¡Vos sois la reina de vuestro destino! Vos tenéis que tomar las decisiones. Los demás solo podemos aconsejaros. Pero una reina sabia elige a su círculo de confianza con criterio, y escucha las opiniones de sus personas más cercanas. Pero la última palabra la tenéis vos, siempre vos. Nunca lo olvidéis.
— ¿Esa es la mejor cualidad que debe de tener una reina? ¿La capacidad de saber rodearse de gente hábil y experta?
— No sabría deciros con certeza. Si me preguntáis a mí… es la idea del sacrificio, de anteponer el bien común a los intereses personales. Pero la respuesta a esa pregunta tendréis que encontrarla sola.
«El sacrificio. ¿Es que no he sufrido ya bastante? ¿Eso es lo que me quieres decir?». Había enterrado a un hermano, a un esposo y a su hijo nonato, había perdido a un dragón y a un amante. Seguía sin conocer el significado de la palabra «hogar». ¿A qué más iba a tener que renunciar? Dany no sabía si estaba preparada para seguir perdiendo cosas sin quebrarse. Quizá no tenía lo que tenía que tener para ser una buena reina, a fin de cuentas. Pero admitir eso sería claudicar, darse por vencida. Y eso no podía permitírselo. Ella era La Que No Arde. Un fuego que no podía apagarse. Cerró los ojos por largo rato y se quedó pensativa.
— Os traigo noticias —comentó de repente Quaithe—. Noticias que quizá os interesen.
Dany volvió a abrir los ojos y asintió levemente, dando consentimiento tácito a que siguiera.
— Durante mi estancia en Volantis tuve tiempo de informarme a conciencia sobre la situación de los reinos del Ocaso. Incluso un maestre renegado tuvo a bien informarme de primera mano de la situación. Tengo que poneros al día, porque al siguiente amanecer, recibiréis una visita de alguien muy especial, y debéis estar lista para reaccionar con sabiduría a todo lo que ella os cuente. La partida por el control de Poniente empieza mañana, Daenerys. Así que escuchadme bien.
«De nuevo, más visiones, y sólo me contará lo que ella considere. O quizá… ¿realmente sabe a ciencia cierta que es lo que ve?». Ella también había practicado el arte de la hechicería de las velas de vidriagón y distaba mucho de ser un arte exacto y preciso. Lo achacaba a su juventud e inexperiencia… pero quizá era una cuestión de la propia naturaleza del arte en sí. Tampoco tenía nada que perder escuchándola. Escucharía, y después, decidiría.
— Háblame, pues. Te escucho.
La exposición de Quaithe fue sorprendentemente larga y explícita en detalles. A Daenerys le sorprendió que la hechicera dejase a un lado su críptico lenguaje para expresarse, por una vez, con claridad. Quizá eso ayudó a creer en todo lo que le contaba. Le habló de la coronación del hijo del Usurpador, de la caída en desgracia de Robb Stark, del ascenso del rey Stannis Baratheon, del fugaz ascenso y caída de alguien que decía ser su sobrino, Aegon Targaryen. Y le habló del infame que al parecer, había secuestrado a uno de sus hijos: Euron Greyjoy. Jamás perdonaría a ese villano. Ella de cuando en cuando la detenía para plantearle pequeñas preguntas o para cerciorarse de que había entendido bien todo.
— Mi sobrino está muerto. Viserys me lo contó: durante el saqueo de Desembarco del Rey, un caballero que servía a los Lannister le reventó la cabeza contra el suelo. No era más que un bebé. Y todos así lo creían. Los asesinos del Usurpador nos buscaron a mi hermano y a mí, nunca a mi sobrino.
Pero en cuanto lo expresó en voz alta, dio con la clave. Nadie hacia preguntas por los muertos, y sin duda era una coartada muy buena para haberle protegido en su infancia. Recordó una frase que había leído en un libro cuyo título ya no recordaba. «La mejor manera de guardar un secreto entre dos personas es que las dos estén muertas». Nada la alegraría más que saber que no era la última Targaryen viva en el mundo, pero no creía en la verdadera identidad del supuesto Aegon. Quedaban muchos cabos sueltos.
— Es el dragón del titiritero —le confirmó Quaithe— y vos habéis sido capaz de ver a través de la mentira al instante. Pero otros… ah, cuantas veces nuestros anhelos más profundos nos distorsionan la visión de las cosas. Nos hacen ver el mundo como deseamos que sea, y no como es.
— Entonces mi hermano Viserys tenía razón. Eran muchos los que añoraban a los Targaryen en los reinos del Ocaso. Y, sin embargo, este falso sobrino se ha encargado de arrebatarme todos mis posibles apoyos.
— Vuestros Siete Reinos no tenían añoranza de un Targaryen , me temo…
— ¿Pero no me habéis dicho antes que la mitad del reino se puso detrás de mi falso sobrino?
— Pensadlo bien. Como os he contado, Poniente se desangra por una guerra civil que no termina, una guerra que está empezando a causar hambre y pobreza con un invierno muy duro al caer… el pueblo y los nobles suspiraban por un salvador, un monarca de ilustre apellido y poderoso ejército para imponer paz… Y así, muchos convirtieron a Aegon en dicho héroe. Vos no tenéis culpa alguna en eso. Pero, al igual que la fortuna sonrío a Aegon, podrá hacerlo con vos en un futuro.
— No veo sinceramente cómo. Si no tengo apoyos en los reinos del Ocaso, mi causa estará condenada al fracaso… por mucho que tenga a Drogon y a Rhaegal de mi parte. He leído los libros, Quaithe. Conozco la historia de Maegor el Cruel.
— Lo que trato de deciros es que habrá mucha gente a morir por vos, Daenerys, y no porque seáis una mujer excepcional. En Volantis, los esclavos llevaban sufriendo generaciones y suspiraban a R’hllor para que les enviase un elegido, alguien con el poder suficiente para que los liberase de su condición, alguien para guiarlos hacia la libertad y liderarlos hacia un horizonte mejor… y entonces aparecisteis vos.
» Sobre vuestros Siete Reinos se cierne una nueva era oscura. Los que han orquestado la guerra han perdido ya tanto que no se contentarán con otra cosa más que con la victoria más absoluta. Será el conflicto más brutal que se ha visto en siglos. Lejos de buscar la paz y prepararse para la tormenta que se avecina, buscarán alcanzar la victoria a cualquier precio. El pueblo llano será saqueado y humillado de las formas más indecorosas. Indefensos, muchos perderán la esperanza, al no encontrar un salvador, e incluso considerarán arrodillarse ante aquel que os arrebató a un dragón, que es el mal hecho carne. No tenéis mejor momento para llegar que ahora. Pero si no lo hacéis pronto, será ya demasiado tarde para todos.
» ¿Lo entendéis ahora? No hay profecía ninguna que valga. Nadie nace o escoge convertirse en un héroe. Se convierte en uno al esculpirse a través de las necesidades de las gentes que lo rodean. Podéis ser la voz de los que no tienen voz. Podéis ser una gran llama que ilumine los reinos de los hombres, Daenerys. La elección es sólo vuestra.
Dos semanas después de aquella conversación, Daenerys se preparaba para partir hacia el Oeste a lomos de Drogon, en el puerto de Volantis. Una inmensa multitud se había congregado para aclamarla y despedirla, Daenerys no había visto nunca tanto fervor y adoración hacia su persona. Por un instante dudó, pero ya había hecho ya su elección. Tenía ya claro quién quería ser, y no iba a permitir que nada ni nadie le volviera a hacer dudar de ello nunca más. Sin descanso. Sin misericordia. Costase lo que costase.
Daenerys Targaryen ha abandonado Volantis con su flota, sus ejércitos y sus dragones para volver a los reinos del Ocaso a reclamar su legítima herencia.