Las gentes de Mantarys creíanse preparadas para la llegada de Daenerys. O eso pensaban, claro. Nadie está preparado para ver a dos fieros dragones adultos a las puertas de tu hogar natal, amenazando con quemarlo todo a su paso. Las legiones de Inmaculados se alzaban tras ellos en perfecta formación de batalla, en un ominoso silencio. La delegación de notables de la ciudad salió a recibirles, y escucharon con toda la dignidad posible las humillantes capitulaciones que les presentaron los Bondadosos Amos. Sin duda, era un día negro en su historia, pero, ¿qué podían hacer ante tales fuerzas en su contra? Con resignación, muchos agachaban la cabeza, abrumados, sin saber qué decir o dónde esconderse. Pero no eran todos, claro. Los había que se negaban a ser esclavos y se plantaron ante Daenerys, desafiantes y, a su manera, obscenos.
— Somos de la sangre de la Antigua Valyria, igual que tú, presuntuosa chiquilla —le espetaba en ese momento el Arconte de la ciudad, su máxima autoridad, su voz destilaba veneno. Dany aguantaba el chaparrón impertérrita a lomos de Drogon. Tenía un aspecto sorprendentemente parecido al de su hermano Viserys, con ojos lilas, pelo plateado y un semblante serio y adusto. Sin duda era de la sangre del dragón—. Aunque si de verdad fueras una de los nuestros, sabrías que un dragón nunca se arrodilla. Ahí tienes tu respuesta —escupió al suelo, desafiante.
— Exacto —añadió una mujer de bellas y delicadas facciones. Una cascada de rizos platinados le caía hasta la estrecha cintura, su voz era firme y dura—. Estarías en este lado de la muralla con nosotros, escupiendo fuego con vuestros dragones sobre estos seres inferiores y degenerados. Ya sometimos a estos ghiscarios una vez, será fácil hacerles recordar su lugar… Aún estáis a tiempo, Daenerys —la mujer le dedicó una sonrisa cargada de intenciones—. Quemad a estos indeseables y os daremos todo cuando os hayan prometido, y más. Unos hombres nacieron para gobernar y otros para servir. Los valyrios hemos nacido para gobernar sobre los hombres.
«Ojalá pudiera quemaros a vosotros y a los Bondadosos Amos. Mil Desconocidos se os lleven a todos», pensó Dany con amargura. No podía con la arrogancia, la crueldad y el ciego clasismo de unos y otros.
— Tonterías y más tonterías, Madre de Dragones —señaló Skahaz mo Ullhor. Era el hijo de Grazdhan mo Ullhor, el hombre más rico de Astapor, y lo más parecido a un cabecilla que tenían los astaporis—. Ghis aceptó la primacía de Valyria y aceptamos los gobernadores que tuvieron a bien enviar a nuestras provincias. En virtud de ese nexo ancestral colaboramos de buena gana con vos. No hagáis caso a esas promesas vacías.
— Así es —aportó Kraznys mo Nakloz, un esclavista tan gordo que tenía unas tetas del triple de tamaño que las suyas— Nosotros, bella reina, honramos nuestros compromisos con hechos, y no con palabras. Aquí tenéis el ejército que os prometimos —Kraznys señaló con su fusta a los Inmaculados—, y vuestro será en unas horas. No le hagáis caso, es una putilla desesperada.
— Dejaos de este parloteo inútil y quemadlos ya —se quejó uno de los Grazdans de su grupo. ¿O era un Mazdhan? Había tantos que Dany había rehusado a aprender sus nombres—. Cuando estos valientes fantoches ardan el resto se quebrarán y os entregarán la ciudad. Lo he visto muchas veces ya, si se castiga a los esclavos revoltosos delante del rebaño, el rebaño vuelve a su ser. Hacedme caso, buena reina.
— Ya está todo dicho —Daenerys no quería alargar más toda aquella mascarada y quería pasar el mal trago lo más rápido posible. Llegados a ese punto no tenía otro camino. Quizá fuera lo mejor, quebrando a sus líderes frente a sus murallas no parecía que fuera a ser necesario asaltar la ciudad y someterla a un brutal y despiadado saqueo. Había un hombre de mediana edad que se había adelantado con el Arconte y la mujer, pero aún no había dicho nada. Se dirigió hacia él— ¿Y tú, por qué no te arrodillas?
— Por principios —explicó con serenidad el hombre—. Los países que se someten sin combatir están condenados a desaparecer de las páginas de la historia, pequeña reina. Si Mantarys claudica hoy de esta humillante manera, se diluirá en la más absoluta insignificancia. Y como ha dicho mi Arconte, un dragón no se arrodilla. Los Tendarys preferimos morir con honra a vivir con vilipendio.
— Habréis de matarme a mi también —Dany escuchó una voz más aguda al tiempo que veía a un joven adolescente avanzar hacía el trío desafiante y unirse a ellos.
— Detente y cierra la boca —le reprendió el tal Tendarys.
— ¿Y vos sois…?
— Un mocoso estúpido —respondió el Tendarys antes de que el joven pudiera decir nada.
— Soy Gael Tendarys. Hijo del patriarca Gaemond Tendarys.
— No seas estúpido, joven, y haz caso a tu padre —comentó Dany, aunque en el fondo, era una súplica muda—. Ya se va a derramar demasiada sangre hoy aquí. No añadáis más inútilmente, no cambiará nada. Arrodíllate.
— Respetuosamente debo rechazar. No me arrodillaré.
Dany recordó entonces lo que le había dicho Ser Jorah sobre su hermano. «Rhaegar luchó con valentía, Rhaegar luchó con nobleza. Y Rhaegar murió». ¿Es que no cabía lugar para la pureza de espíritu en este mundo?
— Erras jin mahrazhi, Aggo, Jhogo —ordenó Dany en dothraki a los suyos.
— Ai, khaleesi.
Aggo y Jhogo tomaron a varios guerreros del khalasar y apartaron a los condenados del grupo para que se dispusiera la sentencia. Dany alejó a Drogon unos pasos de donde estaban para asegurar que sus llamas no quemaran a nadie más por error. Cuando los cuatro estuvieron frente a Drogon, Dany hizo un gesto para que los dothrakis se retirasen.
— Yo, Daenerys de la Casa Targaryen, Madre de Dragones y legítima reina propietaria de los Siete Reinos, os sentencio a morir. Si tenéis unas últimas palabras, es el momento.
— Hoy cenaremos en el infierno, traidora a tu sangre —le dijo el Arconte—. Pero más pronto que tarde nos veremos, oh, sí, ya lo creo que nos veremos, putilla estúpida.
— Un verdadero dragón no mata a los de su camada. No sois más que un gusano de fuego, deforme, y sin alas —sentenció la mujer—. Y como tal moriréis.
Los Tendarys, sin embargo, no dijeron nada. Padre e hijo se dieron un último abrazo, se murmuraron en bajo unas palabras que Dany no alcanzó a entender, se dieron las manos y aguardaron su final de manera serena y digna, con la cabeza bien alta y mirando al negro dragón que tenían frente a sus ojos. Dany cerro los ojos y tomó aire. Instantes después, musitó una sola palabra, y ejecutó la sentencia.
— Dracarys.
Drogon exhaló una violenta llamarada, y lo siguiente que Dany escuchó fueron agónicos chillos de dolor. Dany se giró para ver a los esclavistas de su grupo, Skahaz mantenía un semblante serio, pero Kraznys casi babeaba de placer y el resto contemplaban con una mezcla de aprobación y diversión la escena. Tan sólo un par desviaron la mirada. Ella se forzó a mirar como los cuerpos ardían y se retorcían en el suelo, hasta que dejaron de moverse. Apenas vió como el resto de notables de Mantarys se arrodillaban, temerosos e impotentes, aceptando silenciosamente la más humillante de las rendiciones, y entregando su ciudad a los avariciosos astaporis.
Una coalición formada por la reina Daenerys Targaryen y los Bondadosos Amos de Astapor ha tomado la ciudad de Mantarys. Poco más se sabe del destino de la ciudad, mas allá de que al parecer, la reina dragón continua su avance hacia el Oeste, eso sí, con un ejército digno de tal nombre.