En el bosqe de Hrafnsþjóðgarður

Las legiones se pusieron en marcha, apartando espinos a golpe de gladius y penetrando en el bosque lenta pero inexorablemente. Flavio Porsenna marchaba al frente con Camos el Tauro a su lado, quién no dejaba de quejarse de la frondosidad del bosque, los suyos eran gentes de la sabana y no se encontraba agusto bajo las frondosas copas de robles y abedúles que impedían ver el sol.

Por suerte, el día era claro y pronto los informes comenzaron a llegar, los guardabosques de Nathul parecían hechiceros moviéndose como sombras entre las ramas, pese a estar a más de cien leguas de sus tierras el Hrafnsþjóðgarður no guardaba secretos para ellos.

Mi señor Porsenna, Rivendall avanza al norte de vuestra posición, pero os lleva al menos dos leguas de ventaja, casi han alcanzado el claro de Skadson. Aún no tenemos vista clara del enemigo, pero no cabe duda de que están marchando hacia el noreste, hacia Kaven.

Flavio sonrió ―¡Lorelanos! Redoblad el paso, los bárbaros nos están dejando atrás


Knut Rivendall llevaba a su caballo de las riendas, el bosque era demasiado frondoso como para cabalgar más allá de unos cientos de metros cuando un sendero se alineaba con su marcha. Ya habían despachado al menos una docena de montañeses, pero nadia sabía decirle donde estaban el grueso de los ejércitos del enemigo. Los informes de Alrik, algunas leguas a su derecha no eran mucho mejores, grupos dispersos pero ni rastro del ejército. Y para mayores problemas parecía que los lorelanos se iban quedando atrás, estaba claro que el bosque no beneficiaba a las pesadas armaduras de los invasores.

¡Montañeses!― gritó uno de los exploradores

Rápido como un rayo Knut desenvainó la espada y cayó sobre el enemigo, esta vez eran más, algunos cientos, pero seguían sin ser un ejército, tan solo una banda armada sin coherencia. Trataron de montar un primitivo muro de escudos pero cuando Alrik y los suyos aparecieron por su retaguardia toda defensa se desmoronó.

¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar más al sur?― preguntó Knut
Llevo siguiendo a estos más de una hora, hay más grupos como este algo más adelante dicen los de Nathul― Alrik sonreía ―¡No hay ejército! ¡Sus filas se han roto!


Halvar marchaba cansado, tomar el equipo de los Járnvaki había sido una mala decisión, estaba seguro que no era el único que lo pensaba. La humedad era asfixiante y las mallas se enredaban en los espinos cada dos por tres, tan solo habían pasado unas horas pero su paciencia había llegado al límite, cortó las correas de los faldones y los abandonó a su suerte. El puñado de hombres que le acompañaban pronto hicieron los mismo, esas armaduras eran la gloria de las forjas de Bjornfestning, pero de nada servían si no conseguían llegar a Kaven antes de que los Lorelanos les alcanzaran.


Hacía unas horas que Dow había alcanzado Olafson y tomado posiciones con la fortaleza a sus espaldas, observando el bosque. Los encontrozanos contra los exploradores de Snjorsonr estaban siendo muy fructíferos y apenas había perdido un par de hombres y acabado con al menos un centenar de enemigos, si todo marchaba como era de esperar acabaría el día durmiendo en su cama, observando las aguas del Kaven fluir hacia el océano.

Los cuernos sonaron y Dow comenzó a otear el horizonte en busca del enemigo, dos toques significaba que habían alcanzado sus posiciones y habría batalla pero … ¿dónde estaban?

¡Padre!― Jonas descablagó mientras llamaba a Dow a gritos ―¡Desde el norte! ¡Desde Kaven! ¡En formación, muro de escudos!

Los hombres de Kaven viraron para dejar Olafson al norte de sus posiciones y pronto unos 2000 hombres cayeron sobre sus líneas. Bien armados, al estilo de los Snjorsonr con los escudos de Stjerneskjold y Eldrflaug en el frente. Astrid, nieta del Jarl Leif Stjerneskjold, con apenas 15 años, marchaba en primera línea bajo el ala de su tía Ingrid quién comandaba los ejércitos.

Las líneas chocaron y pronto las tropas de Kaven comenzaron a rodear los flancos del enemigo en clara inferioridad. Pero los montañeses mostraron una fuerza inaudita doblaron sus líneas hasta formar un círculo sin abrir un solo hueco en el muro. Dow sabía que cada hora que pasaban enzarzados en esta batalla era una hora que el grueso de los hombres tendría para escapar pero desviar un solo hombre para vigilar el bosque parecía tarea imposible. Tan solo rezaba porque ningún cuerpo de los montañeses abandonara el bosque en formación.


Para cuando Knut alcanzó Olafson hacía ya horas que Ingrid y Astrid Stjerneskjold estaban encadenadas en el gran salón de la fortaleza. Jonas saludó a su compañero de batalla y pronto se pusieron al día. Los informes eran confusos nadie sabía por completo lo que había pasado, pero una vez más el gámbito de los montañeses había pagado, aunque esta vez el precio había sido muy alto.

Miles de hombres de Snjornsonr habían perecido, e incontables se encontraban perdidos en el bosque o la campiña de Kaven. Pero la verdadera pregunta era … ¿Cuántos habían logrado escapar?

No hemos seguido el manual, Porsenna, pero ha sido una victoria más ―se jactaba el cónsul Serenus, a lomos de su caballo blanco sin mácula. De cuando en cuando, daba mordiscos a una manzana que tenía en la mano―. La victoria podría haber sido completa si esos aliados fiska tuyos se hubieran coordinado mejor. Pero bueno, no se les puede pedir mucho a estos bárbaros.

Serenus se río, pero Porsenna no le acompañó. Cabalgaba cabizbajo, con semblante frío y sombrío. No tenía ánimo para matizar las palabras de su interlocutor, tenía asuntos más importantes de los que preocuparse. A su alrededor, hombres de la I cohorte de la Séptima les escoltaban. Les seguían el resto de legionarios detrás, una larga columna que se extendía a lo largo de un kilómetro y medio, tal era la angostura del bosque. Al menos, mantenían cierto orden, con disciplina.

Hablaría de victoria si hubiéramos aniquilado a toda la hueste que ha cruzado al Oeste del Kaven ―se lamentó el procónsul―. Es un fracaso. Y creo que los prisioneros que hemos tomado le importan menos a Jorund que la manzana que te estás comiendo. Ahora, quién sabe la magnitud del conflicto que se nos viene encima. A bofetadas no se gana una guerra. Habrá que prepararse.

Siempre pesimista, incluso cuando vamos ganando ―Serenus negó con la cabeza―. Lo mires por donde lo mires, es una victoria y nos ha salido muy barata: no nos ha costado ninguna baja. Además nos da prestigio, hemos derrotado a otra tribu y estamos demostrando que somos los más fuertes de la isla. Pronto todos besarán el anillo.

Había días que Porsenna deseaba tener el optimismo tan desbordante de su compañero. Era una cualidad que en situaciones le sobrepasaba y le llevaba a pensar si Serenus estaba viviendo en el mismo mundo que él. La experiencia le había enseñado que la vida, en general, era mucho más complicada. Inspiró hondo y trató de aclarar su cabeza. En apenas unas horas llegarían a Olafson y muchos compromisos iban a tener que sellarse formalmente. Era fundamental que estuviera despejado para que no quedase ninguna duda de que Lorelan siempre cumplía con sus aliados, pero nunca daba tregua a sus enemigos.

Por un momento, el mensajero temió que el Rey en la Montaña fuera a mandar decapitarlo. Sus ojos permanecieron clavados en él durante segundos que se le hicieron horas, y la expresión de Jorund era de todo menos amigable. Cuando al fin le hizo un gesto con la mano para que se retirara, se dio la vuelta tan rápido que se tropezó y casi cayó de boca, por lo que se sintió obligado a volverse de nuevo y hacer unas cuantas reverencias más, como disculpándose por su torpeza.

Jorund permaneció callado un rato más, sin que ninguno de los presentes, de entre su ejército de hijos, nietos y yernos, se atreviera a romper el silencio. Finalmente, tomó aire, se levantó de su sitial y dio un par de pasos hacia adelante, ante la mirada de alarma general de sus familiares, pero sin que sus guardaespaldas se alteraran en lo más mínimo por su súbito despliegue de movilidad.

Se llevó la mano al cinto y desenvainó su espada. Blóðúlfr, Lobo de Sangre, con su hoja de metal oscuro grabada con runas de poder, volvió a relucir bajo las antorchas de Bjornfestning, como había hecho en tiempos pasados.

-Sonad los cuernos. Encended las atalayas. Vaciad las armerías. El Reino en la Montaña marcha a la guerra, y no volveremos a pisar estos salones hasta que nuestros enemigos yazcan muertos, sus poblados hayan sido quemados hasta los cimientos, sus mujeres violadas hasta suplicar una muerte que se les negará, sus hijos untados de melaza y enterrados cabeza abajo en hormigueros, sus campos salados, sus ríos envenenados, su ganado degollado, y las tumbas de sus ancestros profanadas; y desde más allá del Kaven, hasta las lindes del gran bosque, el único señor que pueda reclamar como suyas esas tierras, ahora y durante los próximos mil años, sea la Muerte.