En el Leño Humeante

En la taberna del Leño Humeante de Las Inviernas (la ciudad que cobraba vida especialmente en invierno bajo la sombra de las murallas de Invernalia, y que ya se estaba empezando a llenar) se estaba llevando una acalorada discusión en una de sus mesas más grandes. Media docena de hombres y mujeres discutían acaloradamente sobre las últimas noticias mientras echaban una partida de naipes.

— Stannis, el rey. Nos sangra a impuestos, y sigue sin hacer nada con los jodidos salvajes que han pasado el Muro. Esto opino yo del puto Stannis —el hombre barbudo escupió al suelo para mostrar soezmente su parecer— Mala hora en la que nos metimos en los asuntos de los putos sureños.

— Y hay quién dice que usa magia oscura —añadió una joven fina como un sarmiento—. Esa bruja roja que tiene en su séquito. Lady Melinosequé. El rebelde Targaryen murió en muy extrañas circunstancias. Circunstancias muy beneficiosas para el rey Stannis…

— Bueno, pues la chica de los dragones no anda corta, tampoco —le repuso el hombre barbudo, cabeceando, nada convencido—. La Reina Bruja, la llaman. Con magia controla a sus dragones, eso está claro… pero dicen que es capaz de hacer más cosas. Magia con fuego y sangre. Las gentes de bien no recurren a la magia… Joder, Betty, ¿ahora me tiras el puto as de soles? ¿Es que no has visto que te he marcado con el rey antes?

—No sabes jugar, Ronald —añadió un observador, burlón.

— Tan loca como su padre —sentenció un calvo—. Lleva la lacra en la sangre.

— Pues menos mal que todos los hijos no salen a sus padres, Benfred —le respondió un joven de cabellos rizados burlonamente.

— ¿Y eso por qué lo dices?

— Porque entonces los pies te olerían a rayos. A ver si te crees que a tu padre le llamaban el Piesnegros porque tenía los pies de un dorniense —muchos se rieron al tiempo que el calvo se ponía rojo.

— Venga, sal fuera a repetir eso, ricitos.

— Amigos, amigos, calmaos. Para mí, la elección está clara. La Brujita al menos ha prometido bajar los impuestos y desde luego ya ha llegado aquí para ayudarnos —dijo un anciano de ojos claros con una sonrisa—. Con el invierno que se nos viene encima, nos van a venir bien unos dragones para caldear el ambiente.

Algunos rieron con el comentario del anciano. Entre las sombras, una mujer de cabellos rubios encapuchada hacía como que leía un libro en una mesa solitaria… escuchando atentamente la conversación y esbozando una fina sonrisa.