En la boca del lobo

A Robb le bastó con ver el rostro del Gran Jon Umber, que se acercaba al trote, para saber las noticias que le traía. El fiero norteño no se caracterizaba por su capacidad para camuflar sus emociones.

-No hay ni rastro de las tropas de los feudos, Robb. Se han esfumado. Habrán tomado refugio en la ciudad.

Robb suspiró y negó con la cabeza, resignado.

-Habría estado bien cogerlos a campo abierto. Lo habría hecho todo más fácil. Pero lo que hay es lo que hay. Mi padre siempre dice, lamentarte por la ventisca no te hará entrar en calor.

El Gran Jon se mesó la barba.

-En Último Hogar tenemos un refrán parecido. “Por mucho que grites, mujer, la noche no acabará más rápido” -asintió pensativo.

Robb le dirigió una mirada horrorizada, pero finalmente decidió haberse quedado temporalmente sordo.

-Eh… si, esto… en cualquier caso, el plan no cambia. Tendremos que abrirnos camino a sangre y fuego.

Volvió la vista atrás. La hilera de hombres que le seguía se perdía en el horizonte. La estrella solitaria de los Karstark; el tritón de los Manderly; el puño de los Glover; el oso de los Mormont. Cerraba la marcha el hombre desollado de los Bolton, que a esta distancia parecía meramente enrojecido, como si hubiera pasado demasiadas horas tumbado al sol en una playa dorniense. Eran varias decenas de miles de hombres, y su fiereza estaba fuera de lugar, así como su disciplina; habían cruzado el Vado Rubí ordenadamente, según el plan dispuesto por Lord Roose, y sin ningún incidente reseñable.

Volvió después la vista hacia adelante, hacia su objetivo. La Fortaleza Roja refulgía bajo el sol de la tarde, e incluso desde aquí podía ver a los defensores, como hormiguitas, afanarse por sus muros. Parecían estar ocupados en encender antorchas a lo largo y ancho de las murallas y hacer entrar a toda prisa los últimos cargamentos de víveres antes de cerrar las puertas a cal y canto, y el viento le traía, como un murmullo, el sonido de los cuernos. Ya debían de saber, desde hace un par de días o incluso antes, que las huestes del Norte se les echaban encima, y tendrían avanzados los preparativos para el asedio. Era inevitable y contaban con ello. Lo importante había sido mantenerlo en secreto hasta completar el cruce del vado.

Nunca había estado en Desembarco del Rey. Y no pensó que, si algún día venia, sería para conquistarla. Pero la Fortuna raramente da a los hombres lo que esperan. Miró con cierta aprensión el impresionante muro que rodeaba la ciudad, y volvió de nuevo la vista atrás a sus hombres. ¿Quién se impondría, los muros o el Norte? ¿Los estaba trayendo a la gloria o a la muerte?

“¿De verdad que mi primera batalla va a ser esta? ¿No podríamos haber tenido, no sé, una escaramuza de camino? ¿Una primera sangre más… asequible?”. Tragó saliva. Viento Gris, sintiendo la vacilación de su amo, se incorporó para lamerle la mano.

4 Me gusta