En un rincón oscuro, lejos de miradas curiosas, un hombre de rostro severo y mirada depredadora mantenía a otro acorralado contra la pared húmeda y mohosa. La voz del matón era un susurro afilado, cargado de veneno.
Si tu Señor llega a saber que eres un traidor, bien que te arrancará la piel a tiras, siseó, acercándose lo suficiente como para que el otro sintiera su aliento hediondo. Pero puedo hacer que eso no pase… claro, si me das el oro que te pedí.
El chantajeado temblaba, mirando a su alrededor con desesperación. No tengo tanto dinero… No poseo ni una décima parte de lo que me pides.
El matón sonrió, revelando una hilera de dientes amarillentos. Entonces ya sabes lo que debes hacer. Saquea las arcas de tu Señor. No me importa cómo lo consigas, solo quiero mi pago, o hablaré.
Pasaron algunos días hasta que volvieron a encontrarse. El matón llegó al callejón con la misma sonrisa cínica, seguro de que iba a recibir su oro. Pero esta vez, en lugar de un hombre temeroso y acobardado, encontró al chantajeado rodeado de varios hombres más, todos con miradas de furia. El chantajeado lo señaló sin vacilar, y en un abrir y cerrar de ojos, los hombres se lanzaron contra él.
La lucha fue feroz. El matón, acostumbrado a peleas callejeras, logró abrirse paso con golpes y patadas, esquivando como podía los ataques que venían desde todos lados. A duras penas, logró escapar, dejando a sus perseguidores atrás mientras jadeaba y se tambaleaba, con heridas cubriendo su cuerpo. Creyendo haberse librado, se internó en otro callejón oscuro, convencido de que había dejado el peligro atrás.
Pero, de repente, sintió un dolor punzante en la espalda. Miró hacia abajo y vio el cuchillo atravesando su costado, sintiendo el calor de la sangre que le empapaba. Alguien estaba detrás de él, susurrándole al oído antes de que todo se volviera oscuro. La vida se le escapaba, dejando su cuerpo desplomado en el suelo, pagando el precio de su codicia en el mismo tipo de rincón sombrío donde había tejido sus sucias tramas.