Encuentro fuera de los muros de Desembarco del Rey

A la sexta hora, con el sol en su punto más alto, Robb se dirigió al campamento Baratheon. Los dos ejércitos, al acampar, habían dejado una estrecha linde entre ellos. No estaba vigilada, pero a uno y a otro lado los hombres se miraban con cierta curiosidad y no sin un punto de recelo, y por lo que había oído, la soldadesca se había dedicado algún que otro comentario poco halagador, aunque por ahora no había habido que lamentar peleas.

Al otro lado, Stannis cabalgaba, despacio, junto a Ser Davos Seaworth, Lord Monford Velaryon y varios de sus señores vasallos, así como dos jóvenes pupilos Florent, Imry y Damon, que le servían de escuderos y asistentes. Pylos, que había viajado allí en lugar del buen viejo Cressen, incapaz de salir de Rocadragón, también los acompañaba, preparado para tomar nota de lo que allí aconteciera.

Se fijó en Robb Stark, al que jamás había visto. Un aire a su padre, sí, en la mirada y la complexión física, pero pelo y ojos claramente Tully. Hacía mucho que no veía a Lady Catelyn, pero su imagen, en hombre joven, se personaba ante él. Y con muchos hombres y estandartes a sus espaldas, una riada de espadas y banderas que debía inspirar miedo en los defensores de la capital. Ambos hombres bajaron del caballo, con sus escoltas a distancia. A Robb solo le acompañaba Viento Gris, de quien nunca se separaba.

-Lord Stannis -le saludó inclinando la cabeza. No era “Rey Stannis”, pero tampoco era “Stannis”. Después de todo, él mismo ni siquiera era el Señor de Invernalia; la diferencia de rango era notable. Lo había hablado con Roose y le había parecido un punto medio prudente-. Me complace que nos veamos al fin en persona. Espero que los preparativos marchen sin incidentes.

“Lord Stannis”. El susodicho rechinó los dientes y endureció la mirada. Se tranquilizó antes de responder. Aquel niño no tenía por qué saber de cortesía o reivindicaciones dinásticas. Su padre, Eddard Stark, el adorado Ned de su hermano Robert, tendría una actitud distinta. Un hombre al que había que liberar.

-Robb Stark -devolvió el saludo y le extendió una mano para apretarla con firmeza-. A mí también me complace veros. Todo está en marcha, como debe ser. Espero que los vuestros también.

Examinó al hombre… ¿niño? Que tenía delante. Tocaba el huargo que abrochaba su capa demasiado a menudo y parecía tratar de mantener fija la mirada en él constantemente. Stannis trató de recordar lo que era ser joven como Robb Stark. Pero aquel recuerdo estaba envenenado por el hambre, las ratas, los caballos muertos y un barco con velas negras entrando en Bastión de Tormentas al amparo de la noche.

-Liberaremos a vuestro padre y depondremos al falso rey -dijo-. Lord Eddard Stark siempre ha sido un hombre fiel al reino y está injustamente apresado. No lo permitiré. Nuestras armas combinadas nos darán la victoria.

-Y a mis hermanas -añadió Robb-. Me da escalofríos pensar en lo que pueden estar viviendo, sin nadie para protegerlas -confesó con la angustia en la voz- Espero que lleguemos a tiempo. Pero, como mi padre, están a su merced. Incluso si tomamos la ciudad, podrían matarlos en un último arrebato de rabia. Pero… ¿qué íbamos a hacer si no? ¿Quedarnos de brazos cruzados? ¿Qué otra opción había?

Negó con la cabeza, frustrado. El Joven Lobo parecía atormentado por el peso de las decisiones, y quizá se estaba exponiendo más ahora de lo que lo hacía cuando trataba con los vasallos, ante quienes no le quedaba más remedio que aparentar fuerza. Le echó una mirada a Stannis que, más que la de un señor de la guerra a otro, parecía la de un muchacho a su tutor. “¿Lo estoy haciendo bien?”, parecía decir. “¿Es así como se manda sobre los hombres?”.

A Stannis, quizá por el contraste con la bisoñez del norteño, le vinieron a la mente recuerdos de Pyke. Se vio entrar espada en mano, atravesando los muros de Balon Greyjoy. Los hombres muriendo a su alrededor. ¿Cómo se sentiría aquel niño antes de una batalla?

-¿Habéis participado en algún combate antes?

-No, la verdad es que nunca me he batido en combate. En Invernalia sí, claro, contra mis hermanos, y el maestro de armas, pero no así -reconoció azorado-. Pero tengo a hombres capaces y con experiencia de mi lado. Lord Bolton me está ayudando mucho. Lord Reed luchó junto a mi padre en la guerra. Y tengo a Viento Gris -señaló con la cabeza al huargo a sus pies, que estaba con la mirada fija en Stannis, con su mente canina calculando fríamente si debía abalanzarse sobre él para desgarrarle la garganta.

“¿Es esta la imagen que debe dar un Señor de Invernalia, Robb?”, oyó la voz de su padre, como tantas veces le decía cuando flaqueaba o se mostraba dubitativo. Se ruborizó, se irguió y endureció su mirada.

-Pero aunque esta sea mi primera batalla, os demostraré a vos y nuestros enemigos que me sobra en arrojo y en decisión lo que me falta en experiencia. Y los hombres que me acompañan se cuentan entre los más formidables en la guerra de todo Poniente. Si me permitís apropiarme del lema de vuestra casa, Desembarco del Rey va a conocer la furia del Norte. Ni flaquearemos, ni nos replegaremos, hasta que la ciudad entera esté a nuestros pies. Los Lannister lamentarán el día que traicionaron a vuestro hermano y a mi padre.

Stannis se sorprendió. No había esperado el arranque de orgullo y furia del Joven Lobo, cuya voz se había ido alzando a medida que proseguía el intercambio. El huargo, cuidadosamente apostado a su lado y mirándolo fijamente, contribuía a hacer la estampa de aquel adolescente que se erguía, orgulloso, frente a un veterano de guerra mucho más imponente.

-Sois hijo de vuestro padre, un verdadero norteño -era un cumplido, Stannis Baratheon no regalaba muchos de esos. Podía imaginarse a Cressen escucharlo sorprendido. El pobre viejo siempre le había dicho que tenía que suavizar su tono. ¿Pero por qué iba a matizar la verdad? ¿Acaso por unos oídos sensibles? Los caballeros y señores de Poniente debían ser mejores que eso-. Veo que el Norte recuerda, como ha de ser. Que nuestra furia combinada nos haga salvar al reino, a vuestro padre y vuestras espadas.

Clavó sus ojos azules en Desembarco del Rey y de nuevo en Robb Stark.

-Os desempeñaréis bien, Robb Stark. Nos veremos tras los muros -estrechó de nuevo la mano del joven y montó de nuevo en el caballo-. Por el honor, por la justicia y por los Siete Reinos.

Regresó hacia sus estandartes reunidos, gratamente sorprendido. Davos asintió cuando lo miró. Imry y Damon corrían a atenderle. La batalla se avecinaba.

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