-¿Qué es esto? - Davos había visto las llamas desde el agua. El barco moviéndose a mayor velocidad ante el temor de un posible ataque. - ¿Qué ocurre aquí?
Una hilera de hogueras se extendía en aquella playa de Rocadragón. Nobles y campesinos se arremolinaban en torno a tres de ellas. Davos distinguió una larga melena de rojo cobrizo y varios emblemas con el venado coronado y el zorro y las rosas.
-Las sombras vienen a bailar, mi señor…a bailar. - Saltó, sobresaltado, y llevándose una mano al puñal que colgaba de su costado izquierdo. Pero solo era Caramanchada. El pobre desgraciado, agitando su cabeza y haciendo retumbar las campanas que le lastraban la cerviz. - Las llamas arden en la noche oscura, la tormenta galopa y el viento regresa, mi señor.
-Está un poco agitado, mi señor, perdonadle. - Davos se fijó en la pequeña personita al lado del bufón. Shireen Baratheon, con una sonrisa triste en aquella cara a la que los Dioses, ¿o el Dios?, habían tenido la poca compasión de desfigurar con tanta saña. - Son las Hogueras de la Dama Melisandre. Madre nos ha hecho bajar a verlas.
-No hay nada que perdonar, princesa. - Davos le sonrió y estrechó sus manos entre su diestra. - Quedaos a mi lado y vayamos a verlas, ¿de acuerdo?
Los gritos atravesaban el mar, retumbando contra las murallas de Bastión de Tormentas y los recovecos de la Punta de la Zarpa Rota. Penetraban en las ventanas de Desembarco del Rey y en los barracones de los Capas Doradas. Melisandre podía sentirlo. Podía sentir como el Señor de la Luz sonreía.
-Acepta, R’hllor, este sacrificio, para que tu elegido triunfe en la batalla y la Luz se imponga a la oscuridad. Acepta las almas de los impuros y los malhechores para que el enemigo tiemble y la Larga Noche retroceda. - La voz de la Sacerdotisa cambió entonces para tornarse en una más grave, recitando palabras en lenguas de la lejana Asshai.
A su lado Selyse Florent sonreía, los ojos azules encendidos con la fanática fe del converso. A su alrededor podía ver como el temor de algunos a su persona se tornaba en temor a su Dios, y la alegría por aquella justicia sumarísima de otros iba tornándose en devoción. Eran suyos. El rebaño de la Luz que seguiría a Azor Ahai al combate.
Salvo un punto gris entre las llamas que crepitaban. Ser Davos, el Caballero de la Cebolla, que se había situado al lado del Maestre Cressen junto con Shireen. Un hombre inescrutable, que contemplaba las llamas con una atronadora mezcla de sentimientos que amenazó con romper su concentración.
“¿Qué es este hombre?”
-Porque la noche es oscura…y alberga cosas aterradoras. - Consiguió continuar con el rito, alzando la voz por encima de los gritos que empezaban a apagarse. Las llamas se alzaron aun más en la noche. Selyse Florent, a su lado, respondió a coro con ferocidad.
R’hllor estaría complacido.
Los remos golpearon el agua. Rítmicamente, al son marcado por los expertos contramaestres. Velas desplegadas, el Venado coronado en un nuevo estandarte, ungido por un corazón de llamas. Los hombres cantaban canciones de aliento y reían pensando en las promesas de un nuevo amanecer.
El Legítimo Rey galopaba