La flota real avanzó por el Sonido Susurrante, nada hizo por ocultar su llegada, casi 200 galeras de guerra con el dragón tricéfalo y el caballo de mar en lo alto.
Un pequeño navío, apenas un puñado de marinos, se adelantó al grueso de la flota. Con un mensaje conciso.
Lord Lucerys Velaryon solicitaba parlamento con el señor de la ciudad
Lord Leyton se encontraba dirigiendo las tareas para recuperar la normalidad en la ciudad cuando le llegó la noticia. Cansado, cansado como no había estado nunca bajó hacía el puerto para recibir el mensaje.
—Lord Lucerys Velaryon puede entrar en Antigua. Se le tratará según las normas de hospitalidad y no recibirá daño alguno, puede estar tranquilo - respondió Lord Leyton al mensajero antes de darse media vuelta. Quedaba mucho por hacer.
La respuesta del mensajero fue clara, Lord Leyton acudiría personalmente a la bahía a presentar sus respetos ante el Lord Almirante y discutir los términos de la rendición. El capitán de la pequeña nave tenía órdenes de volver con el señor del Faro antes del mediodía, o la Flota Real actuaría según el lema de los Targaryen.
— Lord Leyton Hightower, Voz de Antigua y señor del Faro — pese a las palabras de respeto el tono de Lord Lucerys era casi burlón — Podíais haberos quedado en vuestras tierras, luchando contra los Hijos del Hierro, pero os pudo la avaricia. Ha llegado la hora de pagar. Entregad todo el oro del Faro, todos los volúmenes de su biblioteca y todas las joyas y objetos de valor que posea vuestra familia. Entregad cada nave en puerto y embarcad cada hombre, mujer y niño emparentado con vos como prisioneros y Antigua se salvará. Negaros y tomaremos lo que queramos con toda fuerza de la ley.
Lord Leyton enarcó una ceja y se mesó la barba tras encontrarse con Lord Lucerys y escuchar sus demandas. Aquello no era un parlamento, era un insulto, uno que llegaba tarde.
– Lord Lucerys, señor de Marcaderiva, lamento deciros que vuestro viaje ha sido en vano - dijo el señor del Faro. Miró al hombre directo a los ojos, plantándose frente a él sabiendo las novedades que él desconocía - Antigua ya se ha salvado. Supongo que desconocéis las últimas novedades del continente tras tan largo viaje. Desconozco todos los detalles pero el rey Aerys Targaryen falleció en Desembarco del rey y es su hijo Rhaegar quien gobierna ahora los Siete Reinos. La rebelión acabó y Antigua se rindió ante él. Llegamos a un acuerdo y tras rechazar a los Hijos del Hierro nos disponíamos a volver a los tiempos de paz. Si desconfiais de mi podéis enviar un hombre a la ciudad. Le entregaran la correspondencia que intercambié con el rey Rhaegar - le respondió tratando de ignorar el tono de Lord Lucerys.
— Así sea, señor del Faro, volved a casa pues — Lucerys señaló un bote de remos y dejando bien claro sería todo lo que recibiría de aquel encuentro. — ¡A las armas! ¡Antigua caerá en las próximas horas!
¡Esperad! - dijo Lord Leyton alzando las manos frente a él para detener aquello - No deseo una batalla Lord Lucerys. ¿Si os acompaño de vuelta a Desembarco acabaréis con esta locura? Hacedme lo que gustéis cuando lleguemos, pero no lo paguéis con la ciudad - le pidió Lord Leyton. No quería volver a obligar a sus hombres a entrar en combate.
— ¿Os creéis que valéis tanto como las riquezas de Antigua? Lord Gerold en persona me relató de los insultos de vuestra familia para con su majestad en Altojardín, y pretendéis que entregándoos cautivo todo se olvide. No será tan sencillo, las riquezas de vuestra familia, y cualesquiera flota os quede. Más una quinta parte del comercio de la ciudad para el Trono de Hierro, y otra quinta parte para Marcaderiva. Riquezas que pagaréis porque entregaréis rehenes, al menos dos de vuestros hijos — Lucerys estaba disfrutando el poder tratar a tan poderoso señor con tamaño desdén — Y Lady Malora. Quizás así podamos acabar con esta locura
– No me entendéis, no me intercambio por nada. Si miento, si la corona no ha perdonado mis errores, volveremos a Antigua y os entregaré hasta la última moneda sin derramar una sola gota de sangre. Eso es lo que os estoy pidiendo Lord Lucerys. Os acompañaré de nuevo a Desembarco. Vuestra flota puede quedarse aquí, recibirá cuanta comida y agua necesite mientras partimos y regresamos. Si miento cumpliré con vuestras demandas. Con todas ellas - dijo Lord Leyton tragando la mención de su hija. Lord Lucerys iba a acordarse de aquello.
— Ahí tenéis vuestro billete a casa, Lord Leyton, os sugiero remar rápido— dijo Lord Velaryon señalando a un pequeño esquife.
Lord Velaryon dio las órdenes y Ser Lyn se apresuró a dirigir el desembarco para tomar las diferentes playas de Antigua, separados por sectores los campesinos de la tormenta junto a los marineros veteranos de Estermont y Tarth preparaban el asedio a la ciudad, Lord Estermont en persona se encargaba de dirigir los preparativos. Mientras tanto los mercenarios de la Casa Martell esperaban cumplir aquellas promesas que recibieron al principio de la guerra, riquezas conquistando una de las ciudades más imponentes de Poniente. Sus contratistas habían caído en desgracia pero servir al señor e Marcaderiva parecía un negocio mucho mejor. Corría la cerveza a escasos metros de las murallas, en sus tiendas, mientras esperaban a que el grueso de los marineros del Mar Angosto desembarcaran y prepararan las escalas, las mofas para con el señor del Faro eran repetidas una y otra vez, nadie se cansaba de recordar el desprecio que el Lord Almirante de la Casa Real había tratado a uno de los hombres más poderosos de los Siete Reinos, el que muchos decía que había envenenado la mente de su cuñado para elevar al trono a la Casa Targaryen.
Durante más de un año Antigua había florecido y se había relamido ante la idea de convertir el Mar del Ocaso en el nuevo centro del reino, desplazando la hegemonía comercial que hasta ahora ostentaban las islas del Mar Angosto. En aquel enfrentamiento final se jugaba mucho más, la guerra había terminado y Lord Lucerys lo sabía, por aquella razón había rechazado cualquier pacto, nadie le culparía por aquello, ¿por qué iba a creer unos garabatos en un papel atribuidos al Príncipe Rhaegar? Por lo que a él respectaba el rey seguía siendo Aerys, los Hightower seguían siendo unos traidores y tanto Marcaderiva como Marea Alta esperaban una suculenta porción del saqueo que vendría tras la caída de la ciudad. Por su parte, Lord Leyton, veía como sus sueños de grandeza se esfumaban, como lo habían hecho la vida de sus dos hijos, ambos habían peleado con honor y ambos habían perecido ante aquel demonio, si sobrevivían tardarían muchos años en olvidar los habitantes de la ciudad el terror que eran capaces de sembrar las naves de los hombres del hierro. Prácticamente la mitad de la flota enemiga había desembarcado en la playa para cuando Lord Leyton llegó a la ciudad, los ánimos de los harapientos guerreros estaba por los suelos.
- Llegó el momento -avanzaba apesadumbrado pero con un aura de determinación-, sacad a las mujeres y los niños por la puerta norte, que cierren las puertas si se acerca el enemigo. Lord Beesbury, Sotomiel será su destino, cuidad de los nuestros si la ciudad cae.
El discurso fue sombrío, práctico, nadie esperaba sobrevivir. Multiplicaban por cuatro su número y tras una batalla como la del día anterior nadie en su sano juicio esperaba que pudieran resistir una defensa efectiva. Las cornetas sonaron, casi 20.000 armas se lanzaban contra sus murallas. Llegaba a su fin la dinastía más antigua conocida en poniente.
Los primeros en lanzar los garfios y trepar por las escalas fueron los mercenarios, las mejores tropas de tierra que disponía Lord Lucerys, los más sedientos de sangre, al frente de ellos Euron Greyjoy, riendo y chillando mientras rajaba cráneos con su hacha. El ímpetu de los primeros compases de la batalla favoreció a los asaltates, pese a las decenas de bajas que se amontonaban frente a las murallas los defensores se estremecieron ante la visión de aquel hombre, otra vez ese maldito pirata cuya fuerza no podía venir de otro lugar que desde el mismísimo desconocido. Más los defensores no desfallecían, habían tocado fondo y pelearían hasta la muerte por aquella ciudad. Aquel día no se peleaba por un rey u otro, se peleaba por la vida, por el conocimiento, era la batalla final, que se libraba entre la sádica y errática conducta de los grandes señores frente al irresoluble enigma de la resilencia de los vencidos. Poco a poco el asalto perdió empuje y la guardia de la ciudad contuvo el primer envite. Los hombres de la Tormenta peleaban con menos ímpetu, el normal para los hombres que luchan únicamente por deber y los mercenarios del Príncipe Mor, a costa de muchas bajas, contuvieron su sector.
El final del día trajo algo de desconcierto, nadie se esperaba aquello, pronto se hizo patente que los hombres condenados a morir resistirían hasta el final y que la muerte debería disfrutar de unos agónicos días para recibir su premio, haciendo enloquecer a más de uno tras las murallas. Los Archimaestres de la Ciudadela se implicaron, una grata sorpresa para Lord Leyton, que agradeció en su fuero interno no haber prendido fuego, en un arranque de locura, la mayor fuente de conocimiento de los Siete Reinos. Quizás aún hubiese esperanza. Aquí y allá los más sabios insuflaban valor a los más abatidos, los acólitos curaban las heridas superficiales y los maestres suministraban la Leche de la Amapola a los defenestrados. ¿Cuantos días podrían aguantar así?
Durante siete días los marineros de la Flota Real murieron en las murallas de Antigua, haciéndose patente que no disponían del número suficiente de hombres para rendir la ciudad al asalto. Al octavo día Lord Slwyn Tarth pidió audiencia con el capitán de la flota, dándole a entender que sus bajas habían sido demasiado elevadas para seguir atacando y que Lord Estermont se encontraba en un estado de extrema gravedad y que los médicos auguraban que no pasaría de aquella noche, hasta las heridas más insignificantes en campaña podrían resultar mortales. Lord Lucerys maldijo su suerte y enfiló el camino hacia las tiendas de los Greyjoy, los algo más de 1.500 isleños que se les habían unido en aquella campaña. Al llegar no pudo contenerse, los muy cobardes estaban a punto de embarcarse en sus rápidos barcoluengos y cerrar la ciudad. Las palabras de Euron Greyjoy enfurecieron al Lord Almirante hasta el punto de olvidar que había ido hasta allí sin escolta, en un arranque de ira. Esta ciudad del demonio no caerá . Volved a casa, follad con vuestra mujer, vivid otro día.
Desde luego el veterano Lord Lucerys no estaba acostumbrado a que lo ninguneasen de aquella manera y cuando quiso llegar a las manos para detener a aquel indeseable un puñal de dos palmos de longitud se hundía en sus entrañas y un aliento putrefacto le hablaba al oído. Tendríais que haberme escuchado, se me da bastante mejor matar que morir .
El octavo día de asedio acabó con un gran funeral donde se quemaron los centeneras de cadáveres y se honraron la muerte de Lord Lucerys y Lord Selwyn. Lord Esterdmont quedaba ahora al mando del asedio y los algo menos de 10.000 efectivos que quedaban con vida. En la ciudad, algo menos de 2.000 exhaustas almas se mantenían en pie haciendo lo propio, Lord Mullendor había fallecido y pese a la alegría que dio observar como un par decenas de embarcaciones abandonaban las playas todos sabían que aquel ritmo sería insostenible durante mucho tiempo.