Desde las murallas de Middenheim se podía ver a la ingente masa formada por aquellos extraños seres mezcla de rata y ser humanoide, parecidos a los hombres bestia que poblaban los bosques rodeando la ciudad. El trasiego era constante, una marea de enemigos rodeando a la ciudad que se erguía orgullosa mientras cada día más y más de esas criaturas que habían dicho que se llamaban skavens poblaban el anillo que la rodeaba. El intercambio de fuego de artillería de los primeros días había ido menguando conforme pasaban las jornadas y salvo disparos esporádicos nada rompía la monotonía. Los atacantes parecían no tener prisa por asaltar las murallas y los defensores no parecían querer salir a combatir a campo abierto.
Así pasaron los días mientras algunos, cada vez más, opinaban que había que salir a enfrentarse a esos seres y el Graf pedía paciencia. Los víveres eran abundantes y la moral alta, otras amenazas preocupaban al Duque y su estrategia demandaba esperar. Cada día se preparaba todo para un posible asalto y cada día todo acababa en otra jornada igual que la anterior. Se decía que las tropas imperiales de Karl Franz, un ejército enano, e incluso elfos estaban de camino pero más allá de los asediantes nada se veía extramuros. Sin embargo aquel día, cuando el sol ya despuntaba por el este todo cambió. Se escuchó una sonora corneta en la lejanía tocando a carga y los banderines y estandartes del ejército imperial aparecieron al fin acompañados por legiones de fieros enanos.
El trajín en la ciudad no se hizo esperar y del mismo modo que una bestia dormida se despierta cuando es amenazada, en el interior de los muros los regimientos empezaron a formarse junto a las puertas de la ciudad en el orden establecido días atrás. Desde los muros podía verse al ejército del Imperio cargar, lanzándose contra la horda de bestias. - ¡Por fin ha llegado el momento que esperábamos! ¡De nuevo los siervos de Ulric y Sigmar combatirán juntos y tal y como dijo Karl Franz hace años, solo juntos podremos exterminar de este mundo los males que lo amenazan! ¡Salid y matad! ¡Por Ulric!¡Por Sigmar! – arengó el Graf montado sobre su caballo junto a la puerta más cercana al combate. Recordaba bien aquellas palabras, las había dicho el propio emperador el día antes de su coronación en Altdorf y las había guardado hasta ese momento, creyéndolo el más adecuado.
Tras aquella arenga las puertas se abrieron y tanques y caballeros salieron por las pasarelas en perfecto orden. La infantería marchó tras ellos y cuando hubieron llegado al fin de las viejas pasarelas que unían la ciudad con la planicie circundante cargaron contra los enemigos con la fuerza de un martillo. Los skavens, encerrados entre dos frentes poco pudieron hacer para frenarlos. Los caballeros eran apisonadoras vivientes que ensartaban en sus lanzas a las bestias y la artillería barría el campo de batalla allí donde los hombres y enanos aún no habían podido llegar. El campo pronto se enfangó con la sangre de ambos bandos y los frentes empezaron a estabilizarse alrededor de toda la ciudad. Los aliados avanzaban a paso lento, diezmando las filas enemigas poco a poco y los enanos mostraban una eficacia apabullante. Cada paso de aquellos barbudos guerreros era firme y no cedían ni un solo centímetro de tierra ganada.
El destino de aquel combate no tardó en decidirse y los comandantes del pueblo skaven parecieron darse cuenta por lo que empezaron a replegarse. Las ratas abandonaban el campo de batalla por los mismos túneles por los que habían aparecido, desapareciendo bajo tierra mientras su retaguardia se sacrificaba para dar tiempo al resto. Conforme se tomaban aquellos pozos los vítores y gritos de alegría empezaron a correr por el lugar de la batalla y cuando la última de aquellas criaturas fue lanzada al pozo con una lanza atravesada en las tripas desde la ciudad empezaron a lanzarse salvas en honor de la victoria, de la alianza y de la que se esperaba fuese una nueva época de colaboración y entendimiento.